El corazón del sendero iniciático es la Luz y, por esta razón, el tránsito espiritual puede entenderse como una Via Lucis, un camino que es ascendente y contracorriente al mismo tiempo.

En esta senda luminosa de la oscuridad a la luz, del sueño a la vigilia, de la ignorancia a la sabiduría, se destaca un Maestro arquetípico, una figura suprahumana que todas las civilizaciones han descrito como un “mensajero de los dioses”, un instructor de las enseñanzas sagradas y un puente hacia la Verdad Suprema.

Este guía suprafísico no es otro que Hermes-Mercurio, el vehículo de la enseñanza primordial, que ha aparecido a lo largo de los siglos en diferentes lugares y adoptando diversos ropajes. Cuando hablamos de Hermes también estamos hablando de Mercurio, Thoth, Henoch, Elías Artista, Odín (Wotan), Zoroastro, Nabu (Nebo), Bochica, Quetzalcóatl, Kukulcán, Viracocha, el profeta Seyidna Idris, el ángel Metatrón e incluso podemos vincularlo con Ganesha, Vishnú y otros avataras de Oriente.

Hermes es un comunicador, una vía de conexión válida entre el discípulo (aquel que nosotros en la Rosacruz llamamos “noble caminante”) y los dioses. Por lo tanto, es el leal guardián de la “cadena de oro” iniciática, quien la mantiene pura y a salvo de las profanaciones de los seres humanos.

Aunque apreciemos a Hermes como un referente, siempre hay que aclarar que él no es el emisor del conocimiento sapiencial sino su transmisor, y en el “Corpus Hermeticum” –el magistral compendio de las enseñanzas herméticas, reunido y traducido en el Renacimiento por Marsilio Ficino– el propio Hermes se encarga de relatar la manera en que recibió este monumental saber:

“Un día que había comenzado a meditar sobre los seres, y que mi pensamiento volaba en las alturas mientras mis sentidos corporales estaban atados como les ocurre a aquellos a los que vence un pesado sueño traído por exceso de alimento o por una gran fatiga del cuerpo, me pareció que ante mí se aparecía un ser inmenso, más allá de cualquier medida definible que, llamándome por mi nombre, me dijo: – ¿Qué es lo que quieres oír y ver, y aprender y conocer por el entendimiento?

– ¿Quién eres?, le pregunté.

– Yo soy Poimandrés, respondió, el Noûs de la Soberaneidad Absoluta. Sé lo que quieres y estoy contigo dondequiera.

Y yo dije: – Quiero ser instruido sobre los seres, comprender su naturaleza, conocer a Dios.

A su vez, me respondió: – Guarda bien en tu mente todo lo que quieres aprender y yo te enseñaré”. (1)

De esta manera, Hermes conoció al “Noûs de la Soberaneidad Absoluta”, lo cual significa “Inteligencia Divina” que es LUZ, tal como el mismo Poimandrés se ocupó de señalar: “Esta luz soy yo, Noûs, tu Dios”. (2)

Este Noûs divino, tal como nos dice el antiguo texto hermético, es idéntico en naturaleza al ser humano: “El Noûs, Padre de todos los seres, siendo vida y luz, produjo un Hombre parecido a él, del que se prendó como de su propio hijo. Pues el Hombre era muy hermoso, reproducía la imagen de su Padre: porque verdaderamente es de su propia forma que Dios se enamoró, y le entregó todas sus obras…” (3), por lo cual el divino Poimandrés recomienda:

“Si aprendes pues a conocerte como hecho de vida y luz, y que son esos los elementos que te constituyen, volverás a nacer otra vez. (…) Este es el fin bienaventurado de los que poseen el conocimiento: convertirse en Dios”. (4)

Tras enseñar con paciencia a Hermes, Noûs le pide que sea su emisario: “¡Y bien! ¿Qué esperas ya? Ahora que has heredado de mí toda la doctrina ¿no vas a guiar a los que lo merezcan para que, por tu intermediación, el género humano sea salvado por Dios?”. (5)

Por eso, el propio Hermes termina por declarar: “Así fue que me convertí en el guía del género humano, enseñándoles la doctrina, cómo y por qué medios serían salvos. Y sembré en ellos las palabras de la sabiduría y fueron alimentados con el agua de ambrosía”.

