Según enseña la tradición iniciática -y esto lo podemos encontrar en todas las corrientes espirituales, tanto de Oriente como de Occidente-, los planos sutiles están habitados por seres, entidades metafísicas de diferentes tipos: ángeles, devas, personas desencarnadas, elementales, en fin: existen otros mundos que interpenetran al nuestro y que están poblados por otras inteligencias, otras formas de vida. 

Sabiendo esto, desde la noche de los tiempos el ser humano ha buscado contactarse con estas entidades a través de diversos métodos, auxiliándose en la magia, a fin de resolver sus problemas, pronosticar su futuro, conocer las realidades más allá de lo evidente, bueno, lo cierto es que siempre se ha buscado conectar el mundo espiritual con el mundo terrenal.

Ante esto, antes que nada hay que hacerse algunas preguntas. En primer lugar, la primera cuestión: ¿realmente existen estos seres? Si entendemos que la conciencia no necesariamente está asociada a un soporte físico, no será difícil concluir que la misma puede sobrevivir en otro nivel de realidad al que no podemos acceder a través de nuestros sentidos. Es bien sabido que nuestros sentidos son bastante limitados y que -si bien actúan como ventanas al exterior- también son filtros que nos ocultan parte de la realidad. Pues bien, para acceder a estas otras realidades necesitamos una percepción por encima de los sentidos, es decir una percepción extra-sensorial, recuperando facultades que se encuentran dormidas en la inmensa mayoría de nosotros.

Si a la primera pregunta de “¿existen esos seres?” hemos respondido que “sí”, la segunda pregunta es: ¿nos podemos comunicar con esas entidades? ¿De qué modo?

En nuestros tiempos modernos los espiritistas han creado diferentes mecanismos para establecer un método de comunicación fiable con los espíritus. La tabla ouija es, justamente, un mecanismo bastante conocido que intenta establecer un diálogo con personas fallecidas. Y aunque muchos consideran a la ouija un juego, de hecho la marca Hasbro la comercializa como un elemento recreativo, e incluso recientemente ha sacado la versión de Stranger Things, quienes estudian y han profundizado en estos temas bien saben que no se trata de un juego y que el manicomio está lleno de personas que jugaron y se obsesionaron con la ouija, el juego de la copa, el Charlie Charlie, etc.

Estos mecanismos generalmente se asocian a la comunicación con los difuntos, pero la tradición espiritual habla de otros seres espirituales -superiores podríamos llamarlos- que se denominan ángeles, arcángeles, querubines, devas, etc., etc., y que siempre han generado interés en aquellos que buscan bucear en las aguas profundas del espíritu.

Uno de los intentos más conocidos de establecer una comunicación fluida con estas entidades angélicas a través de un mecanismo es el de John Dee, en el siglo XVI.

De acuerdo a su biografía, en mayo de 1581, a John Dee se le apareció un ser rodeado de luz que él identificó como una entidad angélica y que le entregó un espejo de obsidiana negra -que aún se conserva en el museo británico- el cual -según le dijo el extraño ser- le serviría para contemplar otros mundos y de ese modo establecer contacto con inteligencias diferentes a las del ser humano. Bueno, en verdad no sabemos exactamente cómo llegó a manos de Dee este espejo, pero en otro video de esta serie el frater Marco estará hablando de algunas características de este espejo.

Un año más tarde, Dee conoció a un personaje bastante oscuro que se hacía llamar Edward Kelly con quien compuso un sistema mágico novedoso, un método sistemático para trabajar y comunicarse con las fuerzas espirituales. Para ello, los dos investigadores contaban con sellos, sigilos, tablas mágicas que les servían para acceder conscientemente a otras realidades. 

Pero el corazón del método de Dee y Kelly era un idioma angélico, con sintaxis y gramática propias, y que podía ser traducido y adaptado a cualquiera de nuestras lenguas vernáculas. Este lenguaje fue llamado “enochiano” porque –según relató el propio Dee– el ángel que se lo reveló a él declaró ser el mismo que entregó en la antigüedad las tablillas al profeta Enoch.

