El brindis es una oportunidad para conectar con otras personas más allá de la simple elevación de las copas. Representa un momento para expresar gratitud, celebrar logros o simplemente disfrutar del presente con quienes nos rodean.
Algunos investigadores han asegurado que el choque de las copas hace que participen -en un momento de festejo o celebración- todos los sentidos. Podemos ver la escena con las copas levantadas, podemos oler la bebida, degustarla, tocamos las copas, pero al chocar nuestras copas estamos dándole cabida al oído para que el brindis sea una experiencia multisensorial.
Se dice que el origen de chocar las copas durante un brindis data del siglo IV a. C. en la antigua Roma. En aquel tiempo, una forma común de asesinato era envenenar las copas. Como símbolo de confianza y para demostrar que no había veneno en las bebidas, los anfitriones chocaban sus copas con las de sus invitados con fuerza. Se creía que este gesto provocaba que una pequeña cantidad del líquido de una copa se derramara en la otra, asegurando así que ambos, anfitrión e invitado, bebían lo mismo. Esta práctica servía como una garantía de que la bebida era segura para consumir. Aunque esta historia es bonita, seguramente sea apócrifa.
En verdad, todas las pistas sobre el origen de los brindis nos llevan a las antiguas libaciones, rituales en los que se ofrecía un líquido sagrado, como sangre o vino, a los dioses. Este acto simbolizaba un intercambio: el líquido se ofrecía a cambio de un deseo o bendición. Elevando una súplica, se pronunciaban palabras que resumían la esencia de la petición, tales como «¡que sea por muchos años!» o «¡a tu salud!».
Por ejemplo, en la antigua Grecia, durante estas libaciones, era habitual que se vertiera vino en el suelo o en un altar como ofrenda a las deidades, acompañado de palabras que expresaban los deseos y esperanzas de la comunidad. De esta manera, el brindis no solo era un acto de celebración, sino también una forma de conectar con lo divino y expresar deseos profundos para el bienestar y la prosperidad de los participantes.
En estos brindis rituales arcaicos, la sangre era un elemento común. Sangre ofrecida a los dioses y sangre bebida. Esta práctica, en cierto sentido, sobrevive en el cristianismo, donde de forma ritual se bebe la sangre de Cristo en la comunión, simbolizada por el vino. Así, en la eucaristía o “santa cena”, los fieles entran en “común unión” (comunión) con el arquetipo crístico, simbolizando la unión con él a través del pan y el vino.
El pan en esta ceremonia representa el alimento espiritual y la síntesis de los cuatro elementos esenciales. La semilla de trigo, que debe «morir» bajo tierra para germinar, con la ayuda del agua, fermenta en el aire y luego recibe el calor del fuego en un proceso que se asemeja al proceso de la Gran Obra hermética, convirtiéndose así en un «fruto alquímico».
Hay dos curiosidades etimológicas que podemos encontrar con relación al pan y el vino. “Pan” quiere decir en latín “todo” y la palabra “vid”, la planta de la que proceden las uvas, tiene una similitud fonética con “vida”, en latin “vitis” lo cual podríamos ligar con “vita” (vida) y con el llamado “elixir vitae” (el elixir de la larga vida), un líquido prodigioso que otorgaba la inmortalidad.
Por eso dice el rosacruz Eckartshausen que -en un contexto ritualístico-: “PAN quiere decir literalmente la sustancia que CONTIENE TODO y VINO la sustancia que VIVIFICA TODO”.
El vino tinto y la granadina, por su color, son dos líquidos que nos remiten a la sangre, simbolizando así el acto de beber sangre, un líquido vital que podemos asociar a la vida y el alma.
Esta asociación entre la sangre y el alma proviene de la observación antigua de que la ausencia de sangre en el cuerpo implicaba la muerte, lo que llevó a asociar la sangre con el aliento de vida o el alma misma.
La sangre que corre en todos los seres humanos es la prueba de que, aunque las manifestaciones fragmentarias existentes son diferentes, somos iguales en sustancia. La tradición judía sostiene que “la sangre es nefesh” es decir que “la sangre es el Alma” y en Levítico 17:11 leemos: «Porque la vida de la carne está en la sangre; y yo os la he dado sobre el altar para hacer expiación por vuestras almas; porque es la sangre la que hace expiación por la vida.»
Por esta razón, los cabalistas sostienen que la sangre es el medio de conexión entre el Alma y el cuerpo (soporte de la vitalidad). Sobre esto René Guénon agrega: “La sangre constituye efectivamente uno de los lazos del organismo corporal con el estado sutil del ser viviente, que es propiamente el “alma” (nefesh haiah del Génesis), es decir, en el sentido etimológico (anima), el principio animador o vivificador del ser”.
Siendo así, cuando brindamos con vino tinto o granadina, estamos compartiendo nuestra sangre, nuestra vida, nuestra pasión, o incluso podríamos hablar de un simbólico “sacrificio” conjunto, de una comunidad con un mismo ideal o propósito.
En el ámbito masónico, la tradición de brindar se remonta a las logias masónicas inglesas del siglo XVIII, las que simbólicamente abrían “fuego”, levantando sus copas, una costumbre heredada de regimientos militares y con toda una jerga simbólica que podemos asociar con el mundo bélico: a los vasos se les llama cañones, a las botellas barricas, al vino tinto pólvora roja, al vino blanco pólvora fuerte, al agua pólvora blanca, al pan piedra bruta, a los cuchillos espadas, al café pólvora negra, etc. Debido a que los brindis eran enérgicos, los vasos eran pequeños y tenían una base ancha para poder aguantar los golpes que repetidas veces se hacían sobre la mesa.
La forma circular que se forma entre las personas al brindar es otro aspecto simbólico importante. En muchas tradiciones, el círculo representa la unidad, la eternidad y la perfección, ya que no tiene principio ni fin. En el contexto de un brindis, este círculo simboliza la fraternidad y la unión entre las personas que participan en él. Representa un espacio compartido de igualdad, donde todos los presentes son parte de un todo.
Además, el acto de brindar puede verse como una conexión de almas. No es solo un acto físico de levantar una copa, sino también un momento de conexión emocional y espiritual entre las personas. Este aspecto se intensifica cuando se habla de «bebidas espirituosas». En este sentido, la palabra «espíritu» en este contexto tiene un doble significado: se refiere tanto al alcohol como a un sentido más profundo de conexión espiritual. Al brindar, las personas no solo comparten una bebida, sino también un momento de comunión espiritual, donde se unen más allá de lo físico. De hecho, en inglés, la palabra “spirit” -en una de sus acepciones- significa, justamente, alcohol.
Todo brindis consta de tres partes: un brindis verbal (una alocución previa), un acuerdo acompañado de la expresión “¡Salud!” en castellano y -por último- el trago simbólico. En ocasiones se dice que no se debe brindar con la copa vacía porque en ese caso la persona no está participando del pacto, del acuerdo.
El brindis, desde lo simbólico, no es otra cosa que un acto simbólico, un verdadero rito en el que -al menos por un instante- el tiempo y el espacio profanos desaparecen para dar paso a una celebración comunitaria de conexión.
La próxima vez que te encuentres en un brindis, en un entorno sagrado o en el antro más decadente, recuerda lo que hemos dicho antes y simplemente observa con mayor conciencia, teniendo en cuenta que cada persona que brinda a tu lado es un alma encarnada con la que hemos coincidido en este espacio y en este tiempo. Entiende y disfruta esa conexión. Entiende por qué y para qué estás ahí. ¡Salud!