Guerra en Ucrania. Mientras grandes analistas se centran en el análisis geopolítico de la situación, nosotros queremos ir más allá y centrarnos en las raíces de todo esto, es decir en el trasfondo metafísico de esta guerra y, por extensión, el trasfondo de todas las guerras.
El foco informativo, lleno de tergiversaciones y con una intención clara de manipular la opinión pública, está puesto en lo que está sucediendo ahora mismo, es decir las consecuencias, los efectos, pero es de capital importancia ir a las causas.
Lo que causa la guerra, sin lugar a dudas, es el deseo de poder, de tener, el sentimiento de posesión, de lo que es “mío”, a lo cual se suma la separatividad, es decir la ilusión de que estamos separados de los demás, de que los otros son distintos, en función a un pensamiento diabólico. Y esta palabra debemos entenderla en su etimología: “dia-bolos” significa aquello que separa, o sea todo aquello que nos disgrega, que genera división, discordia, olvido.
En este caso particular que estamos viendo en este momento, Rusia y Ucrania, son el ejemplo claro de la diabólica influencia del nacionalismo. Dejémoslo claro: el nacionalismo es una forma de separatividad y Rusia y Ucrania (ambos) son dos países muy nacionalistas, aunque -claro- una es una nación grande y la otra es chica, y como bien advertía Tucídides en el siglo V antes de Cristo: “Las naciones grandes hacen lo que quieren, mientras que las naciones pequeñas aceptan lo que deben”.
El nacionalismo es un problema porque implica barreras, la noción de que hay un “nosotros” y un “ellos”. Otra cosa diferente al nacionalismo es el amor al país en que nacimos o a nuestra comunidad cercana, la cual -desde la conciencia- no debería estar confrontado al amor a la humanidad toda, al planeta todo, al entendimiento de que todos somos Uno y todo lo que se oponga a esta Unidad debe ser considerado una desarmonía.
Queda claro que no somos todos iguales. No lo somos. Somos diversos, pero esa misma diversidad nos puede llevar a la comprensión consciente de la unidad en esa misma diversidad, un mosaico multicolor, o -por el contrario- a la separatividad, la ilusión, las fronteras.
Los que estamos tratando de interpretar la realidad desde una perspectiva más profunda tenemos que dejar de prestar atención a la basura informativa de los grandes medios. Quienes acusan a Rusia con el dedo y se quedan ahí no están entendiendo nada. Quienes hablan de buenos y malos no están comprendiendo la cuestión de fondo, las causas más profundas de esto, que no son solamente económicas y políticas sino metafísicas.
A veces lo olvidamos pero estamos inmersos en el Kali Yuga, la edad oscura, como enseñan las grandes tradiciones y podemos leer una vez más lo que dicen los Puranas de este tiempo:
“En el Kali-Yuga, los hombres vivirán atormentados por la envidia, irritados, sectarios, indiferentes a las consecuencias de sus actos. Estarán amenazados por la enfermedad, el hambre, el miedo y terribles calamidades. Sus deseos estarán mal orientados, su saber será utilizado con fines malvados. Serán deshonestos. Muchos perecerán con crueldad.
[…] Los gobernantes serán, en su mayoría, de bajísima cuna. Serán tiránicos dictadores. Se matará a los fetos y a los héroes. Los artesanos querrán desempeñar el papel de los sabios, los sabios el de los artesanos.
[…] Los gobernantes se apoderarán de los bienes, y dejarán de proteger al pueblo.
[…] Gente sin principios predicará a los demás la virtud. Reinará la censura, y en las ciudades se formarán asociaciones de criminales que gobernarán. Los hombres se matarán entre sí, y matarán también a los niños, a las mujeres, y a las vacas.
[…] La violencia, las mentiras y la inmoralidad estarán a la orden del día. La piedad y la naturaleza del bien se desvanecerán lentamente. La pasión y la lujuria serán la única atracción entre los sexos. Las mujeres serán objetos de placer sexual.
[…] La gente culta será ridiculizada y puesta en vergüenza; en el mundo la ley del más rico será la única ley”.
Bueno, podemos resignarnos y decir: “Bueno, estamos en el Kali-yuga y esto era de esperar” o bien tomar una posición proactiva y convertirnos en la vanguardia de un mundo nuevo y mejor, el oro que viene después del hierro, la luz que surge en el medio de las tinieblas.
Entonces: lo que ocurre afuera, siempre va a coincidir con el nivel de conciencia de la humanidad. Mirar afuera para apreciar lo que está pasando adentro.
