La Gioconda nos observa y no podemos quedarnos indiferentes ante su mirada.
Desde una perspectiva iniciática, la Gioconda es una guardiana y perfectamente podría equipararse con la sacerdotisa o papisa del Tarot, que siempre se representa en la entrada del templo iniciático del rey Salomón, entre las columnas Jachin y Boaz. También existe cierta correspondencia entre la Mona Lisa y la dama que aparece en la entrada de Notre Dame sosteniendo dos libros, uno abierto y el otro cerrado, a la vez que sostiene una escalera de nueve peldaños (scala philosophorum), la que conduce al aspirante desde la tierra al cielo.

Todas estas mujeres representan a Sophia, la Sabiduría, y que aparezcan como guardianas nos habla del traspaso de un umbral, del pasaje del pronaos al naos.
El sufí Llewelyn Vaughan-Lee dice: “Lo femenino revela su naturaleza más elevada en forma de Sophia. Sophia porta la sabiduría profunda del alma y nos permite ver a través de los velos de la ilusión y percibir la verdadera belleza que se esconde detrás. Nos permite contemplar la faz secreta de la creación. (…) [Ella] nos conecta con nuestra naturaleza divina y, de este modo, nos permite percibir el sentido oculto en todas las cosas.
En toda la creación existe un mensaje oculto que nos recuerda nuestro hogar verdadero, ya que todo, cada hoja y cada piedra, entona el canto de su creador. A través de sus oídos podemos percibir ese cántico sublime, a través de sus ojos ver su faz reflejada en cada cielo y en cada calle. Su mayor sabiduría consiste en cómo nos llama hacia el más allá. En su más elevada emanación es la Sofía Divina, el aspecto femenino del Yo Superior”.
Para los cristianos ortodoxos, Sophia aparece como Santa Sofía, madre de tres hijas: Pistis (Fe), Elpis (Esperanza) y Agape (Caridad o Amor), y –en líneas generales– siempre está relacionada al aspecto femenino de la divinidad, el tercer logos, identificada también con el Espíritu Santo, el Anima Mundi e incluso con la Divina Madre Universal.
El genial Alberto Durero, en su alegoría de la filosofía, representó a la divina Sophia acompañada con este texto: “Sophia me llaman los griegos, Sapientia los romanos. Los egipcios y los caldeos me inventaron, los griegos me escribieron, los romanos me transmitieron, los germanos me ampliaron”, y en la parte inferior de la imagen agrega: “Lo que tiene el cielo y la tierra, el aire y el agua, lo que hay en las cosas humanas y lo que el dios ígneo hace en todo el orbe, Yo, la filosofía, lo llevo todo en mi pecho”.

El simbolismo relacionado directa o indirectamente a Sophia es amplísimo y aparece de muchas formas pero siempre aparece asociado a la expresión más elevada del arquetipo femenino. Carl Gustav Jung –por ejemplo– habló de Sophia como el cuarto estadio de desarrollo del Ánima, en un proceso que comienza en la Eva Terrenal y culmina con la María Celeste.
En la Alquimia, Sophia podía aparecer de tez oscura, remitiéndonos inexorablemente a las vírgenes negras del cristianismo. En el tratado de “Aurora Consurgens” puede leerse: “Dirigíos a mí desde el fondo de vuestro corazón y no me rehuséis por ser negra y oscura. El Sol me ha bronceado y los abismos han tapado mi rostro”.
Por supuesto. La piel negrísima de Sophia se explica por haberse bronceado con el Sol, con la fuente máxima de Luz, Vida y Amor (Calor). Y si hablamos de morenas, no podemos olvidarnos de la amada del Cantar de los Cantares, que dice en uno de los pasajes de esa obra: “Soy morena pero preciosa, oh hijas de Jerusalén, como las tiendas de Cedar, como las cortinas de Salomón. No se fijen en que soy morena, porque el sol me ha quemado”. (Cantar de los Cantares 1:5-6)

