Como explicamos en artículos anteriores, el Gran Sello de los EE.UU. fue creado y aprobado en el año 1782, pero el reverso recién sería impreso en un billete 153 años después, exactamente durante la presidencia de Franklin Delano Roosevelt, en 1935.
Recordemos brevemente qué ocurría en ese momento de la historia. En 1929 se produjo el crack de Wall Street, el cual derivó en una inmensa depresión, la peor crisis económica de la historia hasta ese momento y para hacer frente a esto, el presidente Roosevelt presentó el “New Deal”.
Este “New Deal” o “nuevo trato” tenía como objetivo proteger a la población más pobre del país, al mismo tiempo que se reformaban los mercados financieros y se buscaba redinamizar la economía estadounidense mediante el intervencionismo estatal.
En el marco de este famoso y exitoso New Deal, que fue desarrollado entre 1933 y 1938, Roosevelt, influido por su vicepresidente Henry Wallace, decidió imprimir en el billete de un dólar al famoso Gran Sello.
Tanto Roosevelt como Wallace, así como muchos norteamericanos, creían –y siguen creyendo– que los Estados Unidos tienen un destino divino, un propósito espiritual y este New Deal era la oportunidad para reafirmar ese rol cuasi–mesiánico en el mundo.
Aquí el personaje clave es Henry Wallace, masón de grado 32º, teosófo, que se había vinculado a diversas tradiciones orientales y discípulo del expedicionario y espiritualista ruso Nicholas Roerich.
Según reveló el propio Henry Wallace, en una carta fechada el 6 de febrero de 1951, cuando descubrió que el que en el Gran Sello aparecía inscrita la frase latina “Novus Ordo Seclorum” enseguida la vinculó con este “New Deal” y al contemplar la imagen de la pirámide con el ojo creyó ver en él el símbolo de un nuevo tiempo, de una nueva era con grandes cambios espirituales, con un despertar masivo de la humanidad.
En un principio, la idea de Wallace era que la imagen fuera grababa en una moneda, la cual podría usarse incluso como talismán, pero fue Roosevelt quien decidió que era mejor colocar el Gran Sello en el billete, el cual podría circular en todo el mundo y llegar con su mensaje a todos los habitantes del planeta.
Las concepciones espirituales de Wallace estaban íntimamente ligadas al pintor y expedicionario Nicholas Roerich, que dedicó gran parte de su vida a la búsqueda de la ciudad perdida de Shamballah y a contactar con los Mahatmas del Himalaya.
En su correspondencia con Roerich, Wallace usaba el nombre místico de Galahad. ¿Y quién era Galahad? Quienes hayan leído la historia del Rey Arturo y de la Orden de la Mesa Redonda, recordará que en esta mesa existía una silla peligrosa, un asiento que estaba vacío y que Merlín había reservado para que fuera ocupado únicamente por un caballero de singular pureza, el que debía llegar en el momento indicado a Camelot para que pudiera comenzar la búsqueda del Santo Grial.
Cuando en el reino artúrico ya podían distinguir claros signos de decadencia, llegó por fin el caballero esperado (Galahad) para ocupar ese asiento peligroso. El nombre Galahad (Galaad) nos remite al Antiguo Testamento y a los montones de piedras conmemorativas que servían como “testimonio”:
“Labán le dijo a Jacob:
—Hagamos un pacto tú y yo, y que ese pacto nos sirva como testimonio.
Entonces Jacob tomó una piedra, la levantó como una estela, y les dijo a sus parientes:
—¡Junten piedras!
Ellos juntaron piedras, las amontonaron, y comieron allí, junto al montón de piedras. A ese lugar (…) Jacob lo llamó Galaad.
—Este montón de piedras —declaró Labán— nos servirá de testimonio”. (Génesis 31:43-48)
Por eso, el caballero Galahad es el “testimonio” de una realidad más trascendente. Vestido siempre de color rojo (simbolizando así la etapa final del proceso alquímico y la piedra filosofal), Galahad es un caballero perfecto, la encarnación palpable del “caballero celeste”, el testimonio viviente de la magnificencia y pureza del Santo Grial.
Si comparamos el declive de Camelot en el momento de la llegada de Galahad y la “necesidad” de restaurar la pureza original de esa sociedad a través de un elemento trascendente (el Grial), es tentador trazar un paralelismo con la situación que estaba viviendo en los Estados Unidos en la década del 30 del siglo pasado. Incluso podría trazarse un paralelismo incluso más perfecto con la crisis y decadencia de ese país en nuestros días, pero eso sería otra historia.
