En su obra “La República”, Platón nos cuenta una historia, un mito, un relato de un grupo de personas apresadas en el fondo de una caverna mediante el cual intenta explicar la ceguera e ignorancia con la que el ser humano se desenvuelve en el mundo.
La historia tiene varias interpretaciones, que hemos sintetizado en cinco, a saber:
- Una lectura espiritual o iniciática
- Una lectura ontológica
- Una lectura social
- Una lectura audiovisual
- Una lectura epistemológica
En el artículo de hoy vamos a repasar las dos primeras lecturas, pero antes de adentrarnos en esto, es preciso hacer una breve reseña de lo que cuenta Platón en su libro. Vamos a valernos de la versión pedagógica que usa Jostein Gaarder:
“Imagínate a unas personas que habitan una caverna subterránea. Están sentadas de espaldas a la entrada, atadas de pies y manos, de modo que sólo pueden mirar hacia la pared de la caverna. Detrás de ellas, hay un muro alto, y por detrás del muro caminan unos seres que se asemejan a las personas.
Levantan diversas figuras por encima del borde del muro. Detrás de estas figuras, arde una hoguera, por lo que se dibujan sombras flameantes contra la pared de la caverna. Lo único que pueden ver esos moradores de la caverna es, por tanto, ese «teatro de sombras».
Han estado sentados en la misma postura desde que nacieron, y creen por ello, que las sombras son lo único que existe.
Imagínate ahora que uno de los habitantes de la caverna empieza a preguntarse de dónde vienen todas esas sombras de la pared de la caverna y, al final, consigue soltarse. ¿Qué crees que sucede cuando se vuelve hacia las figuras que son sostenidas por detrás del muro?
Evidentemente, lo primero que ocurrirá es que la fuerte luz le cegará. También le cegarán las figuras nítidas, ya que, hasta ese momento, sólo había visto las sombras de las mismas. Si consiguiera atravesar el muro y el fuego, y salir a la naturaleza, fuera de la caverna, la luz le cegaría aún más. Pero después de haberse restregado los ojos, se habría dado cuenta de la belleza de todo. Por primera vez, vería colores y siluetas nítidas. Vería verdaderos animales y flores, de los que las figuras de la caverna sólo eran malas copias. Pero, también entonces se preguntaría a sí mismo de dónde vienen todos los animales y las flores.
Entonces vería el sol en el cielo, y comprendería que es el sol el que da vida a todas las flores y animales de la naturaleza, de la misma manera que podía ver las sombras en la caverna gracias a la hoguera.
Ahora, el feliz morador de la caverna podría haberse ido corriendo a la naturaleza, celebrando su libertad recién conquistada. Pero se acuerda de los que quedan abajo en la caverna. Por eso vuelve a bajar. De nuevo abajo, intenta convencer a los demás moradores de la caverna de que las imágenes de la pared son sólo copias centelleantes de las cosas reales. Pero nadie le cree. Señalan a la pared de la caverna diciendo que lo que allí ven es todo lo que hay. ”
Este es, en resumen, el relato platónico. La filósofa Simone Weil dice algo interesante acerca de esta historia: “Según lo poco que se sabe de los misterios, es muy probable que esta imagen provenga de sus tradiciones y quizá hasta la permanencia en un subterráneo con cadenas constituyera un rito”. Por lo tanto, más allá de las enseñanzas que podamos extraer del mito, es altamente posible que Platón haya tomado esta historia de alguna práctica ritualística practicada en las cavernas, lo cual no es raro ya que las cuevas santuario fueron utilizadas por todas (o casi todas) las corrientes mistéricas de la antigüedad y las encontramos en todas las tradiciones, tanto de Oriente como de Occidente.
La primera lectura que podemos hacer de la historia es espiritual o esotérica, y en este sentido la salida de la caverna es una metáfora del camino espiritual, de ese desplazamiento paulatino de las tinieblas a la luz, pero también de la ignorancia a la sabiduría, del sueño a la vigilia y podríamos seguir:
De la personalidad a la esencia
De lo ilusorio a lo real
De la mentira a la verdad
De la inconsciencia a la conciencia
De la llanura a la cumbre
Del vicio a la virtud
De la conformidad a la libertad
y en el esquema tradicional del laberinto esto se presenta como un desplazamiento desde la periferia al centro.
En todos los casos hay un proceso, un desplazamiento desde algo que nos ata, que no nos permite alcanzar la plenitud hasta un hito trascendente, la salida a la luz, el experimentar la realidad última.
Los prisioneros de esta historia están cautivos, sí, pero lo que tienen encadenada es la mirada, su percepción es limitada, su conciencia está dormida y están completamente supeditados a lo que ocurre en la pared, creyendo que las sombras son la única realidad.
