De acuerdo con la Filosofía Iniciática, el Alma es la eterna mediadora entre el Cielo y la Tierra. Por esta razón, no es raro encontrar en la bibliografía tradicional referencias a que el Alma misma se “dualiza” a través de dos “orientaciones” que aparecen representadas con claridad en la imagen del Jano bifronte o del águila bicéfala.

Estas dos orientaciones colocan al Alma en una encrucijada, en un tira y afloja entre el mundo material, tangible, físico, externo, y el mundo espiritual, invisible, metafísico, interno, que determina la llamada “guerra interior”.

Este conflicto interno, que se está librando ahora mismo en cada uno de nosotros, está protagonizado por dos fuerzas, una excéntrica (centríguga, hacia afuera, hacia la periferia, ha­cia abajo) y otra concéntrica (centrípeta, hacia adentro, hacia el centro, hacia arriba).

Para alcanzar la Paz Profunda, la guerra debe terminar, y esta es la tarea del Alma: lograr un acuerdo entre las partes, es decir la “armonía de los opuestos” o la “Concordia discors”, alcanzando un punto medio “en que el Arriba y el Abajo dejan de ser percibidos contradictoriamente” (1).

Este punto de conexión entre lo de Arriba y lo de Abajo se llama “Iniciación” o “Iluminación”, el reconocimiento lúcido de que somos seres de dos mundos y que –en esta vida encarnada– necesitamos integrar esos dos mundos. Lee Lozowick llama a esto “dualidad iluminada”, donde puede reconocerse a “la conciencia no dual, mientras que su contenido es la dualidad” (2). En otras palabras, podemos hablar de una transición consciente desde la dualidad ordinaria (“percibo dos mundos y son irreconciliables”) hasta una dualidad iluminada cuyo trasfondo es la conciencia no-dual (“percibo dos mundos pero puedo conciliarlos y descubro que en el fondo solamente existe la unidad”).

Del mismo modo que el Alma aparece como un puente entre la materia y el espíritu, nosotros mismos experimentamos esa intermediación como un viaje metafórico desde la materia al espíritu, que puede representarse como un Sendero donde hay un punto de partida “a” y un punto de llegada “b”, donde la “a” representa la oscuridad, lo conocido, el fondo de la caverna, y la “b” la luz, lo desconocido, la salida de la caverna.

Dicho de otro modo, el Sendero Iniciático está constituido por dos puntos (que representan estados de conciencia) que son unidos por una línea que respresenta el avance, el proceso consciencial desde la ignorancia a la sabiduría.

Estos tres “espacios” pueden observarse fácilmente en cualquier círculo, donde hay una circunferencia (la periferia, la superficie), un punto central y un espacio intermedio. A través del símbolo tradicional del laberinto esto no queda en un mero reconocimiento intelectual sino que puede ser vivido plenamente, cuando nos aventuramos en sus intrincados senderos.

Estos tres espacios (la periferia, el espacio intermedio y el centro) pueden ser reconocidos de otras formas:

  • En los templos de la antigüedad existían tres espacios bien diferenciados: el Pronaos (pórtico o antesala), el Naos (la “nave”, espacio donde se realizan las ceremonias) y el Sancta Sanctorum (Adytum o Debir), la cámara sagrada a la que podían acceder muy pocos.
  • En el esquema del viaje del héroe elaborado por el mitólogo Joseph Campbell, se habla de una Partida, una Iniciación y un Regreso. Según cuenta el mismo Campbell esto significa “una separación del mundo, la penetración a alguna fuente de poder, y un regreso a la vida para vivirla con más sentido” (3).
  • En la enseñanza iniciática existen tres ámbitos: lo exotérico, lo mesotérico y lo esotérico. Lo “exotérico” es lo externo, lo visible, la cáscara, mientras que “esotérico” es lo interno, lo invisible, la esencia. Entre ambos está lo mesotérico, el proceso de comprensión gradual de lo esotérico. Boris Mouravieff relaciona estos tres niveles con la enseñanza pública formal y dice: “El ciclo exotérico corresponde a la enseñanza esotérica primaria. Como tal, tiene por objetivo proveer al estudiante un instrumento de trabajo, de alguna manera constituye entonces el ABC de la Doctrina. El ciclo mesotérico, como la enseñanza secundaria, procura comunicar al estudiante los elementos de una cultura general y hacerle aprender un método. El ciclo esotérico corresponde a la enseñanza superior”. (4)
  • En la visión cristiana de un “Hombre viejo” (Palaios Anthropos) y un “Hombre nuevo” (Neos anthropos), representados por el Adán caído y el Cristo resucitado, se habla de un ser humano que es Adán y es Cristo al mismo tiempo (o Eva y María), un ser en transición que ha olvidado su origen y su propósito pero que, sin embargo, sigue buscando el camino de regreso a casa. Este “tercer hombre” puede ser llamado “Homo viator” u “Hombre viajero”.
  • Estas tres instancias aparecen en las órdenes iniciáticas a través de grados o niveles. Sea cual sea la cantidad de grados (que representan grados de comprensión o niveles de conciencia) siempre hacen alusión a estos tres espacios básicos: uno preliminar (Aprendiz), otro liminar (Compañero) y posliminar (Maestro).

Notas del texto

(1) André Breton, citado por Mircea Eliade en “La prueba del laberinto”
(2) Caplan, Mariana: “Con los ojos bien abiertos”
(3) Campbell, Joseph: “El héroe de las mil caras”
(4) Mouravieff, Boris: “Gnosis: cristianismo esotérico” Tomo II