El 31 de octubre marca una fecha clave que, al parecer, tiene origen en Samhain, la festividad celta que simbolizaba el fin del verano y la llegada del invierno. De hecho el nombre “Samhain” significa, literalmente, “final del verano”, marcando un punto intermedio medio entre el equinoccio de otoño y el solsticio de invierno en el hemisferio norte, y también puede asociarse con el final de la temporada de cosecha.
Samhain era un festival liminal o de umbral, es decir una encrucijada, un punto de encuentro entre los mundos y se decía que, en este tiempo, el velo entre los mundos se hacía más delgado. Esta cercanía entre el mundo de los vivos y el de los muertos permitía que los espíritus cruzaran con mayor facilidad, tanto para bendecir como para perturbar a los humanos. En este contexto, la festividad de Samhain tenía un carácter profundamente ritual: se encendían hogueras, se realizaban sacrificios, ofrendas, invocaciones y se usaban máscaras o disfraces para camuflarse entre los espíritus malignos y evitar ser reconocidos.
En el siglo IV la festividad se mezcló con la celebración romana de Pomona, la diosa de los árboles frutales y las cosechas. Esta integración no fue casual, ya que ambas celebraciones compartían un vínculo con la abundancia de la tierra y el ciclo de la naturaleza, marcando la transición hacia los meses más oscuros del año.
Más adelante, con la expansión del cristianismo en Europa, las celebraciones paganas como Samhain fueron reformuladas para encajar en el calendario cristiano. Así nació el Día de Todos los Santos o «All Hallows’ Day», celebrado el 1 de noviembre, y su vigilia la noche anterior, conocida como «All Hallows’ Eve» (un nombre que posteriormente fue abreviado como Halloween). Por eso, cuando los fundamentalistas cristianos aseguran que Halloween es una profanación de la fiesta cristiana del culto a todos los santos, en verdad lo único que demuestran es su ignorancia.
Según registran las crónicas, en el Samhain, los sacerdotes y sacerdotisas celtas recogían alimentos casa por casa para brindar ofrendas a los dioses de la luz. Esta tradición de recoger alimentos y realizar ofrendas también tenía un propósito simbólico profundo: garantizar la protección y la abundancia en los meses invernales. Aquellos que ofrecían generosamente a las fuerzas espirituales, tanto benévolas como potencialmente maliciosas, se aseguraban de recibir bendiciones y evitar calamidades. Con el tiempo, esta práctica evolucionó hasta convertirse en el «truco o trato», donde la petición de dulces es un eco de las antiguas ofrendas, y la travesura simboliza las consecuencias de no honrar estas energías. Aún así, el pacto del “truco o trato” tiene otros significados simbólicos que vale la pena investigar.
Otra práctica fundamental de Samhain era el banquete, una celebración de la cosecha que también encontramos en otras culturas agrícolas. En esta época del año, se cosechaban los frutos, se sacrificaban animales y se elaboraban bebidas como la cerveza. Esta abundancia marcaba un momento ideal para festines y celebraciones comunitarias, algo que aún vemos reflejado en festividades contemporáneas como el Oktoberfest en Alemania o el Día de Acción de Gracias en Estados Unidos.
El Halloween de hoy tiene un símbolo marcante: la calabaza tallada, la cual es popularmente conocida como Jack-o’-lantern, una tradición que proviene del folklore irlandés y que se usaba como una forma de ahuyentar a los espíritus malignos.
Como dije antes, en el Halloween actual hay un pacto simbólico que se resume en la pregunta: “truco o trato” (que viene del inglés trick or treat). En el mundo celta, los sacerdotes y sacerdotisas eran los que recogían las ofrendas por las casas y posteriormente aparecieron otras personas disfrazadas que se hacían pasar por los espíritus para recibir ofrendas en su nombre, e incluso se dice que personificaban a los viejos espíritus del invierno, que exigían una recompensa a cambio de buena fortuna.
El truco o trato moderno refleja un diálogo entre el mundo visible y el invisible, entre nuestra casa, que representa nuestra zona de control, lo conocido, y lo que aparece afuera de ella, amenazante, algo que escapa de nuestro control. Desde lo simbólico, este acto inocente nos habla de la necesidad de pactar en el umbral de nuestro hogar con esas energías dándoles un pequeño tributo: los dulces.
