Desde épocas remotas, los números han sido el soporte simbólico de ideas-fuerza, por lo tanto, y desde una perspectiva tradicional vale hacer una distinción entre el número y la cifra. Siendo así, al adentrarnos en el estudio de los números desde lo simbólico la primera idea que debemos entender es que la cifra es la vestidura, el vehículo o bien el cuerpo del número. En otras palabras, la cifra es la representación gráfica que representa a un número, por ejemplo 1, 2, 3 en el sistema arábigo o I, V, X en el sistema romano.
Dicho esto, se entiende que los números pueden ser abordados desde lo cuantitativo, es decir por las ciencias matemáticas, y también desde lo cualitativo, lo cual siempre se ha conocido en los círculos iniciáticos.
Mientras que los números representan cualidades y operan en los planos metafísicos, es decir en lo interior, las cifras representan cantidades,las cuales están conectadas al plano material o sea a lo exterior.
Sobre esto, dice Federico González Frías: “Aunque la sociedad moderna pareciera creer que los números fueran una invención humana, producto del progreso, muy útiles para hacer cálculos estadísticos, así como para medir, clasificar y en general contar objetos de toda índole (…) en las sociedades tradicionales, por el contrario, los números son concebidos como deidades ordenadoras, como intermediarios, portadores de energías e Ideas superiores que ellos mismos plasman en el cosmos entero”.
Todos los números de dos o más cifras pueden reducirse por el método teosófico en una sola cifra. Por ejemplo 14 sería 1+4=5, es decir que escondería al número 5. 666 es 6+6+6=18, lo cual reducido es 1+8=9. 2021 es 2+2+1=5, etc. y más etc.
Entendidas estas ideas fundamentales sobre las que se basa la aritmosofía, o sea el abordaje sagrado de los números, pasemos ahora a repasar –a vuelo de pájaro– el sentido simbólico de los números, del cero al diez.
El cero representa lo no-existente, lo no-manifestado, aquello que no tiene ni cualidad ni cantidad. Sin embargo, también es potencia, la posibilidad de ser y por eso su símbolo nos recuerda al huevo, a la semilla, que conserva en su interior un misterio que solamente puede conocerse a través de la penetración, de la ruptura.
Entonces, si desde lo metafísico el cero es el no-ser, el uno es el ser.
El número uno nos remite a la unidad divina, la fuente, la causa primera, el absoluto, Dios visto como el Uno sin segundo, el indivisible pero que –al mismo tiempo– contiene en potencia a todos los demás números.
Se suele representar con un punto y este minúsculo punto –que es Dios– también puede entenderse como una esfera que lo abarca todo. Por eso a Dios se le llama también el Todo y los filósofos hermetistas afirmaban con razón: “Dios es un círculo cuyo centro está en todas partes y su circunferencia en ninguna”.
Por lo tanto, el Uno es el símbolo del Ser, fuente de todo y de todas las cosas, que no es masculina ni femenina, activa ni pasiva, simplemente es.
En el número dos aparece la dualidad, los opuestos, materia y espíritu, masculino y femenino, hombre y mujer.
Esta idea se puede representar de varias formas, como una línea recta, como una cruz donde se cruza una energía vertical (activa, masculina) y otra horizontal (pasiva, femenina) o bien puede aparecer como las dos columnas del templo salomónico, Jakin y Boaz, y en Oriente a través de la dualidad Shiva-Shakti o bien Yin-Yang.
El dos evidencia una separación que puede ser vista como una férrea oposición: Bien-Mal, Amor-Odio, Vida-Muerte, etc., pero también en esa dicotomía se encierra la posibilidad de unión o de re-unión a través de la llamada coincidencia de los opuestos.
Podemos hablar de una fuerza excéntrica, centrífuga, que divide y que puede representarse con el Diablo o Dia-bolos, que en su etimología significa justamente lo que separa y de otra fuerza concéntrica, centrípeta, que une y que perfectamente puede representarse con lo divino, o bien con el Amor más puro.
En esta dicotomía puede ejemplificarse la espiritualidad tal como la entendemos en la Rosacruz. Lo diabólico –y por favor no pensemos en un señor colorado con cuernitos– es todo aquello que nos disgrega, que genera división, separatividad, discordia, olvido, mientras que lo simbólico, lo sagrado, lo divino, es lo que nos congrega, nos une a través de la concordia y el recuerdo.