Lo cierto es que Walace firmaba sus cartas como Galahad, tenía un maestro espiritual que algunos podrían incluso llegar a relacionar con Merlín y creía que un objeto poderoso, una especie de Santo Grial, podría impulsar este nuevo tiempo de esplendor espiritual en los Estados Unidos y en el mundo.
A lo largo de la historia han existido muchos objetos de poder como la piedra filosofal, la lanza del destino o lanza de Longinos, el vellocino de oro, el bastón de mando del Uritorco, el ya citado Santo Grial e incluso podríamos hablar de la mano incorrupta de Santa Teresa que acompañó a Francisco Franco los últimos años de su vida o de muchísimas reliquias que están diseminadas por toda la cristiandad.
Todos estos objetos no tienen valor en sí mismos sino que son vehículos de algo, de un poder, de una fuerza que recibe muchos nombres y que usualmente conocemos como Telesma. Y de hecho, la palabra “talismán” deriva de Telesma, y en ese sentido estamos hablando de objetos físicos que concentran un poder metafísico.
El estudioso Mircea Eliade hablaba de “hierofanías”: “hiero” (sagrado) y “faneia” (manifestar), es decir un acto de manifestación de lo sagrado que puede darse en multiples objetos que siguen siendo cosas que pueden pesarse, medirse y tocarse pero que son una forma de conexión con la trascendencia. Y dice este conocido investigador rumano:
“Al manifestar lo sagrado, un objeto cualquiera se convierte en otra cosa sin dejar de ser él mismo, pues continúa participando del medio cósmico circundante. Una piedra sagrada sigue siendo una piedra; aparentemente (con más exactitud: desde un punto de vista profano) nada la distingue de las demás piedras. Para quienes aquella piedra se revela como sagrada, su realidad inmediata se transmuta, por el contrario, en realidad sobrenatural. En otros términos: para aquellos que tienen una experiencia religiosa, la Naturaleza en su totalidad es susceptible de revelarse como sacralidad cósmica. El Cosmos en su totalidad puede convertirse en una hierofanía”.
Para Wallace, este Santo Grial que consideraba como catalizador de un nuevo tiempo era la joya Chintamani, una mítica piedra octaédrica del tamaño de un dedo, sagrada para los budistas y que habría llegado desde las estrellas, más precisamente de la constelación de Orión.
Wallace confiaba en que Roerich pudiese encontrar esta piedra en sus expediciones por los Himalayas y en una de sus cartas le escribió lo siguiente: “He pensado en la advertencia “aguarda la piedra”. Esperamos la Piedra y te damos la bienvenida nuevamente a esta gloriosa tierra del destino”.
En otra de sus misivas, Wallace escribió: “La búsqueda, ya sea de la palabra perdida de la Masonería, el Santo Grial o las potencialidades de la era venidera, es un objetivo supremamente valioso. Todo lo demás es deber kármico. ¿Entonces todas las personas son Galahad en potencia?”
Otro punto interesante es que –por orden de Wallace– en el año 1934, el Departamento de Agricultura de los EE.UU. financió una expedición a Mongolia Interior dirigida por Roerich supuestamente para tomar muestras de plantas resistentes a la sequía, pero el verdadero objetivo era encontrar la misteriosa joya de Chintamani.
En esa misma década, la Ahnenerbe alemana, bajo la dirección de Heinrich Himmler, financió una expedición al Tibet comandada por el naturalista Ernst Schäfer y uno de sus objetivos era encontrar la Chintamani.
¿Cómo termina esta historia? Bueno, en lo referente al Gran Sello inscrito en el billete de un dólar ya sabemos todo lo que pasó y hemos visto que el mismo ha terminado por asociarse a una conspiración global y al Nuevo Orden Mundial.
Por otro lado, Roosevelt fue reelecto y declaró la guerra al Eje Roma-Berlín-Tokio en 1941, y falecio en 1945 dejando la presidencia al nefasto Harry Truman, que al lanzar las dos bombas atómicas sobre Japón dejó constancia de que el despertar masivo de la humanidad con el que habían soñado Roosevelt y Wallace tendría que esperar un poco más.
En lo referente a Wallace, éste primeramente se enfrentó al presidente Truman y se presentó a presidente para el año 1948, realizando una campaña muy inusual para su tiempo, donde aparecía abrazado a personas de raza negra y abogando por el fin de toda segregación, lo cual le granjeó el odio de los supremacistas blancos y otras fuerzas fundamentalistas, las que consiguieron copias de sus cartas a Nicholas Roerich y las publicaron en un periódico sensacionalista con el título de “Cartas del Gurú”, burlándose de las convicciones espirituales de Wallace que muchos consideraron anticristianas y antiamericanas.
De esta forma, la carrera política de Wallace quedó completamente arruinada, exactamente un año después de la muerte de Nicholas Roerich en el norte de la India.