Un viaje de un solo paso
“Nuestro destino nunca es un lugar, sino una nueva forma de ver las cosas”
(Henry Miller)
El viaje interior es un proceso de purificación y de transformación mediante el cual cada ser humano tiene la posibilidad de descubrir su propia naturaleza, para descartar todo lo que no es a fin de concentrarse en lo que es. Por esta razón, Junayd al-Bagdâdi decía que el sendero a la iluminación es un camino de un solo paso y que este paso era simplemente “salir de sí mismo”, desprendernos del Ego para focalizarnos en el Ser.
Este viaje de un solo paso consiste en el abandono consciente de nuestras limitaciones, que es la única forma de alcanzar una libertad plena.
Un solo paso, ¡pero qué paso tan difícil de dar! Los sabios de la humanidad han coincidido en que esta travesía interna es la tarea más complicada y desafiante que podamos emprender nunca, pero -por otra parte- es la única que puede otorgar sentido a nuestra existencia.
La Filosofía Iniciática es una filosofía del riesgo, y los nobles caminantes saben que la felicidad no está ni en la satisfacción de los deseos ni en el conformismo sino en la osadía, en la aceptación de los retos de la vida para darles una debida respuesta.
Durante mi peregrinación compostelana recibí un magistral consejo en una taberna perdida de Burgos. Otro peregrino, al verme cubierto de nieve y con un frío que me calaba los huesos, me dijo: “Enamórate de la incomodidad, pues la comodidad nos lleva a la conformidad. Por el contrario, la incomodidad es sinónimo de inconformidad, y un peregrino nunca debe conformarse porque la conformidad es inmovilidad”.
La mayoría de las personas sienten un llamado, un impulso interno a aventurarse en territorios nuevos. Sin embargo: no están dispuestos a pagar el precio, les cuesta muchísimo abandonar su zona de confort. En otras palabras: quieren cambiar sin cambiar.
El mundo desacralizado, chato y simplón de los modernos es la zona del “non plus ultra”, del “no te atrevas”, donde la gente prefiere “al malo conocido que al bueno por conocer”. Las tradiciones iniciáticas, por el contrario, nos invitan a conocer otro mundo, otra realidad, ingresar un espacio sagrado al que se accede únicamente “dando el paso”. En esta zona de transformación es donde todos nuestros esfuerzos, nuestras vivencias y nuestros afectos cobran total sentido.
El viaje espiritual no es progresivo sino regresivo, pues consiste en la recuperación de algo que perdimos, en una vuelta al punto de origen, que es divino y suprahistórico. Por lo tanto, regresar no significa “volver a la edad de piedra” sino retornar a la fuente primordial, que “está fuera y más allá de la humanidad” según explicó muy bien René Guénon. Mircea Eliade, por su parte, hablará de un tiempo que está por encima del tiempo: “in illo tempore” (“en aquellos tiempos”), en otras palabras un tiempo sagrado.
Por lo tanto, es necesario comprender que el viaje iniciático transcurre por este tiempo que está por detrás del tiempo y por un espacio que está por detrás del espacio, es decir en unas coordenadas espacio-temporales que no son accesibles para todos. Nuestro viaje es aquí y ahora, pero –al mismo tiempo– transcurre en otro tiempo, en otro espacio, en otro mundo.
Ese espacio alternativo, ese territorio de magia y aventuras no está lejos, está aquí mismo y es el mundo del Alma, interregno entre lo sensible y lo suprasensible, el Mundus Imaginalis.
Si este mundo está tan cerca de nosotros, ¿por qué no lo vemos? ¿por qué no accedemos a él? Desde siempre, los artistas, los místicos y los iniciados han insistido en que, para ver la realidad en su totalidad y comprenderla en su sentido más profundo, es necesario desarrollar una visión interna, re-educar la mirada. Limpiar el lente. Abrir el ojo del corazón.
Llenar de sentido la Navidad
Olvidémonos por un momento de todas las cosas que solemos asociar con la navidad: el arbolito, los regalos, Papá Noel… pero también ignoremos todo aquello vinculado al nacimiento del niño Jesús: el pesebre, los villancicos, y hasta la misma natividad.
Si despojamos a estas fiestas de todas aquellas cosas que se han ido sumando a lo largo de los siglos, ¿qué nos queda?
En rigor de verdad, la navidad es la denominación cristiana del “solsticio de invierno” (de verano en el hemisferio austral), un hito cósmico que tiene al Sol como protagonista, el cual renace en medio de las tinieblas invernales para llenar el planeta de Luz, Vida y Calor.
Los antiguos, en perfecta comunión con la naturaleza, celebraron de formas diversas este triunfo de la vida sobre la muerte, comprendiendo que la oscuridad no existe por sí misma sino que es solamente la ausencia de la luz.
En esta línea de pensamiento, el sol siempre fue considerado un símbolo evidente de la magnificencia divina, la imagen visible de una realidad invisible, y todos los pueblos lo veneraron aunque como representación de “otra cosa”.
Sobre esto, el búlgaro Omraam Mikhael Aivanhov decía que “el sol debe ser solamente un intermediario que nos permita encontrar a Dios, a nuestro Sol interior. (…) Algunas personas, según parece, temen que tomemos al sol como Dios mismo. No, que se tranquilicen, no es cuestión de confundir a Dios con el sol. Dios es inconcebible, inexpresable, y nunca podríamos tener una idea exacta de lo que Él es. Nosotros no adoramos al sol, únicamente adoramos a Dios. Pero si profundizamos en la imagen del sol en tanto que símbolo, nos vemos obligados a reconocer que es, para los humanos, la mejor imagen de Dios. Eso es todo. Esta es nuestra convicción absoluta. Y ello signifca que hay que aprender a encontrar al sol interior” (1).
Para los cristianos, ese Sol que aparece en el medio de la noche más oscura es Jesús el Cristo, que -a imagen y semejanza del Sol- llega a la Tierra para llenarla de Luz, de Vida y de Amor.
Los profanos -aquellos que solamente pueden ver la superficie de las cosas- al encontrar similitudes entre Jesús y otros personajes míticos terminaron por confirmar sus prejuicios sobre el salvador cristiano, concluyendo que éste es un plagio, una imitación de algo anterior, aunque en verdad -desde una perspectiva iniciática- estas semejanzas no son otra cosa que la confirmación de una verdad arquetípica.
Dicho de otro modo, que el Cristo sea comparado con Mitra, Horus, Attis y otras divinidades no lo niega sino que termina por confirmar que -detrás de un ser humano mortal conocido como Jesús de Nazareth que nació, vivió y murió- existió “otro ser” inmortal y que llamamos “Cristo”.
Mientras que Jesús representa la naturaleza física y humana de cada uno de nosotros, el Cristo simboliza nuestro Yo más alto, metafísico y divino. Uno es la cruz, el otro la rosa que debe nacer en el corazón del hombre.
Por eso, mientras los historiadores siguen discutiendo sobre la historicidad de un personaje llamado Jesús que existió (o no) hace más de 2.000 años, nosotros deberíamos poner el foco en otro lado: en el Cristo-semilla latente en nosotros, en nuestra propia naturaleza crística que tendrá que manifestarse tarde o temprano.
