Al abordar el análisis de este cuento debemos recordar, antes que nada, que el título completo de esta historia es “La Bella Durmiente del Bosque”, y aunque la mayoría de las veces se omite esta última parte, en verdad es muy importante ya que el bosque tiene un valor simbólico enorme.
Los bosques son lugares de pruebas y peligros, donde se esconden salteadores de caminos y fugitivos y hay presencia de animales salvajes. Pero sobre todo, son espacios sagrados ideales para ocultar un conocimiento misterioso.
De hecho, para muchas corrientes iniciáticas el bosque es un lugar sacro, un santuario natural y perfectamente podríamos hablar de un bosque-templo, algo bien conocido por los druidas, los cátaros e incluso –más cerca en el tiempo– los masones practicantes de los ritos forestales y las corrientes subterráneas del rosacrucismo de los siglos XVIII y XIX.
Aunque existen varias versiones del relato, hagamos un breve resumen de la historia:
Un rey y una reina, después de un largo período de esterilidad, finalmente tuvieron una hija. Al cumplir un año, la pequeña princesa fue honrada con una celebración a la que asistieron tres hadas madrinas (en algunas versiones son siete u doce) que le otorgaron dones positivos mediante encantamientos.
Sin embargo, una bruja o hada malvada de un país vecino irrumpió en la escena. No fue invitada debido a la falta de platos, lo que la ofendió, y sentenció que cuando la princesa cumpliera quince o dieciséis años, inevitablemente se pincharía con el huso de una rueca y moriría.
Una de las hadas buenas y madrinas invitadas, que todavía no había otorgado su don a la princesa, mitigó la maldición de la bruja o hada malvada. La joven no moriría al pincharse con el huso, sino que dormiría durante un siglo.
El rey y la reina prohibieron todos los husos y ruecas de hilar en el reino, quemándolos en una gran hoguera, pero todas estas precauciones fueron en vano. Quince o dieciséis años después, la princesa encontró accidentalmente una anciana hilando con un huso de una rueca en una torre del castillo. Al intentar tomar el huso, la joven se pinchó el dedo (tal como había sido predicho por el hada malvada) y cayó dormida. El sueño se extendió a todo el castillo, que se cubrió de una densa vegetación.
Cien años después, un príncipe escuchó la historia de la bella durmiente y se dirigió al castillo con la intención de despertarla. La vegetación se abrió paso para él. Al llegar al castillo, encontró a la princesa dormida y quedó cautivado por su belleza. Al besarla, la joven despertó y, con ella, todo el reino volvió a la vida.
Dado que el sueño de la princesa es el eje central de la historia, es importante comprender a qué se refiere este sueño. Si podemos descubrir lo que está durmiendo, los demás elementos simbólicos de la obra serán más claros.
Desde una perspectiva iniciática, el sueño de la princesa solo puede referirse a dos cosas que, en última instancia, hablan de lo mismo: la conciencia o la energía serpentina de kundalini. Ambas aparecen tradicionalmente dormidas y, a través del trabajo interior, pueden despertarse. Por lo tanto, al hablar del despertar de kundalini y del despertar de la conciencia, estamos hablando de lo mismo. Según las enseñanzas esotéricas, cuando los centros sutiles o chakras están completamente alineados y purificados, se produce la liberación de la energía serpentina kundalini, lo que ocurre simultáneamente con la llamada «iluminación» o «Iniciación».
En otras palabras, cuando se realiza un trabajo interior adecuado, el despertar y ascenso de la energía serpentina es simultáneo a la iluminación. Por lo tanto, la iluminación no es una consecuencia del despertar de kundalini, sino que kundalini se despierta por haber alcanzado la iluminación.
Por otro lado, la princesa y el príncipe representan dos elementos polares bien conocidos: uno de naturaleza negativa, pasiva, inmóvil y femenina, y otro de naturaleza activa, móvil y masculina. Estos elementos están simbolizados por Mercurio y Azufre, Yin y Yang, Luna y Sol.
Cuando encontramos personajes masculinos y femeninos en los cuentos, no se está haciendo referencia al sexo biológico. Estos dos principios están aludiendo a dos tendencias internas dentro de nosotros: una de empuje y otra de resistencia. Por lo tanto, esta historia, que se sitúa en un pasado lejano, también está sucediendo aquí y ahora, en nuestra alma. En este sentido, cuando leemos eso de “Érase una vez” debemos entender que se está haciendo referencia a algo que puede volver a suceder (y sucede) una y otra vez, en diversos ámbitos, situaciones y con diferentes ropajes.
La princesa, llamada «Rosita espinosa» (Dornröschen) por los Hermanos Grimm y Aurora en otras versiones, permanece dormida en una torre del castillo, que simboliza el centro, el ele o “axis mundi”. El encuentro con el príncipe, sellado con un beso, representa el matrimonio alquímico, la unión de los opuestos, la coincidentia oppositorum, que se produce dentro de nosotros, en nuestro atanor.
