La palabra “Ascesis” proviene del griego (“Askesis”) y significa “entrenamiento”. En un principio, esta Ascesis estaba relacionada a la preparación física de los atletas griegos, pero posteriormente pasó a ser utilizada por las legiones romanas y finalmente fue adoptada por el cristianismo (y luego por las escuelas iniciáticas) como sinónimo del entrenamiento interior.
El ascetismo es otra cosa, aunque la raíz de la palabra sea la misma. Se trata de un intento de purificación interior a través de la mortificación y de la negación del placer a fin de perder el apetito por todo lo exterior, es decir por todo aquello que nos ate al mundo físico para (supuestamente) acercarnos a Dios.
Pacomio (290-347) fue el organizador del monacato egipcio y, para ello, creó una regla donde se establecían diversos ejercicios contemplativos, prácticas ascéticas y trabajos manuales.
El ascetismo de los monasterios de Pacomio era muy extremo. Por ejemplo, para que la comida no fuera tan placentera, ésta era mezclada con cenizas y carecía de condimentación. Además, estos monjes de Egipto solían caminar por el desierto envueltos en gruesas frazadas de lana sometiéndose al inmenso calor y, algunas veces, se desnudaban en zonas infestadas de mosquitos para que estos los pudieran picar a su antojo.
Dado que Pacomio consideraba que el sueño arrastraba al asceta a un mundo de errores e ilusiones, intentaba no descansar y los cronistas cuentan que llegó a pasar quince años sin dormir, limitándose a descansar en su celda, a veces de cuclillas y otras apoyado contra la pared. Según cuenta Félix Amat de Palau y Pont: “Por lo regular oraba en pie, tendidos los brazos en forma de cruz; y veces pasaba así toda la noche” (1).
En concordancia con esto, los monjes de Pacomio no tenían camas sino asientos incómodos entre dos paredes y, en ocasiones, el abad les pedía que cargaran arena o piedras de un lado para otro a fin de permanecer en vela durante toda la noche (2).
Después de finalizar las obras para la construcción del monasterio de Moncose, Pacomio se dio cuenta que –en lo profundo de su corazón– se sentía orgulloso de ese trabajo. Como no quería ser víctima de la vanidad, tomó una maza y empezó a romper parte de las paredes, pidiendo a sus hermanos que destrozaran las columnas y algunas decoraciones, a fin de que el monasterio no los hiciera caer en el pecado (3).
Una de las tareas manuales de los monjes del desierto era confeccionar esteras. Según se relata en las crónicas, en una ocasión, un monje confeccionó dos esteras en un día, aunque por regla solamente estaba obligado a hacer una y, satisfecho por su esfuerzo, mostró a Pacomio su labor. Éste, sin embargo, en lugar de felicitarlo, observó que el orgullo del hermano solamente podía tener como origen al demonio y poniendo al monje frente a los demás dijo: “¿No véis que este pobre hermano ha estado trabajando desde la mañana hasta ahora, para dedicar sus obras al demonio, sin provecho para su alma, pues ha querido en sus obras agradar más a los hombres que a Dios?” (4). Dicho esto, mandó azotarlo y lo encerró en una celda por cinco meses comiendo únicamente pan y sal.
En las comidas, todos los monjes debían acudir al refectorio, aunque muchos preferían ayunar. Los que no ayunaban, al observar las privaciones de sus hermanos, empezaron a sentirse culpables y también dejaron de ingerir alimento. Al final, ya nadie comía y el refectorio se convirtió en una especie de competencia de ascetismo para ver quién era el que ayunaba más. Pacomio, al observar vanidad en esta actitud, mandó confeccionar unas túnicas con enormes capuchas que no permitían ver lo que sucedía alrededor. Y, de este modo, los monjes volvieron a comer.
El extremismo de estos hombres terminó por convertirse en fundamentalismo y hacia finales del siglo IV se produjeron diversos hechos de violencia protagonizados por los fanáticos monjes del desierto. Según cuenta Mircea Eliade: “En el año 388 incendiaron una sinagoga en Callínico, cerca del Eufrates, y aterrorizaron a las aldeas sirias en las que había templos paganos; en el año 391, el patriarca de Alejandría, Teófilo, los llamó para “purgar”la ciudad del Serapeo, el gran templo de Serapis. Por la misma época, penetraron violentamente en las casas de los paganos para buscar sus ídolos” (5).
Finalmente, en el año 415, se produjo uno de los hechos más aberrantes del cristianismo protagonizado por un grupo de estos monjes, cuando –cobardemente– asesinaron a golpes a Hipatia de Alejandría.
Quienes hayan visto la serie televisiva “Game of Thrones” encontrarán muchas similitudes entre los monjes del desierto y los gorriones del Septum Supremo y el propio George R.R. Martin aceptó que éstos están inspirados en “la Iglesia Católica medieval, con un toque de fantasía”. De hecho, el propio Gorrión Supremo nos recuerda muchísimo a Pacomio y la fanática Septa Unella a la hermana de Pacomio (Amma María o María de Egipto), organizadora de los primeros cenobios femeninos.
Otro personaje moderno que nos recuerda el extremismo de Pacomio es el monje albino del libro de Dan Brown “El Código Da Vinci”, el cual usaba para su autoflagelación un instrumento llamado cilicio, el cual puede comprarse fácilmente por internet. El cilicio es una cadena o cinturón de metal con puntas que se clavan en la piel y se coloca en el muslo o en la axila. En algunas congregaciones católicas modernas, como el Opus Dei, se sigue sugiriendo el uso de este tipo de instrumentos en nuestros días, al menos por dos horas al día.
