En la película clásica de Berlanga “Bienvenido Mr. Marshall” de 1953 hay una escena maravillosa donde las autoridades -ante la llegada inminente de los norteamericanos y creyendo que estos les iban a favorecer a través del Plan Marshall- le preguntan a cada uno de los habitantes del pueblo “¿Qué quiere usted?”, a lo que cada uno expresa su deseo esperando que alguien (en este caso los americanos) se lo pueda conceder.
En algunas escuelas esotéricas también se le hace al aprendiz esta pregunta al comenzar sus estudios: “¿Qué quiere usted?”, aunque no sería mala idea que esta pregunta fuera acompañada por otra: “La respuesta que acaba de dar… ¿de dónde surge?” ¿Del ego? ¿Del ser?
En otro artículo hablamos de la diferencia entre querer y desear, y recordamos un viejo axioma esotérico que aún hoy se trabaja en algunas escuelas de hermetismo. La frase es esta: “Conseguimos lo que queremos porque queremos lo que debe ser”.
En otras palabras, al decir esto estamos declarando que nuestros deseos pueden ser satisfechos -claro que sí- en la medida de que estén en consonancia con la naturaleza, lo cual significa que también estén ajustados a las leyes universales, tanto físicas como metafísicas, llámense estas ley del karma, dharma, propósito, destino, etc.
O sea que la satisfacción de los deseos no es tan fácil como soplar y hacer botellas sino que hay muchos factores en juego que deben ser tenidos en cuenta. Por esta razón, en algunas corrientes espirituales, las peticiones de deseos o anhelos, e incluso algunas oraciones, se cierran con esta frase: “Si a Dios le place, está hecho”. Dicho de otra forma: si nuestro deseo no entra en oposición con nuestro dharma, es decir con nuestro propósito existencial, este deseo podrá manifestarse tarde o temprano porque como dijimos: “Conseguimos lo que queremos porque queremos lo que debe ser”.
Siempre hay que tener un “para qué” y ese es quizás el problema de nuestra sociedad moderna que ha edificado toda su economía en función del deseo y su satisfacción, ya que con los deseos ocurre lo siguiente: cuanto más se tiene, más se desea tener. Es decir: cuando el deseo finalmente ha sido satisfecho (hemos comprado ese cachivache nuevo o una prenda de ropa o cualquier cosa que nos prometía la felicidad) y esa felicidad no ha aparecido, en ese momento (o poquito tiempo después) aparecen nuevos deseos (la versión nueva de ese celular, otro juego para la consola, otro Funko para la colección, otro coche, otro vestido, etc.) y entramos en un carrusel de deseos que nunca va a terminar. Obviamente esto se aplica también a las personas, el deseo de poseer a una mujer (o un hombre), pero no nos vamos a meter en ese tema en el día de hoy.
Es bastante fácil entender el proceso del deseo. Veámoslo: Quiero un coche, bueno, aunque sea usado. Un coche sencillo. Y lo consigo. Quiero un coche usado, pero mejor. Y lo consigo. Quiero un coche pero que sea 0 kilómetro. Yo me lo merezco. Y luego: Quiero un coche de lujo. Quiero un Tesla. Quiero un Tesla que vuele. Pero, ¿qué hay detrás de esos deseos? ¿Está la necesidad de desplazarse y de contar con un medio de locomoción? ¿O está la necesidad de aparentar? ¿Qué más hay ahí? Los profanos no suelen cuestionarse nada de esto y simplemente pican el anzuelo, estímulo-respuesta, casi como el perrito de Pavlov. Se meten en la ruedita del deseo seducidos por la publicidad que promete siempre las mismas cosas: placer, felicidad, libertad, sentirse diferente, emanciparse de la masa y de este modo corren y corren como la ratita poniendo sus mejores esfuerzos, invirtiendo su tiempo y su dinero para no llegar a ninguna parte. Por otro lado, el Hombre consciente -o que está en proceso de despertar- es aquel que -ante todo esto- se hace esta pregunta: “¿para qué?”.
Vivimos en una sociedad de consumo y es inevitable consumir, por lo cual es necesario pasar del consumo inconsciente -es decir, siendo marionetas de la publicidad, de la opinión pública y las modas- a un consumo consciente, a observar con detenimiento nuestros hábitos de consumo: lo que compramos, lo que comemos, lo que desechamos.
Matthieu Ricard, un monje budista que ya hemos citado en otros videos, nos dice: “Considerar que la felicidad es conseguir que se materialicen todos nuestros deseos y pasiones, y sobre todo concebirla únicamente de un modo egocéntrico, es confundir la aspiración legítima a la plenitud con una utopía que desemboca inevitablemente en la frustración”.
