En otro artículo hablamos de una Iniciación virtual que es a la que podemos acceder a través de los llamados ritos iniciáticos y también de una Iniciación efectiva que vinculamos con un estado superior de conciencia.

Por lo tanto, la Iniciación virtual es la llave, el ticket aéreo, el menú del restaurante, la posibilidad de “algo”, pero para alcanzar ese “algo” necesitamos pasar a la acción, hacer que la potencia se convierta en acto. La llave podrá abrir la puerta pero somos nosotros los que decidimos abrirla o no, el ticket aéreo sin abordar el vuelo no nos servirá de nada al igual que leer el menú no nos va a llenar la panza.

El pasaje de lo virtual a lo efectivo lo entendemos como un camino, el sendero iniciático, que no es otra cosa que un proceso para reencontramos con lo que ya somos.

Según Serge Hutin: “La iniciación aparece siempre como un proceso destinado a conseguir psicológicamente el paso de un estado, considerado inferior, a un estado superior”.

Algunos llamarán a esto desarrollo, desenvolvimiento, crecimiento, pero en verdad es un “volver a”, un “re”, un re-encuentro, un re-cordar.

Por eso, la Iniciación no es un premio, no es un logro sino la re-cuperación de algo que perdimos hace mucho tiempo. No es un objetivo, no es una meta sino la consecuencia lógica de un proceso virtuoso, la integración a nivel profundo de lo humano y lo divino en nosotros.

Nadie, absolutamente nadie, nos puede conceder la iniciación. Bueno, a nivel virtual (por supuesto) existen iniciadores y recipiendarios y diversas organizaciones que –en un marco simbólico particular– nos pueden iniciar en sus misterios, pero si hablamos de la Iniciación profunda, la iniciación efectiva, es necesario advertir que la misma debe conquistarse, alcanzarse, aunque –insisto– no tenemos que entender esto como una meta distante sino como la consecuencia de un largo proceso.

Entonces, la pregunta que debemos hacer a quienes se aventuran en estas sendas iniciáticas es la siguiente: “¿Hasta cuando vamos a esperar para adueñarnos de aquello que nos pertenece?”

Hay un cuento oriental que me gustaría contar ahora:

En una de sus caminatas habituales por las inmediaciones del monasterio, el discípulo preguntó al Maestro sobre sus experiencias espirituales:

– ¿Cómo te sentiste al alcanzar la iluminación? ¿Feliz, lúcido, omnipotente, sabio?

– En verdad, me sentí como un estúpido – señaló el Maestro. Y luego aclaró:  “Después de tantos años trabajando en obtener el entendimiento, me sentí como el ladrón que vigila durante días la casa que robará, luego escala un muro con mucho esfuerzo, se esconde con prudencia, rompe la ventana cerciorándose de no hacer mucho ruido, para percatarse más tarde que la puerta que daba a la calle siempre había estado abierta”.

La puerta está abierta y como dicen las escrituras: “El Reino de los Cielos se conquista por asalto”. Cuando hacemos cosas, pasan cosas. Cuando nos quedamos en la zona de confort, haciendo lo mismo de siempre, de la misma manera, con los mismos pensamientos y nuestros prejuicios de siempre no hay posibilidades de Iniciación.

Cuando entendemos que la vida es una escuela, es una gran aventura, veremos cómo las pruebas se van apareciendo de mil maneras. Obviamente que muchos de estos desafíos dan miedito pero son necesarios. La conciencia crece en la adversidad, no en la comodidad.

Cuando nos encerramos en un cuarto de 2×2 y esperamos que la vida sea más apacible y tranquila, las pruebas se terminarán presentando sí o sí de una forma más sutil: en forma de depresiones, en forma de adicciones, de enfermedades, de obsesiones, de ansiedades. No hay forma de librarse de las pruebas, por más que nos encerremos en un búnker.

Leemos en Mateo 11:12: “Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, al reino de los cielos se hace fuerza, y los valientes lo arrebatan”. En otras palabras, ese reino de Dios (que es otra forma de referirse a un estado de conciencia interior) no es para cobardes ni para timoratos sino para valientes.

Cuando las personas llegan al Sendero, generalmente adoptan una de estas tres posturas:

a) El valiente: Es aquel individuo que decide –sin vacilar– dar un cambio radical de su existencia, analizando y modificando sus comportamientos viciosos para poder transitar hacia la autorrealización.

Esta opción implica mucho sacrificio, dedicación y trabajo, pero con un método gradual y ordenado, inspirado en las enseñanzas sapienciales, el éxito está asegurado.

b) El cobarde: Es aquella persona que –aun sabiendo que debe cambiar– no mueve un dedo para salir de su triste situación. Los cobardes y timoratos que anhelan “cambiar sin cambiar”, quieren obtener resultados diferentes haciendo lo mismo de siempre, y van pasando de organización en organización, de iglesia en iglesia, de secta en secta, sin practicar ni interiorizar ninguna de las enseñanzas que se les brinda.

Muchas veces, estas personas –convencidas de la validez del Sendero Iniciático pero sin fuerza de voluntad para caminarlo– bajan los brazos y se resignan a continuar viviendo de la misma manera que siempre, aunque adoptando una “postura espiritualista”, llenando su casa de objetos “místicos”, practicando algunos ejercicios aislados sin una metodología apropiada e incluso usando palabras exóticas, conformando de este modo una especie de “máscara espiritual” que –al carecer de una base sólida– se descascara con mucha facilidad. El cobarde tiene un gran problema: no tiene la constancia necesaria para pasar de la teoría a la práctica.

c) El indiferente: Es aquel individuo que sabe que debe modificar profundamente su vida pero que –ante las dificultades del sendero– prefiere optar por la comodidad burguesa que le ofrece la sociedad de consumo. Entre la aventura y el sofá, el indiferente elige el confort del sofá. En ocasiones, estas personas acuden a conferencias, cursos y charlas sobre temas espirituales, pero cuando llega el momento de comprometerse, vuelven a sus casas, toman el control remoto de la tele y se olvidan del tema.

El indiferente no solamente no tiene constancia y la voluntad para pasar de la teoría a la práctica sino que se autoengaña creyendo que la sola lectura de libros esotéricos y espirituales lo puede ayudar mágicamente a avanzar en el sendero. De este modo, el indiferente puede saber muchísimo sobre filosofía esotérica y convertirse en un “erudito”, pero su vida no tiene diferencias significativas con el hombre profano que lo ignora todo.

Hay una frase de Confucio que es magistral y con la que deseo terminar este artículo, y dice así:

“Si sabes lo que tienes que hacer y no lo haces, entonces estas peor que antes”.