Recordemos siempre: este plano en el que vivimos es el plano de los efectos, es decir que las causas siempre tienen que buscarse en otro lado. Las acciones y los acontecimientos visibles son la consecuencia de procesos invisibles. Los materialistas explicarán esto con el cerebro y dirán: estamos de acuerdo pero estas causas invisibles se deben buscar en las neuronas, en procesos biológicos y ya está. No negamos esto, pero es preciso ir más allá. El cerebro, obviamente, juega su papel, claro que sí, ya que no es otra cosa que un intermediario entre lo visible y lo invisible, un transformador, pero las causas deben buscarse en otros planos de realidad, y en ese lugar entran en juego otras fuerzas, otras energías, y es usual que -en el contexto de la Filosofía Iniciática- hablemos de egrégores.
Un egrégor es una forma de pensamiento grupal asociada a un conjunto de individuos, una entidad independiente que es gestada, moldeada y alimentada por los pensamientos de un colectivo.
De acuerdo a las doctrinas esotéricas, cada pensamiento produce una forma energética flotante, con un contenido que es mental y emocional al mismo tiempo. La duración de estas formas de pensamiento depende de dos factores básicos: la intensidad inicial y la energía que la alimente, mediante la repetición del pensamiento por su propio creador o por otras personas que logren entrar en comunión con la forma de energía.
Cada colectivo humano tiene su propio egrégor, es decir que existen egrégores nacionales que suelen tener símbolos marcantes y animales totémicos, que no son otra cosa que una forma visual, un punto de conexión y de referencia entre sus integrantes, al mismo tiempo que sirve de protección y de fundamento.
Los animales totémicos nacionales no han sido elegidos al azar sino que tienen una serie de características que vale la pena analizar. Estados Unidos no tiene un águila como símbolo nacional por casualidad, al igual que la Alemania nazi. El águila asciende, trata de ampliar su influencia, tiene una excelente vista, puede mirar más lejos y establecer un imperio.
El animal totémico de Rusia es el oso, un animal fuerte y territorial. Un oso que estaba durmiendo desde la década del noventa y que se fue despertando, fue volviendo de su letargo y cuando se dio cuenta, se sintió acorralado, en este caso por las fuerzas de la OTAN. ¿Y qué hizo el oso? Atacó.
En los regímenes fuertes y autocráticos como el ruso los líderes pueden llegar a convertirse en la encarnación del egregor, de su personificación, es decir de un símbolo viviente, algo que en las naciones con sistemas democráticos (y más aún cuando estos sistemas se encuentran en total decadencia) es más difícil. En el nazismo se usaba la frase “Ein Volk, ein Reich, ein Führer” (Un pueblo, un Imperio, un Líder), y en esto queda absolutamente clara la idea última del egrégor: un colectivo (el pueblo) que genera una forma de pensamiento en común (el Imperio), el cual se plasma y se canaliza a través de un Líder (Adolf Hitler).
Esto lo vemos hoy en Vladimir Putin, más allá de que nos caiga simpático o antipático, y ese mismo fenómeno lo podemos identificar históricamente en Gandhi, Eva Perón, Napoleón y tantos otros. ¿A qué me refiero? A que existen fuerzas y energías metafísicas que se exteriorizan, se manifiestan, se canalizan mediante una persona, una entidad biológica llámese esta Adolf Hitler, Nelson Mandela o Donald Trump.
De este modo, en este teatro del mundo, estas personas representan y encarnan algo que las trasciende en lo biológico.
Por lo tanto, es preciso diferenciar, por un lado, a la entidad física y su persona (su máscara) y por otro a la energía-fuerza de naturaleza metafísica que lo anima, y entonces los principales actores del mundo pueden ser considerados la canalización de egrégores e incluso de necesidades históricas para que ciertas energías se manifiesten. En este sentido hablamos de canales.
¿Cómo nacen y mueren los egrégores? Bueno, nacen cuando un colectivo comparte una idea, un sentimiento, algo que los une y que, al mismo tiempo, los puede llegar a separar de los demás. Del mismo modo, los egrégores dejan de existir cuando se los deja de alimentar a nivel mental y emocional.
Por lo tanto, un egrégor desaparece cuando:
a) Sus adoradores lo abandonan por otro.
b) Cuando sus símbolos son destruidos.
c) Cuando sus fieles deciden “modernizarlo” modificando sus reglas y rituales, generando un corte con su tradición y obstaculizando el flujo de energía-fuerza.
ci) Cuando decae la intensidad de los pensamientos de sus seguidores.
e) Cuando su líder o cabeza visible es atrapado, humillado o asesinado.
Desde esta perspectiva trascendente, toda guerra no es otra cosa que un conflicto entre dos o más egrégores, y para vencer hay que derrotar al enemigo no solamente en el campo de batalla sino también en los planos invisibles, destruyendo sus símbolos y humillando y hasta aniquilando a su líder.
