El humorista de la antigüedad Luciano de Samosata, dió voz a Hermes en sus “Diálogos de los Dioses”, y en esta obra, el mensajero habló de sus múltiples tareas: “Por la mañana recién levantado tengo que barrer la sala del banquete, y luego de extender el cojín del diván y poner en orden cada cosa, presentarme a Zeus y hacer llegar sus recados, corriendo todo el santo día para arriba y para abajo, y cuando vuelvo, manchado aún de polvo, servir la ambrosía. Y antes de que llegara el copero ese recién adquirido, tenía yo también que escanciar el néctar. Y lo peor del caso es que de todos soy el único que no duerme por la noche, sino que entonces he de llevarle en comitiva las Almas a Plutón, acompañar a los muertos y estar presente en la sesión del tribunal. Por lo visto no tengo bastante con mis quehaceres diurnos, a saber, estar en las palestras, actuar de pregonero en las asambleas e instruir a los oradores, sino que encima, dividido en trozos, he de organizar los asuntos de los muertos”. (1)
¿Por qué hemos colocado esta cita al comienzo del artículo? Bueno, más que nada para dejar constancia que la figura de Hermes es compleja y que ciertamente tenía muchos roles, aunque en estos estudios nos limitaremos a destacar algunos aspectos de su figura vinculados directamente con nuestro camino iniciático.
El hilo conductor de las múltiples tareas de Hermes es la comunicación. Por eso, el dios preside todos los aspectos humanos que vinculan a dos partes: la navegación, el comercio, la educación, la oratoria, los viajes, etc.
Homero en “La Ilíada” dice que “la tarea querida [de Hermes] es hacerse compañero del hombre” y que su caduceo “hechiza los ojos de los hombres que quiere y despierta también a los que están dormidos”. (2)
De acuerdo con los relatos clásicos, Hermes es un “psicopompo”, es decir un guía de las Almas de los muertos, lo cual tiene dos significados: uno físico, con Hermes como auxiliador de los difuntos, y otro metafísico, en relación con la muerte mística o “metanoia”. Siendo así, Hermes es el instructor supremo para aquellos que han traspasado el portal de la muerte mística o metanoia.
En Egipto, el conductor de Almas y protector de los viajeros era Anubis pero también encontramos una figura extraordinaria que es Hermanubis, la fusión de Hermes y Anubis. En el cristianismo ese rol fue adoptado por el gigante Cristóbal de Licia (San Cristóbal). Es curioso que en las representaciones primitivas, San Cristóbal aparezca con rasgos caninos, por lo cual no es aventurado hablar de una vinculación entre éste y el dios chacal Anubis. La “Áurea Legenda” del cristiano Santiago de la Vorágine fue la responsable de consolidar la fama del santo y de transformarlo de “canino” (es decir “perruno”, canineus) a cananeo, o sea de la tierra de Canaán.
Fulcanelli revela en sus obras que: “San Cristóbal, cuyo nombre primitivo, Offerus, (…) significa, para la masa, el que lleva a Cristo, pero la cábala fonética descubre otro sentido, adecuado y conforme a la doctrina hermética [y dice] que Cristóbal en vez de Ctúofo, [es el que] que lleva el oro. Partiendo de esto, comprendemos mejor la gran importancia del símbolo, tan elocuente, de san Cristóbal. Es el jeroglífico del azufre solar (Jesús) o del oro naciente, levantado sobre las ondas mercuriales y elevado a continuación por la energía propia del Mercurio, al grado de poder que posee el Elixir”. (3)
San Cristóbal casi siempre aparece cruzando un vado con la ayuda de un bordón y cargando al Cristo en sus espaldas. Pero, en rigor de verdad, todos nosotros, al igual que Cristóbal, somos “cristóforos”, pues portamos al Cristo en nuestro interior, que es idéntico al oro que cita el alquimista Fulcanelli. Por eso, podemos considerarnos viajeros cristóforos y auríferos a la misma vez. Portamos al Cristo y al oro en nuestro interior. El que tenga oídos que oiga.
Siendo así, cada uno de nosotros debe cruzar a la otra orilla con la ayuda de este Cristo Interno, que –situado simbólicamente “sobre nuestros hombros”– puede ver más lejos. Apreciemos aquí este símbolo precioso de vadear el río, de cruzar de un lado a otro, de pasar de lo profano a lo sagrado.
Al igual que Cristóbal transportó al Cristo, en la mitología griega Hermes realizó una tarea similar transportando al niño Dionisos por orden directa de Zeus, para que éste fuera criado por las ninfas.
Patrón de los viajeros, el mismo Hermes es un “eterno vagabundo” –como lo describe Kerényi– que puede moverse libremente por los tres mundos (Tierra, Cielo e Inframundo), tomando contacto con los hombres, los dioses y los muertos. Mircea Eliade señala que “es capaz de caminar velozmente (tiene “sandalias de oro”) y no se extravía de noche, ya que conoce perfectamente el camino”. (4)
Antes de emprender cualquier desplazamiento por tierra o por mar, los viajeros griegos dedicaban sacrificios a Hermes para que éste los ayudara a tener una travesía segura y sin contratiempos, del mismo modo que en la India los viajeros aún siguen acudiendo al dios con cabeza de elefante (Ganesha), quien en rol de “vinayaka” (removedor de obstáculos) se encarga de proteger a todos los caminantes, sobre todo en las peregrinaciones espirituales.
Alain Daniélou al comparar a Hermes con Ganesha dice que el dios indio es “el señor de la Iniciación, de los misterios, de los ritos por los que los obstáculos pueden ser rodeados o evitados”. (5)
Considerado también como el “inventor de la alquimia”, Hermes fue adoptado por los alquimistas como patrono y su “Tabla Esmeralda” –una síntesis de la filosofía hermética– se convirtió en su santa escritura. Bien entendida, la Gran Obra también puede considerarse un largo viaje que lleva al plomo a convertirse en oro, en el que Hermes actúa como intermediario “entre lo bajo, vil y desechado –lo oscuro, la materia– y el espíritu olímpico y celeste, [siendo] el gran mediador de la obra alquímica –el Opus hominis–, al presentarse como conectador de los contrarios en unidad dual, posibilitando la transformación de lo físico en lo espiritual. (…) El efecto de la mediación de Mercurio en la obra simbólica de la alquimia es la Lapis: la piedra filosofal”. (6)
En relación a la Gran Obra de la Alquimia, vale destacar que en el camino de desarrollo espiritual hay dos viajes: un “pequeño viaje” y un “gran viaje” que los visitantes de este canal ya conocerán muy bien. El primer viaje se asocia a los Misterios Menores (Arte Real) y es un tránsito que culmina en la Iniciación o Iluminación, mientras que el segundo se relaciona a los Misterios Mayores (Arte Sacerdotal) y finaliza en la reintegración o unión con la Fuente Primordial.
Nosotros, todos los que hemos elegido transitar este noble sendero, esta Via Lucis, contamos con la protección de Hermes, el custodio del camino, ese “compañero del ser humano” como lo llamaba Homero en sus obras. Y ciertamente lo sabemos: con Hermes como guía, la victoria está asegurada.
Notas del texto
(1) Luciano de Samosata: “Diálogos de los dioses”
(2) Véase: La Ilíada, XXIV, 334 y sigs.
(3) Fulcanelli: “El misterio de las catedrales”
(4) Eliade, Mircea: “Historia de las creencias” (tomo I)
(5) Daniélou, Alain: “Shiva y Dionisos: la religión de la naturaleza y del Eros”
(6) Ortiz-Osés, Andrés: “Visiones del mundo: interpretaciones del sentido”