En una de sus cartas a Michel Seuphor, el pintor Piet Mondrian (uno de los precursores del moderno arte abstracto) decía: «Es mediante mi trabajo que logro ser alguien, pero comparado con los Grandes Iniciados, no soy nada”. (1) Esta referencia a unos «grandes iniciados» solamente puede entenderse si profundizamos en la biografía y en las motivaciones de este genial pintor.

Nacido en el seno de una familia calvinista, Mondrian se formó en la Academia de Bellas Artes de Amsterdam entre 1892 y 1897 y en ese lugar descubrió las enseñanzas esotéricas, que ciertamente estaban «de moda» entre los artistas de finales del siglo XIX. Fascinado por las doctrinas teosóficas, en especial por el libro de Edouard Schuré «Los grandes iniciados» (Les Grands Initiés, 1889) donde se hacía un repaso de los principales Maestros de la humanidad desde una perspectiva teosófica, Piet Mondrian se convirtió en un asiduo visitante de la Logia Vahan de la Sociedad Teosófica de Amsterdam, a la que finalmente se afilió formalmente en mayo de 1909.

Buscando respuestas a sus interrogantes sobre el hombre, el Universo y el sentido último del Arte, Mondrian convirtió a «La Doctrina Secreta» de Madame Blavatsky en su libro de cabecera. De hecho, cuando se le preguntó si los escritos del místico Schoenmeeker eran su principal influencia filosófica, Mondrian replicó: «yo tengo todo en «La Doctrina Secreta», no en Schoenmeeker, aunque admito que dicen lo mismo». (2)

Si nos remitimos a las descripciones de su taller, encontraremos que Piet Mondrian era muy meticuloso en el diseño de su estudio e «insistía en que las antigüedades con que los demás artistas atiborraban sus espacios de trabajo, los convertía en “museos de arte antiguo” y evitaba que el artista se mantuviera en contacto con su tiempo presente»(3). Entre sus instrumentos de trabajo, sus lienzos y bocetas, una fotografía enmarcada destacaba sobre todo lo demás: me estoy refiriendo al clásico retrato de Helena Petrovna Blavatsky realizado por Enrico Resta, conocido como «La esfinge» (4).

Entusiasmado por las enseñanzas blavatskianas, Mondrian las usó como tema central para varias de sus obras, entre ellas «Devotion» (1908), que muestra el despertar espiritual de una muchacha y el tríptico «Evolution» (1910), que analizaremos brevemente a continuación.

Para este artista moderno «la evolución lo era todo» (5) pero no se refería a la evolución darwinista de las formas sino a la evolución de la conciencia, la destrucción de lo viejo para la construcción de algo nuevo (algo bastante similar al «Solve et Coagula» de los alquimistas).

Este tríptico consta de tres grandes paneles y muestra a una mujer en tres sucesivos estados de conciencia. En la primera imagen, la dama tiene los ojos cerrados (está ciega a la realidad) y tanto sus pezones como su ombligo se representan con triángulos apuntando hacia abajo. Su boca sutilmente expresa dolor o tensión y su cabeza está flanqueada por flores rojas y negras, que sugieren «formas de pensamiento» vinculadas a esas coloraciones (6).

En la segunda imagen, la dama ha abierto los ojos (ha despertado a la realidad). Sus pezones y su ombligo han cambiado de forma y ahora son triángulos que apuntan hacia arriba, al mismo tiempo que los colores rojo y negro dan paso al amarillo y al blanco.

Por último, en la tercera imagen, la mujer ha vuelto a cerrar los ojos (se ha vuelto «hacia adentro» pero no está durmiendo) y en su cuerpo se evidencia la integración de los opuestos en la forma de triángulos unificados (rombos). Nótese que la boca de la dama es similar a la primera pero tiene algo distinto: aquí ya no hay tensión ni dolor sino paz. Las flores se han convertido en estrellas de seis puntas, es decir formas geométricas que integran lo de arriba y lo de abajo.