Entonces: despojemos -por un instante al menos- a la navidad de todos sus agregados y recuperemos lo esencial: el Sol en nosotros, el Cristo vivo, la rosa aromática que perfuma la cruz.
¡Feliz navidad!
Ver también: El árbol de la vida en navidad, Simbolismo del pesebre navideño (I) y Simbolismo del pesebre navideño (II)
Palabras de Antonio Medrano
“Cristo, Sol eterno, Luz del mundo, nace para que despertemos, para que salgamos del sueño en que nos hallamos sumidos, para que nos sacudamos la ignorancia o ceguera espiritual que nos tiene aprisionados. Su Luz redentora, renovadora y liberadora quiere abrirse paso hasta lo más profundo de nuestro ser para que recobremos la memoria, nuestra más alta memoria, que nos permitirá salir de la amnesia en que vivimos y recordar nuestra verdadera naturaleza, nuestro destino, nuestro origen y nuestro fin último.
Cristo, Sol de Justicia, nace para iluminar mi mente, para rescatarme de mi torpor y de la oscuridad que me oprime. Nace para reconducirme a mi ser (o mejor, a mi Ser, a mi Esencia divina), para recordarme quién soy, de dónde vengo y adónde voy, hacia dónde debo encaminarme, qué o quién estoy llamado a ser. El Sol eterno nace para que yo nazca de nuevo, para que yo nazca en verdad saliendo de la semivida, infravida, no-vida o muerte en vida en la que languidezco y me arrastro sin pena ni gloria, de forma tan lamentable como miserable”.
Notas del texto
(1) Aivanhov, Omraam Mikhaël: “Sois dioses”
Simbolismos geométricos
“Que nadie entre aquí si no sabe geometría” (Academia platónica)
En su observación de la Naturaleza, los antiguos reconocieron una oposición primordial entre el Padre Cielo (positivo, activo, masculino) y la Madre Tierra (negativa, pasiva, femenina). Atendiendo a la forma de la bóveda celeste y al movimiento cíclico que podía observarse en lo alto determinaron que la forma geométrica ideal para representar el Cielo era el Círculo.
La Tierra, por el contrario, con sus cuatro direcciones y sus cuatro elementos, se relacionó al Cuadrado y en estas dos figuras geométricas primordiales -Círculo y Cuadrado- podemos observar con claridad la oposición Tierra-Cielo.
Mientras que el Cielo fue ligada con lo divino, lo trascendente y lo eterno, la Tierra se vinculó a lo humano, lo creado y lo perecedero.
Los filósofos iniciados del pasado, reflexionando sobre esta aparente oposición, encontraron una conexión entre lo de Arriba (el Macrocosmos) y lo de Abajo (el Microcosmos) y concluyeron que “así como es Arriba es Abajo”, argumentando que entre ambos existe un punto medio, un espacio donde el Círculo (Espíritu) y el Cuadrado (Materia) pueden entrar en comunión.
Ese punto intermedio entre el Espíritu y la Materia es el Alma, la eterna mediadora, y es ella la única que puede -como decían los alquimistas- “espiritualizar la materia” o “bien corporeizar el espíritu” (“hacer volátil lo fijo y fijo lo volátil”).
Por otro lado, la figura geométrica que está a medio camino entre el Círculo y el Cuadrado es el Octógono, un punto de encuentro donde es posible solucionar el problema de la “cuadratura del círculo” que es también puede considerarse una “circulatura del cuadrado”.
La cuadratura del círculo nos transmite la idea de una “coincidentia oppositorum”, una completa integración de los opuestos, la unidad del Espíritu y la Materia, que los rosacruces resumen en la máxima “Ad Rosam per Crucem – Ad Crucem per Rosam” (A la Rosa por la Cruz, a la Cruz por la Rosa”).
Triángulos
La diferenciación entre lo humano y lo divino puede también expresarse en otras figuras geométricas, en especial en el Triángulo (1).
En el triángulo equilátero podemos observar una proporción perfecta, un equilibrio armónico que nos recuerda a la perfección divina. Por esta razón, este triángulo siempre ha sido relacionado a lo trascendente y los judíos colocaron en él la letra “Yod” (la primera letra del Tetragramaton o nombre de Dios) para representar a la divinidad pura. En ocasiones, esta letra hebrea se sustituye por un ojo, convirtiendo a este triángulo en “el ojo que todo lo ve”, un conocido símbolo judeo-cristiano que ha sido adoptado por la Masonería en sus logias.
Cuando el triángulo equilátero es cortado exactamente por la mitad, se forman dos triángulos rectángulos. En otras palabras, esa figura “perfecta” pasa a ser imperfecta y el Uno se convierte en Dos figuras separadas que contienen al Tres, transmitiéndonos una idea de separación, que no es otra cosa que la caída de Adán en la materia.
No obstante, a través de la perfecta unión de sus partes, el triángulo rectángulo puede reconvertirse en un triángulo equilátero, “re-ligando” (volviendo a unir) lo que estuvo unido desde un principio. Esta labor de recuperación de la forma original perdida es denominada -desde la Filosofía Iniciática- “reintegración”.
El triángulo rectángulo también suele llamarse “triángulo egipcio” debido a que los constructores del Antiguo Egipto usaban una cuerda de 13 nudos en proporción 3, 4 y 5 para trazar fácilmente ángulos rectos en el suelo, práctica que fue heredada siglos mas tarde por los albañiles medievales, quienes la conservaron como un secreto de su oficio.
Este triángulo también fue utilizado por Pitágoras pen la formulación de su famoso teorema: “En un triángulo rectángulo el cuadrado de la hipotenusa es igual a la suma de los cuadrados de los catetos”, aunque es bien sabido que el sabio de Samos simplemente recogió y sintetizó lo que ya sabían desde mucho antes los matemáticos y arquitectos de Egipto y Sumeria.
La proporción de los lados del triángulo rectángulo (3, 4 y 5) ha sido adoptada en nuestros días por los masones, quienes la utilizan de forma simbólica en sus rituales. Sobre esto, Francisco Ariza revela que “la apertura de una logia operativa sólo es efectiva cuando son reunidas las tres varas que portan cada uno de los tres Grandes Maestros formando un triángulo rectángulo (también llamado “pitagórico”), pues dichas varas están en la proporción 3-4-5, valor numérico, precisamente, del nombre de El Shaddaï en hebreo” (2).
La escuadra masónica que porta el Venerable Maestro Masón está íntimamente ligada a la proporcionalidad del triángulo rectángulo, aunque carece de la hipotenusa de valor 5, lo cual recuerda la ausencia del Maestro Hiram Abiff. Esto significa, dicho de otro modo, que la Palabra Sagrada (o de una de sus tres sílabas) se ha extraviado, por lo cual la Francmasonería debe recuperarla.
