En la última parte de la saga de “El Señor de los Anillos”, y después de un largo viaje, Frodo y Sam arriban finalmente a las entrañas del Monte del Destino. El momento de deshacerse del anillo ha llegado, pero Frodo no termina por dejarlo ir. Permanece como ausente, mirando al anillo fijamente mientras su compañero Sam le anima: “Adelante, señor Frodo… Sólo tiene que soltarlo…”

Pero a Frodo no se decide y no consigue tirar el anillo, y al apreciar esta escena monumental la imaginación me hace viajar al campo de Kurukshetra, al eje del “Bhagavad Gita” y al momento justo del desaliento de Arjuna, cuando éste coloca su carro entre los dos ejércitos rivales. Arjuna duda en combatir porque del otro lado están los kurúes que son de su propia sangre… ¡son sus propios familiares! los cuales se habían apoderado ilegalmente de la ciudad de Hastinapura, pero a los que seguía apreciando.

El conflicto de Arjuna es el mismo que experimenta todo peregrino espiritual cuando comienza a darse cuenta que debe renunciar a un conjunto de malos hábitos y actitudes que le son “familiares” para poder avanzar en el sendero. Sin embargo, la tendencia a querer “cambiar sin cambiar” es muy fuerte, y lamentablemente la inercia casi siempre logra imponerse.

Todos nosotros sabemos que tenemos malos hábitos que detienen nuestro desarrollo, pero –al mismo tiempo– nos hemos acostumbrado de tal manera a muchos de ellos que llegamos a apreciarlos como parte de nuestra “personalidad” y que supuestamente nos convierten en lo que somos.

En el medio del campo de batalla, Arjuna confiesa a Krishna: “Cuando contemplo a esos mis parientes prestos al combate y anhelosos de pelea, se estremecen mis miembros, se me abrasa la boca, todo mi cuerpo tiembla y el cabello se me eriza. Mi arco Gandiva se me cae de la mano, arde mi piel, no puedo sostenerme, se atorbellina mi mente. (…) No presumo ventaja alguna de que en batalla se maten los parientes. (…) Aunque perezca, no quiero matarlos, ¡oh Madhusudana! (…) ¡Ay de mí! A punto estamos de cometer gravísimo pecado, pues tenemos intento de matar a nuestra parentela por ambición de señorío”.

La familia

¿Qué representa esa “familia” a la que debemos hacer frente?

Filón de Alejandría, en el siglo I d.C. intentó explicar algunos pasajes oscuros del Antiguo Testamento donde se decía: “Poned cada uno su espada sobre su muslo; pasad y volved de puerta a puerta por el campamento, y matad cada uno a su hermano, y a su amigo, y a su pariente”. (Éxodo 32:27) Leída en forma literal esta frase es horrorosa y no puede extraerse nada valioso de ella, pero si la leemos con otros ojos el sentido oculto de ésta se revela. Y, entonces, dice Filón: “Claro está que, contra lo que algunos suponen, los sacerdotes no matan a seres vivientes […] sino eliminan de su inteligencia todas aquellas cosas que son familiares y amigas de la carne. […] Por eso mataremos a nuestro “hermano”; no a un hombre, […] desligaremos al elemento amante de la pasión y mortal. Mataremos también a nuestro “vecino”: como en el otro caso, no a un hombre sino al coro y cofradía de los sentidos”. (1)

Esta es la “familia” a la que se refiere el Gita. En palabras de Ada Albrecht: “En la gran familia de las sombras que aprisionan al corazón humano, siempre hay unas que nos son más queridas que otras. Para algunos es el renombre, para otros la fortuna, etc. Siempre hay, como decimos, cadenas de oscuridad que detienen nuestro paso hacia la conquista de la Suprema Libertad”. (2)

De igual modo, Frodo le dice a Sam: “El anillo es mío”. Mío: una palabrita supuestamente inocente pero que ha originado tantos conflictos. Mío y no tuyo. Una separación entre dos cosas, una frontera inexpugnable y dentro de la cual todo se justifica. El reino de “lo mío” es el dominio del Ego, el inicio de la separatividad.

Frente al monte del destino, en ese punto decisivo, Frodo no se decide y es Sam quien lo anima: “Sólo tiene que tirarlo”. Algo tan fácil y tan difícil al mismo tiempo, algo parecido a cuando afirmamos que el sendero iniciático es un camino de un solo paso y este “único paso” es salir del Ego. ¡tan fácil y tan difícil! Renunciar a todo aquello que nos hace daño pero que aceptamos gustosos porque –en cierta forma– nos define. Nos hemos apegado tanto a nuestros vicios y “gracias a ellos” hemos construido una fachada ante los demás, que no es fácil dejarlos ir. ¿Qué seríamos sin ellos? Séneca reflexionó sobre esto y terminó declarando que: “Lo que al comienzo fueron vicios, hoy son costumbres…”

Defectos, hábitos y transmutación

Por un momento, dejemos de lado a Arjuna y a Frodo, y reflexionemos: ¿Acaso no nos hemos sentido –muchas veces– nosotros mismos en ese monte del destino de la Tierra Media? ¿No hemos sentido el desaliento de Arjuna y hemos justificado a nuestros defectos reconociéndolos como “familiares”?