No es raro que en los textos teosóficos de la época leamos acerca de los dos triángulos lo siguiente: «El triángulo con la punta dirigida hacia arriba es el triple aspecto del espíritu, mientras que el otro triángulo, cuya punta se dirige hacia abajo, representa la materia con sus tres cualidades principales. Generalmente el triángulo superior es blanco o dorado, y el inferior de un color más oscuro, azul o negro». (7) Esta cita procede del libro “Formas de pensamiento” de Annie Besant y Charles Leadbeater.

Por lo tanto, el tríptico de la «Evolución» es una síntesis hermosa del viaje iniciático, del noble recorrido de la materia al espíritu donde podemos encontrar tres grados, niveles o etapas que aparecen –de uno u otro modo– en todas las tradiciones: la sucesión Profano-Discípulo-Iniciado, o bien las tres etapas del viaje del héroe: Partida-Iniciación-Regreso e incluso las fases alquímicas: Nigredo-Albedo-Rubedo.

Estos son los tres mojones que nos marcan con claridad el camino de regreso a casa.

Caminemos.

Notas del texto

(1) Citado por Sylvia Cranston en «La extraordinaria vida e influencia de Helena Blavatsky»

(2) Bris-Marino, Pablo: «The influence of Theosophy on Mondrian’s neoplastic work»

(3) Getting, Fred: «The Occult in Art»

(4) La imagen de Blavatsky conocida como «La esfinge» fue realizada en Londres el 8 de enero de 1889 por el fotógrafo Enrico Resta. Años más tarde, Resta contó el suceso de esta forma: «Una mañana (…) entraron en mi estudio Madame Blavatsky y la condesa Wachtmeister. La primera dama se sentó inmediatamente a una pequeña mesa y colocó su mano derecha en su bolsillo y arrolló un cigarro, el que verán en las fotos. Sin ningún “arreglo de estudio” Madame Blavatsky expresó el deseo de enfrentar la cámara en aquella posición natural. Tremendamente impresionado por la personalidad y la expresión, tomé seis placas, que para mi felicidad fueron exitosas».

(5) Blotkamp, Carel: «Mondrian: The Art of Destruction»

(6) Indudablenente, aquí encontramos una gran influencia de otros teósofos de la época, especialmente Annie Besant y Charles Leadbeater, que en 1901 habían publicado en conjunto la obra «Formas de pensamiento» (Thought-Forms: A Record of Clairvoyant Investigation) donde se hablaba de los colores asociados a formas de pensamiento sutiles. En otra obra de Leadbeater «El hombre visible e invisible» (1902) se sostiene la siguiente relación de los colores, la cual puede servirnos para interpretar mejor el tríptico de Mondrian:

Negro – Las densas y negras nubes en el cuerpo astral, denotan el odio y la maldad; cuando por desgracia, se entrega una persona a un acceso de cólera pasional, las terribles formas de pensamiento del odio pueden percibirse generalmente, flotando

en su aura como las espirales de una espesa humareda.

Rojo – Los relámpagos de un rojo oscuro sobre fondo negro, denotan habitualmente la cólera; con este color se mezcla poco ó mucho del color terroso, según sea la parte que tenga el egoísmo en la cólera experimentada.

Amarillo – Es un color de muy buen indicio e implica siempre cierto grado de intelectualidad; sus matices son extremadamente variados, a veces demasiado complejos para aceptar la mezcla de otros colores. Generalmente, el amarillo es más oscuro y menos brillante, cuando la inteligencia se aplica con preferencia a objetos inferiores, y principalmente egoístas; es de un tono de oro brillante y se eleva gradualmente, al amarillo espléndido, al claro y luminoso color de limón, cuando la inteligencia se dedica a objetos cada vez más elevados e impersonales.

Azul – Un azul transparente, aunque sea oscuro, indica generalmente la devoción; pero este color presenta también innumerables variedades, según las características de este sentimiento, según si es pura y simple santurronería, si es egoísta o noble.

(7) Leadbeater, Charles y Besant, Annie: «Formas de pensamiento»