Como cada año, el primer sábado del mes de mayo, la Orden Rosacruz Iniciática se estará sumando a la celebración del día mundial del laberinto. Lamentablemente, este nuevo año en pandemia nos incapacita para realizar algunas actividades grupales pero de todas formas es posible conectarse con el símbolo de otros modos.
El laberinto es uno de los símbolos más antiguos para representar al ser humano como viajero en la Tierra, como peregrino y recordemos siempre que esta palabra “peregrino” significa “extranjero”, alguien que está viajando por un lugar pero que no es de ese lugar. En otras palabras, un ser espiritual viviendo una experiencia material.
Como enseñaban los antiguos, el ser humano no es otra cosa que un “homo viator”, una criatura que viaja, y en ese rico simbolismo del viaje se puede observar una búsqueda, una inquietud por cambiar de condición, de adquirir conocimientos, de experimentar cosas nuevas. Y esa es la vida, ese es nuestro viaje. Una aventura de la conciencia.
Quizás el laberinto más conocido sea el que está en la catedral de Chartres, con una forma circular, aunque se han encontrado representaciones de este mismo diseño mucho antes y es altamente probable que -al contemplar este diseño geométrico- estemos frente a un símbolo tradicional y antiquísimo.
Lo cierto es que -al recorrer este laberinto- estamos repitiendo una acción que han realizado miles de personas antes de nosotros y que realizarán en el futuro miles más. En otras palabras, el recorrido de este laberinto -con un patrón geométrico específico, con las mismas idas y vueltas- es un rito. ¿Y qué es exactamente un rito? Es un símbolo puesto en acción, activado conscientemente a través de la repetición.
Por lo tanto, caminando las veredas de este laberinto -no solamente en Chartres sino en las miles de reproducciones del mismo- nos estamos conectando de forma metafísica con las personas que lo recorrieron antes y con las que lo recorrerán después.
En otras palabras, estamos formando una cadena. Por esa razón le tenemos tanto aprecio a nuestro laberinto viajero, el que usamos en la Orden, que fue inaugurado en Montevideo (Uruguay) y que ha viajado por Argentina, Chile, Perú, Bolivia, Ecuador, Colombia, Venezuela y México.
El laberinto nos recuerda muchas cosas, una de ellas es la vida, nuestra propia vida. Por eso se dice que el Homo viator recorre, desde la periferia al centro, el Iter Vitae (el camino de la vida), que no es lineal sino que da muchas vueltas, pero del que sabemos que tiene un principio, un desarrollo y un final.
Y como dice Vicentico: “Los caminos de la vida / no son lo que yo pensaba / no son lo que yo creía / no son lo que imaginaba”. Planifiquemos o no planifiquemos, la vida se las ingenia para ponernos las pruebas que necesitamos para crecer, para avanzar y sobre todas las cosas para volver a casa.
Por eso, para los estoicos era Odiseo (Ulises) el Homo Viator ideal y está bien documentado que el libro de Homero “La Odisea” se convirtió en una guía de viaje existencial para los filósofos del estoicismo, tanto griegos como romanos.
La forma circular del laberinto nos remite a varias cosas, en primer lugar al sol, círculo del cielo proveedor de luz, vida y calor, imagen de la divinidad, de lo alto, que también suele representarse con un círculo o mejor aún con una esfera, y como bien dice el libro hermético de los veinticuatro filósofos: “Dios es una esfera infinita cuyo centro se halla en todas partes y su circunferencia en ninguna”.
Entonces, contemplado en forma bidimensional el laberinto es un círculo, pero si usamos la imaginación, ese círculo se convierte en una esfera e incluso al vincularlo con el camino iniciático podemos entenderlo como un cono, una montaña, cuyo centro es también la cima, estableciendo un eje, un axis mundi.
En todos los casos, todas estas figuras determinan dos partes: adentro-afuera, arriba-abajo, centro-periferia, sagrado-profano, y el desplazamiento físico por el laberinto representa el movimiento de la conciencia, un cambio de estado, una sucesión de metanoias.
