Continuamos hablando de la guerra desde un punto de vista espiritual y esotérico, en el marco de esta penosa guerra de Ucrania y de este fin de ciclo que estamos viviendo como humanidad.

La lejanía geográfica de ciertos conflictos siempre nos ha anestesiado. Cuando hablamos de Irak, Afganistán, Siria, Yemen, Somalia, los vemos desde una perspectiva tan lejana, tan ajena, que la mente occidental (tanto en América como en Europa) nos lleva a la engañosa conclusión de que las guerras les pasan “a los otros”, a otros seres humanos que sí, claro, son humanos, pero son un poco distintos a nosotros.

La vieja concepción del siglo XX de un primer mundo (el occidental), un segundo mundo (el soviético) y de un tercer mundo (el resto de países) sigue más viva que nunca, y desde esta perspectiva las guerras solamente son tolerables en estos últimos. 

Esto no es nuevo. A principios del siglo XX, Europa -que había apostado por el positivismo y los adelantos tecnológicos y científicos- se consideraba en el pináculo civilizatorio. Alemania, Francia, Inglaterra, Austria-Hungría vivían en una burbuja, en un optimismo desmedido que chocó de frente con la realidad el 28 de junio de 1914, cuando -en la ciudad de Sarajevo- el archiduque Francisco Fernando sufrió un atentado mortal que terminaría llevando al viejo continente a una gran carnicería, la Gran Guerra, la primera guerra mundial.

En este momento histórico y en la mayoría de países europeos, la guerra -aunque no lo creamos- fue bien recibida en un fenómeno que a veces ha sido llamado “Espíritu de 1914”, un júbilo popular donde los hombres entraban en un contagioso estado de euforia y en el cual podemos observar claramente la acción de los egrégores.

Ernst Jünger le llamó “el momento sagrado” mientras que el poeta Rupert Brooke exclamó: “Gracias a Dios, por habernos hecho vivir esta época”

En este punto, vale la pena leer el testimonio del gran escritor Stefan Zweig, testigo directo de los hechos: 

«¡A la mañana siguiente estaba en Austria! En todas las estaciones habían pegado carteles anunciando la movilización general. […] Se formaban manifestaciones en las calles, de pronto flameaban banderas y por doquier se oían bandas de música, los reclutas desfilaban triunfantes, con los rostros iluminados, porque la gente los vitoreaba, a ellos, los hombrecitos de cada día, en quienes nadie se había fijado nunca y a quienes nadie había agasajado jamás.

En honor a la verdad debo confesar que en aquella primera salida a la calle de las masas había algo grandioso, arrebatador, incluso cautivador, a lo que era difícil sustraerse. Y, a pesar del odio y la aversión a la guerra, no quisiera verme privado del recuerdo de aquellos primeros días durante el resto de mi vida; miles, cientos de miles de hombres sentían como nunca lo que más les hubiera valido sentir en tiempos de paz: que formaban un todo. […] Por unos momentos todas las diferencias sociales y religiosas se vieron anegadas por el torrencial sentimiento de fraternidad. Los extraños se hablaban por la calle, personas que durante años se habían evitado entre sí ahora se daban la mano, por doquier se veían rostros animados. Todos los individuos experimentaron una intensificación de su yo, ya no eran los seres aislados de antes, sino que se sentían parte de la masa, eran pueblo, y su yo, que de ordinario pasaba inadvertido, adquiría sentido ahora».

En Inglaterra, los jóvenes acudieron en masa a alistarse, hablando de ideales y de honor, con una percepción romántica de la guerra. Sin embargo, poco tiempo después, en las trincheras de Somme y Verdún esa efervescencia juvenil se disipó al constatar que las ametralladoras no tienen nada de romántico. 

Esta Gran Guerra finalizó en 1919 y ese mismo año se firmó el Tratado de Versalles, el que declaraba que Alemania y sus aliados habían sido “los responsables de todas las pérdidas sufridas por los aliados y sus asociados, como consecuencia de una guerra que ha sido originada por Alemania”. Por esta razón, Alemania debía ser castigada con dureza y quedaba condenada a pagar unas exorbitantes reparaciones durante más de veinte años. Así lo expresó un ministro inglés en la campaña electoral de 1918: “Hay que exprimir el limón hasta que cruja”, y en el mismo sentido se expresaron los políticos franceses: “Alemania tendrá que pagar hasta el último céntimo por los daños que ha causado”.

