La granada, como fruta y como símbolo, era conocida y apreciada por las naciones de la antigüedad, especialmente en el Medio Oriente.
Símbolo de la fecundidad, la prosperidad y la generación, la granada es una fruta que posee una cáscara dura que protege una gran cantidad de pequeñas semillas rojas, jugosas y muy sabrosas.
Conocida también como “manzana granulada” (pomum granatum, “pomegranate” en inglés, “melagrana” en italiano) aparece muchas veces en la Biblia e incluso algunos estudiosos la han querido relacionar con la fruta prohibida del Edén.
En la Grecia Clásica, la granada fue usada en los ritos eleusinos, donde los sacerdotes de Deméter portaban una corona con ramas de granado, recordando a Perséfone, que –engañada por Hades– tenía que permanecer en el Inframundo durante seis meses al año por haber comido seis semillas de granada.
Introducida en España por los musulmanes, dio nombre a la ciudad de Granada y posteriormente a toda la provincia, la cual muestra en su blasón “una granada al natural, rajada de gules, tallada y hojada de sinople”.
La granada aparece citada por primera vez en el Antiguo Testamento en Éxodo 28:33, cuando Dios da instrucciones sobre la vestimentas que deberá utilizar el Sumo Sacerdote (Aarón): “Haz granadas de tela azul, púrpura y escarlata alrededor del borde del manto, con campanas de oro entre ellos”.
En este caso, Aarón es el representante ante la divinidad de todo el pueblo de Israel, por lo tanto la granada, que aloja múltiples semillas en un mismo contenedor simboliza a toda la nación judía. Dicho de otro modo, al oficiar como sacerdote, Aarón porta consigo a todos los judíos. Es un individuo solo, pero –al mismo tiempo– es “muchos”.
Este es uno de los aspectos simbólicos más importantes de esta fruta: la unidad escondida en la multiplicidad. Tradicionalmente se dice que la granada tiene 613 semillas, número que alude a las prescripciones de la Torah, las llamadas “mitzvot”. Al reducir este número por el método teosófico, llegamos a la unidad: 6+1+3=10, es decir 1+0=1. (1)
Aunque el número 613 es simbólico, hace pocos años se hizo un estudio científico realmente muy curioso donde se contabilizó el número de semillas de las granadas de varios países. Lo más increíble de esta investigación es que el promedio de semillas terminó siendo 613.
Los dos pilares del Templo de Salomón, llamados Jachin y Boaz, fueron decorados con granadas a petición del mismo rey, el que tenía una particular predilección por esa fruta.
De acuerdo al relato bíblico, Hiram de Tiro “fundió dos columnas de bronce. (…) Hizo también dos hileras de granadas alrededor de la red, para cubrir los capiteles que estaban en las cabezas de las columnas con las granadas; y de la misma forma hizo en el otro capitel. (…) Tenían también los capiteles de las dos columnas, doscientas granadas en dos hileras alrededor en cada capitel, encima de su globo, el cual estaba rodeado por la red. Erigió estas columnas en el pórtico del templo; y cuando hubo alzado la columna del lado derecho, le puso por nombre Jaquín, y alzando la columna del lado izquierdo, llamó su nombre Boaz” (I Reyes 7:15-21).
Los masones tomaron como modelo el Templo salomónico y adoptaron a la granada como uno de sus símbolos, colocándola entreabierta en la parte superior de las columnas del templo. En este caso, la granada refiere a la Unidad en la diversidad, enseñando que cada masón es una “semilla” que –al reunirse en logia– pasa a formar parte de un mismo cuerpo fuerte y unido, donde cada semilla es diferente en su forma pero idéntica en su esencia.
Toda semilla tiene el potencial de convertirse en un enorme árbol, pero para lograr esto debe morir como semilla, renunciar a su identidad chiquita y limitante a fin de transformarse en algo mayor.
La cáscara de la granada, amarga y gruesa, esconde y protege a las semillas de intenso color rojo, cuyo sabroso néctar ha sido comparado tradicionalmente con la sangre y en la tradición cristiana particularmente con la sangre de la pasión de Cristo e incluso con el Santo Grial, dado que tanto el cáliz como la fruta actúan como contenedores de un líquido precioso de intenso color rojo.
En la mayoría de las culturas la sangre representa la vida. Mientras que algunos esoteristas hablan de la sangre como el “vehículo del Alma”, la tradición judía sostiene que “la sangre es nefesh” es decir que “la sangre es el Alma”. En Levítico 17:14 puede leerse: “La vida de toda carne es su sangre; por tanto, he dicho a los hijos de Israel: No comeréis la sangre de ninguna carne, porque la vida de toda carne es su sangre; cualquiera que la coma será cortado”, un pasaje interesante que leído de forma literal ha llevado a los Testigos de Jehová a reprobar las transfusiones de sangre.
Los cabalistas, aunque también sostienen que la sangre es el medio de conexión entre el Alma y el cuerpo (soporte de la vitalidad) (3), no se niegan a las transfusiones porque salvar una vida es una de las “mitzvot” más importantes que existen (Levítico 18:5). Recordémoslo siempre: el principio de “caridad” al interpretar un texto sagrado establece que, si una interpretación nos lleva a la unidad, lo bueno y lo justo, y otra nos conduce a la diversidad, lo malo y lo injusto, la interpretación verdadera será siempre la primera.
En algunos ágapes fraternales se brinda con mosto de granada o granadina, para representar la unión fraternal. En las antiguas bodas judías, era usual el uso de este tipo de mosto para que los cónyuges bebieran de una misma copa, dando a entender que –a partir de ese momento– las dos almas se convertían en una sola y que su sangre se terminaría mezclando en sus hijos.
Esta asociación de las granadas con los amantes aparece en el Cantar de los Cantares (8:2): “¡Que yo te llevara, que yo te metiera en casa de mi madre; que me enseñaras, que te hiciera beber vino adobado del mosto de mis granadas!” y también fue fuente de inspiración para San Juan de la Cruz en su Cántico Espiritual: “Y luego a las subidas cavernas de las piedras nos iremos que están bien escondidas, y allí nos entraremos, y el mosto de granadas gustaremos”.
Notas del texto
(1) Esto mismo ocurre en el tablero del ajedrez, donde una aparente dualismo representado por las 64 casillas blancas y negras esconde la unidad: 6+4=10, y 1+0=1.
(2) Dice René Guénon: “La sangre constituye efectivamente uno de los lazos del organismo corporal con el estado sutil del ser viviente, que es propiamente el “alma” (nefesh haiah del Génesis), es decir, en el sentido etimológico (anima), el principio animador o vivificador del ser”. (“Sobre Cábala y Judaísmo”)