La palabra “Iniciación” deriva del vocablo latino “initium”, es decir “inicio”, el que a su vez proviene de “in-ire” (ir hacia adentro, entrar). Por lo tanto, la Iniciación supone un primer paso pero no hacia afuera o hacia adelante (pro-greso) sino hacia adentro (re-greso).

Existen dos tipos de Iniciación, una virtual (simbólica, ceremonial, fraternal) o “iniciación” con minúscula y otra efectiva (iluminación, despertar) o “Iniciación” con mayúscula.

La iniciación ritualística, propia de las órdenes esotéricas y fraternidades es una forma de iniciación virtual y puede considerarse una expresión simbólica de la verdadera iniciación, es decir de la iniciación efectiva o real.

“Virtual” según la Real Academia significa “que tiene virtud para producir un efecto, aunque no lo produce de presente, frecuentemente en oposición a efectivo o real”. Esto significa que cuando nosotros somos iniciados ceremonialmente en alguna organización (tanto oriental como occidental) se nos está confiando una semilla que representa a la perfección las potencialidades latentes en el ser humano.

La iniciación ritual tiene la posibilidad de “activar” la semilla, pero para que ésta germine y crezca deberá ser colocada en tierra fértil, regada, cuidada, para que finalmente se convierta en un árbol de estupendos frutos.

Lamentablemente muchos “iniciados” reciben con entusiasmo la semilla pero al cabo de unos días prefieren guardarla en un cajón y olvidarse de ella, tras percatarse que transitar el sendero iniciático no es fácil y que exige de sus caminantes cuatro cosas “pasadas de moda”:

  • Coherencia
  • Constancia
  • Compromiso
  • Confianza

La clave de la Iniciación consiste en pasar de la potencia al acto, lo que significa salir de nuestra zona de confort, pasar a la acción.

Hace cientos de años, fue Aristóteles quien habló de pasar de la potencia al acto, de salir de la virtualidad y pasar a la efectividad. Lamentablemente, muchos se confunden y creen que la participación en ceremonias simbólicas es una acción transformadora en sí misma, cuando en verdad lo que necesitamos que todos esos símbolos poderosos nos penetren, nos atraviesen, se hagan carne y sangre en nosotros.

La iniciación virtual es concedida por terceros y no puede garantizar de modo alguno un cambio radical en la naturaleza del “iniciado”, mientras que la iniciación real se alcanza a través del esfuerzo y después de un largo entrenamiento (ascesis).

En este sentido, el masón Oswald Wirth declaró: “De no verificarse en nosotros la Magna Obra de los Hermetistas, seguiremos siendo profanos y nunca podrá el plomo de nuestra naturaleza transformarse en oro luminoso. Pero, ¿quién es lo bastante crédulo para imaginarse que tal milagro, pueda tener lugar por la virtud de un apropiado ceremonial? Los ritos de la iniciación son tan sólo símbolos que traducen en objetos visibles ciertas manifestaciones internas de nuestra voluntad, con el fin de ayudarnos a transformar nuestra personalidad moral. Si todo se reduce a lo externo, la operación no dará resultado: el plomo seguirá siendo plomo, aunque esté enchapado en oro. (…)

El Iniciado verdadero, puro y auténtico, no puede conformarse con un tinte superficial: debe trabajarse él mismo, en la profundidad de su ser, hasta matar en él lo profano y hacer que nazca un hombre nuevo”. (1)

Por lo tanto, las iniciaciones masónicas, rosacruces, herméticas, martinistas y tantas otras pueden ser comparadas con la compra de un ticket aéreo sin fecha marcada. Algunas personas recibirán su ticket con alegría, estudiarán en libros y guías detalles importantes sobre el país que pretender visitar y finalmente marcarán su pasaje y volarán a su destino. Mientras tanto, otros “iniciados” recibirán su ticket e irán posponiendo una y otra vez la fecha de la partida, y ante la duda se dedicarán a leer toda clase de bibliografía sobre el país lejano. Incluso se podrán convertir en “expertos” sobre ese país, acumulando todo tipo de detalles acerca de las ciudades que nunca han recorrido, de las gentes con las que nunca han hablado y de la comida que nunca han comido.

En resumen: si tuviéramos que definir la Iniciación (y cuando hablo de Iniciación con “I” mayúscula me refiero a la Iniciación efectiva, que es sinónimo de “Iluminación”) podría decirse que ésta es la realización o actualización de nuestra verdadera naturaleza, un estado de conciencia superior que nos ubica en un espacio intermedio entre la materia y el espíritu, un punto estratégico entre dos mundos.

Esto no es otra cosa que experimentar en carne propia el axioma integrador de los alquimistas: “Fac fixum volatile et volatile fixum” (“hacer fijo lo volátil y volátil lo fijo”), es decir corporizar lo espiritual y espiritualizar lo corpóreo. Integrar lo de arriba y lo de abajo, lo de adentro y lo de afuera. Esa es la verdadera Iniciación y toda “iniciación” anterior debe considerarse una preparación para ésta.

Notas del texto

(1) Wirth, Oswald: “El Ideal Iniciático”