Un viejo maestro y su discípulo caminaban por una carretera cuando vieron que una tortuga estaba intentando cruzar al otro lado. El discípulo corrió hacia ella y la puso en la banquina, lejos del tránsito de los automóviles.
– ¿Qué has hecho? – le preguntó su maestro.
– Crucé la tortuga al otro lado para que no la atropellaran.
– ¡Pero no, tonto! El destino de esa tortuga era que fuera pisada por un coche.
El discípulo caviló unos instantes y fue hasta el otro lado, recogió a la tortuga y la puso exactamente en el medio de la ruta.
– ¿Pero qué has hecho ahora? – le gritó el viejo.
– Puse a la tortuga en la carretera porque su destino era morir atropellada.
– ¡No, no y no! El destino de esa tortuga era ser atropellada pero su destino también era que llegara un tonto como tú y la colocara lejos del peligro.
Hace algún tiempo me encontré con un estudiante de esoterismo bastante cínico que afirmaba que no era necesario hacer ningún tipo de servicio comunitario porque cada uno debía hacerse cargo de su karma y que él no estaba dispuesto a interferir en el karma de los otros. Esta postura es bastante estúpida pero es más común de lo que se cree y evidencia una comprensión bastante pobre de las enseñanzas esotéricas.
El karma no es castigo y significa un destino inevitable. Es más bien una gigantesca telaraña de causas y efectos donde -si tiramos de uno de los hilos- inevitablemente toda la telaraña se moverá, exactamente igual que en el efecto mariposa.
No es posible escapar de la acción. Como bien dice Antonio Medrano: “No hacer nada, el cruzarse de brazos, el holgazanear o tirarse a la bartola es ya una manera de hacer, aunque no sea otra cosa que la del abandono, la inacción, la desidia, la deserción vital, cuando tal perezosa inactividad se impone como estilo de vida y norma de conducta. Es, en este último caso, una manera de hacer que, precisamente por su negativa a hacer, se traduce en un deshacer, en un destruir y desperdiciar la vida; un perderla, que equivale a un morir en vida”.