Desde una perspectiva simbólica, el sendero iniciático se simboliza con un regreso al centro (una re-integración) que se alcanza luego de atravesar diferentes obstáculos y desafíos existenciales. El esoterismo cristiano, por ejemplo, ubica al árbol de la vida en el centro del mundo, y nos dice que -para alcanzar la cristificación, es decir la completa comunión con el arquetipo crístico- debemos llegar hasta ese punto central y alimentarnos de su fruto a fin de re-ligarnos, es decir re-unirnos con la fuente primordial, la divinidad pura, Dios.
En todos los casos, el árbol cósmico -que aparece en diferentes culturas- permite la comunicación entre el cielo y la tierra, o –mejor aún– se constituye en una senda, en un puente, un eje, por el cual podemos pasar de la tierra al cielo. Según nos cuenta Federico González Frías, este eje o “axis mundi” “vincula dos o más planos entre sí [y] lleva implícita la idea de movimiento, (…) el traslado de un punto a otro punto, o la conexión de un plano con otro plano”.
En los mitos antiguos se hablaba de una “extremada cercanía del Cielo y la Tierra [que] permitía a los dioses descender y mezclarse con los humanos, y a los hombres ascender al Cielo escalando una montaña, un árbol o una escala, o dejándose arrebatar por un ave».
Sin embargo, como consecuencia de un acontecimiento mítico, (que en la tradición judeo-cristiana se conoce como “la caída”) “el Cielo se separó brutalmente de la Tierra, fueron cortados el árbol o la liana o fue terraplenada la montaña que tocaba el Cielo. No obstante, algunos seres privilegiados —chamanes, místicos, héroes, soberanos— son capaces de ascender en éxtasis al cielo, restableciendo de este modo la comunicación interrumpida in illo tempore”, es decir en la noche de los tiempos.
Los chamanes o sacerdotes pueden actuar, entonces, como “constructores de puentes” (pontífices) entre ambos mundos. Esto lo podemos apreciar tanto en las tradiciones de Oriente como en las de Occidente, y entre los sioux (el pueblo lakota), todos estos conceptos aparecen reflejados en la ceremonia del calumet (la pipa sagrada).
Hehaka Sapa, más conocido como Alce Negro, lo explicó de este modo: “Lleno la Pipa sagrada con la corteza del sauce rojo; pero antes de que la fumemos, debemos ver cómo está hecha y qué significa.
Estas cuatro cintas que cuelgan del cañón son las cuatro Regiones del Universo: la negra representa el Oeste, en el que viven las criaturas del Trueno para enviarnos la lluvia; la blanca representa el Norte, de donde viene el gran Viento Blanco que purifica; la roja representa el Este, de donde brota la luz y donde mora el Lucero del alba a fin de dar la sabiduría a los hombres; la amarilla representa el Sur, de donde viene el verano y el poder de crecer. Pero estos cuatro espíritus no son en suma más que Un Espíritu, y esta pluma de águila simboliza el Uno, que es como un padre; pero representa, también, los pensamientos de los hombres, que deben elevarse hacia las alturas como hacen las águilas.
¿No es el Cielo un padre, y la Tierra una madre, y todos los seres vivientes sus hijos, ya tengan pies, alas o raíces? Y este cuero de la boquilla, que ha de ser de piel de bisonte, indica la Tierra, de la cual venimos y de cuyo seno nos nutrimos toda la vida, semejantes a recién nacidos, con todos los animales, pájaros, árboles y hierbas. Y porque significa todo esto, y más de lo que ningún hombre puede comprender, la Pipa es sagrada”.
De este modo, el sioux puede establecer un vínculo íntimo con los cuatro puntos cardinales, con lo de arriba (el Padre Cielo), con lo de abajo (la Madre Tierra), ubicándose él mismo en un séptimo punto, una séptima dirección, que es el centro del mundo (la tienda).
En la pipa sagrada coloca corteza de sauce, proveniente de la tierra, y la purifica por la acción del fuego, haciéndola suya e interiorizándola (fumándola). Luego exhala el humo que asciende al cielo, actuando de este modo como un canal de unión entre el cielo y la tierra.
En la ceremonia del inipi, el sioux entra a una “cabaña de sudar” (onikaghe) confeccionada por ramas de sauce blanco. Las ramas “que forman el armazón de la cabaña de sudar se clavan en el suelo de manera que indiquen las cuatro Direcciones del Universo; de este modo en el conjunto de la cabaña está el Universo en imagen, y ella cobija a los pueblos bípedos, cuadrúpedos y alados y a todas las cosas del mundo; todos estos pueblos y todas estas cosas deben ser purificados antes de poder enviar una voz al Gran Espíritu”.
En otras culturas diferentes, existen ceremonias similares, como los temazcales de Mesoamérica, pero también encontramos tiendas de sudación en Asia, especialmente en Siberia.
Los sioux llaman a su manera de vivir “Caminar en la belleza”, la cual se fundamenta en la armonía entre la Tierra y el Cielo, entre lo pasajero y lo trascendente, y así lo expresa una antigua oración, la cual fue traducida al inglés por el jefe lakota sioux Yellow Lark en 1887:
“¡Oh, Gran Espíritu!
Escucho tu voz en los vientos,
Y aprecio tu aliento en la vida.
Óyeme. Soy pequeña y débil,
Necesito tu fuerza y sabiduría.
Déjame caminar en la belleza y
Haz que mis manos respeten las cosas que tú has hecho
y que mis oídos se agudicen para oír tu voz.
Hazme sabia para que pueda entender las cosas
que le has enseñado a mi pueblo.
Quiero aprender las lecciones que tú has
escondido en cada hoja y en cada roca.
Busco fuerza, no para ser más grande que mis hermanos
sino luchar contra mi peor enemigo: yo misma.
Ayúdame a estar siempre lista para ir hacia ti
con las manos puras y los ojos limpios.
Para que, cuando mi vida se desvanezca como el sol en el ocaso
mi Espíritu pueda ir hacia ti sin vergüenza”.
¿Quién es este Gran Espíritu? En lengua sioux se trata de Wakan-Tanka, la energía-fuerza creadora del Universo y de todo lo existente. Algunos investigadores afirman que una traducción más exacta de Wakan-Tanka sería “Gran Misterio” o “Gran Poder Misterioso”.