Los antiguos intentaron comprender el tiempo a través del mito y lo concibieron en forma trina, en correspondencia directa con la constitución humana.
En primer lugar, observaron un tiempo vinculado a lo transitorio y nuestra naturaleza material: Cronos, el tiempo de la personalidad, lineal, horizontal, cuantitativo, medible, aquel que permite la supervivencia y el desarrollo en el plano material. En segundo lugar, Kairos –por el contrario– es el tiempo del Alma, cualitativo, vertical, de la oportunidad y de la vida bien vivida. Por último, Aion es el tiempo eterno, el tiempo de Dios, un tiempo que es también no-tiempo.
Por lo tanto, tenemos
Cronos – Cuerpo – Materia – Tierra
Kairos – Alma – Intermedio – Puente entre lo alto y lo bajo
Aion – Espíritu – Cielo – Dios
Vamos a centrarnos en Cronos y Kairos, que son aquellas dos formas del tiempo que nos afectan directamente en la interpretación de la realidad y en la vida cotidiana.
En rigor de verdad, Cronos y Kairos no están separados ni son excluyentes sino que constituyen las dos caras de una misma moneda, y aunque Cronos es considerado un tiempo profano y Kairos un tiempo sagrado, el despertar de la conciencia los termina conciliando en función de un propósito más alto.
Con la Iluminación, Cronos es con-sagrado (o sea, se vuelve sagrado). En otras palabras, el hombre consciente lograr hacer coincidir el axioma tradicional “Tempus Fugit” (“el tiempo huye”) que describe la naturaleza de Cronos con el “Carpe Diem” (“aprovecha el día”) de Kairos, para que lo de Arriba y lo de Abajo confluyan en un mismo punto axial, a fin de espiritualizar la materia y materializar el espíritu.
En Occidente, la concepción del tiempo que se utiliza habitualmente es lineal, cronológica y está fundamentada en la idea zoroastriana que fue más tarde desarrollada por los judíos (y tomada posteriormente por los cristianos) de un tiempo que empieza y termina, con un prólogo (Génesis) y un epílogo (Apocalipsis).
La línea del pasado, presente y futuro de este tiempo lineal (o profano) es inviolable, y los acontecimientos no pueden ser repetidos de ningún modo. Por otro lado, el tiempo sagrado es -en palabras de Mircea Eliade– «indefinidamente recuperable, indefinidamente repetible» a través del rito. De este modo, “los participantes [del rito] se vinculan a todos los que pasaron antes: con los antepasados, y, en última instancia, con el momento creador primordial que conmemora el ritual” es decir que «se hacen contemporáneos del acontecimiento mítico. En otros términos: “salen” de su tiempo histórico —es decir, el Tiempo constituido por la suma de acontecimientos profanos, personales e interpersonales— y enlazan con el tiempo primordial, que siempre es el mismo, que pertenece a la Eternidad”.
Cuenta Eliade: “Constantinopla fue conquistada por los turcos en 1453 y la Bastilla cayó el 14 de julio de 1789. Estos acontecimientos son irreversibles. Sin duda, al haberse convertido el 14 de julio en la fiesta nacional de la República Francesa, se conmemora anualmente la toma de la Bastilla, pero no se reactualiza el acontecimiento histórico propiamente dicho. Para el hombre de las sociedades arcaicas, por el contrario, lo que pasó ab origine es susceptible de repetirse por la fuerza de los ritos. Lo esencial para él es, pues, conocer los mitos. No sólo porque los mitos le ofrecen una explicación del Mundo y de su propio modo de existir en el mundo, sino, sobre todo, porque al rememorarlos, al reactualizarlos, es capaz de repetir lo que los Dioses, los Héroes o los Antepasados hicieron ab origine”.