Según uno de los espíritus, más precisamente el que decía ser el arcángel Gabriel, el enochiano no era otra cosa que la lingua adamica, es decir aquel lenguaje divino y primigenio con el que el Hombre Primordial se comunicaba con Dios. 

Este lenguaje original también ha sido denominada “lengua de los pájaros” (“lingua passerum”) por varios motivos: en primer lugar evidencia a un ser humano totalmente integrado a la naturaleza y que podía comunicarse con los otros seres vivos, y en segundo lugar porque -como bien señala René Guénon- “los pájaros se toman con frecuencia como símbolo de los ángeles, es decir, precisamente, de los estados superiores”. 

Siendo así, John Dee creía que este lenguaje angélico o enochiano era la lingua adamica o bien la segunda versión de la misma, que fue la transmitida por el profeta Enoch.

Etimológicamente, Henoch (o Enoch) significa en hebreo “iniciador”, “instructor”, “dedicado”, “maestro” y -al igual que Quetzalcoatl, Toth, Idris o Hermes- fue considerado el inventor de la escritura, es decir el constructor de una lengua perfecta basada en el lenguaje primordial, que se había perdido después de la simbólica caída o expulsión del Paraíso.

En el apócrifo “Libro de los Jubileos”, escrito en torno al año 100 a.C., se dice sobre Henoch: “Este fue el primero del género humano nacido sobre la tierra que aprendió la escritura, la doctrina y la sabiduría, y escribió en un libro las señales del cielo, según el orden de sus meses, para que conocieran los hombres las estaciones de los años, según su orden, por sus meses”. 

Echemos un vistazo a la metahistoria esotérica. De acuerdo a las fuentes tradicionales, con la caída el ser humano (que no tenía vehículos densos para interactuar con el plano físico) se precipita a la materia. En la Biblia este suceso se relaciona con Adán y Eva, los cuales tienen un hijo llamado Set que es el primero en intentar recuperar el vínculo perdido, estableciendo una religión primordial, una cadena de iniciados que se conocen en las escrituras como los Hijos de Set. Uno de sus descendientes es Henoch, quien va un paso más allá y concibe un lenguaje, e incluso, temeroso de que los conocimientos antiguos se perdieran, los mandó tallar en dos columnas enormes. También planificó un templo subterráneo, que fue custodiado por sus sucesores Matusalén y Lamech (padre de Noé). Con la destrucción del mundo por efecto del diluvio universal, el templo permaneció enterrado durante décadas. 

Como siempre digo, es importante entender que todos estos hechos son míticos, es decir que no están supeditados a registros históricos sino a mitos, entendiendo por mitos a verdades que están más allá del intelecto, verdades profundas que solamente tienen sentido iluminadas por la luz del conocimiento divino.

Con la confusión de lenguas de la Torre de Babel, el recuerdo de la lengua adámica y de este lenguaje sustituto creado por Henoch se terminan perdiendo para siempre, pero alo largo de los siglos no pocos esoteristas, místicos y filósofos han intentado reconstruir esta lengua arcaica, única, universal, que nos está hablando de una forma de comunicación directa con la divinidad y sus servidores.

Este era, justamente, el propósito de John Dee, que sabía que el conocimiento perfecto iba de la mano con un lenguaje perfecto, la lengua del ser primordial hecho a imagen y semejanza de la divinidad. ¿Y cuál era el objetivo de todo esto? Recuperar la condición primordial, regresar al paraíso, volver a casa, reintegrarnos a la Unidad.

Por lo tanto, para Dee y para muchos filósofos iniciados, el conocimiento supremo, la reintegración con la fuente, la restauración de la comunidad primordial, todo eso, pasa también por el restablecimiento del contacto directo con Dios, entendido esto como la recuperación del lenguaje original.