En otras ocasiones he hablado del camuflaje como estrategia de comunicación del conocimiento secreto y me hemos referido a los cuentos infantiles, algunos juegos como la rayuela y el parchís, e incluso se podría considerar al tarot como una forma de camuflar un saber profundo.
Si investigamos un poco más, recordaremos que las catedrales eran un compendio de símbolos que solamente podían ser comprendidos en su profundidad actuando como un libro abierto para quienes conocían el lenguaje de los símbolos.
En el arte cusqueño, en la América colonial, en las pinturas cristianas fue común la incorporación de contrabando de varios elementos de la cosmovisión andina. En este contexto, en varias representaciones cristianas de la virgen, la vestimenta triangular recordaba a una montaña o un cerro, símbolo sagrado para las culturas prehispánicas y que estaba asociado con la Pachamama. Esta práctica es usual en las diferentes formas de sincretismo a lo largo de todo el globo.
En los ritos afrobrasileños, por ejemplo, aparecen diversas figuras que representan santos católicos, pero que en realidad encarnan a orixás, entidades de la religión yoruba. Este sincretismo permitió la preservación de las tradiciones y creencias africanas bajo la apariencia del cristianismo impuesto por los colonizadores.
De manera similar, estas prácticas de camuflaje han sido una estrategia de resistencia cultural, adaptándose a las circunstancias sin perder la esencia del conocimiento profundo. En el mundo celta, estas estrategias se hicieron evidentes con la incorporación de símbolos y prácticas paganas dentro de las festividades cristianas. Por ejemplo, elementos como el árbol de Navidad tienen raíces en los rituales paganos asociados al solsticio de invierno, donde se celebraba el renacimiento de la luz en medio de la oscuridad.
Podríamos hablar de muchas prácticas, formas y objetos que han sido usados para la preservación de un conocimiento, creencia o o cosmovisión bajo el velo de una apariencia aceptable para las culturas dominantes.
Sin perder de vista esta idea del camuflaje, hoy quería detenerme en dos objetos interesantes que tenían justamente esta finalidad: el rosario irlandés y la orbe masónica.
El rosario irlandés es un instrumento de oración compuesto por diez cuentas, conocido como decenario, que desempeñó un papel crucial en la vida espiritual de los católicos irlandeses durante los siglos XVII y XVIII, en plena época de persecución religiosa. En ese contexto, las autoridades británicas, en su intento de erradicar las prácticas católicas, prohibieron el uso de rosarios y otros símbolos religiosos similares. Sin embargo, los fieles encontraron en el decenario una solución ingeniosa y discreta para preservar su conexión con la espiritualidad.

La característica principal del rosario irlandés radica en su diseño compacto, lo que permitía a los creyentes ocultarlo fácilmente, ya sea dentro de un bolsillo, una manga o incluso bajo la ropa.
En este caso, como en muchos otros similares, el rosario irlandés no fue solo un instrumento de oración sino que también simbolizó la resistencia y fue una forma de una expresión silenciosa de la identidad de una comunidad.
El crucifijo que acompaña este rosario suele contener varios símbolos de la Pasión: un martillo, un halo que simboliza la Corona de Espinas, una jarra que alude a la Última Cena,, cuerdas para atar, que evocan la Flagelación en la columna, la lanza de Longinos utilizada en el Calvario y los tres clavos utilizados para la crucifixión. Hay también unas pequeñas marcas al costado que representan una escalera, que alude tanto a la escalera utilizada en la crucifixión como a una metáfora del ascenso al cielo.
Como vemos, hay mucha información en un elemento muy simple. En cierto modo es una síntesis pedagógica.
Algo similar ocurre con el orbe masónico, que es una bola minúscula donde se compendia mucha simbología en un espacio pequeñísimo. La primera vez que supe de este objeto fue leyendo una revista de la logia de investigación inglesa Quatuor Coronati del año 1895. En la breve nota, el autor decía: «Durante un reciente viaje a Alemania, noté que varios Hermanos llevaban un peculiar objeto en su cadena de reloj, el cual consiste en un globo dorado cuando está cerrado, pero gracias a un ingenioso sistema de bisagras, que son imperceptibles desde el exterior, puede abrirse y tomar la forma de una cruz. Cada sección tiene forma piramidal con una base esférica”.

En el primer cuadro apreciamos el sol, la luna, el compás y la plomada.
En el segundo, vemos las dos columnas, el delta radiante y el nivel.
En el tercer cuadro hay una cruz y una cuerda de remolque.
El el cuarto observamos un mazo, una estrella flamígera, una estrella hexagonal y una escuadra.
El quinto cuadro y el sexto marcan un sendero desde la oscuridad a la luz.
En el quinto está la piedra bruta, el pavimento mosaico, una escalera de siete escalones y una paleta.
Se pasa por la cruz nuevamente para llegar al sexto cuadro donde apreciamos una calavera, unos huesos cruzados, una piedra cúbica y una rama de acacia.
Como vimos, es interesante prestar atención a estos objetos simbólicos, tanto el rosario como el orbe, ya que en ellos se condensa no solo un conocimiento profundo, sino también una forma de transmitirlo de manera discreta, especialmente en contextos de persecución o adversidad.