En la Segunda Guerra Mundial esto quedó claro al final de la contienda, donde los aliados hicieron todo lo posible por borrar de Alemania todos los símbolos del nazismo, borrando, quemando y bombardeando las águilas, las esvásticas y la figura de Hitler.
En cuanto al líder, lo primero que se hace es tratar de humillarlo. Recordemos a Napoleón en la Isla de Santa Helena, ninguneado y lentamente envenenando con arsénico, a los líderes nazis puestos en el banquillo de Nuremberg, al líder de Sendero Luminoso Abimael Guzmán, expuesto públicamente con un traje caricaturesco de presidiario, y también lo apreciamos nuestros días cuando el presidente Biden asegura que convertirá a Putin en un paria.
En los casos de Saddam Hussein y Ghadaffi, también podemos recordar un final trágico y humillante, que coincide con lo que comentamos antes: es preciso pisotear y luego aniquilar al líder, e incluso es mejor que no exista una tumba o un espacio físico que pueda servir de punto de resurgimiento del egrégor.
Por lo tanto, los egrégores son motores de la historia y los líderes emergentes son la punta del iceberg de un fenómeno metafísico cuyas raíces se encuentran en otros planos.
Aun cuando podamos comprender las causas de la guerra, queda claro que debemos ser críticos con toda forma de guerras pues son una desarmonía, un obstaculo para la ampliacion de la conciencia y para la Fraternidad Universal.
Dice el Tao Te King:
«Cuando el Tao reina en el Imperio,
Los caballos de guerra no sirven
Más que para producir estiércol.
Cuando el Imperio no posee el Tao,
Los caballos de guerra se alimentan
En las fronteras».
Según Krishnamurti: “La guerra es la proyección espectacular y sangrienta de nuestra conducta diaria”, es decir que la guerra exterioriza nuestra condición interna. “Es más espectacular, más sangrienta, más destructiva, pero es el resultado colectivo de nuestras actividades individuales”.
Para que haya paz mundial, tiene que existir paz individual. Para que el cuerpo sane, tiene que sanar la célula. Mientras tanto, no hay posibilidad que reine la paz en el mundo.
El sistema sigue haciendo agua y la nueva normalidad prometida se parece bastante a la vieja normalidad, los viejos problemas renacen como nuevos problemas, porque mientras no haya una revolución de la conciencia todo seguirá igual.
En este contexto aparecen los grandes medios de comunicación manipulando, tratando de inculcarnos un pensamiento único, a fin de generar una opinión pública que respalde a ciertos intereses. En otras palabras: los medios deciden qué cosas deben ser reales para nosotros.
Pero, si adoptamos una postura crítica con la prensa, nos percataremos que la realidad es mucho más profunda y rica de lo que nos cuentan. Tenemos que saber que los medios siempre nos están engañando o -peor aún- nos cuentan medias verdades, a fin de manipular las emociones de las personas y generar divisiones.
Ante cualquier noticia de los medios de información, tanto oficiales como alternativos, debemos preguntarnos: ¿Qué quieren los medios que piense sobre esto? O mejor dicho: ¿Qué idea me quieren inculcar? Y por supuesto: ¿Qué intereses hay detrás? En otras palabras, tenemos que estar en máxima alerta al leer la prensa, al ver los informativos y tratar de ponernos por encima del discurso hegemónico.
Por lo tanto, la guerra más sutil de todas no se está librando en Ucrania, ni en Yemen ni en Siria, sino que se está disputando en la mente de cada uno de nosotros. Hay un libro bastante reciente y que explica todo esto de una manera brillante. Me refiero a “El dominio mental” de Pedro Baños, donde el coronel dice que este control de la mente “se traduce, en no pocas ocasiones, en la imposición de un pensamiento único. Una situación más común de lo que a priori podría pensarse. Se premia al que se subordina a la corriente dominante. Y se castiga sin piedad al que tan siquiera se atreve a dudar de lo impuesto”.
Siendo así, como espectadores de esta invasión rusa a Ucrania y teniendo en cuenta los elementos anteriores, es posible hacer una lectura metafísica del conflicto y, al mismo tiempo, abrir los ojos muy grandes cuando leemos los titulares de los medios informativos.
En un sistema de competencia y no de cooperación, en un sistema que alimenta el deseo, en el tener y no en el ser, en un sistema que se manifiesta hostil a la espiritualidad y que se centra en el más crudo materialismo, es esperable que haya guerra.
Es necesario generar una alternativa, gestar un egrégor fuerte que congregue a los hombres y a las mujeres de buena voluntad, un punto de luz en esta oscuridad del fin de ciclo.