El número tres nos habla de la trinidad y de la llamada “ley del triángulo” es decir que mediante la dualidad, de esas dos fuerzas primarias que se evidencian en el número 2 se genera una tercera realidad. Estamos hablando entonces de dos fuerzas raíces: una de empuje (principio activo, masculino, yang, Shiva) que dirige la energía y otra de resistencia (principio pasivo, femenino, yin, Shakti) que la ejecuta, y de esta interacción se produce una tercera condición que implica un movimiento.
Este proceso es conocido como “trialéctico” y por eso desde lo esotérico siempre ha observado en el número 3 el fundamento constitutivo del Universo, del mismo modo que el triángulo equilátero expresa la armonía completa, el símbolo geométrico de la reunión concordante de los opuestos o “coincidentia oppositorum”
Según expresa Paul-François-Gaspard Lacuria: “El número 3 es la vuelta a la unidad, que parecía haber sido quebrantada por el número 2”. Mientras que en el 2 el Ser se divide en macho y hembra, hombre y mujer, el 3 se conecta con la idea de androginia, la perfecta unión entre los opuestos, y por lo tanto con nuestra Alma de naturaleza andrógina que siempre aparece como la intermediaria, ubicada entre lo de Arriba y lo de Abajo, lo de Adentro y lo de Afuera.
El cuatro representa lo terrenal, lo manifestado, la materia y también la estabilidad que aparece en la forma de cuatro elementos: tierra, agua, aire y fuego. La forma geométrica en la que se expresa es el cuadrado, pero también como una cruz, pero esta cruz es diferente a la del número 2. Mientras que en el 2 la cruz es una representación de dos fuerzas primarias que se cruzan, en este caso detectamos cuatro fuerzas , la diferencia radica en el entendimiento de esa cruz: como dos fuerzas en conexión, una vertical, otra horizontal (esto sería la cruz vinculada al número 2) y con 4 elementos que confluyen en un punto central. Aquí podemos hablar también de los 4 puntos cardinales, 4 fases de la luna, 4 estaciones, 4 humores, e incluso de 4 vientos.
El cuatro constituye la base de la Tetraktys pitagórica, la cual se genera a través de la adición de los 4 primeros números: 1+2+3+4=10
El número cinco se ha asociado tradicionalmente con el microcosmos, el ser humano, el cual –con sus extremidades extendidas se representa como una estrella de cinco puntas, el pentagrama, que contempla a un quinto elemento, la quintaesencia, que en verdad es el primer elemento, el fundamento de los otros cuatro, el éter, el elemento espiritual.
Por lo tanto, la estrella de cinco puntas es la forma geométrica con la que se suele representar a este número, aunque para nosotros también se corresponde a la cruz florida, es decir la confluencia de los cuatro elementos en un punto central donde florece una rosa que simboliza ese quinto elemento y la conexión con nuestro Ser Interno.
En relación a esto, los grados de nuestra Orden son cinco y se vinculan a las aves filosofales: el cuervo, el cisne, el águila, el pelícano y el fénix, cada una vinculada a un elemento y también a una etapa de desenvolvimiento del Alma.
En el seis se expresa la unión de la materia y el espíritu, el doble tres, o sea el doble triángulo, uno que apunta al cielo y otro a la tierra.
Mientras que la estrella de cinco puntas representa lo microcósmico, la estrella de seis puntas o hexagrama simboliza el Macrocosmos y en ocasiones los triángulos aparecen de colores diferentes: blanco o rojo el superior y negro o azul el inferior.
Al número siete se le suele atribuir un valor extraordinario pues surge de la unión del tres y el cuatro, donde el tres representa lo trino y espiritual mientras que el cuatro es la materia. Según palabras de Helena Blavatsky: “Consistiendo en la unión entre el número tres (símbolo de la divina tríada con todos y cada persona) y el cuatro (símbolo de las fuerzas cósmicas o elementos), el número siete hace notar la unión simbólica de la deidad con el universo”.
Este número se puede representar con una estrella de siete puntas o heptagrama, aunque también con un triángulo coronando un cuadrado, lo cual simboliza la naturaleza septenaria del hombre y del universo. En la Teosofía, el cuadrado representa el cuaternario inferior (mortal) compuesto por el cuerpo físico, el cuerpo pránico o vital, el cuerpo emocional o astral y kama manas o mente de deseos, mientras que el triángulo representa la tríada superior (inmortal) de Atma, Buddhi y Manas, es decir la chispa divina, la Intuición y la Mente superior.
