En la tradición china “no se concebía la Tierra únicamente como origen de la fertilidad agraria. Como potencia complementaria del Cielo, formaba parte integrante de la totalidad cósmica”, y esta complementariedad muchas veces aparece representada como un matrimonio entre la Tierra y el Cielo.
Este matrimonio es una “hierogamia” (“hieros gamos”) es decir, una “unión sagrada”, la reunión de lo de Arriba con lo de Abajo o bien lo de adentro con lo de afuera, que en la Alquimia aparece en la forma de la conjunción de dos fuerzas primigenias polares, una de naturaleza positiva (el Sol, Shiva, Azufre, Rajas, Yang) y otra de naturaleza negativa (la Luna, Shakti, Mercurio, Tamas, Yin).
Muchos mitos cosmogónicos están cimentados en la creación cósmica por medio de esta unión entre el Padre-Cielo y la Madre-Tierra.
Como todo mito cosmogónico sirve de modelo al comportamiento humano, del mismo modo “el matrimonio humano está considerado como una imitación de la hierogamia cósmica. «Soy el Cielo —proclama el marido en la Brhadaranyaka Upanishad—, tú eres la Tierra.» Y en el Atharva Veda el marido y la esposa se asimilan al Cielo y a la Tierra. En la Eneida, Dido celebra su boda con Eneas en medio de una violenta tempestad y su unión coincide con la de los elementos; el Cielo abraza a su esposa, dispensando la lluvia fertilizante. En este sentido, el mito divino no es otra cosa que el modelo ejemplar de la unión humana”.
Por lo tanto, como señala Mircea Eliade “la hierogamia divina que tuvo lugar in illo tempore [es decir en el punto de origen o bien un tiempo y espacio primordiales] [fue] lo que hizo posible la unión sexual humana. La unión entre el dios y la diosa acontece en un instante atemporal, en un presente eterno; las uniones sexuales entre los humanos, cuando no son rituales, se desarrollan en la duración, en el Tiempo profano”.
Este punto es importante porque nos permite comprender la sexualidad humana desde una óptica más trascendente, donde los amantes pueden escapar de la dicotomía pasado-futuro y experimentar una unión que no es solamente física y carnal sino que es física, vital, emocional, mental, espiritual. En otras palabras: integral o completa. Y esto ocurre en un tiempo fuera del tiempo, es decir en un eterno presente que permite repetir a escala microcósmica el evento macrocósmico de la creación, la unión del Eterno Femenino (Yin) y el Eterno Masculino (Yang).
En palabras de Ramiro Calle: «La cópula es la representación del maridaje de Shiva y Shakti, la conciencia y la energía, y los amantes iniciáticos son como dioses haciendo el amor y re-creando un mundo espiritual. Cada consorte iniciático halla su mismidad y la unifica con el otro, logrando un uno-sin-dos, es decir retornando al ser antes de que se dividiera y diera lugar a todos los fenómenos”. Siendo así, “el abrazo carnal es guía para el abrazo espiritual, [donde] el consorte exterior constela el interior”.
Obviamente, en la actualidad estos conceptos pueden parecer obsoletos, ridículos y sin sentido, dado que la sexualidad ha sido totalmente desacralizada y relegada a lo genital. Sin embargo y como excepción, existe un creciente interés en los ritos sexuales tántricos, aunque la mayoría de las veces se presenta como una curiosidad exótica o un entretenimiento, casi como un entendimiento lúdico del sexo, más que un enfoque trascendente de la sexualidad.
En síntesis: desde una perspectiva espiritual, los amantes no son otra cosa que manifestaciones “polares” de carne y hueso, los que -sin embargo- tienen la posibilidad llegar a trascender la existencia material que los confina a cuerpos masculinos o femeninos mediante la encarnación de los arquetipos divinos. De hecho, si prestamos atención a las enseñanzas tradicionales el alma no tiene sexo, aunque para su manifestación física y para la supervivencia de la especie, necesite encarnar un cuerpo de naturaleza masculina o femenina.
Por lo tanto, mediante un acto mágico-sexual el lecho, la cama o donde se los amantes se encuentren pasa a ser un espacio sagrado, donde Juan y María dejan de ser Juan y María para convertirse en Shiva y Shakti, el Sol y la Luna, situándose por encima del tiempo y del espacio profanos. De esta forma, la dualidad se convierte en Unidad y los amantes vencen toda separación para convertirse en un solo ser, el andrógino.
Me despido ahora con una frase de Stanislav Grof: “Hacer el amor con una pareja compatible puede ser un acontecimiento profundamente espiritual y, en ocasiones, puede incluso ser el desencadenante de un proceso duradero de evolución de la conciencia”.
Omnia vincit Amor. El amor todo lo vence.