Se dice que el primero en hablar de una “Filosofía de la Historia” fue Voltaire, quien la contrapuso a la “Teología de la Historia” enseñada por el cristianismo. Años más tarde, el filósofo alemán Hegel desarrolló el concepto, brindando elementos más concisos sobre esta perspectiva filosófica de los eventos del pasado.
Sin embargo, al enfrentarnos al estudio de la Historia universal desde una óptica estrictamente esotérica o interna, las herramientas que ofrece la ciencia histórica profana se quedan a medio camino, son insuficientes y también imperfectas, por lo cual nosotros preferimos hablar de una “interpretación esotérica de la historia” o de una “historia detrás de la historia”.
Pero, ¿cuáles serían los fundamentos de esta “interpretación esotérica de la historia”? En este artículo intentaremos brindar algunas pautas generales a fin de abordar el estudio de la Historia desde una perspectiva metahistórica, es decir tratando de desentrañar los ritmos, las recurrencias y el significado último de los acontecimientos históricos de la humanidad.
El punto de partida para nuestro estudio debería basarse en las siguientes ocho consideraciones:
1) Existen tres modos diferentes de comprender la historia: una forma cíclica, ciclos que se repiten que está vinculada al pensamiento tradicional, una forma lineal, una línea recta, que está vinculada al pensamiento judeo-cristiano y una tercera forma moderna asociada al dogma del progreso.
Pues bien, la Filosofía iniciática concibe –al igual que las corrientes tradicionales– una naturaleza cíclica del tiempo, en clara oposición a esa noción secular del “progreso continuo” postulada por Pascal, Comte, los filósofos de la Ilustración y erigida como dogma científico tras la teoría evolucionista de Charles Darwin. Este progresismo profano suele asociarse a los avances intelectuales, tecnológicos y científicos, y considera que el hombre moderno es superior a los antiguos, porque supuestamente se ha liberado de la superstición, de esos mitos y de las
prácticas que hacían a estos hombres “ingenuos y algo retrasados”. Esta es la visión que tienen los modernos de los antiguos, la que se nos inculca a todos nosotros desde la escuela y se nos trata convencer de este esquema con cuatro etapas: una mágica, una religiosa, una filosófica y la última, la más apreciada por el pensamiento moderno que es la científico-técnica.
El esquema esotérico tradicional, conocido en Oriente y Occidente y que hoy en día sin duda es marginal, habla de cuatro edades de la humanidad: oro, plata, bronce y hierro y de doce eras zodiacales, en procesos cíclicos macrocósmicos que se repiten una y otra vez. Desde esta perspectiva, ahora mismo estamos viviendo la etapa final de la edad de hierro, que comenzó a mediados del siglo XVIII, y de la que hablaremos en este canal cuando llegue el momento propicio.
2) Siempre, a lo largo de toda la historia conocida, han existido grupos de poder, personas interesadas en mantener el status quo, buscando frenar la historia para mantener sus privilegios. Estoy hablando de las élites que buscan perpetuarse a través de un complejo entramado de poder y que tiene como fuerza motora el dinero.
En nuestros días se habla de los Illuminati y del Nuevo Orden Mundial, que en verdad son nombres bastante inexactos pero que intentan desentrañar lo que sucede en las sombras. Para colmo de males, la mayoría de las teorías de la conspiración son de pésima calidad, con información refritada, mal traducida y entreverada del peor modo. Aun así, es verdad que existen grupos que intentan tener el control usando todos sus recursos para mantener a la humanidad esclavizada. Por eso, más que hablar de Nuevo Orden Mundial (que de nuevo no tiene nada) preferimos hablar de los “amos de la caverna”, usando de fundamento esa excelente historia que nos contó Platón hace más de dos mil años.
Recordemos brevemente la historia:
“Imagínate a unas personas que habitan una caverna subterránea. Están sentadas de espaldas a la entrada, atadas de pies y manos, de modo que sólo pueden mirar hacia la pared de la caverna. Detrás de ellas, hay un muro alto, y por detrás del muro caminan unos seres que se asemejan a las personas. Son los amos de la caverna.
Y éstos levantan diversas figuras por encima del borde del muro. Detrás de estas figuras, arde una hoguera, por lo que se dibujan sombras flameantes contra la pared de la caverna. Lo único que pueden ver esos moradores de la caverna es, por tanto, ese “teatro de sombras”y como han estado sentados en la misma postura desde que nacieron, creen que las sombras son la única realidad”.
