El símbolo del quinto grado de la Orden Rosacruz Iniciática es el fénix ardiente.

Esta ave mítica, según los antiguos, era originaria de Etiopía, reconocida por su esplendor inigualable y que tenía el poder de renacer de sus propias cenizas tras consumirse en una hoguera.

En Egipto, esta ave era conocida como “Bennu” y estaba estrechamente vinculada al culto solar y al dios Ra, representando la muerte y el renacimiento del astro rey cada día. Heródoto, quien probablemente conoció este mito durante su estancia en las tierras del Nilo, lo llevó a Grecia y escribió lo siguiente: “Hay un ave sagrada que sólo he visto en pintura, cuyo nombre es el de fénix. (…) Si en su tamaño y conformación es tal como la describen, su mote y figura son muy parecidas a las del águila, y sus plumas en parte doradas, en parte de color de carmesí”.

El elemento simbólico más notable del Fénix señalaba que, al aproximarse la hora de su muerte, esta ave construía un nido con ramitas perfumadas mirando fijamente al sol hasta que, el calor del astro rey encendía las ramas, envolviendo al Fénix en llamas. Consumido por el fuego, el ave se reducía a cenizas, pero de estas emergía un nuevo Fénix, joven y vigoroso, comenzando así un nuevo ciclo de vida. Este ritual de autoinmolación y resurrección se repetía una y otra vez, simbolizando no solo la inmortalidad, sino también el ciclo eterno de la vida, la muerte y el renacimiento. Esta poderosa metáfora del renacer ha convertido al Fénix en un símbolo universal de esperanza, renovación y transformación.

Para la simbología cristiana el ave Fénix es el propio Jesús el Cristo que murió y renació, siendo este leit-motiv “morir y renacer” la divisa iniciática del Fénix, la cual alude a la muerte mística, a la posibilidad de “morir antes de morir”, experimentar una metanoia, es decir un cambio profundo y radical en la conciencia del individuo. Esta transformación interior permite a los iniciados liberarse de las ataduras del ego y renacer espiritualmente, alcanzando un estado superior de comprensión y existencia. Por eso se habla de una regeneración, una revolución, la posibilidad cierta que tenemos cada uno de reinventarnos e incluso de redimirnos. Hayamos hecho lo que hayamos hecho en el pasado, la Iniciación nos permite alcanzar la redención que no es otra cosa que este morir a lo viejo y nacer a lo nuevo, lo cual en lenguaje alquímico se expresa con el famoso enunciado “Solve et Coagula”. Disolver y coagular. Derrumbar, claro que sí, pero con esos escombros construir algo nuevo y mejor. Es particularmente interesante la recomendación del esoterista Piobb justamente sobre esto: “Analiza todo lo que eres, disuelve todo lo inferior que hay en ti, aunque te rompas al hacerlo; coagúlate luego con la fuerza adquirida en la operación anterior”

Bien vale recordar que la Iniciación no solamente permite la redención sino que –en sí misma– es una redención y, en este sentido, el Fénix es un símbolo potente de nuestra capacidad de transformación, un recuerdo marcante de que cada proceso de desintegración es, en realidad, el prólogo de una nueva construcción, donde cada caída y cada momento de oscuridad, son portadores de la semilla de la regeneración.

Para la Alquimia, el Ave Fénix se relaciona con la victoria del alquimista, la obtención de la piedra filosofal y -de hecho- para muchos alquimistas como Lamsprinck, Albert Poisson y otros, el Fénix simbolizaba la piedra filosofal, de color rojo, por eso en ocasiones se vincula a la Rubedo o bien a la Gran Obra concluída.

Serge Hutin señalaba que “Después de haber pasado por todos los colores del arco iris, la Piedra adquiría un rojo brillante; esto era la rubificación (rubedo), simbolizada por el fénix, el pelícano o un joven rey coronado encerrado en el Huevo filosófico”. Aquí vale decir que tanto el pelícano como el fénix son símbolos crísticos, representando al Cristo resucitando (el fénix) o al Cristo en la cruz (el pelícano).

Según cuenta Hans Biederman, “en las sagas del pueblo hebreo, el Fénix es llamado Milcham, y su resurrección se interpreta de la siguiente manera: cuando la madre primordial, Eva, fue culpable de haber recogido el fruto del árbol del conocimiento, las criaturas restantes también comieron de ese fruto. Solo el ave Milcham resistió la tentación, recibiendo como recompensa del Ángel de la Muerte la facultad de no experimentar jamás el deceso. Entonces, Milcham se encerró en una ciudad segura donde vivió mil años sin conocer la muerte. «Mil años es larga su vida y cuando mil años han pasado su nido se prende fuego y el ave arde. Solo queda un huevo, que se convierte en un polluelo, que luego volverá a arder también. Otros mil años, después de los cuales su cuerpo se marchitará y el ave muere en paz. Luego se desintegra por completo en sus plumas y de nuevo se eleva alto como un águila, convirtiéndose en inmortal.»

En China, el ave Feng-Huang tiene algunas características que la han equiparado al Fénix. Este ser mítico era representado como un animal de naturaleza andrógina, macho y hembra. En su cuerpo están representados los cuerpos celestes: la cabeza es el cielo, los ojos son el sol, la espalda es la luna, las alas son el viento, los pies son la tierra y la cola son los planetas.

Otras veces, este Feng-Huang aparece en contraposición al dragón representando los opuestos, el dragón como yang y el fénix como yin, aunque los simbolistas advierten que el fénix es un símbolo yang pero en presencia del dragón se convierte en yin. Para el Feng Shui, el dragón y el fénix juntos en un hogar simbolizan un matrimonio exitoso, próspero y con muchos descendientes.

En la emblemática renacentista podemos encontrar decenas, centenares diría yo, de emblemas donde aparece el ave fénix acompañado de máximas latinas que profundizan en la simbología de esta ave, como las que hemos adjuntado a este texto.

El Fénix, sin lugar a dudas, es uno de los símbolos más poderosos de la transformación y la esperanza. Este ser mítico nos enseña que la verdadera esencia del cambio no reside en la destrucción, sino en la capacidad de renacer de las propias cenizas, de trascender las limitaciones impuestas por las circunstancias y alcanzar un nuevo estado de existencia.

En otras palabras: cada final, por doloroso que sea, contiene en su interior la promesa de un nuevo comienzo.