Pero recordemos algo importante: “Defecto” quiere decir “ausencia de algo”, es decir falta o carencia ¿de qué? De una virtud, de una cualidad positiva, del mismo modo que la oscuridad es la ausencia de la luz y el mal es la ausencia del bien. Esto significa que estos “familiares” no son otra cosa que “fantasmas interiores” a los que otorgamos una realidad que no tienen. Dice Albrecht: “A menudo las criaturas humanas nos hallamos pobladas de fantasmas mentales. […] Somos como una inmensa ciudad psíquica donde conviven criaturas generadas por el temor, la ambición, etc”. (3)

Siendo así, necesitamos “dejar ir”, “soltar el anillo”, “matar a los kurúes”, reconociendo todo aquello que nos impide convertirnos en lo que somos, a todos aquellos hábitos que nos están consumiendo por dentro.

¿Cómo hacerlo? El Kybalión nos da la respuesta y dice que: “Para destruir una frecuencia indeseable de vibración mental poned en operación el Principio de Polaridad y concentraos sobre el polo opuesto a aquel que deseáis suprimir. Matad lo indeseable cambiando su polaridad” (4). En otras palabras: transmutación.

Hoy en día, las neurociencias dicen algo parecido y hablan de “neuroplasticidad”, asegurando que nuestro cerebro es maleable y –por lo tanto– pueden adquirirse hábitos nuevos y mejores que ocupen el lugar de viejos hábitos. Conexiones neuronales o sinapsis.

El argentino Estanislao Bachrach lo ilustra perfectamente de este modo: “El cerebro está construido para aprender hábitos y para conservarlos. Para nuestro propósito de cambiar, esto parece malo, pero en realidad es muy bueno porque una de las formas más efectivas de cambiar los malos hábitos es aprendiendo nuevos hábitos para reemplazar los viejos que no queremos o no nos sirven o nos perjudican a largo plazo. Construir nuevos hábitos positivos. Y esto es lo que el cerebro sabe hacer bien: hábitos. […] Tu actividad mental puede estimular la modificación de conexiones neuronales existentes o la creación de nuevas conexiones neuronales. Utilizando tu software podés alterar y cambiar tu hardware. […] Al principio, las neuronas juntas forman un “piolín” y luego, a partir de sucesivas repeticiones, forman un cable de acero. Las condiciones apropiadas para que este “cable” se forme son: la repetición, es decir, repetir un pensamiento, una emoción o una acción en la vida”. (5)

Y otra vez estamos hablando de lo mismo: transmutación.

Los alquimistas decían: “Solve et Coagula”. Disolver y coagular. Derrumbar sí, pero después construir con los escombros de lo viejo algo nuevo y mejor.

De eso se trata.

Nasrudin en la India (cuento de Ramiro Calle)

El célebre y contradictorio personaje sufí Mulla Nasrudín visitó la India. Llegó a Calcuta y comenzó a pasear por una de sus abigarradas calles. De repente vio a un hombre que estaba en cuclillas vendiendo lo que Nasrudín creyó que eran dulces, aunque en realidad se trataba de chiles picantes. Nasrudín era muy goloso y compró una gran cantidad de los supuestos dulces, dispuesto a darse un gran atracón.

Estaba muy contento, se sentó en un parque y comenzó a comer chiles a dos carrillos. Nada más morder el primero de los chiles sintió fuego en el paladar. Eran tan picantes aquellos “dulces” que se le puso roja la punta de la nariz y comenzó a soltar lágrimas hasta los pies. No obstante, Nasrudín continuaba llevándose sin parar los chiles a la boca.

Estornudaba, lloraba, hacía muecas de malestar, pero seguía devorando los chiles. Asombrado, un paseante se aproximó a él y le dijo:

–Amigo, ¿no sabe que los chiles sólo se comen en pequeñas cantidades?

Casi sin poder hablar, Nasrudín comento:

–Buen hombre, créeme, yo pensaba que estaba comprando dulces.

Pero Nasrudín seguía comiendo chiles. El paseante dijo:

–Bueno, está bien, pero ahora ya sabes que no son dulces. ¿Por qué sigues comiéndolos?

Entre toses y sollozos, Nasrudín dijo:

–Ya que he invertido en ellos mi dinero, no los voy a tirar.

El Maestro dice: No seas como Nasrudín. Toma lo mejor para tu evolución interior y arroja lo innecesario o pernicioso, aunque hayas invertido años en ello.

Notas del texto

(1) Filón de Alejandría: “De Ebrietate”
(2) Albrecht, Ada: “Bhagavad Gita”
(3) Albrecht: op. cit.
(4) Tres Iniciados: “El Kybalión”
(5) Bachrach, Estanislao: “En Cambio”