“Si durante la escucha involucras todos tus recursos de atención, serás capaz de descubrir no sólo lo que el saber técnico te permite comprender, sino además la vida interior de la música y su parentesco con tu alma.” (George Balan, creador de la musicosofía)
Oír es la percepción pasiva de los sonidos, mientras que escuchar implica voluntad, es decir que necesita del deseo expreso de utilizar el oído para captar conscientemente los sonidos.
En las relaciones humanas, muchas veces los problemas de comunicación comienzan con una escucha defectuosa, por lo cual es de importancia “aprender a escuchar”.
Antonio Blay nos explica un punto importante: “Empezaremos a entender la música en el momento en que estemos abiertos de par en par a ella y la música resuene justo en nuestro centro, sin obstrucciones, tabiques, comparaciones ni contrastaciones de ninguna clase. Cuando la música resuene en nuestro centro sentiremos en nosotros exactamente la misma fuerza creadora que el que compuso la música. Un instante de apertura perfecta, de concentración en la música nos podría situar casi exactamente en el mismo punto, y estado y momento de la persona que la escribió”.
Para poder disfrutar plenamente de cada composición musical y entrar en contacto con el propósito de su creador, es necesario escuchar conscientemente a través de un sencillo ejercicio.
La práctica de la escucha consciente es muy sencilla. En primer lugar, es necesario elegir uno o varios temas musicales con los que vamos a trabajar. Después de colocar la música adecuada en un equipo reproductor, debemos colocarnos en una posición cómoda, con la espalda recta. Nos relajamos y, cuando el primer tema comience, procuraremos dejar de lado todos los pensamientos intrusos que se crucen por nuestra cabeza para focalizarnos únicamente en la música.
En una primera instancia pueden escucharse todos los temas seguidos, pero para disfrutar al máximo la práctica es necesario repetir el mismo tema tres o cuatro veces seguidas.
¿Qué se busca con esta práctica?
a) “Conectarnos” con la persona que compuso la obra o -mejor dicho- intentar entender las emociones, pensamientos y valores que se plasmaron en la obra. ¿Qué emociones emergen al escuchar cada composición? ¿Angustia? ¿Amor? ¿Alegría? ¿Temor? ¿Paz?
b) Descubrir la belleza escondida en cada composición.
c) Comprender la diferencia entre “oír” y “escuchar”
d) Hay un cuarto elemento que es más complicado y que está relacionado al primer elemento: la “conexión” o “comunión” con el autor de la obra y con todos aquellos que la escucharon en el pasado, es decir el mismo principio que sustenta la ritualística de todas las corrientes espirituales y la noción de una «catena aurea» que puede vincular a personas por encima del tiempo y del espacio. En términos modernos esto se ha llamado “resonancia mórfica” y ha sido investigado por el prestigioso biólogo Rupert Sheldrake, quien habla de la posibilidad de “transmitir información entre organismos de la misma especie más allá del tiempo y el espacio”. (1)
Siendo así, los oyentes actuales pueden vincularse con todos los seres humanos que escucharon ese tema antes, luego con el creador y finalmente con la fuente de inspiración del compositor.
Notas del texto
(1) Para documentarse más en este tema vinculado a la ritualística, véanse además los estudios de Mircea Eliade sobre este tema, especialmente en las obras «Lo profano y lo sagrado», «Mito y realidad», «La prueba del laberinto», entre otras.