La historia sigue con uno de los prisioneros liberándose y saliendo a la superficie, pero yo me quiero detener en estos “amos de la caverna”, pues esta es una excelente definición de esas personas (o mejor dicho grupos de personas) a quienes les conviene que permanezcamos dormidos y sumisos, prisioneros, hipnotizados por los espejitos de colores que nos provee la sociedad de consumo.
¿Están vinculados estos amos de la caverna con este Nuevo Orden Mundial del que hablan? Indudablemente, pero esta idea está tan contaminada por la bazofia que escuchamos y leemos en internet y que muchas veces responde a estrategias de estos amos de la caverna para tener una oposición controlada, que es mejor recuperar el ejemplo de Platón.
Como en esta vieja historia de “La República”, los amos de la caverna pretenderán mantener el control, seguir con su juego de sombras y si empiezan a detectar problemas o movimientos sospechosos entre los prisioneros, les concederán cosas, pequeños derechos… pondrán aire acondicionado a la caverna, una moquette, trayendo nuevos modelos de las sombras para que toda “indignación” se termine disipando en un mero conformismo, en un “cambiar sin cambiar”.
Este cuento no es extraño para quienes hemos vivido las últimas décadas de este mundo. Mucho menos para quienes estamos viviendo la crisis del coronavirus y sus consecuencias. Este tema es tan amplio que daría para muchos otros artículos.
3) La historia registrada en los libros es generalmente engañosa, parcial y escrita por los más fuertes y poderosos (los vencedores en las guerras o las clases dominantes). Además, el registro de los eventos históricos suele estar supeditado a conveniencias particulares de naciones, clases sociales, religiones, sociedades secretas, pero sobre toda las cosas siempre atendiendo a los intereses de los amos de la caverna.
Sobre esto, decía Enrique Javier Poncela: “Historia es, desde luego, exactamente lo que se escribió, pero ignoramos si es lo que sucedió”.
No obstante, generalmente damos por válida la crónica histórica edulcorada y maniquea que cuentan los libros, las películas y los medios de comunicación sin tener en cuenta todos estos factores. En otras palabras, la “historia oficial” no es otra cosa que una simplificación de los eventos del pasado, por conveniencia, para justificar alguna acción de algunos grupos de poder o para el mantenimiento del “statu quo”.
Cuando nos dicen que tenemos que aprender de la Historia tendríamos que preguntarnos: ¿a qué Historia se refiere este consejo? Recordémoslo siempre: la Historia es una construcción intelectual y, aunque nos quieran convencer de lo contrario, no se basa en hechos objetivos sino en un discurso.
4) Existen fuerzas y energías metafísicas se manifiestan físicamente a través de “actores de carne y hueso” que no son otros que las grandes personalidades históricas como Gandhi, Napoleón, Mozart, Leonardo, Che Guevara, Lutero, Perón, Juana de Arco, Hitler, etc. Por eso, si logramos ver más allá de lo evidente, detectaremos que estos individuos son la encarnación de determinados estados de conciencia, trascendiendo de este modo su propia biografía.
Para nosotros, Mahatma Gandhi no es el Gandhi que nació y murió, que ocupó un espacio en el tiempo. Ese Gandhi, el que necesitaba respirar, comer, dormir, hacer sus necesidades, ese ser ya no existe, pero sí hay otro Gandhi, un Gandhi que sí ha sobrevivido, el que puede vibrar en nosotros, el que puede inspirar, en fin el ser humano transformado en símbolo.
En este punto es necesario diferenciar a la persona (la “máscara”) con la fuerza metafísica que lo anima. Entonces, desde una visión más alta, los principales actores históricos representan fuerzas sutiles, energías egregóricas, las cuales pueden canalizarse, fortalecerse y comulgar con ellas. (2)
Esto se hace patente en un personaje en particular y que es de vital importancia para nosotros los occidentales. Me refiero a Jesús el Cristo, que contenía en sí mismo un elemento humano (Jesús) y un elemento divino (Cristo) y que a través de una existencia sorprendente y de una serie de acontecimientos simbólicos mostró a todos que era posible recorrer un camino profundo de reintegración.
Esta idea de las personas como manifestaciones corporales nos acerca a una enseñanza tradicional: el Theatrum Mundi, es decir el mundo considerado como un gran teatro.