René Guénon hablaba de esto en uno de sus escritos y decía: “En la época de la construcción del Templo, la “palabra” de los Maestros estaba, según la leyenda del grado, en posesión de tres personajes que tenían el poder de comunicarla: Salomón, Hiram, rey de Tiro, e Hiram-Abi; admitido esto, ¿cómo puede bastar la muerte de este último para causar la pérdida de la “palabra”? La respuesta es que, para comunicarla regularmente y en forma ritual, se necesitaba el concurso de los “tres primeros Grandes Maestros”, de tal manera que la ausencia o desaparición de uno sólo de ellos hacía imposible esta comunicación, así como es imposible formar un triángulo si no es con tres ángulos” (3).
En la joya del Past-Master, es decir del Maestro que ha dejado su cargo de Venerable, el triángulo vuelve a aparecer completo, dando a entender que a través de la experiencia y la vivencia interior la Palabra ha sido reencontrada.
Estrellas
El pentagrama pitagórico (estrella de cinco puntas) ha sido utilizado tradicionalmente para representar al microcosmos, imaginando en esta figura a un hombre con sus cuatro miembros extendidos (en otras palabras, los cuatro elementos) más su cabeza (quinto elemento). Este símbolo, popularísimo durante el Renacimiento, alcanzó en el “Hombre de Vitruvio” de Leonardo Da Vinci su máxima expresión.
Como complemento a esta idea, podemos ver en el hexagrama (estrella de seis puntas) la reunión de dos triángulos equiláteros opuestos y entrelazados, uno con su vértice apuntando hacia arriba y otro hacia abajo. A veces, los triángulos aparecen de colores diferentes: blanco o rojo el superior y negro o azul el inferior (por ejemplo en el “pantáculo” martinista), pero siempre están indicando dos direcciones u orientaciones, una hacia lo alto y otra hacia abajo, manifestando de ese modo la conexión entre el Microcosmos y el Macrocosmos.
Esta estrella de seis puntas conecta el Cielo y la Tierra, lo de arriba y lo de abajo, el agua y el fuego, a Shiva con Shakti, recordando que detrás de toda aparente dualidad subyace la Unidad última.
En la Gran Obra alquímica, el hexagrama indica la completa integración manifestada en el andrógino, que no es pasivo ni activo, masculino ni femenino, horizontal ni vertical. Esto mismo se puede aplicar a Jesús el Cristo como símbolo y la unión perfecta de lo humano (Jesús) y lo divino (el Cristo).
Siendo así, al mismo tiempo que podemos observar en la estrella de cinco puntas al microcosmos (el Hombre), podemos también vincular al hexagrama con el Macrocosmos (el Hombre Universal, Adam Kadmon o Purusha) debido a su carácter integrador y universal.
Véase también: Notas sobre Geometría Sagrada
Imágenes









Notas del texto
(1) Los rosacruces profundizan en esta idea al hablar de la “ley del triángulo” mientras que los teósofos -por su parte- estudian la concepción de un “Triple Logos”.
(2) Ariza, Francisco: “Aspectos simbólicos de algunos rituales masónicos operativos”
(3) Guénon, René: “Estudios sobre la Masonería y el Compañerazgo”, vol. II
Entrevista a Ibiza Melián
Hace pocas semanas tuve el gusto de conocer a la escritora española Ibiza Melián y me interesó particularmente su enfoque que hace del rosacrucismo en su libro “La Hermandad de Doña Blanca” (2015). Después de leer esta novela, me comunique con Ibiza para solicitarle una entrevista, a la cual accedió amablemente.
¿Quién es Ibiza Melián?
Soy graduada en Derecho. Especialista en Mediación Civil y Mercantil. Mediación Laboral. Además, tengo un Máster Universitario en Derecho de las Administraciones Públicas. Máster en Comunicación Política y Empresarial y otro en Asesoría y Gestión de Inmuebles. Actualmente estoy realizando un doctorado en Ciencias Sociales y Jurídicas. Asimismo, durante doce años fui concejal municipal. Ya que, tras una década de trabajo en el ámbito turístico, al estar también titulada como Técnico Superior de Agencias de Viajes, quise trasladar mi humilde experiencia adquirida en el sector privado al público.
¿Cómo surge tu interés por la escritura?
Hace tiempo escuché al escritor cubano Carlos Alberto Montaner decir algo que plenamente comparto, que lo mejor de escribir es poder aprender. Porque un libro surge tras la irrupción de un interrogante, para el cual no tenemos contestación. Y con el propósito de lograr una solución comienza poco a poco a componerse una obra. No solo en mi caso desde la perspectiva del ensayo, sino también en cuanto a la novela o los relatos.
Así que mis libros nacen a partir de la necesidad de comprender los problemas que nos aquejan. Problemas que durante siglos han corroído los cimientos del Estado español y los de sus herederos culturales. Tema que he abordado en Historias de un pueblo (2011) desde una perspectiva histórica. También con un punto de vista político y religioso, tanto en La Hermandad de Doña Blanca (2016) como en Crisis de fe y otros relatos (2017). Cuya síntesis plasmé en Simbología (2017). O bien por medio de una óptica institucional en el caso de La corrupción en España y sus causas (2015).
De igual modo, la libertad es una cuestión recurrente en mi obra. Corriente filosófica que he desgranado en La relación de Sorolla con los liberales de su época (2010) o en Una incipiente aproximación al liberalismo (2010). Libertad que fomenta el progreso de las sociedades. Pero no exclusivamente la económica, que para mí es una mera consecuencia más de la individual. Sino la libertad del ciudadano en toda su extensión, aquella que le permite ofrecer al mundo la plenitud de su potencial. Porque exclusivamente podremos perfeccionarnos como comunidad cuando cada cual sea capaz de mostrar su más brillante versión personal.
Otra materia en la que me he adentrado es el turismo, en Mi personal visión sobre la industria turística (2010), sector que representa un considerable porcentaje del producto interior bruto español. Y, por último, he tocado las estrategias comunicativas empleadas en la política, las cuales los ciudadanos deben conocer si no quieren ser presa de manipulación alguna. Desde ese argumento nació La comunicación política del siglo XXI (2011).
Actualmente me encuentro culminando un ensayo acerca de las consecuencias que tiene nuestra raíz cultural en la corrupción. Libro que espero que esté publicado a lo largo de 2019, bajo el nombre de La corrupción inarmónica. Un amplio trabajo de investigación que me ha llevado casi cuatro años. Ensayo en el que desgrano las distintas corrientes exotéricas y esotéricas a lo largo de la historia y su incidencia en el pensamiento político. Parto desde el Antiguo Egipto y su influencia en el mundo helénico (pitagorismo, platonismo y orfismo). La adaptación de este saber por parte de las tres religiones de libro y sus dispares líneas místicas. Hasta llegar a las sociedades discretas: rosacrucismo, martinismo y masonería. Ya presenté un resumen de este estudio en el XIII Congreso de la Asociación Española de Ciencia Política y de la Administración (AECPA). Evento que se celebró en septiembre de 2017 en la universidad española de Santiago de Compostela.
¿Qué te impulsa a escribir “La Hermandad de Doña Blanca?
