El primer faro de la historia del que tenemos noticia fue emplazado cerca de Alejandría, hacia el siglo III a.C., por orden del rey Ptolomeo I, en un promontorio rocoso de la isla de Faros y de ahí viene justamente su nombre: Faro. Este primer faro tenía una altura aproximada de 100 metros y era una de las siete maravillas del mundo antiguo.

El rico simbolismo del faro está asociado al de la luz, es decir que estamos hablando de un punto de emisión de luz que desde la distancia auxilia a los navegantes en las situaciones adversas. Por lo tanto, a este elemento lumínico debemos agregar la adversidad de los mares, las tormentas y sobre todo la noche, o sea la inseguridad de los océanos. Frente a este ámbito caótico y peligroso del mar, el faro aparece como símbolo de estabilidad, de fortaleza y de resistencia ante la furia de la naturaleza. 

En otras palabras, el faro es una luz en la oscuridad que simboliza la seguridad, la protección y la esperanza.

Pero el faro también es una torre, una atalaya, una columna, por lo tanto también actúa como eje, como conector entre lo bajo (la oscuridad de la tierra, los cimientos del faro) y lo alto (el cielo, la luz).

En el tarot encontramos al ermitaño, el arcano 9, que no es otra cosa que un faro humano, un personaje que desde muy lejos, desde las alturas, ilumina y guía a todos los nobles caminantes que vienen detrás, dándoles esperanza y haciéndoles saber que después de todas las contrariedades y los escollos del camino, hay Luz. 

Los faros eran fundamentales para la navegación y, por esta razón, en algunos lugares del planeta, en Inglaterra, en Cádiz, en Galicia, empezaron a aparecer falsos faros operados por piratas de tierra, es decir piratas de segunda categoría, que en ocasiones apagaban la luz de los verdaderos faros y muy cerca de allí encendían otros focos de luz para confundir a los barcos, que terminaban chocando con las rocas y quedando a merced de los delincuentes, que robaban todo el cargamento de los buques y mataban a la tripulación.

En verdad, este símbolo del faro y su versión maligna, el falso faro, siguen totalmente vigentes.

El sacudón que supuso la crisis sanitaria de la Covid-19 dejó (y sigue dejando) a muchas almas desorientadas. De un día para el otro, el mundo y la civilización –que parecían tan seguros– ya no eran tan seguros y se hizo la noche.

En esa noche oscura de la pandemia, en esos mares tormentosos, muchas personas buscaron la forma de orientarse y en  ese preciso momento  aparecieron  falsos faros. 

Fue así que decenas, centenares de  faros engañosos aparecieron en Youtube y en las redes sociales tratando de interpretar la pandemia en función de prejuicios, odios y proyectando su engañosa luz. 

Esos falsos fareros, piratas de la desinformación, la mayoría de ellos mercenarios de un sistema al que dicen combatir, lanzaron su mensaje venenoso usando muchas expresiones robadas de la tradición espiritual. 

Entre las mentiras oficiales repetidas una y mil veces por los medios masivos de comunicación y las otras mentiras, las de los conspiranoicos con una línea de pensamiento muy básica y primitiva, el faro de la luz de la Verdad quedó ahí, olvidado, casi abandonado, pero la buena noticia es que sigue alumbrando con la misma luz que hace miles de años encendieron los sabios de la antigüedad.

Cuando esta tormenta desaparezca, cuando esta negrura se disipe, cuando los gallos empiecen a dar sus primeros cantos, estos faros fraudulentos terminarán por apagarse mientras que la luz del Faro de la Verdad brillará con más fuerza e intensidad. Y entonces todos los marineros sabrán de qué manera volver a casa.