Todos conocemos el gesto de colocar el dedo índice sobre los labios en señal de silencio. Es un signo universalmente reconocido que trasciende culturas y lenguas, utilizado para pedir silencio y discreción, y muy usado en rituales iniciáticos. Sin embargo, muy pocos conocen el origen de este signo, el que, en rigor de verdad, nos remite al antiguo egipcio y a un dios en particular: Hor-pa-khered, más conocido entre los griegos como Harpócrates.
Hor-pa-khered significa “Horus niño” y era una deidad que simbolizaba el renacimiento y la promesa de un nuevo día.
Se dice que el signo originalmente remitía a un niñito chupándose el dedo, pero en Grecia le dieron un nuevo significado en relación al secreto y en particular a los secretos de la diosa Isis. Isis era la madre de Horus-Harpócrates y en muchas imágenes aparece amamantando al bebé, el cual hace el gesto que también recibe el nombre de signo harpocrático.
En algunas representaciones clásicas, la figura de Harpócrates se fusionaba con la de Hermes, dando lugar a Herm-Harpócrates, que tenía el dedo colocado sobre los labios, pero también estaba sentado sobre una flor de loto, sosteniendo un caduceo y con un fruto de durazno o melocotón sobre su cabeza. Según cuentan los registros, el duraznero era el árbol dedicado al dios Harpócrates y John Gardner Wilkinson advertía que esta correspondencia estaba dada porque “el fruto del durazno se asemeja al corazón y las hojas del duraznero parecen lenguas”.
En su obra “Isis y Osiris”, Plutarco señaló que: “Harpócrates [es] el que preside y aconseja sobre la palabra relativa a los dioses, que todavía inmadura, imperfecta e inarticulada existe entre los hombres; por eso tiene el dedo aplicado a la boca, en señal de discreción y silencio”. Esto lo reafirmó, siglos más tarde, en 1556 Pierio Valeriano Bolzani, quien explicó -en su obra “Hieroglyphica”- que “en todos los templos en que se honraba a Isis y Osiris, había una imagen con el dedo sobre los labios, lo cual muchos interpretan como que había de silenciarse ante ellos, y es bien sabido que esa era la representación del egipcio Harpócrates”.
Por otro lado, vale destacar que -en el antiguo Egipto- la rosa era una flor asociada tanto a Horus como a su madre Isis, y en la mitología griega esto queda patente cuando Afrodita le entregó una rosa a su hijo Eros, el dios del amor y él, a su vez, se la dio a Harpócrates, el dios del silencio, para asegurarse que las indiscreciones de su madre (o de los dioses en general según otras fuentes) no fueran divulgadas.
Esta asociación de la rosa con la diosa Isis se muestra abiertamente en la novela de Apuleyo “El asno de oro”, un relato donde el protagonista (Lucius) es convertido en asno que -para recuperar su forma humana- debe comer pétalos de rosa, es decir impregnarse con el espíritu de la diosa Isis. Luego de regresar a su humanidad, Lucio se entrenó y se consagró completamente a Isis, siendo luego iniciado en sus misterios.
En Roma, la rosa se convirtió en sinónimo de la Diosa Isis como sanadora y protectora del pueblo de Roma, y se usaban amuletos de rosas en su nombre como protección contra el mal de ojo.
Es en esta épocas, no se sabe a ciencia cierta si en Grecia o Roma, que se empezó a trabajar «sub-rosa», asociando a la rosa como símbolo de secreto y silencio, y bajo los auspicios de Harpócrates.
Esta tradición continuó y se amplió en la Edad Media, donde se comenzó a colgar una rosa del techo de las salas de consejo como un recordatorio de que lo discutido allí debía permanecer en secreto. En las cofradías y hermandades iniciáticas, la alocución “sub-rosa” se convirtió en una forma común de asegurar que los secretos compartidos durante las reuniones permanecieran confidenciales.
En el ámbito de la rosacruz, operar sub-rosa significa acceder a los secretos, accesibles solamente a aquellos que estaban iniciados en los misterios, pero en verdad quiere decir niveles de entendimiento o comprensión y eso se explicita en los colores de las rosas, como hemos visto en un artículo anterior:
Rosa Nigra, el nigredo, la primera fase, elemento tierra.
Rosa Alba, el albedo, la segunda fase, elemento agua.
Rosa Flava, el citrinitas, la tercera fase, elemento aire.
Rosa Rubra, el rubedo, la cuarta fase, elemento fuego.
Volviendo a Harpócrates y su gesto de silencio, el llamado signo harpocrático, cabe destacar su uso ritualístico en la Orden del Amanecer Dorado (La Golden Dawn) y sobre esto Israel Regardie explica: “El signo del silencio es simplemente el del secreto de los Misterios. (…) Es el símbolo del Centro y de la «Voz del Silencio» que responde en secreto al pensamiento del corazón”. Y continúa: “Este Signo también se usa como protección contra ataques e implica una concentración de Luz Astral alrededor de la persona. (…) Para reforzarlo todavía más debe asumirse la forma del Dios”. (lo que está diciendo que el practicante debe imaginarse como el propio Harpócrates, lo cual es algo usual en los ejercicios imaginales en primera persona)”.
Aleister Crowley, en su tarot -pintado por la artista Frieda Harris– reimaginó el arcano del Juicio y lo llamó Aeon (Eon), que es un concepto thelemita en el que no nos vamos a meter ahora, pero lo interesante es que -en esta carta- aparece en primer plano -justamente- Harpócrates haciendo el signo. El propio Crowley aparece en una de sus fotografías más conocidas, encapuchado y haciendo el signo.
En la Masonería es el signo del cuarto grado, Maestro Secreto, aunque -en este caso- se usan los dedos índice y medio de la mano derecha sobre los labios.
En al cristianismo, más especialmente en la tradición monástica, también se ha utilizado el signo harpocrático en vinculación a de dos tipos de silencios, diferentes pero complementarios: un silencio externo y un silencio interno, dejando constancia que el silencio externo favorecía un estado de silencio interno. Si salimos a cazar símbolos en viejas iglesias, veremos que algunos confesionarios están decorados con rosas -símbolo del secreto- y en ocasiones con personajes haciendo el signo de silencio, dejando constancia de un diálogo con el sacerdote que será sub-rosa, protegido por el secreto de confesión.