En los últimos años se ha puesto de moda la ley de atracción, una forma supuestamente efectiva de manifestar los deseos, es decir que atraigamos como imanes todo lo que queremos: salud, dinero y amor. Pero, ¿esto es verdaderamente así? En este video analizaremos el sentido de esta ley de atracción, lo que es y lo que no es.
Como hemos explicado en otros videos, el Hombre es un ser de dos mundos, un puente entre dos realidades, una superior que nos vincula con el Espíritu, con la Fuente, con el Cielo, y otra inferior que nos conecta con la Materia, con lo manifestado, con la Tierra. Ambas realidades forman parte de nuestra naturaleza y no debemos negarlas pero sí entenderlas, y parte de esta naturaleza son la voluntad y el deseo.
El deseo es el poder estimulante de nuestra personalidad, al mismo tiempo que en nuestra naturaleza superior esta función la desempeña la voluntad. Sin embargo, si nos atenemos a las enseñanzas iniciáticas, la diferencia entre deseo y voluntad es de grado, no de esencia.
Dicho de otro modo, estamos hablando de dos polos de una misma energía.
En la guerra interna, bien conocida en las tradiciones espirituales, hay un evidente conflicto entre el deseo y la voluntad, y es bueno saber que mientras que el deseo nos empuja hacia afuera y nos ata al plano material, la voluntad nos libera y logra conectarnos con nuestro propósito.
Todas las corrientes iniciáticas hablan de la necesidad imperiosa de purificar el deseo y de fortalecer nuestra voluntad. Pero, ¿de qué manera es posible la purificación del deseo?
Blavatsky lo dijo de una forma muy sencilla y elocuente: “Cuando el deseo pierde todo el trazo o vestigio del “Yo” se torna puro”.
Los métodos espirituales tanto de Oriente como de Occidente enseñan que el deseo vulgar debe ser convertido en deseo purificado y por esta razón, la Filosofía Iniciática establece una diferencia sutil entre el querer y el desear. El “querer” se relaciona con la voluntad y el llamado “deseo purificado” (aquel que nos ayuda a cumplir nuestro Propósito), al mismo tiempo que el “desear” se relaciona a las gratificaciones sensoriales a corto o mediano plazo.
De acuerdo a Enrique Rojas: “Desear es apetecer algo que se ve, pero que depende de las sensaciones del exterior”, mientras que “querer es verse motivado a hacer algo anteponiendo la voluntad, pues sabemos que eso nos da plenitud, nos mejora, eleva la conducta hacia planos superiores. Toda la conducta motivada implica elección. Voluntad es elegir, y elegir, renunciar. Trae consigo un comportamiento más lejano, que necesita sacrificar lo cercano y apostar por aquello que ilusiona, pero que está aún en la lejanía. Este proceso complica las cosas, porque requiere ya un cierto grado de madurez. La respuesta se mantiene por el apoyo de una voluntad templada en una lucha firme y duradera. […] En la práctica, el desear y el querer aparecen mezclados; pero en la teoría es bueno separarlos, para saber en qué terreno estamos. Cuando queremos nos movemos o sentimos atraídos a preferir lo mejor”.
Aquí vale la pena recordar al publicista Edward Bernays, que hablaba de generar un sociedad de hiperconsumo, instando a pasar “de una cultura de necesidades a una de deseos, donde éstos deben posicionarse por encima de las necesidades. […] La gente debe ser entrenada para desear, para querer cosas nuevas, incluso antes de que las viejas hayan sido eternamente consumidas”. No obstante, en un mundo cuya economía está focalizada en el deseo y su satisfacción, es importante no dejarse llevar por la corriente mundana, que siempre estará atenta a las novedades que le impone el mercado y después del Iphone 12 querrá el Iphone 13 y luego el 14, en una carrera de consumo que nunca tendrá fin.
No obstante, si nos abstraemos de esta locura colectiva y queremos lo que debe ser nada podrá detenernos en el cumplimiento de nuestro propósito. Y aquí es bueno recordar un antiguo axioma iniciático que afirma: “Lo que queremos se cumple porque queremos lo que debe ser”. Esto está en completa consonancia con el pensamiento de Eliphas Lévi cuando decía: “Afirmar y querer lo que debe ser, es crear; afirmar y querer lo que no debe ser, es destruir”.
