De acuerdo a las enseñanzas esotéricas y como ya hemos visto en artículos anteriores, cada pensamiento produce una forma energética flotante, con un contenido que es doble: mental y emocional al mismo tiempo. La duración de estas “formas de pensamiento” está supeditada a la intensidad inicial y a la energía que le suministran un grupo de personas.
Cuando un conjunto de personas alimenta energéticamente una forma de pensamiento particular, ésta recibe el nombre de egrégor, convirtiéndose en una entidad independiente con cierta conciencia, la cual se nutre de los pensamientos y las emociones de un colectivo. Los egrégores inspiran, contagian y generan conductas positivas o negativas, y en ellos se explican muchos de los fenómenos de la historia. Si prestamos atención a los últimos acontecimientos de este 2020, por ejemplo las manifestaciones posteriores a la muerte de George Floyd en Minneápolis, podremos observar de qué forma actúan y se alimentan los egrégores.
Es importante aclarar que existen egrégores fuertes, duraderos y bastante consolidados asociados a una nación, un club deportivo, una organización o un movimiento político, y otros que son pasajeros vinculados a una turba, una moda, una coyuntura particular, etc. Todos los que han acudido a un concierto de rock and roll o a un partido de fútbol con las tribunas colmadas, se habrán percatado que en él se genera un ambiente especial. Ese ambiente, esa sensación de formar de algo más grande, está dejando en evidencia a estos egrégores.
Ahora hablemos de los tulpas. Y muchos se preguntarán, ¿qué son los tulpas?
En la tradición tibetana, un tulpa es una entidad creada de forma voluntaria a través del pensamiento y que puede actuar como una especie de asistente o compañero. Al igual que el egrégor, el tulpa tiene cierta autonomía y autoconciencia. Una primera diferencia entre los egrégores y los tulpas radica en que estos últimos –si bien son formas de pensamiento– no son mantenidos de forma grupal sino individual, por una persona que sabe lo que está haciendo, entrenada y perfectamente capacitada para este trabajo.
Según la reconocida exploradora Alexandra David-Neel: “Los tulpas son creaciones más o menos efímeras que revisten diferentes aspectos: hombre, animal, árbol, roca, etc., a voluntad del mago que los creó y comportándose como el ser cualquiera del cual tienen la forma. Esos tulpa coexisten con su creador y pueden ser vistos al mismo tiempo que él”. (1) Y en otra de sus obras agrega: “Una vez formado, dicen los ocultistas tibetanos, este fantasma tiende a liberarse de la tutela del mago. Viene a resultar un hijo rebelde y cuentan que se producen luchas entre el mago y su criatura, dramáticas a veces”. (2)
Aún sabiendo esto, pero fascinada por la posibilidad de crear un asistente con su pensamiento, David-Neel se entrenó con los lamas y se propuso generar un tulpa. Ella misma cuenta su experiencia:
“Incrédula de ordinario, quise ensayar la experiencia yo misma, y para no dejarme influir por las formas impresionantes de las deidades lamaístas, que tenía casi siempre ante mis ojos en cuadros y en estatuas, escogí un personaje insignificante: un lama bajo y rechoncho, de tipo inocente y jovial. Al cabo de unos meses el buen hombre había tomado forma. Poco a poco se fijó y vino a ser una especie de comensal. No esperaba a que pensase en él para aparecer, sino que se dejaba ver en el momento en que mi espíritu estaba ocupado en otra cosa. La ilusión era, sobre todo, visual, pero llegué a advertir como si la tela de un traje me rozase y a sentir la presión de una mano sobre mi hombro. En aquel momento no estaba encerrada, montaba a caballo todos los días, vivía bajo mi tienda y gozaba de excelente salud, según mi feliz costumbre.
Gradualmente se operó un cambio en mi lama. Los rasgos que le había adjudicado se modificaron: su cara, mofletuda, adelgazó y tomó una expresión vagamente burlona y perversa. Se volvió más inoportuno. En una palabra, se me escapaba. (…) Aquella presencia insólita empezaba a enervarme. Se convertía en una pesadilla. Me decidí a disipar una alucinación de la que no era plenamente dueña. Lo conseguí, pero después de seis meses de esfuerzo”. (3)
Algunos practicantes de magia logran generar “auxiliares”, “servidores mágicos” o “siervos astrales”, los cuales tienen muchas similitudes con los “tulpas”, aunque también algunas diferencias. Sobre esto, dice Peter J. Carroll: “La evocación es el arte de tener trato con seres mágicos o entidades, por diversos actos que los crean o los contactan y permiten a uno conjurarlos y comandarlos con pactos y exorcismo. (…) Aunque tales seres habitualmente tienen su origen en la mente, pueden ser arrancados y atados a objetos en lugares en la forma de fantasmas, espíritus, o “vibraciones”, o pueden ejercer acción a distancia en la forma de fetiches, familiares o poltergeists” (4).
De más está decir que este tipo de prácticas es bastante peligrosa y que sugerimos al estudiante abstenerse de las mismas, porque no son pocos los casos de enajenación, enfermedad y hasta muerte en aquellos que incursionan en estas modalidades de magia práctica.
En sus comentarios del “Libro tibetano de los muertos”, Evans-Wentz trazó un paralelismo entre el fenómeno de los tulpas tibetanos con el espiritismo moderno y comentó: “Los médiums en Occidente pueden, mientras están en trance, crear inconscientemente materializaciones que son mucho menos palpables que los tulpas producidos conscientemente al exudar “ectoplasma” de sus propios cuerpos. Del mismo modo que los fantasmas que han sido reportados por los investigadores psíquicos, las formas de pensamiento pueden ser emanadas por una mente humana y percibidas alucinatoriamente por otra” (5).
Dije antes que los tulpas son creaciones mentales voluntarias, pero también existen creaciones de este tipo involuntarias (lo cual es lo más usual) y que suelen llamarse elementarios, vampiros psíquicos, íncubos, súcubos o larvas astrales, las cuales pueden detectarse como “malas vibras”.
Manly Hall en su obra “Magia” declara que “es muy difícil que lleguemos a darnos cuenta que nuestras pasiones y nuestras antipatías son capaces de engendrar a esos seres demoníacos en los mundos suprafísicos, y éste es precisamente uno de los secretos básicos de la magia negra. Todo mal pensamiento o baja emoción facilita el nacimiento de esas lastimosas y sumisas criaturas, cuyas cualidades intrínsecas, en manos de quien sepa manipularlas, se convierten en agentes destructores de los poderes de la luz, y es parte del plan el que aquellos que conjuran bajo su mandato a esos engendros caigan, a su vez, víctimas de quienes antes eran sus esclavos”. (6)
Por lo tanto, todos nosotros tenemos la capacidad de crear pensamientos luminosos de luz, de vida y de amor, o –por el contrario– de impregnar la atmósfera con entidades repugnantes, contaminando vibratoriamente nuestro planeta. La decisión siempre es nuestra.
Notas del texto
(1) David-Neel, Alexandra: “Las enseñanzas secretas de los buddhistas tibetanos”
(2) David-Neel, Alexandra: “Magos y místicos del Tibet”
(3) David-Neel: op. cit.
(4) Carroll, Peter: “Liber Null y Psiconauta”
(5) Evans-Wentz, W.Y.: “The Tibetan Book of the Dead”
(6) Hall, Manly Palmer: “Magia”