La primera referencia a un “teatro del mundo” proviene –¡cuando no!– de Platón, quien dice en el “Filebo”: “En los duelos y en las tragedias y comedias, no sólo en el teatro sino también en toda la tragedia y comedia de la vida, los dolores están mezclados con los placeres, y también en otras muchísimas ocasiones”.
Los estoicos desarrollaron esta idea y más tarde, la misma adquirió fuerza en el Renacimiento con el llamado “Theatrum Mundi”, el cual fue desarrollado brillantemente por Calderón de la Barca en la pieza “El gran teatro del mundo” (1655).
En esta analogía tradicional, la existencia humana en el mundo se compara con una obra teatral, en la que cada individuo se coloca una máscara (adopta una personalidad) para representar un papel, es decir un personaje de ficción.
Entendiendo al mundo como una obra de teatro, toda nuestra existencia puede considerarse una sucesión de escenarios en los que van apareciendo diversos personajes (héroes, villanos, extras), situaciones y conflictos que conforman nuestras
experiencias, las cuales contienen “semillas de conciencia”. Y esto mismo puede aplicarse a la historia como un gran teatro en el que somos espectadores y protagonistas.
5) De acuerdo a las concepciones iniciáticas y a las tradiciones sapienciales en general, el propósito último del ser humano es “reintegrarse” con el Uno, volver a la Fuente, lo cual constituye la verdadera acepción de la palabra re-ligión: religare, volver a unir ¿qué cosa? Lo humano con lo divino.
Sin embargo, cada humano es una célula de un organismo mayor que es la humanidad considerada como un Todo (“todos somos uno”), y así como el Hombre tiene un “propósito individual” que le lleva a la liberación (el moksadharma de los indos), el mismo está ligado al de la sociedad en su conjunto, la cual también tiene un propósito más alto a nivel comunitario. A esto nos referimos cuando hablamos de la “restauración de la sociedad primordial” o el regreso a la humanidad primordial, la vuelta a la mítica Hiperbórea, o –como enseña el cristianismo exotérico y se profundiza en las enseñanzas del cristianismo profundo o esotérico– el descenso de la Jerusalén Celeste.
¿Qué es esta Jerusalén Celeste o Nueva Jerusalén? Desde una perspectiva espiritual, este concepto nos habla de la restauración de la humanidad a su estado de pureza original. Y en el texto bíblico se dice que esta Jerusalén “desciende” de lo alto, por lo tanto será accesible a toda la humanidad. No hay duda de que otra vez estamos hablando de los ciclos y especialmente de esa Edad de Oro que aparece después de la Edad de Hierro.
En la Nueva Era se habla de salto evolutivo o de pasar a una nueva fase evolutiva. Aunque con un lenguaje diferente, se está diciendo lo mismo.
Algunos historiadores serios como Arnold Toynbee han llegado a intuir la profundidad de esta idea. Este autor, una de las luminarias del siglo XX, llega a señalar que “la humanidad en su conjunto se esfuerza por elevarse por sobre la mera condición humana (…) hacia alguna especie más alta de vida espiritual. No puede uno describir la meta porque nunca se la ha alcanzado, o más bien, nunca la ha alcanzado ninguna sociedad humana. (…) En las sociedades menos incivilizadas, en su etapa menos incivilizada, la gran mayoría de los miembros han quedado en verdad muy cerca del nivel humano primitivo”. (4)
Por lo tanto, entender este proceso de “restauración de la humanidad primordial” es comprender también el sentido último de la historia.
6) La división de la historia oficial de la humanidad en cuatro edades: antigua, media, moderna y contemporánea, está asociada a un enfoque occidental y mediterráneo, partiendo de la base de que el “eje civilizatorio” siempre estuvo situado en torno al viejo continente, con un punto central que podría ubicarse –según el momento histórico– en Roma, París o Londres.
De hecho, cuando dividimos el mundo en Oriente y Occidente, nos estamos haciendo eco de esta forma de ver el mundo. Por lo tanto, desde la vieja Europa, especialmente desde el tiempo de apogeo de los griegos y los romanos, el mundo fue dividido en dos secciones claramente diferenciadas: Oriente y Occidente.
