Al grito de “¡Muera la libertad y vivan las cadenas!” el populacho español festejó con algarabía el regreso de Fernando VII a Madrid en el año 1814 y para celebrar su sometimiento, se soltaron los caballos del carruaje y se sustituyeron por súbditos fieles y felices por el retorno de su monarca.

Aunque la escena es terrible, no dejo de pensar que los hombres y mujeres que penosamente gritaban “¡vivan las caenas!” (1) al menos eran conscientes de que éstas existían y que entre la libertad y la seguridad preferían la segunda.

La dicotomía entre “seguridad” y “libertad” ha sido el punto de reflexión de muchos filósofos modernos, entre ellos Benjamín Franklin quien sostenía que “un pueblo listo a sacrificar un poco de libertad por un poco de seguridad no merece ni uno ni otro y acaba por perder los dos”. 

Sigmund Freud también se ocupó del tema y llegó a la conclusión de que la mayor parte de los síntomas neuróticos se deben al renunciamiento de una gran parte de libertad a cambio del incremento de la seguridad. Años más tarde, Fromm fue aún más categórico y habló de un “miedo a la libertad”, postulando que los hombres anhelan romper las cadenas pero como más tarde no saben qué hacer con esa libertad, terminan optando por una libertad tutelada que verdaderamente de libertad solamente tiene el nombre.

En palabras de Goethe: “Nadie es más esclavo que el que se siente libre sin serlo” (2) y George Orwell modelará en el mismo sentido su novela “1984” bajo el paradójico lema “Libertad es Esclavitud” (3).

El hombre moderno, que se cree liberado de las viejas cadenas, se ha terminado convenciendo que votar cada cinco años es la mejor comprobación de su “libertad” cuando –en verdad– las cadenas visibles han sido sustituidas por otras cadenas, más sutiles pero más fuertes que las anteriores.

Ahora extrapolemos los dos términos a nuestro tránsito por el camino iniciático. La seguridad (o supuesta seguridad) es aquella que enmarca la vida profana, ese estilo de vida superficial donde las certezas vienen siempre desde afuera, desde el mundo percibido por los sentidos. Por lo tanto, el profano (4) –al suponer que el mundo externo es lo único real– concluye que la satisfacción de sus deseos y sus caprichos es la mejor manera de ser libre.

El discípulo, por su parte, sabe que la felicidad no está ni en la satisfacción de los deseos ni en el conformismo sino en el riesgo, en atreverse a transitar un sendero lleno de desafíos.

Entre el camino fácil y el difícil, el profano elige el fácil. Prefiere quedarse en la seguridad que brinda la zona de confort. Ante la misma disyuntiva, el discípulo elige el camino apropiado que (¡oh, casualidad!) casi siempre termina siendo el más complicado.

Yo siempre recuerdo con cariño una de las enseñanzas que recibí en el Camino de Santiago, más precisamente al salir de la ciudad de Burgos. Nevaba copiosamente y cuando el frío empezó a calar mis huesos me metí en un bar de pueblo donde me encontré con otro peregrino que estaba tomando un café con leche. Después de dialogar un buen rato sobre los caprichos del clima, éste me dio un consejo muy sabio: “Enamórate de la incomodidad”, me dijo, y después agregó : “comodidad es sinónimo de conformidad y –por el contrario– incomodidad es sinónimo de inconformidad, y un peregrino nunca debe conformarse porque la conformidad es inmovilidad”.

Cuando la nevada se detuvo, caminé unos kilómetros con ese peregrino y después nunca más lo vi, pero ese brillante consejo me acompañó hasta el final del camino y aún sigue siendo una buena fuente de motivación para mí.

El sendero iniciático se halla en las antípodas del leit-motiv de la sociedad de consumo: “Seguridad ante todo”, porque ninguna persona que busque “seguridad ante todo” podrá aventurarse demasiado en el sendero, dado que éste implica aceptar todo tipo de riesgos y  enfrentarse con valentía a los más fieros dragones.

La vida es continuo cambio. Nada es permanente, nada es seguro. Como bien expresa un refrán popular que tenemos en el Río de la Plata: “A seguro se lo llevaron preso” y si buscamos que las condiciones externas nos brinden seguridad, estamos condenados al sufrimiento.

La vida es insegura, la muerte es segura. Y cuando aceptamos (y vivimos) esta gran verdad, la muerte deja de ser una amenaza para convertirse en nuestra aliada, en nuestra compañera de senda, en nuestra maestra de vida.

La aceptación consciente de la muerte nos lleva a vivir plenamente, de instante en instante.

¿Acaso existe una libertad más perfecta?

“Si uno observa la historia del siglo XX, del siglo XIX o incluso del régimen antiguo del siglo XVIII, verá que la gente se rebelaba al comienzo contra el orden de las cosas debido a la falta de libertad y exigía más libertad. Y cuando lograron tenerla, se atemorizaron y desearon tener más seguridad para variar”. (Zygmunt Bauman) 

Notas del texto

(1) “Caena” es una forma vulgar de decir “cadena” y por esta razón  la frase “Vivan las cadenas” se ha terminado convirtiendo en “Vivan las caenas”.

(2) Goethe, Wolfgang: “Las afinidades electivas”

(3) Orwell, George: “1984”

(4) Pro (delante o fuera) y Fanum (templo), es decir aquella persona que vive “afuera del templo”, ajena a lo sagrado, con su mirada puesta en el mundo exterior.