En otras palabras: aunque los hechos del tiempo cronológico puedan ser conmemorados y celebrados no existe posibilidad alguna de que estos sean experimentados en carne propia. Por ejemplo, podemos recordar las fechas patrias con grandes actos y espectáculos «externos», pero éstos -por su naturaleza secular y profana- se cristalizan y se terminan convirtiendo en una barrera infranqueable que nos impide entrar en conexión directa con esos acontecimientos pretéritos.
No obstante, existe “otro tiempo”, en el que el ser humano puede colarse para entrar en contacto íntimo con los símbolos, con los mitos, con esa otra dimensión trascendente que está oculta a los profanos, aquellos que solamente pueden concebir un tiempo lineal y cronológico.
A través del rito (que no es otra cosa que el «símbolo puesto en acción») el acontecimiento primordial no se conmemora sino que se “vuelve a vivir” y de esta forma, “las personas del mito se hacen presentes, uno se hace su contemporáneo», y entonces es posible entrar en «comunión» (común unión) con ellas.
El tiempo lineal está íntimamente ligado a la idea moderna del “progreso constante”, que ha sido fundamental para el desarrollo tecnológico y científico de la civilización occidental.
Según este concepto, aparecido en los siglos XVII y XVIII, y que más que “concepto” podría denominarse perfectamente “dogma”, o sea “dogma del progreso”, la línea que marca ese tiempo es ascendente: las civilizaciones necesitan progresar y crecer indefinidamente, mientras que la ciencia y la tecnología deben ser los motores para este avance irreversible.
El investigador James Frazer fue uno de los defensores teóricos de esta concepción histórica estableciendo tres etapas del proceso civilizador: una mágica, otra religiosa y otra científica, cada una de ellas supuestamente superior a la anterior, hasta llegar a una sociedad altamente evolucionada y civilizada que él relacionaba con la occidental y europea. Otros estudiosos han propuesto cuatro etapas para este progreso continuo: mágica, religiosa, filosófica y científico-técnica, como se muestra en el gráfico que vemos en pantalla:
Este dogma moderno de un “progreso constante” basado en un tiempo lineal entró en crisis en el siglo XX, primero con las dos guerras mundiales, protagonizadas por las naciones supuestamente más «avanzadas» del planeta (Alemania, Inglaterra, Francia), que creían haber alcanzado el cénit civilizatorio y en segundo lugar con la crisis ecológica que demostró la sinrazón de un modelo económico que se fundamentaba (y se fundamenta) en un crecimiento indefinido y constante.
Frente al dogma moderno del progreso (recordemos que “pro” significa “adelante” y “gressum” quiere decir “marchar”), este progreso que está ligado claramente a una concepción profana del tiempo, la Filosofía Iniciática habla de Tradición (que significa «tradere», traer, transmitir) y de un regreso (“re” es “volver” y “gressum”, “marchar”), sosteniendo que el objetivo final no está adelante y afuera sino que -por el contrario- está atrás y adentro, en vinculación a un tiempo circular. Pero, cuidado, Tradición no es lo mismo que tradicionalismo ni conservadurismo y menos la adopción de posturas anacrónicas y retrógradas. Tampoco quiere decir volver atrás en el tiempo ni re-convertirnos en buenos salvajes u hombres-mono. No, en ningún caso se está hablando de volver al pasado sino que cuando decimos “regresar” siempre estamos hablando de volver a conectar con lo esencial, con aquello que nos hace verdaderamente humanos.
El progreso se fundamenta en el crecimiento, en la expansión, en el «más» y argumenta: si hacemos más leyes, si tenemos más tecnología, si logramos que el hombre viva más años… seremos más felices. La Tradición, por su parte, propone el decrecimiento, el «solve et coagula» y en la vida simple centrada en el «menos».
En verdad, somos seres de dos mundos, seres de dos tiempos y nuestra tarea no es contraponer a Cronos con Kairos sino reconciliarlos, reuniéndolos de manera virtuosa en un solo tiempo, en una Unidad consciente que nos permita encontrar el camino de regreso a casa.