No es posible determinar –y tampoco importa demasiado– la historicidad de Hermes, el tres veces grande. Pocos estudiosos se atreven a postular un Hermes histórico de carne y hueso, pero sí es bastante aceptada la teoría de la existencia de un colegio de altos estudios iniciáticos donde se formaban los discípulos aceptados que habrían usado el nombre genérico de “Hermes”para escribir sus obras como transmisores autorizados del Divino Instructor.

La proliferación de obras herméticas, llevó al filósofo neoplatónico Jámblico a pensar que Hermes había escrito 20.000 libros, mientras que Manetón y Seleucus le atribuían la enorme cifra de 36.525.

San Clemente de Alejandría se refirió solamente a 42 obras de Hermes que consideraba “imprescindibles”, aunque éstas no habrían sobrevivido al incendio de la Biblioteca de Alejandría. Sin embargo, según el testimonio de Manly Palmer Hall: “Los volúmenes que se salvaron del fuego fueron enterrados en el desierto en un lugar que actualmente solo conocen unos pocos iniciados de las escuelas secretas”. (6)

San Agustín no dudó en la existencia de Hermes y su condenación, diciendo: “Este Hermes dice sobre Dios muchas cosas ajustadas a la verdad, a pesar de que su admiración por la idolatría egipcia le haya cegado y de que haya sido el diablo quien le ha sugerido la profecía de la futura destrucción de aquella”.

La profecía a la que se refiere Agustín es la que aparece en el “Asclepios” y que aún sigue sorprendiéndonos por su exactitud:

“Un tiempo ha de venir en que los dioses abandonen Egipto; un país que fue sede de prácticas religiosas se verá despojado de los dioses y ya nunca gozará de su presencia; pues los extranjeros asolarán este país y esta tierra mostrando desprecio por la religión y, lo que es más grave, prohibiendo, con presuntas leyes y bajo penas prescritas, toda práctica religiosa, devoción o culto a los dioses, esta sagrada tierra, sede de santuarios y de templos, se cubrirá entonces de tumbas y de cadáveres.

¡Ay Egipto, Egipto!, de tu religión sólo sobrevivirán fábulas y éstas increíbles para tus descendientes, las palabras que cuentan tus piadosos hechos sólo permanecerán grabadas en las piedras; tu tierra se verá invadida por el escita, el indio o cualquier otro vecino bárbaro. Los dioses volverán al cielo, los hombres, abandonados, morirán en su totalidad y entonces, oh Egipto, privado de dioses y de hombres, te convertirás en un desierto”. (7)

Aunque –como hemos visto– los antiguos atribuían a Hermes la autoría de miles de obras, el “canon hermético” –es decir aquellos escritos que enmarcan el saber del Trimegisto– está constituido por los siguientes textos: el “Corpus Hermeticum”, “El Perfecto Sermón” o “Asclepios”, los “Discursos de Isis a Horus”, las “Definiciones de Hermes a Asclepios” y algunos fragmentos recopilados o encontrados más recientemente en la biblioteca copta de Nag Hammadi.

Además de estos escritos tradicionales, existen otros que intentan ser una síntesis del conocimiento hermético, a saber:

a) El Tarot, considerado como un libro mudo o mutus liber, a veces denominado Libro de Thoth.

b) El Kybalión, una compilación moderna basada en enseñanzas antiguas y que apareció a principios del siglo XX.

Por último, pero no menos importante, aparece la Tabla Esmeralda, un magnífico compendio de la Filosofía Hermética atribuido al propio Hermes Trimegisto y que constituyó la “Biblia” de los alquimistas.

Notas del texto

(1) Corpus Hermeticum: “Poimandrés”

(2) Poimandrés, op. cit.

(3) Poimandrés, op. cit.

(4) Poimandrés, op. cit.

(5) Poimandrés, op. cit.

(6) Hall, Manly: “Las enseñanzas secretas de todos los tiempos”

(7) Corpus Hermeticum: “Asclepios”