Sin embargo, no existe una visión única acerca del concepto de Occidente y este se ha ido modificando según el momento histórico del que estemos hablando. Si nos fijamos en la definición actual, Occidente incluye a los Estados Unidos de América, Australia e incluso a toda Hispanoamérica. Incluso podría señalarse que el proceso de occidentalización o de globalización occidentalizante ha sido tal que prácticamente todo el mundo podría llegar a considerarse occidente.
Si echamos un vistazo a los mapas actuales del mundo, notaremos que estos heredan la tradición eurocentrista de la proyección Mercator, situando a Europa en el centro y a lo alto.
De acuerdo a esta concepción cartográfica Europa (de 9,7 millones de km2) aparece con un tamaño desproporcionado frente a una América del Sur pequeñita que en realidad casi el dobla en tamaño con 17,8 millones de km2.
Pero la proyección Mercator no es la única que existe. Si echamos un vistazo a otras proyecciones, como la Dymaxion, nos costará bastante reconocer a nuestro planeta. Incluso existen otras proyecciones que intentan resolver los problemas de Mercator, aunque la representación del mundo usual sigue siendo la de Mercator: América a la izquierda, Oceanía a la derecha y Europa al centro.
Este problema del eurocentrismo, del hombre blanco como centro, también se aplica a las nomenclaturas y a los términos que se usan para describir algunos acontecimientos históricos, por ejemplo el descubrimiento de América. Al hablar de descubrimiento estamos hablando de que alguien descubre algo, pero ciertamente América siempre había estado ahí, por lo cual sería más lógico hablar de un encuentro de dos mundos, un proceso con sus luces y sombras que nos llevó a los americanos a ser lo que somos hoy un día.
7) La historia registrada en los libros generalmente es uniforme y se centra en los hechos políticos, militares y económicos, desplazando a un segundo plano los acontecimientos relacionados al Arte, la Ciencia y la Religión. Una interpretación holística de la Historia debe ser necesariamente cuadriforme, en la que las cuatro caras de la pirámide de la Pansofía sean tenidas en cuenta. De este modo será posible acceder a una historia integral: política, científica, artística y religiosa, un registro más completo del desarrollo de la humanidad.
Hablamos de “Pansofía”, un concepto eminentemente rosacruz y creo que es buena idea ampliar un poco este término que se compone de las palabras “Pan” (Todo) y “Sophia” (Sabiduría), es decir un saber total.
En nuestros días, el conocimiento está compartimentado y en propiedad de los especialistas o incluso de los hiperespecialistas que son sabios en una pequeña porción del conocimiento pero que son ignorantes en lo demás, por lo cual es difícil establecer vasos comunicantes entre las diferentes disciplinas.
Sobre los especialistas hablaba el gran Ortega y Gasset y decía: “Antes los hombres podían dividirse, sencillamente, en sabios e ignorantes. Pero el especialista no puede ser subsumido bajo ninguna de esas dos categorías. No es sabio porque ignora formalmente cuanto no entra en su especialidad; pero tampoco es un ignorante, porque es “un hombre de ciencia” y conoce muy bien su porciúncula de universo. Habremos de decir que es un sabio-ignorante, cosa sobremanera grave, pues significa que es un señor el cual se comportará en todas las cuestiones que ignora no como un ignorante, sino con toda la petulancia de quien en su cuestión especial es un sabio”. Las palabras de Ortega y Gasset sobre estos sabios-ignorantes o sencillamente ignorantes ilustrados están más vigentes ahora que cuando las escribió, hace 90 años atrás.
Entonces, siguiendo con lo que veníamos diciendo, esta hiperespecialización contemporánea nos puede llevar a pensar que ningún sistema podría integrar y unificar el conocimiento. No obstante, si entendemos a todas las disciplinas humanas como partes interrelacionadas de un conocimiento supremo, lógico y coherente, podemos empezar a descubrir que este “saber total” verdaderamente existe y que –aunque no ha sido sistematizado ni sintetizado aún– está muy presente en la filosofía integral que brinda la Tradición Unánime o Sabiduría Antigua.
“Soy Hombre, y por lo tanto, nada de lo humano es ajeno”. Esta frase antigua, tomada de una obra de Publio Terencio Africano, podría ser el lema central de esta Pansofía donde caben el Arte, la Ciencia, la Religión y la Política pero también todos los ámbitos del quehacer humano, todas las disciplinas: la Educación, la Economía, la Arquitectura, la Alimentación, la Agricultura, la Técnica, los diferentes oficios, etcétera, etcétera y más etcétera. En otras palabras, estamos hablando de un saber unificador donde también cabe la Historia como parte integrante y no como una disciplina separada y divorciada de las demás.
