La pandemia de la covid-19 dejó en evidencia algo que ya sabíamos desde hace varias décadas: vivimos en una sociedad espiritualmente enferma, en un sistema que deliberadamente ha dado la espalda a lo fundamental y trascendente para centrarse en lo superfluo e impermanente.

Como ya hemos visto en este canal en varias ocasiones, la Tradición llama a este período “Kali Yuga”, “Edad de Hierro”, “Edad del Lobo”, la última de las cuatro edades o yugas con la que se termina un ciclo y empieza un tiempo nuevo. Por eso a este tiempo final, que no implica el final de nada sino la transición a otro ciclo, se le llama “fin de ciclo”.

En estos tiempos caóticos que nos ha tocado vivir, el coronavirus simplemente actuó como acelerador de procesos en un sistema que -mucho antes de la pandemia- ya estaba muy desgastado, con una tecnología fascinante y al mismo tiempo alienante, con una brecha entre pobres y ricos cada vez mayor y donde se fueron generando -de forma natural o artificial- ciertos conflictos que fueron aprovechados por los amos de la caverna para llevar a cabo su plan, que no es otro que la perpetuación de un sistema inhumano y antiespiritual.

Pero, ¿quiénes son estos amos de la caverna? Los amos de la caverna son un conjunto de fuerzas que buscan arrastrarnos a lo que no somos, fomentando el individualismo, la separatividad, toda clase de divisiones, grietas entre hombres y mujeres, blancos y negros, pobres y ricos. Grietas artificiales que la pandemia ha agudizado, trayendo nuevos conflictos y nuevos odios. Los amos de la caverna no son solamente un grupo de personas. Sería muy fácil caer en las especulaciones conspiranoicas y decir “Nuevo Orden Mundial”, “Illuminati”, “Reptilianos”, etc. No, no, es mucho más que eso. Mucho más profundo. La palabra “diabólicos” los define pero no por los motivos religiosos que creemos sino que “diabólico” viene de “diabolos” (separar) y hace alusión a todo aquello que nos disgrega, nos distrae, nos separa de la Fuente, de la Naturaleza, del Cosmos y sobre todo de los otros seres humanos.

Al hablar de los “amos de la caverna”, un término que obviamente alude a la alegoría de la caverna platónica, estamos refiriéndonos a un egregor conformado, obviamente, por grupos de poder que buscan su perpetuación y hegemonía, pero también por personas comunes y corrientes que prefieren seguir durmiendo a pata suelta porque cambiar implicaría renunciar a la zona de confort que los mismos amos de la caverna le han proporcionado. 

Hay una viñeta de “El Roto” que es magnífica y que muestra a una pareja diciendo: “Solo queremos cambiar de sueños. ¿Quién habla de despertar?”. A veces el humor, este humor tragicómico, resume en pocas palabras conceptos más profundos, como ese otro chiste que muestra un preso picado la pared, pero no para escapar sino para poner un aire acondicionado en su celda.

Los amos de la caverna, a través de la publicidad y la manipulación psicológica intentan llevarnos a donde les interesa, prefieren que los mismos ciudadanos aborregados sean los mismos que -a través de su inacción- perpetúen y legitimen el sistema.

En este momento crítico que nos ha tocado vivir, muchos hablan de la posibilidad de un “colapso” e incluso de un “apocalipsis”. Y aquí surge la pregunta: ¿vivimos tiempos apocalípticos?

Primero que nada, recordemos que el Apocalipsis es el último libro de la Biblia, el último escrito del Nuevo Testamento y la palabra “Apocalipsis” significa “Revelación”. Por eso cuando hablamos de “apocalipsis” no estamos hablando del fin del mundo sino del final de un tiempo, y -oh casualidad- la Tradición Iniciática también habla del final de un tiempo, de un fin de ciclo.