El centro, la cima, el eje, marca el punto final, y para llegar a él solamente hay que hacer una cosa: avanzar, avanzar y avanzar. Dar un paso, y luego otro, sin prisa pero también sin pausa. ¿Y qué pasa en el centro? En ese lugar ocurre la magia, el noble caminante logra unificar en sí mismo la tierra y el cielo. Termina un camino pero inicia uno nuevo.
Entonces, aquí en el centro se presenta otra encrucijada: seguir subiendo o volver por el camino. Veamos esto: en este preciso momento se da una disyuntiva, la misma que experimenta el prisionero de la caverna platónica: ¿debe seguir su camino disfrutando de la vida al aire libre, de la realidad fuera de la cueva, o debe regresar a ayudar a sus hermanos encadenados para que también se liberen?
Estas dos posturas se resumen en el budismo a través de dos figuras: el Boddhisattva y el Arhat.
El bodhisattva es el héroe que vuelve por el mismo camino para ayudar a los rezagados, mientras que el arhat es el que llega el centro y se vale de una cuerda o de una escalera para subir a lo más alto.
El arhat cruza el río nadando, mientras que el boddhisattva se queda para construir un puente.
En este día mundial del laberinto es momento de reflexionar sobre este símbolo antiguo y poderoso. ¿De qué manera?
- Recorrer laberintos con otros Hermanos. Soy consciente que en estos tiempos de pandemia esto se hace bastante difícil, por lo tanto hay que buscar otras alternativas.
- Recorrer laberintos locales. A veces no sabemos que en nuestra ciudad hay laberintos. En la página https://labyrinthlocator.com hay una lista de laberintos en cada país y podemos filtrar por país para ver qué opciones tenemos.
- Repasando los videos sobre laberintos que hemos colocado en el canal e incluso otros de interés, como los de Jaime Buhigas, muy recomendables. Pero nunca nos debemos limitar a mirar videos pasivamente sino que eso nos debe impulsar a algo: a meditar, a recorrer laberintos, a lo que sea, pero los símbolos no pueden ser descifrados nunca por medio del intelecto sino usando otras facultades, que ahora mismo tenemos dormidas.
- Danzar. Hay danzas circulares que se realizan alrededor de un laberinto. En nuestros retiros hemos realizado algunas con la ayuda de la profesora Lena Strani. Obviamente este año será difícil, pero la propuesta quedará para los siguientes años.
- Construir un laberinto con piedras y otros objetos naturales. No es necesario reproducir el trazado de Chartres, pero podemos usar otras formas más sencillas y luego recorrerlo solo o con otras personas.
- Pintar, dibujar. Podemos recurrir al arte para reproducir las formas laberínticas y luego recorrer con el dedo esos laberintos.
- Laberinto de dedo. Y este punto anterior nos lleva a una práctica muy hermosa: la concentración con un laberinto de dedo. Personalmente uso este que se confecciona en Oaxaca (México) con el apoyo del frater Ansoni. Si les interesa, le pueden pedir uno al mail que aparece en pantalla, pero también se pueden comprar en Amazon y también podemos llegar a confeccionarlos en cerámica. La práctica es bien sencilla, cerrar los ojos y concentrarnos en el camino, tocando con la yema del dedo índice el laberinto. Solo debe existir para nosotros el roce del dedo, el camino al centro. Posiblemente hagamos en el futuro un video sobre esta práctica.
- Ver la película “Laberinto” de 1986, con varios contenidos simbólicos muy interesantes y que han sido analizados magistralmente por Miguel Salas en un video del canal “El aullido del lobo” titulado “Joseph Campbell, David Bowie y el Laberinto”.
- Esta es otra idea para un próximo año: Realizar una caminata grupal y en un espacio adecuado, construir un laberinto y recorrerlo.
- Realizar un ejercicio de visualización que implique el acceso a un laberinto hasta llegar al centro.