“Quien no encaja en el mundo está cerca de encontrarse a sí  mismo” (Hermann Hesse)

Vivir en una sociedad deshumanizada alejada de todo ideal trascendente suele ser una carga pesada para muchos caminantes, que terminan sintiéndose solos, “sapos de otro pozo”, “bichos raros”, “patitos feos”, etc.

Ese sentimiento de que “no encajamos” en este mundo moderno es bastante usual en todos aquellos que tratan de vivir una existencia alineada con lo Bueno, lo Bello, lo Justo y lo Verdadero.

A fin de “encajar”, muchas personas optan por renunciar al Camino, disfrazarse de personas normales, camuflarse entre la multitud, del mismo modo que –en la película “Matrix”– el personaje de Cifra se arrepintió de haber elegido la píldora roja, llegando a declarar ante el agente Smith que “la ignorancia es la felicidad”.

Pero, ¿es realmente sano adaptarse a una sociedad enferma?

Constantemente recibo correos de buscadores que me hablan de este sentimiento de soledad y de la necesidad de entrar en contacto con personas afines al estilo de vida que propone la Filosofía Iniciática. Lo que me cuentan es casi siempre lo mismo: se sienten bichos raros, incomprendidos, y a veces se cansan de remar contra la corriente. Todos estos mensajes de este tipo (y que realmente son muchos) podrían resumirse en tres palabras: “Me siento solo”.

Hace muchos años, allá por los 90, el maestro costarricense John de Abate (fundador del Corpus Hermeticum) contaba una historia corta, extraña e interesante que escuché de sus labios en Montevideo un par de veces:

“Un explorador se encontraba totalmente perdido en la selva. Estaba sediendo, débil y a merced de las alimañas y los animales feroces. De pronto divisó a lo lejos a otro explorador. Corrieron y se saludaron con algarabía, y ambos exclamaron: “¡Qué suerte que nos encontramos!”

John solía terminar la historia con una sonrisa pícara y preguntaba: “¿Qué nos revela esta historia?”. Al principio me costaba entender el sentido de este relato, pero con el tiempo me encantó y me terminé sintiendo identificado con los exploradores. Me di cuenta que, aunque los dos hombres seguían perdidos en un entorno hostil, estaban felices pues habían encontrado compañía para transitar el camino. Y ciertamente, recorrer el sendero con otros caminantes, aunque sea el más difícil de los senderos, es mucho más gratificante.

Vivimos en sociedad y muchas veces tenemos que participar en instancias sociales que no nos agradan, con personas que están muy lejos de nuestros ideales y que representan todo lo malo de esta sociedad corrompida. No siempre podemos zafar. En ocasiones, tenemos que participar en eventos, reuniones e incluso convivir en ámbitos laborales que tratan de arrastrarnos a lo “común”, a lo “normal”, emparejando hacia abajo. Todo esto es inevitable, uno no puede ni debe darle la espalda al mundo y aislarse de su entorno. Por otro lado: si la vida nos ha llevado a esos lugares ciertamente tenemos cosas para aprender de ellos y, por lo tanto, no deberíamos juzgar a los que se encuentran “del otro lado” (quizás anteriormente éramos como ellos o peores) sino tratar de descubrir cuáles son las lecciones que esas situaciones nos pueden proveer.

De cualquier modo, es importante que –en esos momentos incómodos en lugares tóxicos, espesos y catingudos– imitemos a las salamandras y que permanezcamos en el fuego sin quemarnos, entrando en contacto con la corrupción sin corrompernos. Así puede entenderse la frase tradicional que reza: “Cuando un hombre espiritual entra en una taberna, ésta se convierte en su templo. Cuando un borrachín entra en un templo, éste se convierte en su taberna”.

En verdad, nunca caminamos solos. Por más que otros piensen lo contrario, no somos “bichos raros” ni “patitos feos” ni “sapos de otro pozo”. Si vibramos en sintonía con el Ideal Iniciático, entonces formamos parte de la vanguardia, de la avanzadilla de un mundo nuevo y mejor. De ahí la importancia de no dar el brazo a torcer ni de adaptarnos sin más a una sociedad suicida e insana. Es importante que resistamos y que nos convirtamos en partisanos de un mundo nuevo y mejor, en agentes de la revolución más importante de todas: la de la conciencia.

Nuestra sociedad profana (hoy sociedad de consumo) necesita seres humanos dóciles que se ajusten a un “patrón de normalidad” para que puedan ser manipulados con más facilidad. Sin embargo, esta “normalidad” que nos quieren vender siempre termina fomentando comportamientos que desde un punto de vista espiritual son totalmente “anormales”: la competencia, el relativismo, el consumo, la búsqueda del “confort”, la permisividad, el hedonismo, la opulencia, la cosificación de la Naturaleza, etc.

En otras palabras: lo que es normal para el profano es anormal para el iniciado y lo que es normal para el iniciado es anormal para el profano. De ahí que Jacob Böehme aconsejara: “Avanza allí donde es más duro el camino, abraza lo que el mundo rechaza, y no hagas lo que hace el mundo. Avanza en todo de manera opuesta al mundo. Ese es el camino más corto para alcanzar el amor de Dios. (…) Como al mundo sólo le gustan el engaño y la vanidad y avanza en un camino equivocado, si quieres defender lo contrario en todas las cosas, lo que tienes que hacer es avanzar únicamente en el camino recto, pues el camino directo se opone en todo a los caminos por los que avanza el mundo”.

