Según una vieja tradición mediterránea, recogida por Proclo y Plutarco, en el Adytum de un templo de Sais (Egipto) existía una enorme estatua de la diosa Isis con un tupido velo negro cubriendo su rostro, acompañada de la enigmática frase: “Yo soy todo lo que ha sido, es y será, y ningún mortal ha levantado mi velo” (1).

Desde esos días, el descorrimiento del velo de Isis ha pasado a representar la revelación de la Verdad, el encuentro con la Luz, el acceso a un conocimiento oculto, el traspaso de un umbral, en otras palabras la conexión con una realidad que está más allá de lo evidente.

Los discípulos en Sais

La Isis velada fue fuente de inspiración para los románticos y Novalis la usó como tema central para una de sus composiciones más inspiradas, un viaje iniciático titulado “Los discípulos en Sais”.

En esta obra, el protagonista dice: “Es preciso que parta. (…) Quizá regrese pronto, quizá nunca. (…) No sé lo que me pasa; algo me empuja, me arrastra. (…) Quisiera deciros dónde voy, pero yo mismo lo ignoro. Me encamino hacia la morada de la Madre de las Cosas, la virgen velada; mi alma se inflama y consume por ella. Adiós”. (2) Y entonces: “Hyacinthe, a través de valles y desiertos, por torrentes y montañas se dirigió, presuroso, a la tierra desconocida. Preguntó a los hombres y a los animales, a las rocas y a los árboles, el camino que conducía hacia Isis, la diosa sagrada. Muchos se burlaron de él; otros callaron; y en ninguna parte pudo obtener respuesta. Atravesó, primeramente, tierras salvajes y desoladas; brumas y nubes le cortaron el camino, y las tempestades no amainaban, jamás. Luego encontró desiertos sin límites y arenas incandescentes. A medida que avanzaba, su alma se transformaba también”. (3)

Aunque esta composición quedó inconclusa, en uno de los finales posibles el poeta escribió:

“Uno [de los discípulos] lo logró: levantó el velo de la diosa de Sais. Y ¿qué observó? Se vio, ¡oh, maravilla de maravillas!, a sí mismo”. (4)

Friedrich Schiller, por su parte, escribió “La imagen velada de Sais” donde presenta a otro joven buscador “cuya sed ardiente por el conocimiento le había incitado a viajar a Sais en Egipto para aprender la sabiduría secreta de los sacerdotes” (5).

En la tradición islámica, especialmente en el sufismo, la Verdad divina se esconde detrás de 70.000 velos (hiyab) “de luz y tinieblas” (6) que son ambivalentes: al mismo tiempo que esconden la fuente de luz nos protegen de su fulgor.

Dicho de otro modo: si todos esos velos desaparecieran, quedaríamos enceguecidos y nos ocurriría lo mismo que le pasó al prisionero de la caverna platónica al salir a la superficie iluminada por el sol.

Alegoría de la caverna

En su conocido relato, incluido en “La República”, Platón reflexiona:

“- Si se le forzara a mirar hacia la luz misma, ¿no le dolerían los ojos y trataría de eludirla, volviéndose hacia aquellas cosas que podía percibir, por considerar que éstas son realmente más claras que las que se le muestran?

– Así es.

– Y si a la fuerza se lo arrastrara por una escarpada y empinada cuesta, sin soltarlo antes de llegar hasta la luz del sol, ¿no sufriría acaso y se irritaría por ser arrastrado y, tras llegar a la luz, tendría los ojos llenos de fulgores que le impedirían ver uno solo de los objetos que ahora decimos que son los verdaderos?

– Por cierto, al menos inmediatamente.

– Necesitaría acostumbrarse, para poder llegar a mirar las cosas de arriba. En primer lugar miraría con mayor facilidad las sombras, y después las figuras de los hombres y de los otros objetos reflejados en el agua luego los hombres y los objetos mismos. A continuación contemplaría de noche lo que hay en el cielo y el cielo mismo, mirando la luz de los astros y la luna más fácilmente que, durante el día, el sol y la luz del sol.