8) Todos los eventos históricos poseen causas de naturaleza metafísica: fuerzas y energías sutiles en pugna que actúan como el verdadero “motor de la historia”.
En este sentido, es necesario comprender la acción de los egrégores e interpretar la historia universal como la punta del iceberg de un fenómeno espiritual cuyas raíces se encuentran en otros planos. En un artículo anterior hablé, justamente, sobre este fenómeno de los egrégores y decíamos que las guerras –y me refiero a las guerras visibles– son verdaderamente conflictos egregóricos, enfrentamientos metafísicos que se hacen visibles en el plano más denso. Por otro lado, los momentos de crisis son siempre el caldo de cultivo para la generación de egrégores fuertes, los cuales no siempre han sido positivos y virtuosos. Por eso hay que tener mucho cuidado y estar muy alerta sobre los egrégores que se están moldeando en esta crisis del covid-19. Algunos ya se pueden palpar y por eso hay que redoblar las fuerzas en la gestación de un egrégor luminoso que sirva de guía hacia un mundo nuevo y mejor.
Sobre estas consideraciones acerca de metafísica, René Guénon señalaba lo siguiente: “El mundo corpóreo no puede en modo alguno ser considerado como un todo autosuficiente, ni como algo aislado en el conjunto de la manifestación universal. Por el contrario, procede directamente de una realidad más sutil, en la que tiene, digámoslo así, su principio inmediato y por cuya mediación se integra a un mundo espiritual. Si no fuese así, su existencia no podría ser más que una ilusión pura y simple, una especie de fantasmagoría sin nada detrás. En tales condiciones no puede haber, en el mundo corpóreo, ninguna cosa cuya existencia en definitiva no repose en elementos de orden “sutil”, y, más allá de éstos, sobre un principio que podría llamarse “espiritual”, en cuya ausencia ninguna manifestación sería posible”. (5)
Al finalizar esta introducción de 8 puntos para un abordaje esotérico de la historia, que obviamente debe considerarse una introducción a vuelo de pájaro, es importante señalar que ésta –mirada desde una perspectiva más profunda– no es otra cosa que una “historia de la conciencia”. Al mismo tiempo que un historiador profano observará individuos y registrará hechos aislados, un historiador con una visión trascendente podrá ver almas encarnadas en vehículos corpóreos y temporales, las que se van enfrentando –en lo individual y en lo colectivo– a diferentes desafíos y debiendo tomar diversas decisiones, al mismo tiempo que aparecen en juego fuerzas metafísicas y personajes marcantes que actúan como el motor de la historia.
Hegel aseguraba que “lo verdadero no se halla nunca en la superficie visible” (6) y esto es absolutamente cierto tanto para nuestro acontecer cotidiano como para el estudio de la historia. Para descubrir el sentido profundo de la historia es necesario quitarse la venda, dejar de lado los prejuicios profanos, las crónicas subjetivas al servicio de intereses espurios y las mentiras (¡repetidas mil veces!) de los teóricos del positivismo, los lacayos de los amos de la caverna, para que podamos encontrar en los acontecimientos del pasado las pistas que habrán de llevarnos a la construcción de un mundo nuevo y mejor.
Notas del texto
(1) Guénon, René: “Exploraciones en la otra orilla”, reescrito por el autor para el capítulo XXVI de “El reino de la cantidad”
(2) Este punto me recuerda a un magistral cuento de Ray Bradbury titulado “Los desterrados” (1949) incluido en “El hombre ilustrado” donde el genial escritor de ciencia ficción sitúa a los escritores famosos (Poe, Shakespeare, Dickens, etc.), acompañados por sus creaciones fantásticas, viviendo una singular existencia en otro planeta en la medida que la humanidad los siga leyendo y recordando.
(3) Para esto, véanse las obras de René Guénon: “Formas tradicionales y ciclos cósmicos” y Gaston Georgel: “Chronologie des Derniers Temps”, “Les Quatre Ages de l’Humanité” y “Les Rythmes dans l’Histoire”.
(4) Toynbee, Arnold : “La civilización puesta a prueba”
(5) Guénon, René: “El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos”
(6) Hegel, Georg Wilhelm: “Lecciones sobre la filosofía de la historia universal”