En esta presión enorme que se hizo con el pueblo alemán, en este intento por humillar a los germanos, podemos encontrar fácilmente el origen del egrégor del nazismo. En otras palabras, en un intento por sancionar a Alemania, se terminó gestando un monstruo porque -en ocasiones- cuando se quiere dañar a un egrégor se lo termina alimentando, en vinculación con esa conocida frase de Nietszche: “Lo que no mata, fortalece”.

Esto queda patente si analizamos al pueblo judío durante la Segunda Guerra Mundial, que sufrió un exterminio sistemático del cual salió fortalecido y pudo -con el apoyo de los aliados- establecer el estado de Israel. 

Dice el esoterista australiano Mouni Sadhu: “Si en el plano físico, los enemigos destruyen los cuerpos de los miembros de un egrégor particular, sus astrosomas [este es un término que se usa como sinónimo de los cuerpos astrales y mentales combinados o unidos] fortifican al egrégor en lo astral. Recuerde la persecución de los cristianos por parte de los judíos y paganos en los primeros días de la nueva religión. Los cristianos ganaron la lucha, porque eran más fuertes en lo astral. He aquí por qué la Iglesia, en esa época, afirmó que “la sangre de los mártires es la mejor semilla de nuevos cristianos”.

Entonces, tenemos el ejemplo de los nazis formando un egrégor con una estrategia que deja en evidencia su conocimiento del ocultismo. Al formar su imperio, formaron el llamado Tercer Reich, tomando como antecedentes al Sacro Imperio Romano Germánico o Primer Reich de Otón el Grande y al Segundo Reich de Otto von Bismarck, es decir que buscaron conectar con esos dos egrégores anteriores de los pueblos germánicos.

Hay muchos otros ejemplos de egrégores que se fortalecieron en la adversidad. Podríamos hablar de las fuerzas revolucionarias en el seno de la Rusia zarista, de la India moderna gestada en oposición a la ocupación británica y quizás a la Rusia en este mismo momento, presionada, aislada, condenada, con Francia pidiendo una “guerra económica total” en un panorama que -lamentablemente- nos recuerda bastante al Tratado de Versalles.

Mouni Sadhu hablaba de los mártires y sobre esto bien vale la pena recordar a los mártires de Chicago, asesinados en Haymarket Square, en un evento que dio fuerzas al egrégor del movimiento obrero, que hoy en día sigue celebrando el 1º de mayo en recuerdo de este triste acontecimiento.

Los mártires fortalecen los egrégores porque generan emociones fuertes y pensamientos comunes, es decir los dos ingredientes fundamentales de un egrégor. También actúan como punto de conexión, como un símbolo poderoso y esto lo podemos verificar con el caso de George Floyd.

En mayo de 2020, Floyd fue asesinado por un policía en Minneapolis, a unos 12 minutos en coche del lugar en que estoy grabando este video. Más cerca del lugar donde escribo este artículo, a unas 6 cuadras de mi casa, hubo otro evento similar cuando otro policía mató al afroamericano Philando Castile.

Los dos afroamericanos, los dos de aquí de Minnesota, los dos asesinatos fueron grabados en vídeo, pero uno logra saltar a los titulares del mundo y el otro no. La pregunta es ¿por qué? ¿Por qué uno se convierte en un mártir y símbolo mundial y el otro no? 

Dejando de lado la propaganda y las manipulaciones mediáticas, queda claro que el egrégor necesita mártires o referentes que lo fortalezcan en determinados momentos históricos, para reforzar la energía. En el caso de los afromericanos, Martin Luther King o Rosa Parks son referentes importantes, pero ya son tan movilizadores e incluso han sido -en cierto modo- absorbidos por el sistema. Por lo tanto, era preciso que emergiera un nuevo mártir y George Floyd y su frase “I can’t breath” (“No puedo respirar”) encajaba perfectamente con lo que el movimiento Black Lives Matter necesitaba para que su egrégor se viera fortalecido.