Como vimos en un artículo anterior, el ego nunca queda satisfecho del todo y cuando los deseos se terminan consiguiendo siempre quiere más: cuando consigue el coche ya está pensando en un coche más nuevo o más lujoso, cuando compra una casa quiere una casa más grande y en un mejor barrio. En verdad eso no es malo en sí mismo, en la naturaleza humana siempre puede existir una aspiración a algo mejor, pero cuando el deseo se convierte en apego y en un problema, cuando vivo mi existencia preso de los deseos, termino pasando mi vida corriendo atrás de lo que no tengo y nunca termino de disfrutar lo que tengo.
En la entrega de la semana pasada pusimos como ejemplo, medio en serio y medio en broma, a Paul Scardino, el coleccionista de Funkos, quien fue superado en junio de 2021 por David Mebane con su colección de 7.095 muñecos. Y una vez más aquí no estamos juzgando sino poniendo estos ejemplos extremos para entender la avidez y los mecanismos del deseo. ¿Qué lleva a una persona a coleccionar muñecos? ¿O a coleccionar otras cosas?
Comprar un objeto para la colección genera endorfina o -mejor dicho- placer. Un placer que -al agotarse- busca perpetuarse, repetirse, ¿de qué modo? a través de la compra de nuevos objetos que van a generar nuevos placeres efímeros que al agotarse necesitarán más y más cachivaches, en un carrusel que nunca va a terminar. En una entrevista, un coleccionista de playmobil dio justo en el clavo al declarar: «El mundo del coleccionismo no tiene fin, nunca tienes todo lo que quieres y siempre quieres más».
Quiero un Funko – Compro el Funko – Ah, la endorfina… llega el placer – Pero el placer es efímero y se va – Entonces quiero repetir la experiencia ¿de qué manera? – Quiero otro Funko – Y compro el Funko. Y la historia sigue y sigue. Que conste que no soy de la asociación anti-funkos sino que este ejemplo es clarísimo para entender el proceso.
La endorfina no está sola en este proceso, pues la acompaña otra hormona, la dopamina, que está vinculada al sistema de recompensa.
Dice Estanislao Bachrach sobre esto: “Cuando el cerebro reconoce una oportunidad de recompensa, libera el neurotransmisor dopamina. La dopamina le dice al resto del cerebro a qué debe prestar atención y dónde debemos meter nuestras ávidas manos (u otras partes del cuerpo). Pero un chorro de dopamina no crea felicidad, sino una sensación de excitación. No sexual, sino cerebral: nos sentimos alertas, despiertos, cautivados, embelesados, encantados”.
“En nuestra época, la tecnología moderna nos brinda una sensación de gratificación instantánea. Sabés que un nuevo mail o el próximo video online te pueden hacer reír, entonces te la pasás rechequeando sin parar todo tipo de aparato que tengas de manera impulsiva. Es como si tu smartphone y laptop tuviesen un cable conectado directamente a tu cerebro que se la pasa alimentándolo con corrientes de dopamina. Por eso la tecnología es tan adictiva y cada vez querés más. La función básica de Internet describe perfecto la función básica del sistema de recompensa: buscar, ir por más”.
Esto se hace patente en el uso de las redes sociales, lo cual fue denunciado con certeza en el documental “The social dilema” donde quedó en evidencia que Facebook, Twitter, TikTok, Instagram están diseñadas para que generen picos de dopamina a través del refuerzo positivo intermitente que producen cada vez que actualizamos el feed o que aparece una nueva notificación sin leer.
Una vez más, apelamos a la auto-observación más que juzgar a otros y juzgarnos a nosotros mismos. La observación de nuestras conductas, deseos, anhelos, aversiones y hábitos es una de las prácticas fundamentales -por no decir LA práctica fundamental- de la ascesis iniciática.
Aun cuando hablemos de hormonas (endorfina y dopamina) y de cerebro, no podemos caer en el reduccionismo científico, o más bien cientificista, de reducir todos los procesos humanos, las emociones, los pensamientos, todo absolutamente todo al cerebro concluyendo de forma bastante ingenua que somos una especie de “cerebros con patas”.
Esto no es nuevo y tiene nombre: “materialismo reduccionista”, el cual postula que todo lo existente puede explicarse y definirse en términos físicos, por lo tanto todos los fenómenos -tanto los fenómenos humanos como de la naturaleza y el universo- son tan solo fenómenos físicos que se pueden explicar a través de leyes naturales.
Siendo así, este pensamiento cientificista, profundamente materialista y anti-espiritual, explica nuestros sentimientos, pensamientos y hasta nuestras creencias en función de secreciones, fluidos, hormonas y procesos físico-químicos.
En los tiempos de esplendor del positivismo, los materialistas más extremos decían cosas como estas:
“Los pensamientos son secreciones del cerebro”
“La personalidad humana no existe, el yo es el cerebro”
“Reconocer en el ser humano algo más que un sistema de órganos, es caer en los absurdos de la ontología”
Este tipo de declaraciones, y otras muchas por el estilo, eran usuales en el momento de máximo esplendor del positivismo, aunque hoy en día podemos escuchar cosas similares de algunos científicos radicalmente ateos como Richard Dawkins.
Es cierto, las secreciones hormonales tienen mucho que ver con nuestros estados de ánimo y nuestra vida en general, pero reducir todo el misterio humano a solamente a cuestiones químicas es simplemente adoptar una postura simplista, miope y que deja de lado muchos aspectos del ser humano, sobre todo en lo referente a la vida interior y a toda clase de experiencia de tipo espiritual.
La Filosofía Iniciática en concordancia con todas las corrientes de corte espiritualista, y en contraposición con estas ideas materialistas, establece una diferencia entre el cerebro y la mente y también distingue a los procesos cerebrales de los procesos mentales. En este sentido, podemos decir que el cerebro es material, puede tocarse y observarse, al mismo tiempo que la mente es inmaterial. Por eso es común que se los compare con el hardware y el software.
Volvamos a los deseos. Desde una perspectiva iniciática, éstos se vinculan a un vehículo sutil que es el centro de manifestación de todo esto y que recibe varios nombres: cuerpo emocional, cuerpo astral y dentro de la Teosofía blavatskiana se le llama “Kama-rupa”: “Kama” que en sánscrito significa “Deseo” y “Rupa” que quiere decir “Forma” o “Cuerpo”.
En otras palabras, el cuerpo emocional es un campo de energía compuesto de materia astral donde se asientan las pasiones, emociones y deseos.
Las enseñanzas rosacruces establecen que este vehículo emocional puede ser alineado, es decir puesto al servicio del Ser, de nuestra verdadera naturaleza y propósito, a través de la auto-observación y de la transmutación del deseo, convirtiendo el deseo vulgar en deseo purificado, un deseo conectado con la voluntad.
Por lo tanto, necesitamos estar atentos, utilizando diariamente la auto-observación y esto implica reflexionar, analizar y detectar los resortes ocultos que hacen aflorar temores, emociones, tendencias y deseos. En otro video hablamos de convertirnos en cazadores, estando al acecho, rastreando las huellas, observando o mejor dicho auto-observándonos, exactamente como si estuviéramos stalkeando (y perdonen el neologismo) a otra persona, tomando distancia, y anotando cada uno de sus movimientos.
Esta es la tarea. Observar y transmutar. Hacer los ajustes necesarios. ¿Controlar? Bueno sí, pero no en el sentido de reprimir sino de tomar las riendas de nuestra vida, siendo conscientes de nuestros automatismos y convertirnos en seres más conscientes, más despiertos, en definitiva más humanos.