El problema es que la mayoría de las veces, al no saber lo que verdaderamente queremos, nos limitamos a improvisar, divagando y perdiendo el tiempo mientras la vida se nos escapa como arena entre las manos.
Ahora vayamos a la “Ley de atracción” que fue popularizada en nuestros días por la película basada en el libro de Rhonda Byrne “El secreto”.
La ley de la atracción dice que lo semejante atrae a lo semejante, y -por lo tanto- cuando tenemos un pensamiento estamos atrayendo pensamientos semejantes. Hasta ahí todo bien y estamos de acuerdo. Esta es una forma de entender el axioma hermético “Así como es arriba es abajo” que tiene como corolario otro axioma: “Así como es adentro es afuera”.
Leemos en “El secreto”: “Al igual que el genio de Aladino, la ley de la atracción te concede todos tus deseos”, o bien: “El Universo puede manifestar lo que desees en un instante. Es tan fácil manifestar un dólar como un millón”.
Si miramos la película, veremos ejemplos de personas que desean joyas, coches y hasta que desean un espacio para aparcar en un estacionamiento colmado. En fin, el propósito de “El Secreto” es convencernos que hay un camino fácil, sin esfuerzo, para cumplir todos nuestros deseos. Simplemente hay que visualizar y ¡voilá! ya tenemos lo que queremos: el Ferrari, la rubia (o el veterano apuesto) y el millón.
Dejando de lado esta obra clave del pensamiento “New Age”, vayamos ahora a lo que nos dice la Filosofía Iniciática sobre este tema.
El esoterismo concuerda con “El Secreto” en una cosa: existe la atracción. En otras palabras, sí atraemos cosas en función del enunciado que formulé antes (“Así como es adentro es afuera”), pero, ¿de qué cosas estamos hablando?
Todas las cosas que llegan a nuestra vida no son casuales, sino que forman parte de un aprendizaje. La vida es una escuela, un espacio de crecimiento, donde se van sucediendo diferentes lecciones que corresponden a necesidades del Alma.
La vida nos brinda un escenario perfecto, un marco propicio para la ampliación de la conciencia donde aparecen situaciones, acontecimientos y personas que necesitamos para avanzar y comprender.
Sin duda, es muy duro enfrentarse a la enfermedad, la muerte, el desconcierto, la incertidumbre, la discriminación, los problemas económicos, pero es bien cierto que la conciencia necesita resistencia, obstáculos, desafíos. En el confort y en la conformidad no pasa nada. La satisfacción de todos los deseos, tal como promete “El secreto”, no solamente no nos traerá la felicidad sino que nos puede llevar al estancamiento.
Como bien dice el monje budista Matthieu Ricard: “El deseo sólo puede desarrollarse plenamente si le permitimos campar a sus anchas hasta el punto de que acabe adueñándose de nuestra mente. […] Los hilos de seda del deseo, que a primera vista parecían tan frágiles, se tensan, y el suave ropaje que han tejido se convierte en una camisa de fuerza. Cuanto más nos debatimos, más nos aprieta”.
Es bien sabido: cuando el deseo finalmente ha sido satisfecho (y la felicidad prometida no ha aparecido), aparecen nuevos deseos (un coche más nuevo, unas vacaciones en un lugar más exótico, una mejor casa, un celular de última generación, la consola de moda, unos zapatos más caros) en una calesita que gira y gira y que -ciertamente- no tiene fin. Para colmo de males, la publicidad nos bombardea y nos susurra al oído: “tú te lo mereces”.
Entonces, a modo de conclusión, sí existe la atracción pero no como la enseña “El secreto”, que tiene un pequeño gran problema: subordina la atracción al deseo, cuando en rigor de verdad lo que atraemos son condiciones existenciales. Podemos mejorar estas condiciones a través de la visualización creativa y una actitud mental positiva, claro que sí, pero debemos ser conscientes -exactamente como explicaban los estoicos- que hay cosas que dependen de nosotros y otras que no. No todo lo que nos va a suceder en la vida será agradable porque necesitamos lecciones que nos movilicen y muchas de estas lecciones no serán agradables ni placenteras. Negar esto solamente producirá sufrimiento y frustración.