El extremismo religioso se agudizó durante la Edad Media y aparecieron diversos grupos que buscaban a toda costa el sufrimiento como una forma de renunciar al mundo y, por ende, de acercarse a Dios.
Uno de estos movimientos fue el de los Flagelantes, aparecido en Perugia durante el siglo XIII, que se distinguía por organizar grandes procesiones donde los peregrinos se iban azotando unos a otros durante 33 días, como una forma de purificarse y –al mismo tiempo– de honrar los años de Cristo.
Otra forma de eremitismo fue el emparedamiento, es decir la auto-reclusión en pequeñas celdas sin comunicación con el mundo, a no ser por pequeños huecos o agujeros donde se podía introducir alimento y bebida desde el exterior. Muchas religiosas optaron por tomar este “voto de tinieblas” apartándose del mundo y convirtiéndose en “emparedadas” o “muradas”.
Uno de los casos más bizarros es el de la monja salesiana Marguerite Marie Alacoque que “algunas temporadas sólo bebía agua de lavar, comía pan enmohecido y fruta podrida. Una vez limpió el esputo de un paciente lamiéndolo y en su autobiografía nos describe la dicha que sintió cuando llenó su boca con los excrementos de un hombre que padecía de diarrea” (6).
En fin, debemos aceptar que los extremistas siempre han sido creativos a la hora de mortificarse: los ascetas sirios comían solamente alimentos podridos u hortalizas crudas, otros religiosos preferían sumergirse en agua helada en pleno invierno e incluso hay varios casos de monjes que tenían afición por masticar (a modo de chicle) los harapos y la ropa interior de los leprosos.
Y en este tren de contar estas asquerosidades absurdas, leemos lo que escribió Santa Ángela de Foligno, la cual llegó a beber el agua de baño de los leprosos: “Nunca había bebido con tanto deleite”, reconociendo que, en una ocasión, “un trozo de costra de las heridas de los leprosos se quedó atravesado en mi garganta. En lugar de escupirlo, hice un gran esfuerzo por terminar de tragarlo, y también lo conseguí. Era como si hubiese comulgado, ni más ni menos. Nunca seré capaz de expresar el deleite que me sobrevino”.
Cuenta Karlheinz Deschner que “de vez en cuando se celebraban competiciones penitenciales formales, grandiosos tóçorneos ascéticos entre monjes ortodoxos y cismáticos: “sportsmen de la ‘santidad’”. Cada bando intentaba establecer y batir records, quería tener a quienes más resistían ayunando o a quienes más aguantaban en pie, a los mejores en el rezo o en la genuflexión, a los que podían estar más tiempo callados o llorando” (7).
“Sólo el dolor hace soportable la vida” sostenía la santa Marguerite Marie Alacoque (8) y esta parece ser la constante del ascetismo extremo: la búsqueda del dolor y la huida del placer. En las antípodas de esto, los hedonistas se afanan en buscar constantemente la satisfacción del placer y el escape del dolor.
En un punto medio, la Filosofía Iniciática no niega el dolor pero tampoco lo busca, porque una cosa es aceptar el dolor y entenderlo como un auténtico “vehículo de conciencia” y otra cosa muy diferente es buscarlo, considerando que éste nos hará más “puros” y más “espirituales”.
La perspectiva iniciática no busca reprimir nada sino integrarlo todo, encontrar una dorada medianía (aurea mediocritas) a fin de reconciliarnos con el placer y el dolor. Tenemos que salirnos de esa dicotomía, de ese par de opuestos, sabiendo que por encima del placer y del dolor hay una tercera vía, un estado de ecuanimidad y equilibrio (ataraxia o titiksha) donde puede ser hallada la Paz Profunda enmarcada por lo Bueno, lo Bello, lo Justo y lo Verdadero.
El placer y el dolor son parte fundamental de la vida encarnada y, como almas encarnadas en esta maravillosa Escuela de la Vida, necesitamos de ambos para tomar conciencia de quiénes somos y hacia dónde vamos.
Concordancia – Por encima del placer y el dolor
“Considera iguales el placer y el dolor, la ganancia y la pérdida, la victoria y la derrota”. (Sutta Nipata)
“Ser fuerte no significa ser bruto y sin corazón. ¡Ser fuerte significa estar por encima del placer y del dolor, por encima del calor y del frío!” (Mahavatar Babaji)
“Los hombres buenos renuncian en verdad a todos los apegos en todo momento. (…) Cuando experimentan placer o dolor, se sienten por encima del placer y del dolor”. (Dhammapada)
“El placer y el dolor vienen juntos. Son parte de este mundo. Deja que tu felicidad sea algo que está por encima del placer y del dolor. La paz real es encontrada cuando se supera la inquietud y se queda tranquilo en medio de ella”. (Swami Satchidananda)
Notas del texto
(1) García M. Colombas: “El monacato primitivo”
(2) Varios autores: “Año christiano, ó, Exercicios devotos para todos los dias del año”
(3) Marin, Michel-Angel: “Vies des pères des déserts”
(4) “La leyenda de oro para cada día del año”, tomo II
(5) Eliade, Mircea: “Historia de las creencias”
(6) Deschner, Karlheinz: “Historia sexual del cristianismo”
(7) Deschner: op. cit.
(8) Sobre este tema, es recomendable revisar la “Autobiografía de Santa Margarita María Alacoque”, traducida por Luis Gamas.