El hombre primordial vivía en íntima comunión con el cosmos y en la contemplación serena de los astros del cielo comprendió las leyes del Universo.

A través de la paciente observación de los planetas y las estrellas, los sabios de la antigüedad descubrieron la existencia de ciclos y ritmos cósmicos, comprobando experimentalmente que éstos influían en su propia vida. La disciplina que se ocupó por el estudio sistemático de las correspondencias entre el Cielo y la Tierra se llamó “astrología”, la cual tenía como punto de partida el axioma arcaico: “Así como es arriba es abajo”, corazón de todo el pensamiento hermético.

El eje de la disciplina astrológica es el zodíaco, que etimológicamente proviene del griego: zoe=vida y diakos=rueda. El zodíaco es la rueda de la vida, aunque la palabra “zoe” también puede vincularse con el vocablo “zoon” (animal), lo cual se comprende al repasar la forma simbólica de los doce signos zodiacales.

Desde una perspectiva simbólica, el zodíaco es una franja, un camino por donde –aparentemente– el Sol se desplaza y pasa por doce estaciones, cada una de ellas asociada a un desafío u obstáculo que debe franquearse. Esto queda en evidencia al hacer un repaso de los mitos solares, especialmente el de Hércules. Siendo así, no es extraño que en las tradiciones iniciáticas se conciba al Sol como un “noble viajero” que debe recorrer los cielos a lo largo del año pasando por diferentes pruebas de las que siempre termina  saliendo victorioso.

En este tránsito anual del Sol hay cuatro etapas marcantes: dos solsticios y dos equinoccios.

“Solsticio” es una palabra que proviene del latín “solstitium” (sol sistere, sol quieto) y se relaciona con la posición del sol en el Ecuador Celeste. Los solsticios son provocados por la inclinación del eje de la Tierra sobre el plano de su órbita, y en esos momentos del año, el Sol alcanza su mayor o menor altura aparente en el cielo.

“Equinoccio” también proviene del latín “aequinoctium” y significa “noche igual”. En las fechas equinocciales (marzo y septiembre), el día dura lo mismo que la noche en todos los lugares del globo.

Los pueblos de todo el mundo han considerado a los equinoccios como “hitos” o “puertas” del tránsito solar, destacando especialmente el equinoccio de primavera, donde tradicionalmente se celebra la victoria sobre la muerte, de la luz sobre las tinieblas, es decir donde se produce un re-nacimiento de la vida, tras el frío y oscuro invierno.

El “noble viajero” terrestre (el discípulo) en su rol de “héroe solar” se identifica plenamente con el luminoso viajero del firmamento, entendiendo la vía iniciática como un reflejo de la senda zodiacal y vinculando las cuatro puertas estacionales con las cuatro iniciaciones de los misterios menores, a saber:

Nigredo (Tierra): Invierno

Albedo (Agua): Primavera

Citrinitas (Aire): Verano

Rubedo (Fuego): Otoño

En el hemisferio sur, el 21 de septiembre se festeja la entrada triunfal del sol, la victoria de la luz bajo el lema iniciático: “Post Tenebras Lux”. En relación con el ser humano, y como consecuencia de este magnífico triunfo, el hombre se purifica y se viste con una “túnica luminosa”, luego del descenso a las profundidades de la tierra, en la etapa del nigredo. Así como el sol ha finalizado una etapa en los cielos y empezado una nueva, del mismo modo el “noble caminante” (“homo viator”) ha cumplido una etapa necesaria hacia la iluminación.

Esta es la primera interpretación del rico simbolismo de la primavera, asociada con el segundo hito del Sendero, el Albedo, la vida plena que llega después de la muerte. Sin embargo, como bien sabemos, cada símbolo tradicional puede ser contemplado desde múltiples puntos de vista y en vinculación con diferentes claves de interpretación.

La segunda connotación simbólica de la primavera alude a la Iniciación misma y a un místico “jardín secreto” que circunvala el “axis mundi” (el eje primordial) donde tradicionalmente se sitúa un manantial de aguas vitales (la fuente del elixir de la eterna juventud). Muchas veces esta fuente se sustituye por una dama que sostiene una copa o grial, pero siempre se alude a la bienaventuranza, la juventud y la lozanía que supone la existencia en torno al centro.

Este jardín secreto, pletórico de flores multicolores y exuberante vegetación, nos recuerda al paraíso perdido o al Edén, donde –según cuentan las fuentes clásicas– siempre es primavera. Dicho de otro modo, en el centro –donde los opuestos se re-unen y alcanzan la armonía– existe una vida plena permanente y que no está supeditada al devenir y la decrepitud.

En ese emplazamiento central casi siempre aparece una figura femenina que es conocida como la “Dama del Laberinto”, la cual hace entrega al caballero victorioso de una corona de laurel, la cual representa el triunfo final.

La Dama del Laberinto o la Señora del Grial también es reconocida como la “reina de la primavera” y así aparece en muchas tradiciones folklóricas del norte, donde –en plena estación primaveral– se decoran árboles, se confeccionan guirnaldas florales, se extienden lazos multicolores y se realizan danzas en torno a un “palo de mayo” que actúa como puente entre el cielo y la tierra.

