En las últimas semanas, a través de diferentes medios de comunicación, recibimos la noticia de que, en Tasmania, los científicos están a punto de construir una caja enorme e indestructible, de paredes de acero y dotado de paneles solares y baterías a modo de caja negra donde se registrarán eventos y acciones relevantes de cara a un posible colapso de nuestra civilización. 

La remota isla de Tasmania ha sido elegida por su estabilidad geológica y política, y la idea es dejar un legado de conocimiento para aquellos que sobrevivan a una posible catástrofe ambiental, sanitaria, un evento imprevisto, en fin… cualquier evento que pueda hacer colapsar complemente nuestra actual forma de vida en este planeta.

Este proyecto se suma a otro que ya es bastante conocido, el banco global de semillas de Svalbard, en Noruega, también conocido como la “cámara del fin del mundo”, que fue inaugurada en 2008 a fin de salvaguardar toda clase de semillas de cualquier clase de catástrofes.

La bóveda de semillas está construida a 125 metros de profundidad en una ladera en la isla noruega de Spitsbergen. Sus paredes de hormigón armado de acero, de un metro de espesor, sus puertas a prueba de explosiones y sus compartimentos aseguran que algunos tipos de semillas -vitales para la supervivencia humana- puedan conservarse durante más de un milenio.

En la medida que la sociedad se vuelve más y más compleja, y se generan de forma natural o artificial conflictos sociales, divisiones y separatividad, y la tecnología, en lugar de traer más soluciones trae más problemas, en una civilización que tiene una tendencia patológica a la autodestrucción, no es raro que percibamos que ese futuro distópico que vimos en las películas y en otras obras de ficción está cada vez más cerca. La pandemia ha venido a reforzar esa idea, generando miedo en las masas aborregadas, un miedo que los amos de la caverna aprovechan para aplicar las más refinadas técnicas de control social.

Cuando se habla de colapso y aparecen neologismos para estudiar esto, como la colapsología, que no es otra cosa que el estudio de un posible colapso de la civilización industrial, hay que recordar que las enseñanzas antiguas ya contemplan esto y que no solamente lo contemplan sino que hablan de otros colapsos anteriores, de otras caídas y de cómo los supervivientes tuvieron que reconstruir su antigua civilización.

La Tradición habla de un tiempo cíclico y de cuatro edades: oro, plata, bronce y hierro, indicando que -ahora mismo- estamos en el Kali Yuga, la Edad de Hierro o la Edad del Lobo, como le denominan los nórdicos. También se dice que este Kali Yuga, el período de mayor alejamiento de la Fuente primordial y de total oscurecimiento de la conciencia- puede dividirse en cuatro partes y que ahora mismo estamos transitando la última parte, también conocida como “fin de ciclo”, la etapa final del hierro.

Sin embargo, esta supuesta mala noticia viene de la mano con una buena noticia y es que el fin de ciclo implica la llegada de un nuevo ciclo. Dicho de otro modo, el fin del hierro implica también el inminente comienzo del oro, el amanecer de un nuevo tiempo.

Traducido a lenguaje alquímico, es necesario un Solve, una disolución, un derrumbe, para que haya un Coagula, una coagulación, una reconstrucción.

Este período intermedio, este momento crucial entre la noche y el día, donde se escuchan estridentes los cantos de los gallos, a veces se ha llamado período “Z”, por dos motivos. El primero es que Z es la última letra del alfabeto, es decir marca el cierre del ciclo, y por otro lado, la misma geometría de la letra Z nos muestra de forma gráfica una energía que entra y otra que sale, una encrucijada, pero que es gradual. 

No sabemos exactamente en qué lugar de esa Z estamos parados ahora mismo ni cuánto falta para llegar a ese nuevo tiempo. 

Tendremos que tocar fondo y es posible que -tarde o temprano- llegue este colapso. Ojalá que fuera de otra forma, pero siempre tenemos que recordar que la vida es una escuela, y que aprendemos por las buenas o por las malas. Dicho de otro modo: la ampliación de la conciencia se puede alcanzar por dos vías: una agradable, o sea mediante una comprensión consciente y otra desagradable, a través del dolor.