Desde esta óptica, el proceso de liberación del prisionero puede dividirse en cinco etapas:
a) La prisión en el fondo de la caverna, es el estado consciencial de los profanos entendiendo la palabra profano en primer lugar desde su etimología (Pro, delante y fanum, templo), el que está afuera del templo, divorciado de lo real, y en segundo lugar entendiendo que los profanos son aquellos que ponen toda su atención a lo externo concluyendo que solamente es real aquello que puede percibirse por los órganos de los sentidos.
Estamos hablando de una existencia supeditada a lo biológico, es decir a comer, dormir, tener relaciones, divertirse y tener un trabajo o una ocupación que garantice que las necesidades básicas estén satisfechas. El problema de esta forma de vida es que carece de la dimensión más profunda y necesaria de todas, es decir la dimensión espiritual, la conexión con lo sagrado.
b) La búsqueda, es decir el desplazamiento del prisionero dentro de la cueva, perplejo, y detectando poco a poco, entre penumbras, los mecanismos del engaño. Desde lo iniciático la búsqueda es la consecuencia lógica de una insatisfacción, de la percepción de que la vida chata que se experimenta en el fondo de la caverna es insuficiente y que debe existir algo más. Esa sed, ese apetito por “algo más” es lo que impulsa a todo buscador espiritual.
c) La salida al exterior, fuera de la caverna, lo cual equivale a ese hito de la conciencia que llamamos iniciación o iluminación, donde se logran conectar los dos mundos, lo de afuera con lo de adentro, lo de abajo con lo de arriba. Es la apertura del ojo interior.
d) El conocimiento, es decir cuando sus ojos han podido adaptarse a la luminosidad y donde el prisionero liberado puede llegar a conocer la realidad.
e) La sabiduría, es decir la puesta en práctica del conocimiento y la necesidad de compartir ese conocimiento con sus hermanos prisioneros.
Entendiendo este proceso como gradual y paulatino, queda claro que está supeditado a “pequeñas conquistas” (o hitos) que suelen representarse como peldaños de una escalera, nudos de una larga soga, niveles, cámaras de un templo que deben atravesarse o bien velos que deben ser levantados. En todos los casos, estos grados o niveles son una representación de los diferentes estados de conciencia, aquellos hitos conscienciales que jalonan el sendero de regreso a casa.
Por lo tanto, esta primera lectura del mito de la caverna lo entiende como un mapa del proceso de despertar de la conciencia.
La segunda lectura es ontológica, donde la caverna representa el mundo sensible (físico, temporal, perecedero e imperfecto), el que podemos captar a través de los sentidos, y el exterior de la caverna sería el mundo de las Ideas (metafísico, eterno, imperecedero y perfecto).
El escenario cavernario es Maya, la ilusión. En palabras de Albert Einstein: “Lo que habitualmente llamamos realidad no es otra cosa que la capacidad que tienen de engañarse nuestros sentidos” y esto queda patente cuando descubrimos que la materia, que se nos dice que está compuesta de átomos es -más que nada- espacio vacío.
Por eso dijo el físico Paul Hewitt: “A semejanza del sistema solar, el átomo consiste principalmente en espacio vacío en el que los electrones pasan zumbando. El diámetro de un átomo, en general, es 10000 veces mayor que el diámetro del núcleo. Como los átomos son principalmente espacio vacío, nosotros y todos los materiales que nos rodean también son espacio vacío”. Teniendo en cuenta esto, la materia no existe como tal porque no hay nada sólido. Todo es energía, vibración o conciencia.
Aun sabiendo esto, aun sabiendo que lo que percibimos no es lo real, el materialismo trasnochado se resiste a morir y las masas adormecidas -o bien convencidas por los amos de la caverna- siguen creyendo en un mundo compuesto de unos átomos de fantasía, casi como ladrillitos, pequeñas piezas de lego y están encadenados a esa idea que no es otra cosa que una ilusión.
El mundo de la caverna es en blanco y negro, el plano de los opuestos, mientras que el exterior es en colores, y donde el prisionero se distancia de lo sensorial para tener una percepción suprasensorial y una intuición intelectual de lo supremo.
El Sol, fuente de luz, vida y calor, representa el Bien, la idea suprema y fundamento de todas las otras ideas y, por lo tanto, también de lo sensible.
Por lo tanto, la diferencia radical entre el interior y el exterior de la caverna reside en la forma de pararnos ante la realidad. Por un lado hay una visión fragmentada, miope, dicotómica, tenebrosa, es decir vinculada a las tinieblas del fondo de la caverna y, por otro lado, hay una visión unificada de la realidad, completa, profunda.
De ahí la importancia que se hace en las corrientes iniciáticas acerca de reflexionar profundamente sobre la manera en que percibimos al mundo, aquí y ahora, en el día a día. De ahí la importancia de re-educar la mirada, limpiar el lente.
Vamos a continuar este tema en un segundo y último artículo de esta serie donde hablaremos de otras tres maneras de interpretar el famoso mito de la caverna de Platón.