En el artículo anterior hablé de los talismanes y a raíz de ello muchos amigos me preguntaron de qué manera se pueden consagrar, es decir “volver sagrados”, esos talismanes.
En primer lugar, debemos entender a qué nos referimos cuando hablamos de “consagración”. En líneas generales, consagrar es volver sagrado un lugar, un objeto y hasta una persona a través de una oración, una bendición particular, una ceremonia o una práctica ritual. Por lo tanto, consagrar es lo opuesto a profanar.
En el catolicismo existe, por ejemplo, la consagración del pan y el vino, que se convierten a través del rito en la carne y sangre de Cristo, y esto permite a los creyentes entrar en comunión, es decir en común unión, con Jesús el Cristo. Para un profano, es decir para alguien que observe la escena fuera del contexto, todo esto será una pantomima, un sinsentido, pero para aquellos que participan conscientemente de la escena, este momento de la eucaristía es el momento cúlmine de la misa y permite justamente que los fieles conecten con el arquetipo crístico, y que el tiempo y el espacio profanos se detengan para ingresar en un tiempo y espacio sagrados, donde es posible alcanzar la trascendencia.
Lamentablemente la mayoría de los creyentes (y hasta los mismos sacerdotes) participan de estas instancias ritualísticas como si fueran trámites burocráticos y no logran conectar con esas energías poderosas.
Esta superficialidad no es exclusiva de la iglesia católica, pues hoy en día alcanza también a los miembros de órdenes iniciáticas antiguas, que –en lugar de conectar con ese tiempo y espacio sagrados– se mueven en los templos como robots, estando sin estar, participando en cuerpo pero no en alma de esas instancias vitales de la vivencia iniciática.
Volviendo al tema de los talismanes, en el artículo anterior se dijo que mientras que el talismán no sea “cargado” o “consagrado”, no es más que un trozo de metal, piedra o madera. Por lo tanto, se necesita activarlo dotando a ese objeto material de un sentido más trascendente.
En otras palabras, un talismán no consagrado es como portar un revólver sin balas. Podemos tener el revolver a mano, confiar en él y creer que otros al verlo se asustarán, pero sin balas no cumpliá nunca su función. El ejemplo es un poco dramático, tal vez, pero creo que ilustra bien a lo que me refiero.
Entonces: volvamos a la pregunta que ha motivado este artículo: ¿cómo se consagra un talismán? La respuesta no puede ser categórica ni específica porque las consagraciones siempre dependen de un contexto, de un sistema de creencias y símbolos. A un budista no le podemos sugerir que invoque en su ritual de consagración a Miguel, Rafael, Anael, ni a otro santo o arcángel de la tradición cristiana. Sería absurdo, ¿no? Ni a un cristiano le vamos a pedir que se postre ante Ganesha, Kali o Durga, ¿cierto? Pues esta es la primera advertencia que debemos hacer a la hora de trabajar con talismanes y objetos sagrados. Toda consagración está ligada a un contexto cultural y a determinado marco simbólico.
Esto es importante: es nuestra actitud emocional la que le otorga al talismán un carácter especial. En otras palabras, una antigua catedral para un no creyente puede ser hermosa estéticamente, pero para un creyente puede convertirse en algo removedor. Esto se aplica a los objetos, especialmente los talismanes a los que nos estamos refiriendo. Si no hay conexión emocional, íntima, interna, es difícil que un talismán sea de utilidad.
Consagrar es conectar con nuestros poderes interiores. Nada más que eso. Por eso, cuando vemos fórmulas complicadas que invocan a ángeles, genios planetarios y otras entidades, ¿a quién se está invocando en verdad? A esas fuerzas angélicas que residen dentro de nosotros. ¿Qué planetas nos interesan? Los que están dentro de nosotros. ¿Qué Cristo nos interesa? El que reside en nuestro corazón.
El axioma hermético es muy claro: Como es arriba es abajo, como es afuera es adentro., lo cual evidencia que todas las cosas que consideramos sagradas están adentro nuestro, tanto estas potencias angélicas como las energías planetarias, tanto Dios como Satán, Jesús el Cristo y la Virgen María.
Todo esto es importante porque coloca al talismán en su verdadero lugar. Mediante él no vamos a pedir auxilio a nada ni nadie externo sino que vamos a despertar poderes que ya existen en nuestro interior y que están dormidos, a fin de generar una disposición mental propicia.
H.P. Blavatsky decía algo así: La eficacia del talismán reside en la fe (en otras palabras en la confianza) de su posesor, no porque este sea un crédulo o un supersticioso, o que el talismán no sirva para nada, sino porque la fe tiene un potentísimo poder creador, y de este modo multiplica por cien veces el poder del talismán.
Ante un riesgo, una prueba existencial o simplemente por protección o para conectar con nuestras fortalezas interiores, el talismán puede ser de gran ayuda para centrarnos, alcanzar la paz y aclarar nuestra mente.