San Jerónimo decía que el Apocalipsis “es un libro que tiene tantos enigmas como palabras” y es cierto: es una obra deliberadamente oscura y llena de símbolos, y ha sido interpretada de mil maneras, y en cada época hubo personas que creyeron ver en los acontecimientos de su tiempo los signos claros del final que aparecen allí.

Pues bien, tenemos que entender que los símbolos tienen una característica: son polisémicos, y “Polisemia” viene del latín “poli” (muchos) y semia (“significados”). Por lo tanto, los símbolos sugieren, evocan, pero nunca definen ni pueden ser interpretados a rajatabla. Esto se hace patente en la Biblia y en otros libros sagrados donde cada generación encuentra en ellos un significado nuevo, del mismo modo que cuando nosotros leemos un libro entendemos algo, pero cuando lo volvemos a leer encontramos otras cosas que siempre habían estado ahí pero en las que no habíamos reparado y si lo leemos por tercera vez hallaremos nuevas cosas, nuevas revelaciones. ¿Ha cambiado el libro? No, lo que ha cambiado es nuestro entendimiento, nuestro nivel de conciencia. 

Lo mismo ocurre con la Biblia aplicada a cada generación, ya que el nivel de conciencia y entendimiento de cada generación es distinto al de las generaciones anteriores. ¿A dónde voy con todo esto? A que las escrituras sagradas se están renovando constantemente y -por lo tanto- el Apocalipsis representa cosas diferentes para cada generación. 

Dicho de otro modo, cada generación tiene sus propios conflictos y catástrofes que perfectamente se pueden asociar a los acontecimientos y símbolos que aparecen en este libro final de la Biblia, el cual no es un relato catastrofista sino una revelación. 

Siendo así, desde una perspectiva iniciática, cada generación experimenta su propio apocalipsis, su propia crisis, la percepción de un final y también las esperanzas de un nuevo comienzo, que en la Biblia aparece en la forma de la Jerusalén Celeste.

Para la generación de principios de siglo XX, la Primera Guerra Mundial fue su propia apocalipsis, para la generación de mediados de siglo la Segunda Guerra Mundial, luego la Guerra Fría, en fin: siempre hay eventos externos que revelan algo y que nos movilizan. En el caso de las guerras y las enfermedades esto es evidente, pero también puede aplicarse a personajes públicos que no dejan indiferente a nadie y que aparecen en escena para encarnar “algo” que la sociedad toda necesita concienciar, actuando como despertadores, movilizadores de energías. En este sentido podemos entender a personajes de carne y hueso como Eva Perón, Hitler, Gandhi, Mao, Mandela, Martin Luther King, el Che Guevara, y en nuestros días Trump o Putin. Sé que esto puede sonar controvertido pero estoy hablando de seres humanos de carne y hueso que trascienden su humanidad para convertirse en símbolos.

Volviendo al Apocalipsis, es notable una frase de León Bloy, quien decía graciosamente esto: “Cuando quiero saber las últimas noticias, leo el Apocalipsis».

Por lo tanto, si bien es cierto que el coronavirus está siendo bastante pequeño si lo comparamos con otras plagas del pasado, por ejemplo la peste negra, la mal llamada gripe española o el SIDA, para nosotros está siendo una verdadera “Revelación”. Los amos de la caverna, que están intentando aprovechar esta situación para su propio provecho, para acelerar procesos y para que aceptemos cosas que de otro modo serían inaceptables, estos amos de la caverna están saliendo de su covacha y mientras la mayoría prefiere seguir durmiendo, lentamente se está gestando una minoría silenciosa, de personas -hombres y mujeres- que están empezando a unir las piezas. 

¿Demasiado tarde quizás? Puede ser, pero recordemos una vieja frase muy conocida en ámbitos iniciáticos y que en su sencillez encierra una valiosa enseñanza: “La ley se cumple”. Y como la ley se cumple, los ciclos también se cumplen y después de la noche, sí o sí, llegará el día. Post tenebras lux.