Del mismo modo que en Oriente hablamos de Devi Kundalini durmiendo enroscada en el chakra Muladhara, en la base de la columna vertebral, en lenguaje alquímico podríamos hablar del mercurio coagulado, ese mercurio prisionero que puede ser liberado por la acción del Alkahest, es decir del disolvente universal.
El número de hadas en la historia varía. En algunas versiones hay tres hadas, mientras que en otras hay doce, siendo la decimotercera la malvada. Aunque hoy en día el número 13 se asocia con la mala suerte, desde el punto de vista numerológico, este número está relacionado con el cambio espiritual y Schwaller de Lubicz lo interpreta como una potencia generadora, buena o mala, pero en todos los casos generadora de una transformación.
Cuando aparecen 12 personajes, el decimotercero (la hada malvada o Judas Iscariote) es el elemento disruptor pero necesario para que la historia se desarrolle y se produzca una transformación. En el Tarot, el arcano 13 representa la muerte, pero esto debe interpretarse como una transición más que como una aniquilación.
De todas formas, el número de hadas siempre es variable: doce para los Hermanos Grimm, siete para Perrault, tres para Tchaikovsky. En todos los casos, son números potentes.
En el cuento, el hada malvada maldijo a la princesa, pero una de las hadas buenas logró atenuar la maldición reduciéndola a 100 años. El número 100, por reducción teosófica, nos remite a la unidad y al fin de un ciclo (1+0+0).
Después de pincharse el dedo con el huso de la rueca, la princesa fue colocada en una lujosa cama bordada de oro y plata, dos metales que aluden al matrimonio alquímico que debe producirse: el sol y la luna. En otras palabras, podríamos entender que la princesa (el alma) duerme entre lo vertical y lo horizontal, lo de arriba y lo de abajo, como una entidad atrapada entre dos mundos.
En el momento en que la maldición se estaba produciendo, el hada buena que logró atenuar la maldición reapareció en escena y para que la princesa no se encuentre sola al despertar, durmió a todo el reino, y todos sus habitantes entraron en una especie de letargo en un no-tiempo, en una cápsula espacio-temporal, en un compartimiento estanco, ajenos al devenir del mundo y envueltos por una vegetación impenetrable, con zarzas y espinas que impedían el paso.
Las espinas siempre aluden a las pruebas iniciáticas, al triunfo sobre las adversidades, lo cual suele ser sintetizado en la frase latina “Ad astra per aspera”, o sea “hacia las estrellas a través de las dificultades”, teniendo en cuenta que al recorrer la senda iniciática tenemos que estar preparados para enfrentar desafíos de todo tipo: físicos, emocionales, mentales y espirituales.
El palacio de la princesa, es decir el palacio de nuestra alma cubierto por una tupida vegetación y una muralla espinosa, nos está hablando de una gruesa costra que impide ver la realidad, de una energía estancada que necesita ser liberada. Aquí podemos recordar los 70.000 velos de la tradición islámica que nos separan de la fuente primordial y que deben ser desgarrados uno a uno para llegar hasta la fuente de luz, o incluso de los koshas de la tradición vedantina, las cinco capas que cubren a atman (la chispa divina) y que suelen compararse a las capas de una cebolla.
En la tradición occidental, Santa Teresa representó al ser humano como un castillo diamantino y ubicó a la divinidad en el centro de la fortaleza, estableciendo incluso una interesante comparación con el palmito diciendo: “Poned los ojos en el centro, que es la pieza o palacio adonde está el Rey, y considerad como un palmito, que para llegar a lo que es de comer tiene muchas coberturas que todo lo sabroso cercan…”
El príncipe, impulsado por un amor sincero, puro y generoso, empuñó una espada que representa siempre la voluntad, y con ésta se abrió paso heroicamente entre las espinas, cortando, penetrando, buscando cumplir su propósito y alcanzando la cima del palacio, la torre donde dormía la princesa.
En la película de Walt Disney de 1959 «La Bella Durmiente», se presentan todos los elementos de manera magnífica: el héroe, la espada, las pruebas (las espinas y el dragón), y finalmente la dama dormida. Cuando el príncipe despierta a la princesa con un beso, la primavera regresa y la vida vuelve al reino.
En este sentido, el príncipe debe superar obstáculos y llegar a la estancia más secreta para alcanzar a la princesa. Una vez allí, en el “axis mundi”, le da un beso que simboliza la unión de lo masculino y lo femenino, el «hieros gamos», a través del cual el alma puede volver a la vida.
“¡Que me bese con los besos de su boca!” dice el Cantar de los Cantares, y esto no es una redundancia porque coloca el foco en la boca, que es “punto de salida y fuente del soplo”, mediante la cual se expresa esta comunión amorosa (común unión) entre dos cosas que están separadas pero que deben estar juntas.
El beso que despierta a la Bella Durmiente representa el amor incondicional, la perfecta complementariedad, la concordancia de los opuestos, el alma y el espíritu. Es el elemento que conecta lo alto y lo bajo.
Cuando la Bella Durmiente abre los ojos, la conciencia se despierta, la serpiente asciende, las costras del mercurio coagulado se disuelven y la luz se abre paso. La primavera regresa y la vida florece. ¡Y que viva el amor!