En el pasado artículo acerca del simbolismo de Halloween hablamos de la intención y citamos a Dolores Ashcroft Nowicki que decía -con relación a la magia- que “la intención lo es todo”. Y en uno de los comentarios una visitante replicó: “Sin embargo, el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones”. Esa es una perspectiva interesante, ya que se centra en la dualidad entre la intención y la acción. Aunque la intención puede ser un componente crucial en la práctica mágica, en la ritualística y también en muchos aspectos de la vida no siempre garantiza resultados positivos si no va acompañada de conocimiento.

La intención marca un rumbo pero siempre es el conocimiento el que brinda la claridad necesaria para llegar a un buen destino. En la magia, como en la vida misma, la intención sin el conocimiento puede compararse a un barco sin timón.

Si mi intención es preparar una cena exquisita para mis amigos, pero no sé cocinar ni nunca me he preocupado en aprender, terminaré sirviendo platos mal preparados, con mucha o poca sal, desabridos, aceitosos, en fin: un desastre que decepcionarían o incluso le caerían mal a mis invitados.

Por eso decimos que, por más que nuestra intención sea buena, si parte de la ignorancia el resultado será impredecible y, en muchos casos, contraproducente.

Siendo así, el conocimiento actúa como el terreno fértil en el que debe sembrarse la intención. Sin este terreno, la semilla de la intención carece de los nutrientes necesarios para germinar y florecer.

Por otro lado, la intención por sí sola no sirve de mucho sino no va acompañada de una motivación (motivos para la acción), aquello que realmente nos pone en marcha. La motivación es el impulso que transforma la intención en acción concreta, el motor que nos mueve a realizar los esfuerzos necesarios para materializar nuestro propósito y nuestros objetivos. Sin motivación, incluso una intención clara y bien intencionada puede quedarse en el terreno de las ideas, sin manifestarse en el mundo real. De este modo, queda claro que esta tríada —intención, conocimiento y motivación— es fundamental para lograr resultados significativos y alineados con nuestro propósito.

Las preguntas que siempre debemos hacernos son “¿cuál es mi intención?” «¿de dónde proviene mi impulso?»  (¿viene del ego? ¿del yo superior?) o «¿qué es lo que pretendo?» ¿Quiero poder, fama, reconocimiento, seguridad? Por eso algunas corrientes esotéricas nos dicen que desde el principio debemos preguntarnos y re-preguntarnos: ¿Qué queremos realmente?

Volviendo al tema inicial, acerca de la intención en nuestra participación en festividades o en cualquier evento de la cotidianidad, queda claro que -mientras estemos dormidos- no podemos evaluar con claridad la consecuencia de nuestras acciones. Si un mendigo me pide una moneda y yo le doy la moneda, pero él luego la usa para comprar vino o drogarse, ¿estoy haciendo bien o mal? Mi intención claramente es buena, pero las consecuencias no lo son tanto. Vivimos en una telaraña de causas y efectos y no es fácil entender que si tiramos de este hilito se mueve, al otro lado, el hilito menos pensado. Como dice el efecto mariposa: “El aleteo de una mariposa en Japón puede desatar un tornado en Texas”. Esta metáfora nos muestra cómo una acción aparentemente insignificante puede desencadenar una serie de eventos con consecuencias imprevistas.

Por esta razón, la consciencia es el cuarto pilar necesario para acompañar a la intención, el conocimiento y la motivación. La consciencia nos permite observar nuestras acciones y sus efectos con mayor claridad, discernir entre lo que parece bueno en la superficie y lo que realmente contribuye al bienestar a largo plazo. Sin esta capacidad de autoobservación, corremos el riesgo de actuar de manera impulsiva, sin comprender las repercusiones completas de nuestras decisiones.

Entonces, ¿esto se contrapone a lo que dijimos en el video anterior? Dijimos en esa ocasión que si la intención de una familia es celebrar una noche divertida, donde los niños puedan disfrutar de disfraces, dulces y risas, es difícil argumentar que ahí subyace un acto malintencionado o peligroso. Si preferimos encender grandes hogueras, celebrar la luz y el fin de las cosechas, entonces la intención es otra y también es perfectamente válida. Siempre, absolutamente siempre hay movimiento de energías, por lo tanto es esencial entender qué intención hay en el fondo.

Queda claro que la mayoría de las personas no tiene en claro sus intenciones y nunca se ha puesto a reflexionar sobre esto, ni los niños ni los adultos. Vivimos en un mundo donde muchas de nuestras acciones cotidianas se realizan en automático, sin detenernos a considerar el porqué hacemos lo que hacemos.

Sin embargo, en lo que a nosotros nos toca, es importante tener siempre bien presente que el desafío no radica únicamente en tener buenas intenciones, sino en ser capaces de identificarlas, depurarlas y alinearlas con acciones claras y conscientes.

Si comparamos a la intención con la semilla, no basta con querer plantar, sino que debemos saber qué plantar, cómo cuidar esa planta y cuándo cosechar. Solo de este modo las acciones pasarán a ser significativas, conscientes y coherentes con nuestras motivaciones más profundas.