Si nos adentramos en el estudio de los santos cristianos desde el simbolismo y la iconografía descubriremos que, muchas de las funciones y atributos de los antiguos dioses paganos, no se pierden ni se olvidan sino que se traspasan y se re-presentan, es decir se vuelven a presentar, con nuevos atuendos, con nuevos nombres y en función a una nueva sensibilidad y una nueva religión.
Esto se hace patente tanto en Oriente como en Occidente, y también en América, donde podemos apreciar lo que Raimon Panikkar llamó “equivalentes homeomórficos”, lo que nos permite encontrar semejanzas y trazar paralelismos entre personajes pertenecientes a diferentes contextos culturales y religiosos, respetando -al mismo tiempo- sus características particulares.
El dios Hermes-Mercurio, de acuerdo con los relatos clásicos, tenía múltiples funciones vinculadas a la comunicación entre dos partes (el comercio, la navegación, el intercambio, la mensajería) y una de ellas estaba referida a la protección de los los viajeros, tanto en el más acá (los caminos, las travesías, etc.) como en el más allá, en su rol de “psicopompo”, es decir que como guía y acompañante de las almas de los muertos después de la transición.
En Egipto, este papel de conductor de las almas y guardián del periplo de los difuntos lo desempeñaba el dios Anubis, aunque no debemos olvidar a una figura extraordinaria que era la fusión de los dos dioses anteriores, Hermes y Anubis, y que tenía el nombre de Hermanubis.
En el cristianismo el rol de protector de los viajeros fue adoptado por el gigante Cristóbal de Licia (más conocido como San Cristóbal) el que, de acuerdo a la leyenda, se dedicaba a ayudar a las personas a cruzar un río peligroso, llevándolos sobre sus hombros. En un día en particular, Cristóbal se encontró con un niño que le pidió que lo cruzara al otro lado. Sin embargo, al tomar al niño en sus hombros, notó que se hacía cada vez más pesado hasta que le pareció estar cargando el mundo entero. Finalmente, llegaron a la otra orilla y el niño reveló ser Cristo, reconociendo en Cristóbal a un verdadero servidor de Dios.
Es curioso que en las representaciones primitivas, San Cristóbal suele aparecer con rasgos caninos, un cinocéfalo (es decir, cabeza de perro) por lo cual no es aventurado hablar de una vinculación primigenia entre éste y el dios chacal Anubis. Si revisamos los documentos, la “Áurea Legenda” del cristiano Santiago de la Vorágine fue quien consolidó la fama del santo Cristóbal y de transformarlo de “canino” (es decir “perruno”, canineus) a cananeo, o sea de la tierra de Canaán.
Fulcanelli revela en sus obras que: “San Cristóbal, cuyo nombre primitivo, Offerus, (…) significa, para la masa, el que lleva a Cristo, pero la cábala fonética descubre otro sentido, adecuado y conforme a la doctrina hermética [y dice] que Cristóbal en vez de Ctúofo, [es el que] que lleva el oro. Partiendo de esto, comprendemos mejor la gran importancia del símbolo, tan elocuente, de san Cristóbal. Es el jeroglífico del azufre solar (Jesús) o del oro naciente, levantado sobre las ondas mercuriales y elevado a continuación por la energía propia del Mercurio, al grado de poder que posee el Elixir”.
San Cristóbal casi siempre aparece cruzando un vado con la ayuda de un bordón y cargando al Cristo en sus espaldas. Pero, en rigor de verdad, todos nosotros, al igual que Cristóbal, somos “cristóforos”, pues portamos al Cristo en nuestro interior, que es idéntico al oro que cita el alquimista Fulcanelli. Por eso, podemos considerarnos viajeros cristóforos y auríferos a la misma vez. Portamos al Cristo y al oro en nuestro interior. El que tenga oídos que oiga.
De acuerdo con esta idea, cada uno de nosotros tiene la misión de cruzar a la otra orilla, es decir trascender la materia, con la ayuda de este Cristo Interno, el cual está situado simbólicamente “sobre nuestros hombros”, lo cual significa que puede ver más lejos. Apreciemos aquí este símbolo precioso de vadear el río, de cruzar de un lado a otro, de pasar de lo profano a lo sagrado.
Carl Gustav Jung, al tratar el mito de San Cristóbal dijo: “No debemos cargar a Cristo, pues es insoportable, sino que debemos ser Cristo, entonces nuestro yugo será suave y nuestra carga liviana. (…) Dios fuera de nosotros aumenta el peso de todo lo pesado, Dios en nosotros aliviana todo lo pesado”.
Al igual que Cristóbal transportó al Cristo, en la mitología griega Hermes realizó una tarea similar transportando al niño Dionisos por orden directa de Zeus, para que éste fuera criado por las ninfas.
En la serie alemana “Dark”, aparece recurrentemente una medalla de plata de San Cristóbal, la misma que llevan algunos transportistas cristianos a fin de contar con la protección del santo, pero en este caso significando las conexiones entre almas más allá del tiempo y del espacio, es decir de una conexión entre dos orillas, dos tiempos, dos lugares, a través de un amor profundo, ese amor que podemos situar más allá de lo manifestado.
Como ven, al salir a cazar símbolos debemos recordar que -la mayoría de las veces- nada es lo que parece, y que necesitamos no solamente penetrar la corteza y mirar más allá de las apariencias, sino también hacer conexiones, trazar correspondencias, descubrir esos equivalentes homeomórficos, conectando a estos personajes con su sentido más profundo.