Dar respuesta a una pregunta crucial: ¿Por qué determinados males atacan más virulentamente a España que a otros países? En base a ello en un determinado momento percibí que para desentrañar el enigma debía indagar en nuestra historia. Decía el filósofo Santayana que: «Aquellos que no recuerdan el pasado están condenados a repetirlo».
Y fue precisamente durante esa búsqueda cuando hallé todo un riquísimo movimiento intelectual, surgido en una época que para mí guarda muchísimas similitudes con la actual, la Restauración. Periodo de la historia española que abarca desde finales de 1874 hasta el 14 de abril de 1931. Etapa caracterizada por el lema del cacique: «para los enemigos la ley, para los amigos el favor».
Pues bien, en ese espacio temporal irrumpe con fuerza en España el krausismo. Corriente de la que bebió la generación del 98, la del 14, la del 27. Así como los regeneracionistas y los institucionistas. Gracias a la gran labor de difusión realizada por la Institución Libre de Enseñanza (ILE), liderada por Francisco Giner de los Ríos. Todos ellos tenían como fin último sacar a España de su retraso a través de la renovación de las ideas. Para quienes España se sustentaba en tres pilares: el pueblo, los verdaderos protagonistas de la historia; los monumentos, nuestro patrimonio arquitectónico como fuente de riqueza y exponente identitario; y el paisaje, para quienes Castilla era el símbolo de nuestra patria.
De tal manera que debido a los postulados de todo ese movimiento intelectual opté por decantarme por el enclave donde se desarrolla la trama de La Hermandad de Doña Blanca, Castilla – La Mancha. Que es la tierra de otro de los personajes más universales de nuestras letras, «El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha». Mismo paraje que utilicé en mi ensayo novelado anterior Historias de un pueblo.
Por otro lado, esa falta de libertad que durante siglos ha asfixiado a España, por la que don Quijote instaba a «aventurar la vida», ha sido más virulenta con la mujer. Y ese ostracismo, al que hasta hace escaso tiempo hemos estado sometidas, lo encarna perfectamente doña Blanca de Borbón. Utilizada como moneda de cambio para sellar una supuesta alianza entre España y Francia. Y después otra vez usada su figura por los nobles para ampliar su poder frente al rey. Quien concita, presuntamente en defensa de su honor, la primera guerra civil nacional. A quienes los Reyes Católicos rendirán su merecido homenaje en 1447. La mujer, a quienes se nos ha relegado siempre bajo el auspicio de una interesada interpretación del pasado. Y para mí la triste existencia de doña Blanca de Borbón representa un espectacular estandarte para reivindicar nuestro papel en la historia.
¿Tu novela trata sobre política, sobre rosacrucismo o de otra cosa?
Mi libro se centra en el ansia de regeneración para España que tienen sus personajes. Y para mi ese afán regenerador lo llevó a su máximo exponente el movimiento rosacruz de finales del siglo XVII. Corriente que aspiraba a una regeneración política, científica y del propio individuo dentro de Europa. Así que extrapolé ese espíritu a España y enarbolé la bandera de los regeneracionistas españoles.
Los regeneracionistas beben de las fuentes del krausismo. La adaptación española del pensamiento de Krause, considerado como el filósofo de la masonería. Los regeneracionistas se diferencian del resto de movimientos intelectuales —generación del 98, la del 14 y la del 27— en que en sus escritos primaba más el componente político que el literario. Soñaban con cambiar España, ponerla a la altura del resto de naciones europeas.
Regeneracionistas que eran conscientes de que la raíz del mal estuvo en la tímida acogida que se prodigó en nuestro país a los flamantes aires de la Ilustración que soplaban con fuerza desde Europa. Lo que provocó una débil aplicación de los mismos. Ideología que promulgaba romper con las fórmulas del Antiguo Régimen, para dar paso a los incipientes «Estados Liberales de Derecho». La primera Constitución que se hizo acopio de estos planteamientos fue la de 1812. Pero los efímeros periodos constitucionales españoles desde ese instante, rotos por otros autoritarios, impidieron la consolidación de la referida doctrina en España. Y no se pudo insuflar en la población un auténtico sentimiento patriótico compartido por todos. Lo que sí ocurrió en otros Estados. Sin embargo, aquí hemos vivido inmersos perennemente en «las dos Españas». Una «que se obstina en prolongar los gestos de una edad fenecida», y otra «España vital, sincera, honrada, la cual estorbada por la otra, no acierta a entrar de lleno en la historia». Según la magistral definición de Ortega y Gasset.
Mas, yo me quedo con el ideal de alcanzar la Tercera España. Aquella que para Salvador de Madariaga era la de la libertad, la integración y el progreso. En la que no cabe pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor. Pues la historia nos demuestra que no es cierto. Lo que tenemos que hacer es analizar nuestros elementos diferenciales con respecto a las naciones de nuestro entorno. Con el fin de poder detectar nuestros puntos débiles y así fortalecerlos.
De manera análoga, La Hermandad de Doña Blanca cuenta con otra particularidad. Se trata de un tributo especial al regeneracionista José Echegaray y Eizaguirre, Premio Nobel de Literatura en 1904. Quien amargamente se quejaba de una nación «donde no hubo más que látigo, hierro, sangre, rezos, braseros y humo».
Y es que cuentan que otro insigne literato, Ramón María del Valle-Inclán, adscrito a la generación del 98, sostuvo un áspero enfrentamiento con Echegaray. Tal fue el grado de enemistad que en cierta ocasión Valle Inclán necesitó que le hicieran una transfusión de sangre, debido a una grave enfermedad que lo mantuvo hospitalizado. Así que hasta el centro hospitalario se acercó Echegaray para hacer lo propio. Sin embargo, al enterarse Valle-Inclán del ofrecimiento le espetó al médico: «¡Doctor, ni se le ocurra! No quiero la sangre de ese. La tiene llena de gerundios». Pues bien, en La Hermandad de Doña Blanca hago un guiño a esos hermosos gerundios utilizados por el primer español que ganó el Nobel.
¿Qué aspectos te interesan de la Rosacruz?
Tanto La Hermandad de Doña Blanca como La corrupción inarmónica, libro en fase de conclusión, me han permitido estudiar un poco mejor este movimiento. Además, tuve la suerte de que cuando fui a presentar La Hermandad de Doña Blanca conté con el apoyo de la Antigua y Mística Orden Rosa Cruz – AMORC en España. Lo que agradezco enormemente, pues he de resaltar que no estoy adscrita a ningún grupo iniciático.
El primer contacto que mantuve con la Antigua y Mística Orden Rosa Cruz – AMORC fue el 30 de abril de 2016, a través de un correo electrónico. Mensaje que contenía una invitación a la primera presentación literaria de La Hermandad de Doña Blanca. Debido a que el espíritu rosacruz era el eje vertebrador de mi relato, me pareció oportuno que participasen en el evento. Mensaje que gratamente respondieron con la confirmación de su asistencia. Y a partir de ahí me abrieron las puertas de sus logias en Tenerife, Gran Canaria y Madrid para exponer mi obra.
¿Es comparable la situación política de inicios del siglo XVII -cuando se publicaron los manifiestos rosacruces que proponían una “reforma”- con la situación de nuestros días?
