Desde tiempos inmemoriales, el conocimiento iniciático ha buscado despertar en el individuo la memoria de su verdadera naturaleza y toda la enseñanza sapiencial se fundamenta en el recuerdo, entendiendo esta palabra como re (es decir, volver) y cordis (corazón), o sea volver al corazón, regresar a la esencia, atendiendo al corazón como eje y sede del Alma.
A través del rito y el símbolo, los sistemas iniciáticos han utilizado diversas prácticas para que el alma despierte de su letargo y que tome el timón de la existencia, haciendo a un lado al ego que se encuentra encandilado con el mundo exterior, atrapado en ilusiones y limitaciones. Por eso se dice que el camino espiritual es un sendero de un solo paso y ese único paso es “salir del ego”, lo cual no significa matarlo ni aniquilarlo sino ponerlo al servicio de nuestro verdadero Ser.
En este sentido, al sumergirse en la experiencia del rito de forma consciente (es decir con los ojos bien abiertos y no de manera automática), el buscador se logra despojar de las ataduras del ego y se abre a la sabiduría ancestral que no es externa, sino que yace en lo más profundo de su ser. En ese sentido, el símbolo, que es el lenguaje del alma, se convierte en el puente que une lo divino y lo humano, lo eterno y lo efímero, actuando en un espacio intermedio, en un istmo (“barzah” según el Islam), también llamado Mundo Imaginal un espacio, plano o universo paralelo, completamente real aunque de naturaleza metafísica, donde habitan los mitos, los símbolos, los cuentos, las revelaciones espirituales y las imágenes arquetípicas.
De ahí que la enseñanza iniciática afirme que el rito es el símbolo puesto en acción. Toda la ritualística que se presenta en la Orden Rosacruz Iniciática y en la mayoría de las escuelas sapienciales de corte iniciático tiene como propósito esta conexión con el Alma a fin de propiciar un “despertar”, una apertura del ojo interior, lo cual significa cambiar la mirada, percibir la realidad de otra manera.
Los símbolos, en un marco ritual, tienen la posibilidad de dialogar con otros símbolos formando un «circuito de energía» que amplifica y potencia su significado. A medida que el individuo participa conscientemente en el rito y se sumerge en el lenguaje simbólico, se establece una conexión profunda con este circuito que se alimenta de la interacción entre los símbolos y la participación consciente de los individuos.
Por lo tanto, a través de la acción ritual, del símbolo en movimiento, estos símbolos pueden liberar una energía-fuerza que nos permite conectarnos con realidades más sutiles, provocando lo que Mircea Eliade llama una “ruptura de nivel”, a fin de vincularnos con lo sagrado.
Según Eliade, en las sociedades tradicionales, se considera que el mundo profano y el mundo sagrado son dos realidades distintas y separadas. El mundo profano es el ámbito de lo cotidiano, lo secular y lo ordinario, mientras que el mundo sagrado es el ámbito de lo trascendente, lo divino y lo sagrado.
No obstante, a través de la práctica ritual es posible establece un vínculo o una conexión entre estos dos niveles de realidad, lo cual implica esta “ruptura de nivel” de la que hablamos antes, la cual nos permite acceder a un conocimiento metafísico que no puede ser expresado con palabras.
Hablamos de recordar y seguramente algunos nos preguntarán: “¿Qué es lo que hay que recordar?”. La respuesta es simple y compleja. Simple porque puede ser expresada con palabras: “Recordar que somos chispas divinas, seres espirituales viviendo una experiencia material”. Sin embargo, una cosa es enunciarla y otra muy distinta comprenderla no desde lo racional sino desde lo supra-racional, no desde la mente sino desde el corazón.
Muchas veces, la mente de deseos, cansada de nuestras interrogantes existenciales adopta una estrategia muy astuta: nos responde lo que queremos escuchar. A nuestra pregunta: “¿Quién soy?”, la mente responderá: “Oh, eres un alma espiritual, tienes una misión. Ahora déjame tranquila y pon el siguiente capítulo de la serie de Netflix”. Pues sí, no es lo mismo el entendimiento racional que la comprensión profunda.
La mente de deseos, impulsada por nuestras ansiedades y necesidades inmediatas, que son legítimas en la mayoría de los casos, tiende a buscar respuestas que nos tranquilicen y satisfagan nuestras expectativas superficiales. Al preguntarnos sobre nuestra identidad y propósito, la mente puede responder rápidamente con conceptos vagos y reconfortantes, para así desviar nuestra atención o que simplemente volvamos a lo de siempre.
Por lo tanto, aprendamos a conectar conscientemente con el símbolo, disfrutemos de los rituales de un modo consciente, libres de automatismos y expectativas preconcebidas, recuperando la capacidad de asombro y el entusiasmo. Cuando el ritual se convierte en un trámite burocrático, el templo se termina convirtiendo en un museo, en un espacio muerto o moribundo, donde los egos dialogan y se envanecen, mientras el alma sigue roncando a pata suelta. Pero, por el contrario, si logramos mirar con otros ojos, nos abriremos a la posibilidad de impregnarnos con la energía-fuerza de los símbolos.