Sobre esto, Erich Fromm decía: “Se supone ingenuamente que el hecho de que la mayoría de la gente comparte ciertas ideas y sentimientos demuestra la validez de esas ideas y sentimientos. Nada más lejos de la verdad. La validación consensual, como tal, no tiene nada que ver con la razón ni con la salud mental. El hecho de que millones de personas compartan los mismos vicios no convierte esos vicios en virtudes; el hecho de que compartan muchos errores no convierte a éstos en verdades, y el hecho de que millones de personas padezcan las mismas formas de patología mental no hace de esas personas gentes equilibradas”.

En nuestros días de globalización y de un bombardeo constante para fomentar un pensamiento único que nos aborregue, los nobles caminantes tenemos que aceptar que somos una minoría muy pequeña y que la Filosofía Iniciática sigue siendo, no solamente marginal, sino también despreciada y minimizada. Pero aún así, en este escenario hostil a estas enseñanzas, no estamos solos. Existen muchos compañeros que están recorriendo la misma ruta, enfrentando a los mismos dragones, combatiendo en las mismas guerras.

En verdad, hay una alternativa a esta sociedad degradada. Hay otro mundo posible. Y ese mundo no depende de gobernantes, ni de los poderosos, ni de los “otros”. Depende de ti, depende de mí, depende de nosotros. Como dijo Mahatma Gandhi: “Sé el cambio que quieres ver en el mundo”. No sirve decir la gente es así o es asá. No, no. Es preciso que nosotros nos convirtamos en ese ser humano nuevo y mejor. No mañana, no cuando tengamos más tiempo, ni cuando tengamos más dinero, ni cuando llegue la oportunidad. Aquí y ahora.

Recordemos siempre esto y no nos dejemos seducir por el rebaño. No nos dejemos engatusar por el pensamiento único. ¿Y cuál este pensamiento único, este dogma del mundo moderno? Yo lo resumiría en tres conceptos marcantes que tratan de inculcarnos a toda costa: el primero: la única realidad está afuera y podemos acceder a ella solamente a través de los órganos de los sentidos. El segundo: el ser humano es una entidad independiente, separada, aislada de las demás y el tercero: la vida es un cúmulo de casualidades, por lo tanto no existe un propósito existencial o un sentido de la vida.

Frente a estas grandes mentiras del materialismo, que se filtran en todos los espacios de nuestra cotidianidad, necesitamos resistir,  seguir respirando juntos, formar núcleos de la Fraternidad Universal, viviendo como las salamandras (en el fuego sin quemarnos) y convertirnos en canales de lo Bueno, lo Bello, lo Justo y lo Verdadero.

No quiero terminar este artículo sin una composición estupenda de la filósofa acropolitana Delia Steinberg Guzmán que es una perfecta síntesis de las ideas que he plasmado en este artículo. El texto se llama “Navegar contra la corriente” y dice así:

Navegar contra corriente es:

  • Remontar un río cuando este baja hacia el mar.
  • Enfrentar las olas que van a deshacerse en las playas.
  • Caminar de frente, dando la cara al viento.
  • Ayudar a la Naturaleza, cuando todos tienden a ensuciarla y destrozarla.
  • Valorar la vida cuando todos parecen trabajar en favor de la muerte.
  • Mirar los árboles, los animales y las piedras con el mismo respeto que a los humanos.
  • Conseguir un aire puro cuando todos se esfuerzan por contaminarlo.
  • Sentirse libre ante las variadas máscaras de esclavitud con que tratan de engañarnos.
  • Conservar las propias ideas cuando todos cambian según la moda.
  • Vivir un ideal cuando todos reniegan de todo.
  • Buscar la belleza cuando todos la desprecian.
  • Ir en pos del bien cuando todos tratan de hacer y hacerse daño.
  • Velar por la justicia cuando todos la quebrantan.
  • Sostener la virtud cuando todos alaban el vicio.
  • Alimentar los sentimientos superiores cuando todos se inclinan por las bajas pasiones.
  • Ser veraz para enfrentar la mentira.
  • Profesar el auténtico conocimiento allí donde se elogia la ignorancia.
  • Conservar el sentido común en medio de la locura.
  • Mantener la serenidad cuando alrededor cunde la angustia.
  • Vivir la fraternidad mientras unos y otros se aíslan y se dividen.
  • Amar la paz en medio de un mundo agresivo.
  • Ser valiente en medio de un mundo débil.
  • Promover el entendimiento entre las gentes cuando todos cierran las puertas de su yo interior.
  • Ser generoso cuando todos se vuelven avaros.
  • Fomentar el amor allí donde crece el odio.
  • Saber escuchar mientras todos pretenden hablar.
  • Disfrutar del silencio cuando solo cunde el ruido.
  • Apreciar el trabajo por encima del ocio.
  • Desarrollar la voluntad por encima de los instintos.
  • Perseverar en la condición de ser humano a pesar de las circunstancias adversas.
  • Tener fe cuando todos dudan.
  • Creer en Dios cuando todos lo niegan.
  • Levantar los ojos al cielo cuando todos se arrastran por el suelo.
  • Cabalgar en las estrellas al compás del Ritmo Universal.