En la aparición de los rosacruces, en la etapa de estos tres manifiestos, subyace una proclama sobre la necesidad de promover el humanismo y la espiritualidad. En tratar de mejorar el mundo a través de la perfección individual. Ya que no hay que olvidar que surgen en una era de crisis, luego de que irrumpieran los protestantes, que acabaron con la hegemonía de la res publica christiana. Con el dominio absoluto del emperador y el papa. Y es que fue la Paz de Westfalia, en 1648, la que marcó un antes y un después. Tratados que pusieron punto y final a la denominada guerra de los Treinta Años, que se saldó con la muerte de una gran parte europeos. Disputas entre católicos y protestantes, que afloraron con la irrupción de los movimientos de reforma de Lutero (1517), Zwinglio (1522) y Calvino (1541).
Por tanto, se trataba de una época de transformación y quizás en ese sentido sea equiparable al momento actual. Pero su proclama de ahondar en el humanismo y la espiritualidad solo se concretó en determinadas corrientes iniciáticas. De modo que, si tuviera que rescatar una utopía sería la del abad calabrés Joaquín de Fiore y su anhelada «Edad del Espíritu Santo», a la que también aludo en La Hermandad de Doña Blanca. Un periodo que debería estar regido por la plena libertad y donde todo el conocimiento esotérico, reservado a unos pocos, se tornaría en exotérico, revelado a todos.
Hoy en día se habla mucho de conspiraciones que involucran la política, la economía y en ocasiones también se citan órdenes de corte esotérico. ¿Crees que existe algún tipo de conspiración orquestada?
No. Una cosa es que como en toda institución compuesta por seres humanos algunos individuos se desvíen de la norma y otra que el fin de una organización entera sea una orquestada conspiración. Quizás esta creencia se deba a dos factores. El primero de ellos es muy latino, siempre echar la culpa a los demás de los males propios. Porque la autorreflexión para detectar nuestros errores y aciertos, en pro de mejorar, resulta impensable. La otra es la rumorología que despierta todo aquello que desconocemos.
El fin de cualquier corriente esotérica —rosacrucismo, masonería, martinismo— es dotar a sus iniciados de herramientas para que se perfeccionen como personas, sean útiles a la sociedad y que se logre así el desarrollo conjunto. No obstante, si las analizas detalladamente en su esencia, no hicieron más que aplicar lo promulgado por los místicos cristianos. Idéntico a lo que defendió, por ejemplo, san Bernardo de Claraval, Joaquín de Fiore o el Maestro Eckhart. O ya en el protestantismo, Jacob Böhme.
El problema fue que el pensamiento de san Bernardo perdió la batalla ante la escolástica. Pues no hay que olvidar que la base ideológica de la Iglesia católica actual es el tomismo de santo Tomás de Aquino. Pero san Bernardo de Claraval ya hablaba de la necesaria humildad y de luchar contra la soberbia. Instaba a que para llegar a Dios había ineludiblemente que conocerse primero a uno mismo. Y que ese autoconocimiento y corrección individual tenía que servir para ayudar a los demás. Aparte de recordarle al sujeto que ha de esforzarse constantemente por progresar.
En cuanto a la petición de libertad es la base del joaquinismo. Un ideal en el que las normas y gobiernos quedarían circunscritos a su mínima expresión, debido a que el ser humano conseguiría hacer el bien por el bien mismo, no porque nadie se lo impusiese. Arquetipo que repetirá Kant con su imperativo categórico. Inclusive en el taoísmo oriental se habla de que el gobernante sabio es el que menos actúa. A causa de que desde el Antiguo Egipto existía la creencia de que el sujeto iluminado, Ah, era el que vivía en armonía con su entorno, Maat.
Si bien este tipo de doctrinas suponen un ataque para el statu quo. De ahí que siempre hayan sido virulentamente combatidas por quien poseyera el poder en cada momento. Por tanto, se promovió la figura del «rey-filósofo», del «cirujano de hierro» español. Un hipotético superhombre agraciado de carismas divinos que mantuviese al resto en una perpetua minoría de edad. Pero claro, como supuestamente perfecto solo hay uno y no es de este mundo, al final siempre aparecen desviaciones en el sistema. Si en muchos países se trató de atajar este mal a través del refuerzo de la separación de poderes, conscientes de la vulnerabilidad de la naturaleza humana, otros se empeñaron en continuar buscando al Mesías salvador. Con la consiguiente ostentación de mayores tasas de corrupción.
En temas simbólicos y esotéricos, ¿qué autores y que libros consideras tus referentes?
Los movimientos esotéricos parten de las grandes tradiciones religiosas exotéricas. A lo que se suman las variadas líneas de pensamiento filosófico. Por consiguiente, para conocer lo esotérico primero hay que conocer muy bien lo exotérico. En caso contrario se corre el riesgo de llegar a desacertadas conclusiones. Aprendizaje que puede llevar toda una vida.
Esto lo explicó muy bien Louis Claude de Saint-Martin, figura central del martinismo, que aseguraba que hay que estudiar profundamente la doctrina católica para después poder aspirar a una fe más intimista. De tal manera que Cristo pudiera nacer en el corazón. Lo que los masones simbolizan con la estrella flamígera o los rosacruces con la rosa roja.
En el Antiguo Egipto entendían todo a partir de la religión. De ahí que los griegos los llamasen sabios y para distinguirse de ellos se autodenominaron filósofos, al considerar que su conocimiento era más reducido. Platón hablaba de que solo los filósofos eran capaces de llegar a la Idea suprema del Bien. Desde ahí se articularon multitud de tendencias que inculcaban la máxima eticidad entre sus miembros, al objeto de ayudar a la sociedad a superarse constantemente. Líneas de pensamiento que empleaban en sus enseñanzas símbolos con semejantes significados.
Ergo, el concretar la proclama de regeneración de los rosacruces del siglo XVII, pasa ineludiblemente por aprender aquel lenguaje y adaptarlo a las necesidades de esta época. Sin olvidar que muchas de las ideologías políticas y teorías filosóficas bebieron de esas fuentes. Ergo, hemos de conocer la raíz para su plena comprensión.
¿Qué personajes históricos consideras que han podido ligar conscientemente el mundo político y el mundo espiritual?
Tanto en Europa como en Estados Unidos la llegada al poder de masones ha sido una constante. Por eso a la masonería se la denomina escuela de formación de ciudadanos, logias encargadas de la educación en los valores de la libertad desde su máxima concepción. Pero desde Pitágoras este fue un gran anhelo y Platón recogió con posterioridad el guante.
¿España está en crisis, el mundo está en crisis o simplemente no hay crisis?
Hasta 1820 casi todos los humanos vivían en deplorables condiciones. Nacían y morían prácticamente sin variar su modus vivendi. Status que se heredaba de generación en generación. Pero a partir de ahí el mundo se desarrolló exponencialmente. La pobreza se redujo, la esperanza de vida aumentó. Y desde ese momento los cambios fueron vertiginosos. El conocimiento se incrementa tan rápido, que vemos como avances tecnológicos en poco tiempo quedan desfasados. Esto nos lleva a la necesidad de cultivar una mentalidad de disposición constante a desaprender y a aprender lo nuevo. Ya nada es fijo, sino que las transformaciones se producen velozmente. De nuestra capacidad de adaptación depende el que percibamos esta situación como crisis o como una oportunidad para mejorar.
