Desde hace algunos meses, la prensa internacional está hablando de Apophis, un asteroide que -según se dice- podría chocar con nuestro planeta en el año 2068. En verdad, los medios de comunicación siempre están buscando nuevas formas de meternos miedo y cada tanto tiempo sale a la palestra un cometa o un asteroide que “podría” llegar a destruirnos.

Es cierto: este asteroide sigue ganando velocidad a medida que viaja hacia la Tierra y su impacto sería equivalente a muchos millones de toneladas de TNT, pero los científicos han desestimado el impacto y las posibilidades de colisión son muy remotas.

Pero el tema del “fin de la humanidad” siempre aparece y en una sociedad fuertemente materialista, donde la muerte física se considera el final de todo, esto es ciertamente una catástrofe.

Desde una perspectiva iniciática nos preguntamos: ¿puede la humanidad desaparecer?

En primer lugar, para el esoterismo la humanidad no es otra cosa que un conjunto de almas encarnadas, es decir entidades metafísicas que se manifestaron en el planeta en un momento concreto, que en ocasiones llamamos “punto alfa” (la caída) y que pasarán a otro plano de manifestación cuando sea el momento, el “punto omega” o ascensión.

Por lo tanto, si subordinamos a la humanidad a un soporte físico, es decir a una manifestación material, sin duda, ésta podría desaparecer por la colisión de un asteroide, una pandemia, por el cambio climático, un virus creado en un laboratorio, una infección fúngica a gran escala, un holocausto nuclear, incluso por una revolución de los robots o hasta una invasión alienígena. Sí, la vida en esta bolita azul que nos contiene es ciertamente muy frágil y cualquiera de esas amenazas nos podría borrar de un plumazo, pero… tenemos que entender que la realidad del ser humano como especie está por encima de lo fenoménico. 

El materialismo nos ha hecho creer que para que exista vida tiene que existir materia orgánica, cuando en verdad no es así. Hay vida después de la muerte física e incluso, las enseñanzas antiguas nos dicen que en el universo todo está vivo. Por lo tanto hay miles, millones de formas distintas que componen a la conciencia universal. 

El ser humano es la divinidad experimentándose a sí misma, pero esta divinidad -Dios, la Fuente, el Absoluto, el Uno sin segundo- también se expresa otras múltiples formas. Nos creemos el centro de Universo pero somos una motita de polvo, un grano de arena en una playa infinita. 

Ahora los invito a ver este clip sobre “tamaños”:

Después de ver este clip obviamente queda claro que no somos nada. Y desde el materialismo esto se nos repite una y otra vez: no somos nada. Sin embargo, la filosofía perenne dice: No somos nada y sin embargo, somos todo. 

Como manifestación física, ciertamente no somos nada, pero desde lo espiritual la cosa cambia porque somos chispas divinas,chispitas del gran fuego, de él hemos salido y a él volveremos. Almas en peregrinación, gotas del gran océano, células del gran cuerpo universal, podemos usar miles de metáforas para tratar de entender algo que nos sobrepasa pero lo cierto es que nuestra existencia, la vida humana y por ende, la vida de todo el género humano, no está determinada por lo físico sino que por el contrario lo físico es la consecuencia de lo metafísico.

Por lo tanto, la humanidad es una comunidad de almas, las cuales iniciaron su existencia en otros planos y -tarde o temprano- pasarán a residir en otros planos de realidad. Esta enseñanza tiene varios corolarios y el primero de ellos es que todos los seres humanos somos la tripulación de una nave llamada “Tierra” en la que todos estamos embarcados y que compartimos con otras almas, otras líneas de evolución.

Como comunidad humana somos una gran familia. Por eso insistimos en hablar de Fraternidad Universal, que no es una aspiración (algo que sería lindo que pasara) sino que es una ley de la naturaleza, algo que es. Todos somos Uno, y cuando aceptamos esta idea tenemos que ir hasta sus últimas consecuencias. Si decimos todos es todos. El blanco, el negro, el mestizo, el católico, el judío, el musulmán y el ateo, el heterosexual, el homosexual y el transexual, el honrado y el corrupto, el rico y el pobre, el compatriota y el inmigrante, el capitalista, el comunista y el fascista, el pacifista y el terrorista. Es difícil, claro que sí, llamar “Hermano” a personajes que sabemos que son (o que fueron) nefastos, a los que promueven el odio, la discriminación y la separatividad pero desde un punto de vista más elevado tenemos que entender que existe un sentido, un plan universal de evolución que nos incluye a todos, con una Unidad escondida en la diversidad. 

Pase lo que pase, «gam zu letová», la conciencia universal seguirá su camino. Aunque el planeta quede reducido a cenizas, la vida se abrirá paso y las almas humanas seguirán evolucionando en otros planos, en otros planetas.