En una de sus cartas a Karl Kerenyi, Carl Gustav Jung le decía: “Maior autem animae pars extra corpus est” (“La mayor parte del Alma está fuera del cuerpo”) citando al alquimista Michael Sendivogius. Este concepto parece raro, sobre todo cuando las religiones nos han intentado convencer que el Alma es un asunto confinado al individuo, al campo de lo personal y lo privado.
Sin embargo, la idea de un Alma supra-individual no es nueva ni tampoco era un delirio de los alquimistas sino que su origen se pierde en la noche de los tiempos.
Tenemos que recordar que, para los antiguos, todo en el Universo estaba vivo, todas las cosas estaban «animadas» pues tenían «Anima» (Alma). En este sentido, Platón afirmaba que «este mundo es, de hecho, un ser viviente dotado con Alma e Inteligencia […] una entidad única y tangible que contiene, a su vez, a todos los seres vivientes del universo, los cuales por naturaleza propia están todos interconectados».
Y si atendemos al axioma hermético «Así como es arriba es abajo» podemos deducir que, del mismo modo que hay un Alma humana (la llamada “Anima Homo”), también tiene que existir un Alma del Mundo o del Universo (Anima Mundi), las cuales están interconectadas.
A ver, aclaremos esta idea. Desde una visión trinitaria, el ser humano tiene un cuerpo y el mundo o el universo también tienen un cuerpo, lo material, lo físico, el llamado “Corpus Mundi”. En un plano intermedio tenemos el Alma, que en lo macro sería el “Anima Mundi” y finalmente un “Spiritus Mundi”. Si analizamos el microcosmos y el macrocosmos desde una perspectiva septenaria, la cual es muy usada en ámbitos teosóficos o espiritualistas, se está diciendo exactamente lo mismo pero con otra terminología, aunque la propia Blavatsky conectaba su concepción septenaria con las ideas trinitarias, que son muy conocidas en Occidente.
Por lo tanto, al mismo tiempo que la Religión ha confinado el Alma al interior del hombre, la Ciencia (con la ayuda de la ideología dominante desde el siglo XVII) ha «cosificado» al mundo, convirtiéndolo en un mero proveedor de materias primas y carente de Alma. Pues, sí, lamentablemente la idea del universo entendido como un enorme mecanismo de relojería ha terminado por ganar la pulseada.
Esta es la herencia del mecanicismo, una postura filosófica que explicaba todos los fenómenos a través de leyes físico-matemáticas, dejando de lado todo tipo de conciencia o realidad trascendente. Desde este punto de vista, toda realidad natural y todo organismo poseen una estructura que puede ser equiparable a una máquina, a un mecanismo, por lo tanto el ser humano, el animal y la planta, así como el movimiento de los planetas, puede explicarse basándose en modelos de máquinas.
Es ciertamente curioso que la Ciencia materialista se adhiera al axioma «Así como es arriba es abajo» pero con un matiz terrible concluyendo que: el Universo es una enorme máquina y (¡oh, casualidad!) el ser humano también es una máquina. Máquina arriba, máquina abajo.
Un mundo-máquina es un mundo muerto donde reina el azar, lleno de cosas separadas que están separadas entre sí y que son ajenas a nosotros.
En este panorama tan desolador al que nos ha llevado la modernidad materialista surge la necesidad de «devolver el Alma al mundo», de modificar radicalmente la forma en que entendemos el Universo, de abandonar de una vez por todas la idea nefasta de que el mundo es un mecanismo de relojería y de pasar a considerarlo un ser vivo “en el que vivimos, nos movemos, y tenemos nuestro ser”, exactamente com se dice en Hechos de los apóstoles 17:28.
Que el mundo esté “vivo” o “muerto” depende de nuestra forma de mirar y de percibir la realidad, por lo tanto debemos entender que la restitución del Alma al mundo pasa por recordar, por aprender a mirar más allá de lo evidente, por despertar el ojo del corazón, descubriendo que la diversidad esconde una Unidad, un Ser-Uno donde la afección de una de las partes repercute en la totalidad, exactamente como reza el efecto mariposa: «El batir de las alas de una mariposa puede provocar un tsunami al otro lado del mundo».
Afortunadamente, no todos los científicos piensan igual. Con la catástrofe ambiental de las últimas décadas, o mejor dicho de los últimos tres siglos, muchos investigadores se han puesto a pensar: «¿Y si de veras la Tierra estuviera viva?».
En esa línea de pensamiento está James Lovelock que en su «Hipótesis Gaia» postuló que la Madre Tierra es «una entidad compleja que implica a la biosfera, atmósfera, océanos y tierra».
Por otro lado, vale la pena destacar el esfuerzo del filósofo y religioso catalán Raimon Panikkar que desarrolló la idea de una «Ecosofía», a fin de abandonar nuestra visión antropocéntrica de la Naturaleza y centrarnos en el ser humano como una parte del Todo.
En sus escritos, y tal como dijimos en el video anterior, Panikkar propuso el cosmoteandrismo [Cosmos-Teos-Andros] en oposición al antropocentrismo, y dijo lo siguiente: “La llamada ecología o ciencia de los recursos (limitados) de la Tierra no dará frutos, como se está viendo, mientras se reduzca a una ciencia pragmática de una mejor explotación de las riquezas naturales. El mismo lenguaje corriente nos indica que no hemos cambiado de mentalidad: la Tierra como un simple objeto de “explotación de recursos” -que hay que procurar que duren lo más posible”.
Desde el campo de la psicología, James Hillman, en uno de sus diálogos con Michael Ventura afirmaba que «la psicoterapia sólo trabaja en esa Alma «de adentro». Al quitarle el Alma al mundo y no reconocer que el Alma también está en el mundo, la psicoterapia ya no puede hacer más su trabajo. Los edificios están enfermos, las instituciones están enfermas, el sistema bancario está enfermo, la escuelas, las calles. La enfermedad está ahí afuera”.
Todo esto nos lleva a una misma idea reveladora, potente y también esperanzadora: la curación del planeta pasa por la curación del ser humano, y –por el contrario–la curación del ser humano pasa por la curación del planeta.
No hay separación, no puede haberla y como se dice en la carta del Jefe Seattle: «Somos parte de la tierra y ella es parte de nosotros. Las flores perfumadas son nuestras hermanas; el ciervo, el caballo, el gran águila, son nuestros hermanos. Los picos rocosos, los surcos húmedos de las campiñas, el calor del cuerpo del potro y el hombre, todos pertenecen a la misma familia. (…) Esto es lo que sabemos: la tierra no pertenece al hombre; es el hombre el que pertenece a la tierra. Esto es lo que sabemos: todas la cosas están relacionadas como la sangre que une una familia. Hay una unión en todo. Lo que ocurra con la tierra recaerá sobre los hijos de la tierra. El hombre no tejió el tejido de la vida; él es simplemente uno de sus hilos. Todo lo que hiciere al tejido, lo hará a sí mismo».
¿Se puede agregar algo más? Lo único que nos queda es cambiar la manera en que contemplamos el universo. Limpiar el lente.
Trabajar conscientemente en fraternidad y unión ¿para qué? Para devolver el Alma al Mundo.