En 1926 se firmó la Convención sobre la Esclavitud, las mujeres ya no aceptamos que se nos mantenga relegadas a un segundo plano. Y estamos de acuerdo en que es necesario seguir esforzándonos por mejorar la calidad de vida de todos los habitantes del planeta. Los lazos de unión entre personas de diferentes lugares geográficos cada vez son más fáciles, gracias a las nuevas tecnologías. Lo que nos lleva a caer en la cuenta de que todos somos ciudadanos del mismo mundo.
Ahora solo nos queda reforzar la combinación de esa enorme innovación con el saber primigenio, la prisca theologia venerada por Marsilio Ficino durante el Renacimiento. Culturas que eran conscientes de la importancia de la Naturaleza y de que debían mantener una existencia armónica con todos. Pues como afirmaba el principio hermético, toda causa tiene su efecto y viceversa. Por lo que, si contaminamos empeoraremos el medioambiente y con ello nuestra salud. Y si no tratamos de forma igual a los demás, acabaremos por recibir aquello que hemos sembrado. En suma, el código ético de cualquiera de las tradiciones, ya sea exotérica o esotérica, y que durante toda la historia se empeñaron en divulgar a sus adeptos.
¿Tus investigaciones te han movilizado internamente? ¿En qué te han cambiado? ¿De qué forma te han influido?
Decía san Juan de la Cruz que el cambio solo comienza tras pasar por «la noche oscura del alma». El mito del héroe en todas las culturas, según Joseph Campbell. La bajada a los abismos, para luego retornar renacido. Los cabalistas lo llaman el vacío existencial. Y en cierta manera esto ha sido la raíz de cada una de mis investigaciones. Un profundo sentimiento de desazón por no tener una respuesta satisfactoria ante problemas que suceden en mi entorno. Sensación que suscitó en mí una gran motivación por profundizar en un tema. Y me llevó a ponerme como objetivo el tratar de extraer unas conclusiones que humildemente contribuyesen a mejorar un poquito la sociedad en la que me ha tocado vivir.
¿Cuál fue la decisión más importante que tomaste en tu vida?
Soy una persona que suelo escuchar a los demás, pero cuando toma una decisión la tomo por propia convicción y hasta el final. Esto me lleva a considerarlo todo como un camino de progreso. Porque hasta las caídas suelen ser la mejor fuente de conocimiento y por tanto un avance en la larga senda de aprendizaje existencial. La máxima de la mítica Institución Libre de Enseñanza (ILE) española decía: «Forja tus ideales por convicción y sé coherente con ellos en todo caso. Es decir, piensa como debes vivir y vive como piensas».
¿Cuáles son tus próximos proyectos?
Como comentaba al inicio de la entrevista, espero publicar en el 2019 un nuevo ensayo. Libro titulado La corrupción inarmónica.
¿Dónde se pueden comprar tus libros?
La mayoría están disponibles en cualquier país a través de Amazon. Si bien, para más información sobre cada uno pueden acceder también a mi página web personal.
¡Muchas gracias, Ibiza!
Bafomet, ayer y hoy
Hace pocas semanas atrás, la figura de Bafomet volvió a la palestra a raíz de la demanda por 150 millones de dólares que una agrupación norteamericana conocida como “El Templo Satánico” le presentó a Netflix por el uso de una estatua de Bafomet en la serie “Las escalofriantes aventuras de Sabrina”.
Como en nuestra sociedad del espectáculo parece ser que Netflix es el eje del mundo, la insólita noticia apareció en la portada de los periódicos más prestigiosos del planeta, algunos de los cuales trataron de explicar (torpemente) quién era este misterioso Bafomet.

El Bafomet templario
La primera mención a Bafomet que puede rastrearse de forma documental aparece en una carta del conde Anselmo de Ribemont, quien escribió -en julio de 1098- una carta al Rey de Jerusalén Godofredo de Bouillon lo siguiente: “Al día siguiente, al aparecer el amanecer, hicieron un llamamiento a la voz desde lo alto del Bafomet; mientras nosotros orabamos silenciosamente a nuestro Dios en nuestros corazones; luego haciendo un asalto en contra de ellos, los empujamos fuera del muro y los expulsamos de toda la ciudad” (1).
Aunque generalmente se relacione el origen del Bafomet con los Templarios, esta carta habla de él 20 años antes de la fundación de esta Orden caballeresca.
Con la supresión de la Orden Templaria (1312) y como consecuencia de las torturas a las que fueron sometidos los caballeros derrotados, la palabra “Bafomet” pasó a ser conocida por la Santa Inquisición, la cual llegó a la conclusión de que el Bafomet era un ídolo pagano, una horrible cabeza barbada “in figuram baffometi” (“con la figura de un bafomet”) que era utilizada en los rituales del Temple, lo cual terminaba confirmando la acusación de herejía.
Sin evidencias o pruebas físicas concluyentes sino basándose únicamente en los testimonios de los caballeros torturados, la idea del Bafomet como una figura demoníaca y secreta permaneció durante siglos en el imaginario popular hasta que -en 1818- el investigador Joseph von Hammer-Purgstall publicó una obra titulada “Mysterium Baphometis revelatum” donde hablaba del ídolo bafomético al mismo tiempo que acusaba al Temple de apostasía, idolatría e impureza, así como de profesar las doctrinas gnósticas e incluso las ofitas.
Aunque la obra de Hammer-Purgstall era un sinsentido y rápidamente se evidenció su falsedad, Bafomet volvió a cautivar a los historiadores europeos, que aún seguían sin entender el sentido último del Bafomet.
La respuesta de Eliphas Lévi
A mediados del siglo XIX, el francés Eliphas Lévi escribió una obra fascinante que supuso una revolución en el ámbito mágico-esotérico y que tituló “Dogma y Ritual de Alta Magia”.
En este libro, Lévi reinterpretó al Bafomet templario y le otorgó atributos caprinos a fin de darle un sentido hermético que -al parecer- originalmente no tenía.
En palabras de este autor: “El macho cabrío que está representado en el frontispicio de esta obra y aquí reproducimos, lleva sobre la frente el signo del pentagrama, con la punta hacia arriba, lo que basta para considerarle como símbolo de luz; hace con ambas manos el signo del ocultismo y muestra en alto la luna blanca de Chesed y en bajo la luna negra de Géburah. Este signo expresa el perfecto acuerdo de la misericordia con la justicia. Uno de sus brazos es femenino y el otro masculino, como en el andrógino de Khunrath, atributos que hemos debido reunir con los de nuestro macho cabrío, puesto que es un solo símbolo.
