La palabra “neófito” proviene del griego y significa «nueva planta» o «retoño» (neo=nuevo, phytos=planta), lo cual está haciendo referencia a aquellos que están recién empezando a transitar el camino. Esta comparación del proceso espiritual con el desarrollo de una planta es muy común, ya que la semilla es un símbolo claro de lo potencial, y su muerte es necesaria para que nazca una nueva planta. Es decir, es necesario morir para vivir, matar al «viejo hombre» para que nazca el «hombre nuevo». Por esto, dice Juan en su Evangelio: “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, produce mucho fruto». (Juan 12:24).
La primera etapa germinal del proceso iniciático se llama «neofitado» y sus protagonistas son llamados de diversas maneras: aspirantes, aprendices, novicios o neófitos. En algunas ceremonias de iniciación tradicionales, al neófito se le entregaba simbólicamente una semilla que simboliza el talento de la parábola bíblica (Mateo 25:14-30).
Una vez que el neófito recibe la semilla, tiene la opción de guardarla en su bolsillo y avanzar en la escuela, orden o fraternidad (a veces por inercia) olvidándose del crecimiento de esa semilla, o bien colocarla en tierra fértil y regarla constantemente, hasta que finalmente la planta produzca su fruto.
La planta está ligada simbólicamente a los cuatro elementos que enmarcan la Ascesis Iniciática: Tierra, Agua, Aire y Fuego. La semilla cae en la tierra y necesita agua para germinar y salir a la superficie, subiendo por los aires con el influjo del calor del sol (fuego). Y de esta manera, la planta crecerá y dará su fruto (quintaesencia), contenedor de nuevas semillas.
La etapa de neofitado o aspirantado implica una «nueva inocencia», como fue llamada por Ramón Panikkar. Esto queda en evidencia en algunos ritos antiguos, como en los misterios de Cibeles, donde los nuevos iniciados eran alimentados con leche, como si fueran lactantes recién nacidos.
Los neófitos deben pasar por un proceso de aprendizaje y crecimiento espiritual para alcanzar la plenitud de su potencial, y a este largo proceso es largo le llamamos “sendero iniciático”, un recorrido que comienza en las tinieblas y que conduce inexorable a la luz pero para ello se requiere disciplina y perseverancia, o como decimos en ORCI: Compromiso, Constancia, Coherencia y Confianza, las cuatro “C” del discipulado.
Compromiso implica dedicación y determinación, es decir estar dispuesto a hacer sacrificios personales para que nuestra vida sea concordante con las enseñanzas espirituales.
Por esto hablamos de Coherencia, que significa mantenerse fiel a los valores, principios e ideales que hemos adoptado y alinear nuestra vida de acuerdo con ellos, y esto se refiere a nuestros pensamientos, palabras y acciones.
Constancia significa perseverar en el camino a pesar de los obstáculos y las dificultades que puedan surgir, manteniendo el foco en todo momento a pesar de que las circunstancias no sean propicias. En otras palabras, mantener encendida la llama.
Confianza significa tener un total convencimiento de que el sendero conduce a un lugar mejor. Por eso hablamos de que es preciso, al transitar el sendero, confiar en sí mismo y en las enseñanzas espirituales.