En la Filosofía Iniciática y en todas las corrientes esotéricas y sapienciales, el camino espiritual se concibe como un regreso, una vuelta al punto de origen, por lo tanto avanzar es retornar, volver a la Fuente, esa Fuente que identificamos con lo divino, con lo trascendente y que ubicamos -consciente o inconscientemente- en lo más alto, en el cielo.
En otras palabras, somos hijos del firmamento y como se dice en la carta a los Filipenses (capítulo 3, versículo 20) “nuestra patria está en el cielo”, pero también está adentro. Adentro y arriba son coordenadas espaciales simbólicas, pero que siempre se refieren a lo mismo: a un viaje a lo más profundo.
Por eso se dice que el ser humano es un “homo viator”, un viajero, un peregrino, un noble caminante, un alma encarnada que transita en una tierra maravillosa y extraña, como el buzo que se sumerge en las profundidades pero que -tarde o temprano- tendrá que volver a la superficie.
Plotino dice sobre esto: “La patria nuestra es aquella de la que partimos, y nuestro Padre está allá”, a lo cual le preguntan: “¿Y qué viaje es ése? ¿Qué huida es esa?”. Y el filósofo responde: “No hay que realizarla a pie: los pies nos llevan siempre de una tierra a otra. Tampoco debes aprestarte un carruaje de caballos o una embarcación, sino que debes prescindir de todos esos medios y no poner la mirada en ellos, antes bien, como cerrando los ojos, debes trocar esta vista por otra y despertar la que todos tienen pero pocos usan”.
Obviamente se está refiriendo a un proceso interior que lleva al despertar y que muchos místicos, esoteristas e investigadores han relacionado con un ascenso. Juan de la Cruz habló del “ascenso al monte Carmelo” y en muchas culturas subir a una montaña representa fielmente este proceso de esfuerzo, superación y transformación interior.
La montaña simboliza el eje, el axis mundi, es decir la conexión vertical entre el cielo y la tierra, y que aparece de múltiples formas: como una montaña, un árbol, una soga, un puente vertical, una escalera, etc.
La escalera nos remite a una gradualidad, es decir a un ascenso progresivo, paso a paso, obligándonos a avanzar de manera secuencial. Esta característica es una metáfora poderosa para muchos procesos graduales en nuestras vidas, personales, profesionales, iniciáticos, espirituales.
De acuerdo con René Guénon: “La escalera es como un “puente” vertical que se eleva a través de todos los mundos y permite recorrer toda su jerarquía, pasando de peldaño en peldaño; y, a la vez, los peldaños son los mundos mismos, es decir, los diferentes niveles o grados de la Existencia universal”.
En Occidente, la escalera simbólica más conocida es la de Jacob que aparece en este pasaje del Antiguo Testamento: “Jacob partió de Beerseba y se fue hacia Harán. Y llegó a cierto lugar y pasó allí la noche, porque el sol ya se había puesto. Tomó una de las piedras de aquel lugar, la puso como cabecera y se acostó. Entonces soñó, y he aquí una escalera puesta en la tierra, cuya parte superior alcanzaba el cielo. He aquí que los ángeles deDios subían y descendían por ella”.
Otro símbolo ascensional es la espiral, que aparece como un elemento de comunicación entre los planos y que también demuestra cierta gradualidad y que en ocasiones parece una repetición, pero no lo es. Subimos, avanzando, ascendemos con esfuerzo y vamos viendo todo con más claridad, pero… en el momento menos pensado ¡zas! aparecen acontecimientos, personas, sucesos removedores que ciertamente nos confunden. Incluso llegamos a pensar que estamos volviendo atrás, retrocediendo tal vez, pero todas estas situaciones y circunstancias en verdad suponen nuevos retos, nuevos desafíos, aspectos de nuestro ser que necesitábamos descubrir, trabajar. Es así que después de mucho esfuerzo terminándonos dando cuenta que sí ha habido un avance, que hemos aprendido cosas y que estamos parados un poquito más arriba, en otra vuelta de la espiral.
La conjunción de los símbolos de la escala y la espiral nos da como resultado la escalera de caracol, que está presente en varias tradiciones y fundamentalmente en el segundo grado de la Masonería, donde el Compañero Masón ingresa al Templo practicando una marcha accidentada que simboliza el ascenso por la escalera de caracol del Templo de Salomón que se describe en la Biblia: “La entrada al piso inferior se hallaba en el lado sur del templo; una escalera de caracol conducía al nivel intermedio y a la planta alta”. (1 Reyes 6:8)
Los pasos que da el Compañero Masón “subiendo por la escala” son cinco, y sobre este punto es importante destacar que todas las escaleras simbólicas deben poseer un número impar de peldaños, tal como enseñó el famoso arquitecto romano Vitruvio: “Las gradas se harán siempre impares para que empezándolas a subir con el pie derecho, sea éste el que llegue primero al llano del Templo”. Esta característica tiene dos razones: una popular (es de buen augurio finalizar las cosas con el mismo pie con el que se comenzó, generalmente el pie derecho) y otra filosófica (en el esquema pitagórico los números impares eran considerados más perfectos que los números pares).
La escala simbólica siempre nos lleva a un recinto trascendente, que tiene varios nombres: “Santuario del Ser”, “kodesh ha-kodashim”, “Sancta Santorum”, “Adytum” o “Debir”, un espacio sagrado, el habitáculo de la divinidad.
Ascender a lo más alto, ese parece ser nuestro propósito existencial. Superar pruebas, enfrentar desafíos y perseverar en nuestra búsqueda del camino hacia el hogar sagrado.
Somos nobles caminantes. Estamos en el camino. Lo único que podemos hacer es… caminar… ascendiendo paso a paso hacia la cima.