Dice Federico González Frías: “Lo que estamos viviendo y el fin del ciclo que nos aguarda ya ha sucedido otras veces con distinta intensidad y que ello no es un espanto apocalíptico, con horrores físicos como se lo suele pintar, sino los últimos estertores que agitan a un enfermo, tal cual sucede a veces con los instantes finales de un ser humano –cuyo deceso es para él el fin de su mundo, o sea, el fin de un mundo, e igualmente la oportunidad de la vida verdadera”.

La idea de registrar hechos, conocimientos y dejar notas para los supervivientes no es novedosa. Como dijimos antes, las crónicas esotéricas hablan de grandes colapsos anteriores, siendo el más conocido el hundimiento de la Atlántida, relatado por Platón en varias de sus obras.

De acuerdo a la tradición esotérica occidental, existió un personaje que buscó preservar el conocimiento antediluviano. Me estoy refiriendo a Enoch

Si atendemos a las historias míticas, Enoch, que era un gran instructor, inventor y hombre de ciencias, un verdadero civilizador de la humanidad caída, e intuyendo un posible colapso de la civilización post-adámica- mandó tallar dos columnas enormes, a fin de incluir en ellas los conocimientos ocultos de la Ciencia Sagrada

También cuenta la Tradición, que estos pilares se convirtieron en un hito, un punto de encuentro para los buscadores de la verdad en ese mundo antediluviano, en un período que algunas escuelas esotéricas llaman “Lemuria”. Los pilares de Enoch estaban confeccionados de materiales distintos: uno en mármol para que soportase la acción del fuego y el otro tallado en bronce para resistir la acción del agua. 

El historiador Flavio Josefo cuenta todo esto diciendo que “con el fin de que no escaparan a los hombres estos descubrimientos ni se perdieran antes de ser conocidos, al advertirles Adán que tendría lugar la desaparición de todo rastro de vida, en un caso por efecto del fuego y en otro por la fuerza y la abundancia de agua, [los descendientes de Seth] levantaron dos columnas, una de adobe y otra de piedras, y en ambas escribieron los descubrimientos, para que, incluso desaparecida la de adobe por el diluvio, permaneciera la de piedra y permitiera a los hombres conocer el texto de la inscripción, además de señalar que habían erigido también otra columna de adobe”. 

Este conocimiento, que permaneció sepultado durante muchos años, fue finalmente descubierto por Melquisedec, a fin de reconstruir la tradición mistérica. En este mito de Enoch podemos apreciar, de forma velada, la supervivencia de los misterios atlantes y su posterior revitalización en Sumeria, Egipto, Mesoamérica y a través de los druidas.

Pero volvamos al monolito de Tasmania. Según declaran sus creadores “El propósito del dispositivo es proporcionar un relato imparcial de los eventos que llevaron a la destrucción del planeta, para que las generación futuras tomen conciencia e inspirar acciones urgentes”.

De cara a un posible colapso, preguntémonos: ¿por qué está haciendo aguas nuestra civilización tan avanzada y tecnificada? ¿Por qué, si vivimos en “el mejor de los tiempos” como nos quieren vender algunos, estamos preparándonos para lo peor? Ciertamente estamos en un momento crítico, con varios problemas ambientales a resolver, a lo cual se suma un clima social muy enrarecido, con viejos odios que vuelven a nacer y nuevos odios que se generan azuzados quien sabe con qué fines. 

La respuesta a esta pregunta es -en mi opinión- muy sencilla: hemos llegado a este punto porque nosotros, nuestra civilización, ha traicionado a su naturaleza esencial. En otras palabras: sufrimos de desarraigo espiritual, nos hemos desconectado de Dios, de la Naturaleza y del prójimo. 

El dibujante “El roto” lo expresa de manera brillante en una de sus viñetas: “Hemos llegado muy lejos. Vale, pero ¿cómo hacemos para volver a casa?”.

Solve et Coagula.