Esto lo podemos observar claramente en los estudios que se han realizado sobre las personas que han ganado la lotería. Por ejemplo, el diario británico ‘Bankrate’ dedicado a temas de economía ha dado seguimiento a algunos ganadores de la lotería y en muchos casos, a los pocos años estas personas habían gastado todo su dinero y estaban otra vez contrayendo nuevas deudas.
El escritor Michael Argyle cuenta el caso de una mujer de veinticuatro años que recibió el premio gordo de la lotería, algo más de un millón de dólares. Y esto fue lo que pasó: Dejó de trabajar y acabó por aburrirse; se compró una casa nueva en un barrio elegante, lo que la alejó de sus amigos; se compró un buen coche aunque no sabía conducir; se compró infinidad de ropa, gran parte de la cual no salió nunca de los armarios; iba a restaurantes de lujo, pero prefería comer varitas de pescado frito. Al cabo de un año, empezó a padecer depresión, ya que encontraba su existencia vacía y desprovista de satisfacciones”.
Este no es el único caso y los estudios de seguimiento a estos nuevos ricos siempre llegan a la misma conclusión: recibir una cuantiosa suma sin tener un plan o -mejor aún- sin tener un proyecto de vida o un propósito existencial no siempre termina bien. De hecho, la lotería europea (Euromillones) tiene un equipo de psicólogos y gestores, que acompañan y asesoran a los ganadores para darle el necesario apoyo psicológico a fin de que se adapte a sus nuevas condiciones de vida.
Teniendo en cuenta todo esto, debemos considerar a la satisfacción de los deseos como un arma de doble filo.
Imaginemos que somos fanáticos del fútbol, en particular de un equipo de fútbol y todas las semanas vamos a la cancha a ver a nuestro equipo, vamos a imaginar que es el Chacarita Juniors. Y somos muy fanáticos, hinchas a muerte de Chacarita, forofos como dicen en España, funebreros como le dicen a los seguidores de este cuadro. Y supongamos que, una tarde, vamos caminando y ¡zas! nos encontramos la lámpara de Aladino. Como somos funebreros de ley, ¿qué le vamos a pedir a la lámpara? ¡Que Chacarita gane siempre, obvio! Y en el primer partido gritamos los goles, nos entusiasmamos, cantamos, estamos felices. El Chaca ganando por goleada. El segundo partido la pasamos bien, otra vez ganamos, pero en el tercero y el cuarto el ánimo empieza a decaer. ¿Por qué? Porque no es divertido ganar siempre, no hay sentido en enfrentar a otros equipos sabiendo que siempre vamos a ganar. ¿Qué va a pasar en el quinto o sexto partido? Ya dejaremos de ir a la cancha.
Los que vieron la popular (y polémica) serie de “El juego del calamar” recordarán el último capítulo (¡alerta Spoiler!) cuando el viejo millonario le revelaba al protagonista lo siguiente: “Si tienes demasiado dinero, no importa lo que compres, comas o bebas, todo se vuelve aburrido al final”. Y como fruto de ese tedio profundo, y al no encontrar nada que lo motivara o conmoviera, inventó ese juego macabro donde morían decenas de personas simplemente para ganar dinero.
En la reciente película de la DC “Wonder Woman 1984” el eje de la historia es un objeto mágico: la piedra de los sueños, la cual puede otorgar cualquier deseo pero siempre a cambio de algo que aprecias. La película es bastante interesante y aunque no es una película que la gente vaya a ver para pensar, a mí sin embargo me llevó a la reflexión, a centrarme en todo esto que venimos comentando: el deseo, su satisfacción y también en otra cosa que en esta producción se deja traslucir y que es el fundamento de la prosperidad, no solo material sino en muchos otros ámbitos: el recibir siempre se debe equilibrar con el dar.
Hay una frase popular que dice: “Intentar recibir sin dar algo primero es tan estéril como querer cosechar sin haber sembrado”, lo cual nos recuerda que dar y recibir son las dos caras de una misma moneda, dos polos de una misma energía que busca el equilibrio. En la medida que damos, recibimos.
Teniendo en cuenta todo esto, ¿cómo controlamos nuestros deseos? Bueno, aquí no estamos hablando de controlar ni de reprimir nuestros deseos sino de entender este proceso y, en la medida de lo posible, auto-observarnos. Prestar atención a nuestros hábitos, a lo que compramos, a todo aquello que deseamos y por qué lo deseamos, ¿de dónde surge ese deseo? Tenemos que ser como el cazador que acecha a su presa y acecharnos a nosotros mismos, ¿de qué manera? Auto-observándonos, tomando nota de nuestros automatismos, de nuestras inclinaciones y entendiendo que la diferencia entre el deseo y la voluntad es de grado solamente y que el deseo puede ser purificado cuando se despoja del ego.