En la línea de pensamiento martinista encontramos a Sophia como la esposa celeste del Hombre original, del Adán primordial, pero se dice que -con la caída- el vínculo entre los esposos se terminó rompiendo, ante lo cual Jacob Boehme proponía en sus obras una “sophiología”, una forma de volver a contraer nupcias con Sophia, lo que significa la recuperación de nuestro estado original (adámico) a través de un mediador: el Cristo.
Pero antes de seguir con las ideas martinistas acerca de Sophia, quiero volver a la Gioconda y analizarla en este contexto.
Si observamos con detenimiento la pintura, apreciaremos que la dama aparece en el medio, dividiendo en dos partes el paisaje donde se muestran sendos caminos, uno a la derecha y otro a la izquierda. Uno de los senderos es espiralado, sinuoso y nos conduce a un lago, mientras que el otro es más directo, tiene un puente y se interna en un discreto bosquecillo entre los riscos.
En este sentido, el historiador Harvey Rachlin comenta: “El fondo [de la Mona Lisa] no constituye un mero acompañamiento visual para la protagonista; antes bien puede considerarse una parte de la esencia misma del retrato, puesto que podemos interpretar, sin temor a equivocarnos, que posee un significado simbólico”.
Esto es absolutamente cierto. Existe, en esta obra, un sentido simbólico donde se habla de dos posibilidades, de dos caminos. Esta necesidad de “elegir” entre dos caminos aparece en todas las tradiciones y en diferentes etapas del camino. Al principio del camino, el aspirante debe elegir entre la zona de confort o la zona de aventuras, y el Alma aparece “tironeada” entre dos fuerzas. Sin embargo, esta no es la única disyuntiva del largo camino a casa.
En este caso, frente a la dama misteriosa pintada por Leonardo, los dos caminos se refieren a las dos vías de la Alquimia: la vía seca y la vía húmeda, dos símbolos universales que el genio de Leonardo Da Vinci no podía ignorar, fuese o no fuese alquimista. ¿Por qué? Porque Leonardo era un polímata, un sabio que no restringía su conocimiento a un área concreta, sino que dominaba con pericia disciplinas tan disímiles como la pintura, la cocina, la botánica, la anatomía, la arquitectura, entre otras.
Por lo tanto, no sería aventurado asegurar que Leonardo conocía en detalle el simbolismo y las doctrinas de los alquimistas, y está comprobado que utilizó fórmulas alquímicas para elaborar algunos de sus óleos.
A fin de apreciar algunos detalles de la obra de Leonardo, sugiero estudiarlos de su obra “gemela”, la Gioconda del Prado, que por mucho tiempo fue infravalorada y considerada una de las tantas copias de la Mona Lisa hasta que un estudio técnico elaborado entre los años 2011 y 2012 reveló que la misma había sido pintada en forma simultánea con la versión de Leonardo, es decir en el mismo taller y al mismo tiempo por alguno de sus discípulos.

De acuerdo a la web del Museo del Prado:
“Las dimensiones de ambas figuras son idénticas y fueron quizá calcadas partiendo del mismo cartón. La prueba más evidente de que las dos obras fueron realizadas al mismo tiempo es que cada una de las correcciones del dibujo subyacente original se repite en la versión del Prado, lo que demuestra que su autor tuvo en cuenta elementos que Leonardo dibujó en las capas subyacentes pero no incluyó en la superficie. Todos estos elementos apuntan a un miembro del taller de Leonardo, próximo a Salai o a Francesco Melzi, los alumnos más cercanos al maestro y que tenían acceso directo a sus dibujos de paisaje. (…) Se trata de la copia de la Gioconda más temprana conocida hasta el momento y uno de los testimonios más significativos de los procedimientos del taller de Leonardo”.
En la Gioconda, las dos vías parten desde la materia (pedregosa, rocosa, dura) y se van abriendo paso, cada una sorteando diferentes obstáculos, hasta llegar al cielo (claro, límpido, sutil).
La Sabiduría-Sophia es la dama protectora e inspiradora de aquellos que se aventuran en cualquiera de las dos sendas, tanto en la vía iniciática como en la vía mística, y esta es una característica que la hermana con Hermes Trimegisto, el custodio del camino iniciático.
Verdaderamente, Atenea (la diosa griega de la sabiduría) y Hermes son compañeros inseparables, complementos de la misma cosa, “las dos partes del intelecto del padre Zeus. Atenea representa el pensamiento divino, la σοφία (sophia), Hermes es el dios de la elocuencia y, por consiguiente, quien expresa la σοφία de Atenea. Uno no puede ir sin el otro, como no puede haber filosofía sin retórica. Atenea es quien inspira, aconseja y conduce a los héroes que la solicitan. Es el símbolo femenino del comienzo de la intervención divina entre los hombres. Hermes representa la segunda parte de dicha intervención”.
La confluencia de Hermes y Atenea queda patente en el símbolo de la Hermatenea, la imagen bifronte donde las energías de ambos dioses son reunidas con un mismo propósito: ayudar al hombre en su camino de regreso a casa.

El Filósofo Desconocido, Louis Claude de Saint-Martin decía que “somos todos viudos”, porque según él –y siguiendo la línea de pensamiento de Jacob Boehme– el Adán primigenio (de naturaleza andrógina) perdió a su esposa celestial, la Divina Sophia.
Una consecuencia de esta separación fue la pérdida de la androginia primitiva y la división del ser humano en dos sexos: hombre y mujer. Siendo así, tanto hombres como mujeres se sienten incompletos y buscan la parte que les falta, tal como explica Platón en “El banquete”: “Cada uno de nosotros es, por tanto, una mitad (symbolon) de hombre, al haber quedado seccionados, como los lenguados, en dos de uno que éramos. Por eso busca continuamente cada uno su propia mitad”.
De este modo puede entenderse la afirmación martinista de que “somos todos viudos”, por lo tanto nuestra tarea es volver a enamorarnos, convertirnos en Filaleteos (amantes de Sophia) y finalmente unirnos con ella en segundas nupcias.
En un coloquio iniciático para Superiores Incógnitos de la Orden Martinista hay un diálogo muy sustancioso:
“Maestro: ¿Cuál es la tarea esencial del hombre?
Iniciado: Su tarea esencial consiste en realizar nuevamente el matrimonio, es decir, en unir la parte material de su ser a su parte espiritual, las cuales corresponden a las dos columnas de su propio Templo.
Maestro: ¿Cómo puede el hombre realizar su matrimonio nuevamente?
Iniciado: Uniendo su alma a la Sophia, su Esposa celeste”.