El umbral siempre representa la frontera entre dos mundos, y sobre esto dice Mircea Eliade: “El umbral es a la vez el hito, la frontera, que distingue y opone dos mundos. Son muchos los ritos que acompañan al franqueamiento del umbral doméstico”. Y, en rigor de verdad, el “truco o trato” es un ritual, podemos llamarle profano o incluso festivo, pero sigue siendo un ritual donde se siguen ciertos pasos al pie de la letra.
Los dulces que entregamos representan un sacrificio, un pequeño tributo que hacemos a estas energías para apaciguarlas o redirigir su influencia. En otras palabras, aún en el contexto desacralizado, descafeinado y comercial del Halloween de hoy en día, la entrega de caramelos es algo más que un simple regalo: es un sacrificio ritual en miniatura. En las culturas tradicionales, los sacrificios servían para restablecer el orden, para garantizar que las fuerzas invisibles no se tornaran en caos incontrolable y hoy en día este sacrificio, aunque se adapta a la modernidad y sus códigos seculares, mantiene su función simbólica: apaciguar esas energías que habitan más allá de nuestro control.
Para la psicología profunda, la interacción en el umbral entre el «truco» y el «trato» refleja el proceso psicológico de negociación con la sombra. En este sentido, el «trato» simboliza la aceptación de lo oscuro y desconocido en nuestra psique, una integración consciente de nuestros miedos, impulsos o deseos reprimidos. Por el contrario, el «truco» encarna lo que ocurre cuando rechazamos o ignoramos esas partes: la sombra se manifiesta como caos o disrupción en la vida cotidiana. Como bien decía Jung: “Lo que niegas te somete; lo que aceptas te transforma”.
Se puede decir mucho de Halloween. Se podría hablar de un evidente colonialismo cultural, y esto es totalmente cierto, y de cómo -aun en lo festivo, aun en lo secular- existe una necesidad de mantener vivas ciertas estructuras arquetípicas que permiten al ser humano gestionar lo incierto y lo desconocido. Es que, bien lo sabemos, aún en los contextos más profanos el alma -que ha sido amordazada, negada y hasta menospreciada en nuestro Occidente descreído- encuentra el modo de abrirse paso y encuentra en estas celebraciones una vía para expresarse.
También se nos puede preguntar: ¿vale la pena participar en estas festividades? Bueno, probablemente sea muy difícil abstraerse por completo de lo que ocurre el 31 de octubre en nuestros países, sea cual sea nuestra opinión sobre Halloween. Y otros dirán: ¿pero acaso no se movilizan energías negativas en este día? Sí y no. En primer lugar, recordemos que esta versión secular de Samhain y de las viejas festividades tradicionales es muy light, con un tono festivo evidente, y en estos casos siempre hay que prestarle atención a un concepto clave en la ritualística en general y en la magia en particular: la intención. ¿Cuál es la intención detrás de Halloween? Algunos querrán ver una mano negra y a una conspiración para que la gente practique inconscientemente magia negra. Bueno, esa es una hipótesis que está agarrada de los pelos, pero hoy hay personas que quieren ver conspiraciones hasta en las toallas de los hoteles dobladas como cisne.
Volvamos a la intención. Dolores Ashcroft-Nowicki decía: “La intención lo es todo” y esto puede aplicarse perfectamente a Halloween. Si la intención de una familia es celebrar una noche divertida, donde los niños puedan disfrutar de disfraces, dulces y risas, es difícil argumentar que ahí subyace un acto malintencionado o peligroso. Si preferimos encender grandes hogueras, celebrar la luz y el fin de las cosechas, entonces la intención es otra y también es perfectamente válida. Siempre, absolutamente siempre hay movimiento de energías, por lo tanto es esencial entender qué intención hay en el fondo.
Antes de condenar o participar ciegamente en esta festividad de Halloween, es fundamental asumir una postura de observador consciente, reflexionando sobre las energías y emociones que emergen en estos días, y reconociendo que, incluso desde lo lúdico o lo superficial, esta festividad revela una profunda necesidad humana de conectar con otras realidades y con las dimensiones ocultas de nuestra propia psique.
Por lo tanto, en este año, aprovechemos esta noche de Halloween para reflexionar sobre estos temas y que cada uno llegue a sus propias conclusiones.