El “palo de mayo” es un poste o un tótem engalanado o “florecido” que simboliza el árbol de la vida o “axis mundi”. En algunos países cristianos, el “palo de mayo” es sustituido con una “cruz de mayo”. En Paraguay esta cruz ornamentada es llamada “kurusu jegua”, símbolo de la vida y la esperanza, y se decora con panes de chipas colgantes (chipa jepo´o), los cuales son repartidos al final de la ceremonia entre los participantes.

El regreso de la primavera es el retorno de la vida, una celebración en honor de la Divina Madre, de la Tierra fértil, de la Pachamama, por la acción vivificante del Padre-Sol.

En el hemisferio norte las fiestas primaverales se celebran en mayo, e incluso el nombre del mes procede de la diosa romana “Maya” o “Maia”, relacionada con la fecundidad y el despertar de la naturaleza en primavera.

La fertilidad de la Diosa Madre puede observarse en el tercer arcano del Tarot: la emperatriz, que viste ropas holgadas, lo cual nos sugiere que está encinta, a punto de concebir. La escena está decorada con trigo, el cual era usado habitualmente en las antiguas celebraciones de la diosa Demeter o Ceres (diosa de la fecundidad de la cual deriva la palabra “cereal”).

Si atendemos al nombre “Madre” en diferentes idiomas, veremos que existe un denominador común en casi todos: la letra M: Madre (castellano), Mere (francés), Muther (alemán), Mother (inglés), Maa-ji (Indi), Mamma (italiano), Mãe (portugués), Moeder (holandés), etc.

Podríamos pensar que la similitud de estos vocablos es pura coincidencia, pero si atendemos el origen de la misma letra “M” descubriremos que ésta significa “movimiento de agua”. Blavatsky dice que la “M”: “es una letra mística en todos los idiomas, orientales y occidentales, y es un signo que representa las ondas del agua, de este modo . Tanto en el esoterismo ario como en el semítico esta letra ha simbolizado siempre las aguas”. (1)

Chevalier es claro al señalar que: “Sin ceder a la homofonía [especialmente clara en el catalán (mar-mare) y en el francés (mer-mere)], se puede decir, sin embargo, que el simbolismo de la madre se relaciona con el de la mar, como también con el de la tierra, en el sentido que una y otra son otros tantos receptáculos y matrices de la vida. El mar y la tierra son símbolos del cuerpo maternal”. (2)

Atendiendo a esto, debemos recordar la relación de los cuatro elementos con los dos polos:

Tierra y Agua = femeninos

Aire y Fuego = masculinos

Y también se hace necesario recordar las tres oposiciones: Primaria: Madre Tierra – Padre Cielo, Secundaria: Luna – Sol, Terciaria: Venus – Marte

Y así como es arriba es abajo: en el mundo manifestado estos dos polos aparecen como masculino-femenino, macho-hembra, hombre-mujer, y toda “Reina de la Primavera” (o “Reina de Mayo”) necesita ser acompañada de un “Rey de Mayo”, protagonizando juntos una boda espiritual o matrimonio alquímico a fin de que los opuestos sean armonizados (la “coincidentia oppositorum” de los alquimistas) y sean generadores de vida. (3)

La mayoría de las tradiciones primaverales proceden del hemisferio norte y están ligadas, por lo tanto, al signo zodiacal de Aries. De acuerdo con Fermín Vale Amesti, “el Signo de Aries representa muy bien la Iniciación, [y] es por lo tanto, perfectamente comprensible el hecho bien poco conocido, de que las Iniciaciones en las Escuelas Tradicionales de Misterios, comienzan las Iniciaciones el 21 de Marzo de cada año; es decir, a partir de la entrada del Sol en el Signo de Aries, en pleno Equinoccio de Primavera” (4).

Con respecto a este vínculo que señala el reconocido masón venezolano, debemos destacar que los griegos relacionaban cada estación con un dios y la primavera estaba consagrada a Hermes, que también era mostrado como pastor de ovejas o “Hermes Crióforo” (5).

El cristianismo sustituyó a Hermes por Cristo pero mantuvo el concepto de “buen pastor” y, en este sentido, muchos de los grandes avataras han sido representados como pastores-iniciadores (Mahoma, Krishna, etc.).

Entonces, volviendo al principio, desde una perspectiva simbólica, interna y vivencial, en otras palabras: esotérica, ¿qué es la primavera?

Es un tiempo propicio para disfrutar de la vida al aire libre, para celebrar el milagro de la vida y comprometernos con el cuidado de la Madre Tierra

Es un tiempo oportuno para reconocer los atributos del Padre Sol en nosotros mismos, encarnando en nuestras acciones la Luz, la Vida y el Amor.

La primavera nos invita a la creación y al gozo. Es un tiempo para la poesía, para la danza, para el canto, para recorrer laberintos, para pintar mandalas, para recordar-nos como “nobles viajeros” y para dar gracias por estar vivos.

Fuentes del texto

(1) Blavatsky, Helena: “La Doctrina Secreta”, II.

(2) Chevalier, Jean: “Diccionario de los símbolos”

(3) Dice “El Kybalión”: “La generación existe por doquier. Todo tiene sus principios masculino y femenino. La generación se mantiene en todos los planos”.

(4) Vale Amesti, Fermín: “Comentarios sobre el equinoccio de primavera”

(5) Véase Chevalier, Jean: op. cit. : “La primavera está consagrada a Hermes, el mensajero de los dioses; el verano a Apolo, el dios solar; el otoño a Dionisos, dios de la vendimia; y el invierno a Hefaistos, dios de las artes del fuego y de los metales”.