La antorcha de la inteligencia, que resplandece entre sus cuernos, es la luz mágica del equilibrio universal; es también la figura del alma elevada por encima de la materia aunque teniendo la materia misma, como la antorcha tiene la llama. La repugnante cabeza del animal manifiesta el horror al pecado, cuyo agente material, único responsable, es el que debe llevar por siempre la pena; porque el alma es impasible en su naturaleza, y no llega a sufrir más que cuando se materializa. El caduceo que tiene en vez de órgano generador, representa la vida eterna; el vientre, cubierto de escamas, es el agua; el círculo, que está encima, es la atmósfera; las plumas que vienen de seguida, son el emblema de lo volátil; luego la humanidad está representada por los dos senos y los brazos andróginos de esa esfinge de las ciencias ocultas” (2).
En las doctrinas de Eliphas Lévi, el Bafomet representaba el gran agente mágico universal (Telesma), es decir la llave maestra de la Madre Naturaleza, aquel poder o energía escondida que permitía a los alquimistas la transmutación del plomo en oro. Según Levi: “El gran agente mágico, la doble -corriente de luz, el fuego vivo y astral de la tierra, ha sido figurado por la serpiente con la cabeza de toro, de macho cabrío o de perro en las antiguas teogonías. Es la doble serpiente del caduceo; es la antigua serpiente del Génesis; pero es también la serpiente de cobre de Moisés, entrelazada en la tau, es decir, en el lingam generador; es también el macho cabrío del Sabbat y el Bafomet de los templarios” (3).
La cabra de Mendes, que fue vinculada por Lévi al Bafomet en su aspecto de macho cabrío, es -en verdad- un símbolo muy antiguo cuyo origen se remonta a Egipto, más precisamente a los mendesios. Según el testimonio de Herodoto: “Honraban con particularidad a los cabreros, y adoran sus ganados, siendo aun menos devotos de las cabras que de los machos de cabrío. (…) En Egipto se da el nombre de Mendes así al dios Pan como al cabrón., e incluso pude observar en mi visita la monstruosidad de juntarse en público un cabrón con una mujer: bestialidad sabida de todos y aplaudida” (4). El nombre que los egiptólogos dan a la cabra de Mendes es Banebdjedet (literalmente “Ba del señor de djed”).
Valiéndose de la imagen de Bafomet popularizada por Eliphas Lévi, el escritor antimasónico Leo Táxil acusó a la Masonería de adorar en sus ceremonias a este ser monstruoso.
En su trabajo de 1886 “Los Misterios de la Francmasonería”, Táxil divulgó los rituales masónicos para intentar demostrar la vinculación de los masones con el Bafomet argumentando que éste era “una representación diabólica de las más caracterizadas. Llévasele procesionalmente por la sala y por los pasillos del local masónico, y el graduando inclina ante él la bandera que le fue confada. Con tan execrable exhibición termínase el acto de recibir a los graduandos, y una vez que el Bafomet ha sido proclamado símbolo sagrado de la naturaleza, lánzase el anatema contra todo aquel que se atreva a condenar a sus adoradores, es decir, contra la Iglesia”. (5)
En una de las imágenes que acompañan su obra, Táxil muestra “un areópago de Caballeros Kadosch, agrupados alrededor del horroroso ídolo llamado el Bafomet, mientras el presidente reza una oración á Lucifer”.
Desde el punto de vista simbólico, Leo Táxil prácticamente calcó la figura bafomética de Lévi con una diferencia: en lugar del caduceo de Mercurio colocó en el tronco del ídolo una rosacruz (6) y en ocasiones un pelícano alimentando a sus polluelos, dos elementos que aluden al grado 18º de la Masonería “Príncipe Rosacruz”, un grado que -según la versión del propio Taxil- “lleva el anti-cristianismo hasta los más refinados sacrilegios” (7).
Ocultismo, Alquimia y Satanismo
Eliphas Lévi fue determinante en la difusión del ocultismo decimonónico, en especial en la Teosofía blavatskiana, el rosacrucismo francés de Peladan y Stanislas de Guaita, el martinismo papusiano y la Golden Dawn inglesa.
Inspirado en el Bafomet de Lévi, Aleister Crowley lo adoptó como nombre místico en el seno de la Ordo Templi Orientis (O.T.O.) y destacó su carácter andrógino, símbolo de la perfecta unión de los opuestos, el “jeroglífico de la arcana perfección”.
Otro inglés, Arthur E. Waite, tomó la imagen emblemática de “Dogma y Ritual de Alta Magia” para plasmarla en el arcano 15 (el Diablo) del conocido mazo de tarot “Rider-Waite-Smith”, con dos cambios que pueden pasar desaparecibidos para los profanos pero que tienen un valor simbólico enorme. En primer lugar, la estrella de la frente del Diablo de Waite tiene la punta hacia abajo mientras que la de Levi apunta hacia arriba (este tema de las puntas de las estrellas y todo lo referente al “sigilo de Bafomet” probablemente lo abordaré en un futuro artículo). Por otro lado, las posiciones de las manos son bien diferentes, pues mientras el Bafomet de Lévi realiza con sus dos manos la “bendición frigia” (véase artículo sobre “el simbolismo de los dedos”), el personaje del arcano 15 realiza el popular “signo del señor Spock” de la serie “Star Trek” y que tiene un origen hebreo (“kohanim”), como el mismo Leonard Nimoy confesó en una entrevista (8).
En su obra maestra “Las moradas filosofales”, el alquimista Fulcanelli brindó otra explicación del Bafomet templario, señalando que éste era “la imagen sintética en la que los iniciados del Templo habían agrupado todos los elementos de la alta ciencia y de la tradición” (9), para luego aclarar lo siguiente: “Esta imagen sobre la cual no se posee más que vagas indicaciones o simples hipótesis, jamás fue un ídolo, como algunos lo han creído, sino tan solo un emblema completo de las tradiciones secretas de la Orden empleado sobre todo exteriormente como paradigma esotérico, sello de caballería y signo de reconocimiento. Se reproducía en las joyas, así como en el frontón de las residencias de los comendadores y en el tímpano de las capillas templarias” (10).

De acuerdo con Fulcanelli, el Bafomet era un compendio de símbolos alquímicos, triángulos y círculos que daban forma a un rostro (11), bastante extraño por cierto. De este modo podría explicarse “la diversidad de las descripciones que de él se han hecho, y en las cuales se ve el bafomet como una cabeza de muerto aureolada o como un bucráneo, a veces como una cabeza de Hapi egipcio de buco y, mejor aún, el rostro horripilante ¡de Satán en persona!” (12).
En los años 60, el Bafomet se convirtió en uno de los tantos íconos de la cultura pop. En 1968, la película de la Hammer Productions sobre rituales de magia negra titulada “The Devil Rides Out” (protagonizada por Christopher Lee) utilizó sin ningún criterio varias imágenes de los libros de Eliphas Lévi y llamó la atención de algunos jóvenes que se sentían atraídos por el satanismo, entre ellos Anton Szandor LaVey, fundador de la iglesia de Satán.
