De acuerdo a las enseñanzas esotéricas tradicionales, en la base de la columna vertebral se encuentra una energía poderosa en estado latente, la cual es bien conocida en Oriente con el nombre de kundalini.

La palabra «kundalini» proviene del sáncrito y significa “enroscada” y también “circular, anular” y se refiere a una energía cósmica representada con una serpiente dormida y que está íntimanente vinculada al momento exacto del despertar espiritual o de una supraconciencia.

En otras palabras, esta energía serpentina o kundalini no es otra cosa que una manifestación en el ser humano de una energía universal.

El despertar de la kundalini es un evento trascendental, un hito en el camino espiritual, pues su ascenso a lo largo de la columna vertebral activa los siete chakras principales, liberando bloqueos y equilibrando el flujo de energía vital en el cuerpo.

Cuando el trabajo interior se hace adecuadamente, el despertar y ascenso de la energía serpentina acontece de forma simultánea a la iluminación, pero cuando se fuerza este proceso y se busca la liberación de esta energía de forma prematura, pueden ocurrir (y ocurren) problemas de todo tipo, desde dolores físicos, jaquecas prolongadas, ansiedades, desequilibrios mentales, etc.

Por esta razón, dice Svatmarama, en el Hathayoga pradipika: “Kundalini proporciona liberación al yogui y esclavitud al necio. El que conoce a kundalini conoce el yoga”.

El despertar de kundalini es un proceso delicado y que requiere preparación adecuada, es decir un trabajo preliminar que implica una purificación general, en especial prestando atención a los siete chakras principales, y preparando el terreno para el ascenso de la kundalini.

Estos siete chakras han sido comparados con siete grados, siete peldaños de una escalera y e incluso con siete estaciones a lo largo de la vía férrea de sushumna, que deben prepararse adecuadamente para recibir con honores y dignidad el convoy de la reina kundalini que parte desde la estación Muladhara pasando con Swadisthana, Manipura, Anhata, Ajna, Vishudda hasta llegar a su destino en Sahasrara. Dicho de otro modo, para que el tren sagrado pueda avanzar sin dificultades hasta su destino, es preciso que se reparen las vías, se coloquen cuidadosamente los durmientes, quitar todos los obstáculos que existan y preparar al personal de cada una de las estaciones para que puedan agasajar a la reina de forma adecuada.

En otras ocasiones, la columna vertebral es llamada “Mêru-danda” (el bastón de Meru), ya que Meru para los indos es la montaña sagrada primordial que constituye el “eje del mundo” (axis mundi) y en la relación microcósmica-macrocósmica, del ser humano y la totalidad, queda claro que en cada uno de nosotros también aparece esta correspondencia arriba-abajo.

Otra forma de referirse a estos siete centros sutiles y su vivificación o activación a través del flujo de kundalini es con el simbolismo floral, ya que los chakras también son conocidos como “lotos” que se abren cuando llega el influjo primaveral de la energía serpentina.

Que los chakras sean siete no es casual. El siete nos remite a la armonía de la Naturaleza, simbolizando la profunda conexión entre el ser humano y el Universo. Considerado tanto el número del Universo como del ser humano integrado, el siete está intrínsecamente asociado tanto al microcosmos como al macrocosmos.

En diversas tradiciones esotéricas tanto de Oriente como de Occidente, el número siete es considerado sagrado y se encuentra presente en múltiples aspectos de la existencia. Lo podemos hallar en los días de la semana, los colores del arcoíris, los metales alquímicos, los planetas de la antigüedad, etc.

Cuando en un contexto hermético se habla de “así como es arriba es abajo”, es posible conectar al cielo de arriba con el cielo de abajo y, más aún, con el cielo de adentro. Me explico: en el cielo de arriba es posible identificar siete planetas clásicos (Mercurio, Marte, Venus, Luna, Sol, Júpiter, Saturno) y vincularlos con los siete metales (Mercurio, Hierro, Cobre, Plata, Oro, Estaño, Plomo) y los siete centros o chakras. Por lo tanto, así como es arriba es abajo y así como es adentro es afuera.

Algunos dirán: pero no hay siete planetas y el sol y la luna no son planetas. Es verdad. Tampoco hay siete metales, hay más, ni siete chakras (hay más también). Lo cierto es que hay que mirar siempre más allá de lo evidente y tratar de descubrir que nos está diciendo todo esto, donde no se está usando un lenguaje científico sino simbólico, en conexión con procesos internos y en vinculación con el plano del Alma. Siendo así, cuando hablamos de todas estas cosas no hay que mirar afuera sino adentro y de entender, sin prejuicios, lo que ocurre en nuestro interior.

El número siete en relación con el símbolo de la escalera de siete gradas nos habla de siete etapas de la iluminación espiritual y por eso los chakras principales también han sido comparados con siete templos cerrados a lo largo de un río sagrado (sushumna) que deben ser abiertos con una llave (o clave) especial.

Para esta tarea suelen usarse mantrams, es decir sonidos vocales, que permiten -a través de la vibración sonora- ir armonizando los chakras. En la tradición yóguica se usan los sonidos: LAM-VAM-RAM-HAM-YAM-OM y finalmente silencio en el chakra sahasrara, siendo -cada uno de ellos. un Bija-mantram.

Un Bija-mantram es un sonido-semilla, una llave, que se asocia a un color, un punto específico de la columna vertebral e incluso se puede acompañar con aromas o visualizaciones.

En la Rosacruz Iniciática utilizamos tres sonidos raíces: RA-MA-OM y un mantram que recorre toda nuestra anatomía, desde el coxis hasta la coronilla: OUAEIM, haciendo silencio en el chakra de la coronilla.

Por lo tanto, la labor de los practicantes no es despertar kundalini sino hacer un trabajo prolijo, constante y consciente con cada uno de los chakras, trabajando con las energías de cada uno de ellos para que -cuando llegue el momento del ascenso de kundalini- ésta fluya libremente y sin peligro, conectando con su desplazamiento serpentino a la Tierra con el Cielo.