En ocasiones el triángulo aparece adentro del cuadrado, lo cual podría interpretarse como el ser encarnado, lo inmaterial prisionero de lo material. Otra forma de representarlo es con la estrella de seis puntas que vimos antes pero con un punto central.
El siete aparece por doquier: en los siete colores del arco iris, los días de la semana, los siete metales, los siete planetas de la antigüedad, los siete chakras, las siete notas musicales, etc., y por eso muchas corrientes espirituales lo vinculan con la armonía de la Naturaleza y la plenitud cósmica.
Por último, en algunas corrientes espirituales se habla de siete direcciones: adelante-atrás, derecha-izquierda, arriba-abajo, siendo la séptima dirección hacia adentro, es decir la dirección que nos lleva directo al corazón.
El ocho es el doble cuatro y en lo geométrico la suma de dos cuadrados, los cuales generan un octógono, una figura que está a medio camino entre el cuadrado y el círculo, es decir entre lo material y lo divino, la resolución del viejo enigma de la cuadratura del círculo, la cual es también una “circulatura del cuadrado”, un equilibrio de los opuestos, que ya habíamos observado en otros números pero que aquí se hace patente.
El ocho también se corresponde al mundo terrestre o sublunar en relación a las siete esferas planetarias, según las antiguas concepciones aristotélicas. Este mundo sublunar, es decir por debajo de la Luna, estaba compuesto por los cuatro elementos (tierra, agua, aire y fuego) los cuales podían transformarse unos en otros.
Si el cuatro se correspondía a los cuatro puntos cardinales (Norte, Sur, Este, Oeste), en el número ocho se agregan los cuatro rumbos laterales (Noreste, Noroeste, Sureste, Suroeste) y por lo tanto aparece una evidente conexión con la rosa de los vientos, que es un símbolo vinculado a la orientación.
El nueve es un número asociado a lo cíclico y al símbolo de la rueda y por ende a la circunferencia, que tiene 360 grados, lo cual puede reducirse teosóficamente a 9, porque 3+6+0=9. Y también hay que decir que este círculo se subdivide en dos partes de 180 rados, lo cual es 1+8+0=9, o bien cuatro partes de 90 grados, 9+0=9, e incluso 8 partes de 45 grados: 4+5=9, y podríamos seguir.
Siendo así el nueve es un número circular porque todos sus múltiplos vuelven a él: 9×5=45, es decir 4+5=9, 9×9=81, 8+1=9 e incluso 9×56=504, 5+4+0+4=9 y 9×527=4743, 4+7+4+3=18, 1+8=9.
Según indica Chevalier: “Por ser el nueve el último de la serie de las cifras, anuncia a la vez un fin y un nuevo comienzo, es decir, una transposición a un nuevo plano. Se encontraría aquí la idea de nuevo nacimiento y germinación, al mismo tiempo que la de la muerte. (…) Expresa el fin de un ciclo, el término de una carrera, el cierre del anillo”.
El nueve no solamente remite a los ciclos y a la rueda sino también al ser humano, ya que éste aparece en fuentes indas como una “ciudad de nueve puertas” (dos ojos, dos narinas, dos oídos, una boca, un ano y una vagina o pene), el emplazamiento sagrado donde mora la divinidad.
El diez no es otra cosa que 1+0=1, la vuelta a la unidad, el regreso a la fuente. Si al nueve, representado por la circunferencia, le agregamos el punto en el centro, que vinculamos con el número uno, tendremos entonces 9+1=10.
Diez es el número sagrado que se desprende de la tetraktys pitagórica y nos habla de totalidad, de realización espiritual, de perfección y trascendencia. También es el número capital del árbol sefirótico de la Kabbalah, donde hay 10 sefirot o esferas que no son otra cosa que dimensiones. En el tratado cabalístico Ma´arekhet ha-Elohut se dice: “Las diez sefirot son el fundamento de todo lo que se limita por medio del número, por lo tanto, ningún número puede superar lo decimal, como saben todos los matemáticos”.
Por lo tanto, el diez es “la total consumación de números”, el número de la reintegración, del retorno a la unidad.