En su “Biblia satánica”, LaVey afirmó sin tapujos que “el símbolo de Bafomet fue utilizado por los Caballeros del Temple para representar a Satán. A través del tiempo, éste símbolo ha sido llamado por nombres muy diferentes. Entre éstos están: El Chivo de Mendes, El Chivo de Mil Crías, El Chivo Negro, El Chivo de Judas, y el que tal vez sea el más apropiado, El Chivo Expiatorio” (13).
Para estos satanistas -una mezcla extraña de hippies y burgueses aburridos- el Bafomet era la representación de la sensualidad, de los instintos carnales del hombre, es decir todo lo opuesto a la naturaleza espiritual.
Sentido del Bafomet
Como no hay un argumento definitivo ni pruebas contundentes acerca del significado que daban los Templarios al Bafomet, todas las explicaciones deberían ser consideradas meras conjeturas, incluso las que daremos en el presente artículo. La teoría de Fulcanelli es interesante pero muy improbable, mientras que las opiniones de Eliphas Lévi relativas al Bafomet podrían ser interpretadas como un intento de vincular el símbolo templario con el ocultismo efervescente de mediados del siglo XIX.
Desde una perspectiva iniciática, podríamos aventurar que el Bafomet era un símbolo marcante de la ritualística templaria y que probablemente constituía una prueba para los novicios.
Creo que el español Juan G. Atienza se acerca bastante a develar el enigma al afirmar que el Bafomet “no sería objeto de la adoración idolátrica que se atribuyó [a los Templarios], sino un elemento de meditación que se encontraría en muchos casos en la sala de reuniones de las encomiendas” (14).
Todo parece indicar que el pretendido ídolo pagano no era otra cosa que un elemento simbólico que -en un ambiente sagrado, lúgubre y cavernoso- tenía por función proporcionar miedo o cautela a los candidatos. Interpretado en este sentido, en la ritualística iniciática de Occidente, podemos encontrar a un personaje que ha desempeñado una función análoga al Bafomet y que hoy conocemos bien como el “Guardián del Umbral”.
Este Guardián o “morador” del Umbral representa todo aquello que bloquea el tránsito hasta la Puerta del Templo, es decir todas las pruebas u obstáculos que nos dificultan el acceso a otra realidad. A lo largo de la historia éste se ha representado de diversas maneras: como el Dragón, el Diablo (Satanás), la Esfinge, la Sombra, e incluso con deidades liminares (aquellas que custodian un “límite”) como Hermes, Jano, Ganesha, Hécate, Caronte, Perséfone, etc. Por lo tanto, no sería extraño que el Bafomet templario tuviera esta connotación iniciática.
Sin embargo, con Eliphas Lévi, el sentido del Bafomet inevitablemente se trastocó y pasó a tener un significado completamente distinto, apreciándose en él el inmenso poder de Telesma, el agente mágico universal, mientras que su androginia marca claramente una integración de los opuestos, resaltada en sus brazos (Solve et Coagula) así como en el caduceo de Mercurio.
Palabras finales
En la serie de Netflix “Las escalofriantes aventuras de Sabrina” el Bafomet tiene un valor netamente decorativo y marginal, pero los satanistas vieron en él una forma de darse a conocer, de llegar al gran público mediante usando como excusa una demanda por plagio. Es altamente probable que el reclamo por los derechos de propiedad de una imagen creada hace exactamente 164 años atrás no habría triunfado en los tribunales, pero finalmente Netflix prefirió llegar a un acuerdo con “El Templo Satánico”, comprometiéndose a reconocer en los créditos la propiedad intelectual de esta organización sobre el Bafomet televisivo.
Win-win: gracias a la insólita demanda Netflix tuvo más visibilidad para su nueva serie (y publicidad gratis en los grandes medios) mientras que “El Templo Satánico” obtuvo exactamente lo mismo: visibilidad y publicidad. De hecho, este artículo surge como consecuencia de la noticia.
En rigor de verdad, si vamos a las fuentes e investigamos a LaVey y sus sucesores (entre los que se cuenta este “Templo Satánico) comprobaremos que este satanismo no pasa de ser un postureo, una moda, puro papel pintado. Si he de ser sincero, me genera más respeto el absurdo personaje satánico de Peter Capusotto “Quiste Sebáceo” que los satanistas organizados de hoy en día.
Imágenes












Videos
Presentación de “The Devil Rides Out” donde aparecen varios símbolos ocultistas
Un poco de humor: El Satanista Quiste Sebáceo
Notas del texto
(1) “Godefridi Bullonii epistolae et diplomata; accedunt appendices”
(2) Lévi, Eliphas: “Dogma y ritual de Alta Magia”
(3) Levi: op. cit.
(4) Herodoto: “Los nueve libros de historia”, tomo II
(5) Táxil, Leo: “Los misterios de la Masonería”
(6) Dice Táxil: “El Bafomet templario tenía en este punto un caduceo: en las exhibiciones masónicas se reemplaza este último por la cruz con rosa”. Nótese que Taxil acepta a pie juntillas que el Bafomet de Lévi es el Bafomet templario. (“La francmasonería descubierta y explicada”)
(7) Táxil, Leo: “Los misterios de la Masonería”
(8) Gershom, Rabbi Yonassan: “Jewish Themes in Star Trek”
(9) Fulcanelli: “Las moradas filosofales”
(10) Fulcanelli, op. cit.
(11) La descripción de Fulcanelli es la siguiente: “Se componía de un triángulo isósceles con el vértice dirigido hacia abajo, jeroglífico del agua, primer elemento creado, según Tales de Mileto, que sostenía que «Dios es ese Espíritu que ha formado todas las cosas del agua». Un segundo triángulo semejante, invertido con relación al primero, pero más pequeño, se inscribía en el centro y parecía ocupar el espacio reservado a la nariz en el rostro humano. Simbolizaba el fuego y, más concretamente, el fuego contenido en el agua o la chispa divina, el alma encarnada, la vida infusa en la materia. En la base invertida del gran triángulo de agua se apoyaba un signo gráfico semejante a la letra H de los latinos o a la hta (ηά) de los griegos pero más ancha y cuyo vástago central cortaba un círculo en la mitad. En estenografía hermética, este signo indica el Espíritu universal, el Espíritu creador, Dios. En el interior del gran triángulo, un poco por encima y a cada lado del triángulo de fuego, se veía, a la izquierda, el círculo lunar con el creciente inscrito y, a la derecha, el círculo solar de centro aparente. Estos círculos se hallaban dispuestos a la manera de los ojos. Finalmente, solada a la base del triángulo interno, la cruz rematando el globo completaba así el doble jeroglífico del azufre, principio activo, asociado al mercurio principio pasivo y disolvente de todos los metales. A menudo, un segmento más o menos largo, situado en la cúspide del triángulo, aparecía cruzado de líneas de tendencia vertical en la que el profano no reconocía en absoluto la expresión de la radiación luminosa, sino una especie de barbichuela. Así presentado, el bafomet afectaba una forma animal grosera, imprecisa y de identificación problemática”.
(12) Fulcanelli: op. cit.
(13) LaVey, Anton Szandor: “La Biblia Satánica”
(14) Atienza, Juan: “La meta secreta de los templarios”
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