Por lo tanto, la virtud de todo talismán depende de su dueño y para que verdaderamente sea virtuoso, el mismo debe ser consagrado.
Dice Eliphas Lévi: “Cuanta más importancia y solemnidad se da a la consagración de los talismanes, mayores virtudes adquieren”. Esta es otra de las claves: al consagrar un talismán, tiene que haber un esfuerzo, una dedicación de energías y conectar ese esfuerzo con algo sagrado, con algo trascendente, con algo más grande que nosotros mismos, descubriendo en el proceso que dentro de nosotros tenemos un punto de conexión con esa fuerza divina.
Si la consagración nos lleva cinco minutos, será un mero trámite sin valor, exótico tal vez, incluso inspirador, pero si queremos hacer un trabajo efectivo necesitamos dedicar esfuerzo, energía.
Para poder consagrar un objeto, necesitamos estar bien, con nuestras mejores energías, positivos. Sin enfermedades, sin resfrío, pues vamos a asociar, es decir ligar a ese objeto con un estado de fuerza interior, de energía, de plenitud, y si esto lo hacemos cuando estamos somnolientos, enfermos, cansados, vamos a asociar estas sensaciones al objeto.
No pretendo dar aquí una fórmula exacta, ya que –como dije antes– cada persona debe hacer un trabajo de consagración en conexión con un marco simbólico específico. Sin embargo, sí daré algunas pautas:
Durante todo el proceso, el talismán debería estar en contacto con nuestro cuerpo. No en el bolsillo, no en una caja ni la cartera, sino con nosotros. Y cuando digo “proceso” estoy hablando de días y hasta de semanas, no de unas pocas horas. La mejor forma es que el talismán sea colgado de nuestro cuello y que se posicione –como se dijo en el artículo anterior– más o menos sobre el pecho, actuando como escudo y conectando simbólicamente con el corazón.
En Occidente es usual consagrar los objetos a través de los cuatro puntos cardinales y los cuatro elementos. Ante los puntos cardinales se hace algún tipo de oración, saludo, postura ritual o invocación.
Una forma tradicional de consagración es acudir a lugares mágicos, sagrados, o incluso haciendo una peregrinación, como el Camino de Santiago, por ejemplo. Recordemos que la consagración debe estar asociada a esfuerzos, a momentos de plenitud, a nuestra mejor versión y una peregrinación de varios días, incluso semanas, es ideal para portar con el talismán y seguir todo el proceso de consagración.
Otro elemento que puede ser importante es la sangre. Impregnar el talismán con una gotita de nuestra sangre, pinchándonos un dedo. Algunos se asustarán con esto o creerán que estamos haciendo un pacto con entidades demoníacas, pero en verdad esto tiene una explicación más sencilla.
Desde lo simbólico, la sangre se vincula con el Alma y con la vida, por lo tanto, al impregnar nuestro talismán con nuestra sangre, es decir con un elemento que conecta con nuestro interior más profundo, lo estamos animando, vivificando. Por otro lado, todos los seres humanos, hasta los más escépticos y ateos, le otorgan a la sangre un carácter especial.
Los ejercicios de visualización, imaginación activa o entrenamiento imaginal también son valiosos a la hora de consagrar estos objetos. En otras palabras, los ejercicios imaginales nos ayudarán a establecer un vínculo entre el talismán y el plano del Alma.
Bueno, después de dicho todo lo anterior, queda claro que lo importante de la consagración es que impregnemos a ese talismán de nuestras mejores energías, de nuestro esfuerzo, de nuestra luz, nuestra vida, nuestro amor, y que logremos conectarlo con la divinidad residente dentro de nosotros, la única que puede hacer que este objeto profano se convierta en un objeto sagrado.
La consagración debe ser memorable, no un mero trámite burocrático. Imaginemos: ¿qué es más memorable? ¿Un ritual en la cima de una montaña, luego de subirla paso a paso, o en la salita de nuestra casa? ¿a qué daremos más valor? ¿A una ceremonia en el medio del bosque o en el patio de casa, con los ruidos de los autos de fondo? Si vamos a hacer una consagración, tenemos que convertirla en algo especial.
Existen fórmulas precisas, invocaciones, claro que sí, pero no es el cometido de este artículo hablar de ello. Para los que estén interesados pueden consultar las obras de Eliphas Lévi o incluso una de Robert Ambelain que se titula “Sacramentario de la Rosacruz”, de la cual existe una traducción al castellano realizada por el Frater Fiducius.
Por último, una pregunta que vale la pena hacerse: ¿son necesarios los talismanes? La respuesta es no. Podemos acceder a esos poderes, a esas energías potenciales sin que exista un objeto como intermediario.
De hecho, los talismanes cumplen la misma función que las muletas. Nos ayudan a caminar, pero cuando ya podemos caminar solos, dejan de cumplir su función. Creo que fue el escritor Ophiel que dijo que los pensamientos alegres y constructivos son el mejor talismán. Y en cierta forma tenía razón.