– Sin duda.

– Finalmente, pienso, podría percibir el sol, no ya en imágenes en el agua o en otros lugares que le son extraños, sino contemplarlo cómo es en sí y por sí, en su propio ámbito”. (7)

Por lo tanto, podemos concluir que el conocimiento de la Verdad y el acceso a la fuente primordial es siempre paulatino y está supeditado a “pequeñas conquistas” (hitos) que suelen representarse como peldaños de una escalera, nudos de una larga soga, niveles, cámaras de un templo que deben atravesarse o bien velos que deben ser levantados. En todos los casos, estos grados o niveles son una representación de los diferentes estados de conciencia (maqâmât), aquellos hitos conscienciales que jalonan el sendero de regreso a casa.

Teniendo en cuenta que el sendero puede compararse a una carrera de fondo y no de velocidad, es necesario desarrollar la paciencia y no apurarnos demasiado. Los antiguos decían “Apresúrate lentamente” (Festina lente), representando esta idea fusionando un caracol con una liebre, un cangrejo con una mariposa o un delfín con un ancla. En concordancia con esta idea, los alquimistas advertían que “toda pre­cipitación procede del diablo” (8).

La paciencia –al igual que otras virtudes iniciáticas como la disciplina, la constancia, el sacrificio, el altruismo– ciertamente está “fuera de moda” en nuestro mundo obsesionado con la celeridad y las soluciones rápidas. Sin embargo, si queremos avanzar con seguridad por este largo camino no nos queda otra que respirar hondo y apresurarnos lentamente. Sin prisa pero sin pausa.

Por lo tanto, como nobles caminantes de la Via Lucis ¿qué tenemos frente a nosotros? 70.000 barreras. 70.000 velos que deben ser levantados pacientemente –uno a uno– para finalmente llegar a la fuente luminosa. ¿Y cómo podemos levantar los velos? A través de la reflexión serena, de la experimentación plena del aquí y ahora, del trabajo interior, de todo aquello que nos ayude a descubrir nuestra verdadera identidad. En otras palabras: del Amor, de esa fuerza avasalladora que nos hace ver que todos somos uno y que nuestro propósito más alto es volver a unir lo que en el principio estuvo unido, desandar el camino, volver a casa.

Omnia Vincit Amor.

“Vive en este mundo como si fueras un viajero, un pasajero, con la ropa y los zapatos llenos de polvo. A veces, sentado a la sombra de un árbol, a veces caminando por el desierto. Sé siempre un pasajero, ya que éste no es tu hogar”. (Mahoma)

Notas del texto

(1) Dice Plutarco en “Isis y Osiris”: “En Sais la estatua de Atenea sentada, a la que también consideran Isis, tenía una inscripción así: “Yo soy todo lo que ha sido, lo que es y lo que será, y mi velo jamás me lo levantó ningún mortal”. Proclo es quien ubica esta imagen dentro del adytum o sancta sanctorum del templo, pero como el acceso a este sitio estaba restringido a los sacerdotes, por lo cual es posible que estemos frente a una descripción imaginal, muy similar a la que hace el profeta Ezequiel.
(2) Novalis: “Los discípulos en Sais”
(3) Novalis: op. cit.
(4) Citado en Dilthey, Wilhelm: “Obras IV: Vida y poesía” y en Murray, Christopher John:”Encyclopedia of the Romantic Era, 1760-1850
(5) Schiller, Friedrich: “La imagen velada de Isis”
(6) A veces se habla de 70 velos, en otras de 70.000 e incluso hay referencias a 72.000, tal vez por su valor simbólico (7+2=9).
(7) Platón: “La República”
(8) En la “Explicación de la Tabla de Esmeralda” de Hortelano se lee: “Separa la Tierra del Fuego, lo espeso de lo sutil, dulcemente y con gran cuidado. Dulcemente, es decir, poco a poco, no violentamente, sino con espíritu y con arte”. Geber, por su parte, dice: “Os recomiendo actuar con precaución y con pausa, no tener prisa y seguir el ejemplo de la naturaleza”.